Ochenta y seis

Pietro y Susanna, Flavio y Cristina, Enrico y Camilla están en el último vagón del Orient Express. Camilla sonríe al ver llegar a Alessandro desde lejos.

– ¡Ahí está Alex… ya ha llegado!

– ¿Dónde?

– Allí, al fondo.

Susanna se fija un poco más.

– ¿Qué pasa? ¿Ha vuelto con Elena?

– Qué va. -Camilla le da un codazo. Esa que va con él no es Elena.

– ¿Y quién es?

Cristina toma un sorbo de vino.

– Pero ¿estáis ciegos o qué? ¿No os dais cuenta de que ésa tiene por lo menos veinte años menos que Elena… y que nosotros?

Enrico sonríe y come un trocito de pan. Pietro traga preocupado por lo que pueda suceder. Alessandro y Niki se acercan a la mesa.

– Ah, aquí estáis, no os veíamos. Ella es Niki.

– ¡Encantada!

Niki le da la mano primero a Camilla, después a Susanna y a Cristina. Luego a los hombres.

– Ellos son Enrico, Flavio…

Pietro cada vez está más preocupado. Intenta evitar su mirada.

– Y yo soy Pietro, encantado.

Niki hace como si nada.

– ¡Hola, encantada, Niki!

Alessandro ve dos asientos libres.

– ¿Nos sentamos aquí?

– Por supuesto. -Alessandro se sienta al lado de Pietro y cede la cabecera de la mesa a Niki.

– Voy un momento al baño a lavarme las manos. ¿Me disculpáis?

Alessandro, que ya se había sentado, vuelve a levantarse, luego sonríe a Niki, que se aleja.

Cristina la observa un momento.

– Es guapa esa chica, muy guapa. -Y mira a Alessandro.

– Gracias.

– ¿Cómo la conociste?

– Un accidente de tráfico.

– ¿En serio? -Camilla sonríe-. Que extraña coincidencia. Enrico y yo nos conocimos porque yo me había quedado sin gasolina en el ciclomotor y él se ofreció amablemente a ayudarme.

– Sí, pero por aquel entonces, todavía estabais los dos en el instituto -sonríe Cristina-. Digamos que Niki lo podría haber visto aquel día desde su cochecito.

Alessandro abre su servilleta y sonríe.

– No, yo más bien diría que, por aquel entonces, todavía estaba en los dulces sueños de sus padres.

– ¿Qué? -Camilla abre la boca-. Pero Enrico y yo nos conocimos hace veinte años…

– Precisamente, ella llegó tres años después.

Susanna hace un cálculo rápido con los dedos.

– ¿Tiene diecisiete?

Interviene Pietro.

– ¿Lo veis? Mi mujer sabe llevar las cuentas, pero no las de casa.

Cristina mira a Alessandro, ligeramente tensa.

– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Que de vez en cuando saldrás con ella y sus amigas y que puede que te lleves contigo también a tus amigos, por no decir nuestros maridos?

Alessandro intenta no mirar a Enrico y a Pietro.

– No, ¿qué tiene eso que ver? Sólo estamos saliendo juntos. No se cómo irá la cosa. Me parece que no hay por qué preocuparse.

Camilla lo mira molesta.

– ¿Lo que dices es que ya sabes que no va a durar? Entonces eres un imbécil. Ella me parece una tía solar, abierta, a lo mejor se lo cree. Se sentirá mal.

– No, claro, lo que quería decir es que no tenéis por qué preocuparos por mis amigos, por no decir vuestros maridos.

Alessandro siente vibrar su teléfono móvil en el bolsillo. Lo coge. Un mensaje. Es Niki.

«¿Y bien? ¿Cómo va la ráfaga de preguntas? ¿Has sobrevivido? ¿Vuelvo o te espero en el lavabo y huimos?»

Alessandro sonríe y responde lo más rápido que puede. «Tu faro los ha deslumbrado. Vuelve, todo ok.» Luego se guarda el Motorola en el bolsillo.

– Bien, escuchad una cosa. Mirad, yo no sé cómo eran vuestras relaciones con Elena, pero ahora está Niki. Me gustaría que la conocieseis. Y luego, como somos amigos, ya hablaremos de ello. Siempre nos hemos tenido confianza, ¿no?

Justo en ese momento, Niki aparece al fondo del pasillo. Cristina inclina la cabeza hacia adelante para que no la vea.

– Ahí está, ya viene.

Susanna sonríe.

– Me gusta conocerla. Pero ¿sabes lo que estaba pensando? Que mi hija tiene trece años. Dentro de cuatro podría traerme a casa a uno como tú.

– ¿Y qué?

– Nada, en mi opinión ésta es una cena ideal. ¡Por lo menos me servirá para prepararme psicológicamente para cuando tenga que ir a una con mi hija y alguien de tu edad!

Todos se echan a reír justo cuando Niki llega a la mesa.

– Eh, ¿qué pasa? ¿De qué estabais hablando?

– De ti -dice Alessandro-. Hablaban muy bien de ti. Han decidido que si los efectos son éstos, ¡vuelven todos a la escuela!

Niki toma asiento.

– ¡Sí, puede que los efectos sean buenos, pero no sabéis lo duro que es el profe de gimnasia!

Y todos se echan a reír. Alessandro mete la mano bajo el mantel y le aprieta la pierna, para darle seguridad. Niki lo mira y sonríe.

– Disculpen, señores, ¿ya saben lo que desean comer? -Un camarero vestido de revisor ha aparecido de repente.

– Sí, por supuesto… ¿qué son los tonnarelli chucu chucu?

– En seguida se lo digo… -Y el camarero explica varios platos. Luego alguien pide agua mineral.

– Con o sin gas, no importa.

– ¿Podría traer también una tortitas calientes para acompañar los entremeses?

– Y un buen syrah para acompañarlo todo.

– Para mí sólo una ensalada verde.

Es inevitable, siempre hay alguien a dieta. O al menos quien lo finge delante de los demás. Y también está aquel a quien le gusta probar cosas insólitas.

– ¿Qué son los quesos fantasía?

– Quesos de la tierra acompañados por mieles diferentes, según los sabores.

– Perfecto, yo quiero eso.

La velada discurre así, lenta, agridulce, sabrosa. Primeros platos a los que siguen extrañas mezclas de pescado y verdura.

– Este brócoli con gambas está riquísimo. ¿Alguien lo quiere probar?

Y al final la diferencia de edad no se nota tanto frente a un buen plato.

– Vamos a fumarnos un cigarrillo mientras esperamos los segundos, ¿queréis?

– Vale, primero salimos nosotros, los hombres.

– ¡Cabrones!

– Pero ¡si de vosotras sólo fumáis dos!

– ¡Igualmente sois unos cabrones!

Pietro, Enrico, Alessandro y Flavio se reúnen a la puerta del restaurante. Unos se sientan en un banco, los otros se apoyan en la pared de al lado.

– ¿Tienes un cigarrillo? -pregunta Pietro a Flavio, que rápidamente le ofrece uno. Pietro lo enciende, da una calada y empieza a hablar-. Qué susto cuando os he visto entrar. Me he dicho «Como ahora Niki me salude, me espera una buena. Ve a explicar a Susanna que la conocí por casualidad…».

Enrico tira un poco de ceniza al suelo.

– En realidad, no fue así.

– Ya lo sé, pero hubiese tenido que hacérselo creer.

Flavio siente curiosidad.

– Pero ¿por qué? ¿Cómo fue?

– No es nada -interviene Alessandro-, un día fuimos a comer con Niki y sus amigas.

Pietro le da un codazo a Flavio.

– ¡Sí, aquel día que te llamamos y, como de costumbre, no viniste!

– ¡Menos mal que no fui! Vosotros estáis locos. Alex, me maravillas. Imagina que por casualidad se enterasen nuestras mujeres, ¿qué iban a pensar? ¿Te das cuenta de que perderían la confianza? No nos dejarían salir más contigo. Aunque no hubiese sucedido nada, quiero decir…

– Eh -Alessandro mueve la cabeza arriba y abajo-. ¡Pietro estaba a punto de irse a dar una vuelta en ciclomotor con Olly, una amiga de Niki, y se encontró con Susanna!

– ¡No!

– ¡Sí!

– ¿Y qué le dijiste?

– Bueno, que era una que me había preguntado la dirección de una calle.

Flavio los mira a los tres.

– Escuchad, a mí no me metáis en vuestros líos. -Tira el cigarrillo y vuelve a entrar.

Pietro le grita por detrás:

– ¿De qué líos estás hablando? ¡Esto es la vida, Flavio, la vida!

Pero ya ha entrado y no puede oírlo.

– Jo, ¿os dais cuenta? Flavio está acabado, lobotomizado. ¡De vez en cuando uno debe respirar, aunque sea sin la mujer, qué demonios! Vale, puede que yo exagere. Pero ¡es que él exagera al contrario! -Pietro mira a Enrico-. ¡Mira, lo que estaría bien sería un equilibrio como el vuestro, joder! ¡Como Camilla y tú! Sois felices con vuestra libertad, sin opresiones, manías ni controles continuos, ¿no?

Enrico sonríe. Alessandro enarca las cejas y lo mira.

– Ya… ¡entremos, venga! No me gustaría que Flavio, sintiéndose libre de nuestra presencia, hablase de más.

Alessandro, Pietro, y Enrico vuelven a entrar justo en el momento en que salen Camilla, Cristina, Susanna y Niki.

– Cambio…

Todos se sonríen mientras se pasan por el lado. Los únicos que intercambian un beso al vuelo son Alessandro y Niki. Nada más salir del restaurante, Susanna se enciende un cigarrillo.

– Demonios, me hubiese gustado ser un mosquito para poder estar aquí afuera y oír lo que decían.

Cristina enciende el suyo.

– ¿Para qué? Habrán dicho lo de siempre. A lo mejor Flavio habrá hecho algún comentario acerca de la rubia tremenda que está sentada en la mesa del fondo, ¡que además está totalmente operada!

– ¿Cuál? -pregunta Niki.

– La que estaba detrás de ti, a lo mejor no la has visto. He notado que también Pietro le echaba una ojeada de vez en cuando.

Susanna suelta un resoplido, dejando escapar un poco de humo.

– Qué quieres que te diga. Lorenzo, mi hijo, se ilumina cuando ve los anuncios de Vodafone. Así que le pregunté «Pero ¿por qué te gustan tanto?». «¡Porque sale esa que tiene dos tetas así!» -Y Susanna hace como si tuviese una delantera poderosa-. ¿Os dais cuenta? ¡Ha salido clavado a su padre, un obseso desde pequeño!

Se ríen, bromean y siguen conversando. Niki escucha divertida, sonríe, asiente, intenta participar de algún modo. Pero se habla de niños, de asistentas, de compras, de peluqueros, de una que se acaba de separar, de otra que espera su tercer hijo. Y luego la extraña historia de la amiga del alma de esta última que, al enterarse, quiere tener otro ella también. ¿Que espera un hijo la primera? Un mes después está embarazada la segunda. ¿La primera ya tiene dos niños? Dos meses después espera su segundo hijo la segunda. Y ahora… Seguramente habrá obligado a su marido a trabajar para un tercer hijo. Y todo así. Y se ríen.

¿Y Niki? Niki se pregunta si pasará lo mismo con su vida. ¿Será ése el camino iluminado por mi faro? Por el momento, sólo se me ocurre una cosa. Una cosa superguay. Me gustaría poder gritárselo. ¡Eh, chicas, mujeres de los amigos de Alex, ¿os habéis enterado? Se ha vuelto a poner de moda el longboard, la tabla larga de surf y su baile temerario sobre el mar! Pero me imagino la cara que pondrían ante tan sorprendente noticia.

– ¿Tú qué piensas, Niki?

– Hummm…

– Del hecho de tener cuatro hijos.

– Me parece bien, siempre y cuando los aguantes tú y no te busques una de esas filipinas; en ese caso estoy de acuerdo.

– ¿O sea que a Alessandro le aguarda un futuro lleno de retoños?

– Bueno, por el momento, lo único que cabe preguntarse es si quiere un futuro conmigo.

Camilla sonríe.

– Tiene razón. Es mejor no apresurarse.

Cristina pregunta curiosa:

– ¿Y qué dicen tus padres del hecho de que salgas con uno… vaya, mayor que tú?

Niki la mira.

– Oh, ni dicen ni dejan de decir. En realidad, sólo sospechan.

Cristina insiste.

– Sí, pero ¿se han conocido?

Niki se lo piensa. Probablemente no sea el momento de explicar el equívoco del agente de seguros.

– Bueno, mi madre habló con él, y me parece que le cayó bien. Digamos que Alex le produjo una buena impresión.

Camilla sonríe.

– Sí, Alessandro es un excelente muchacho. A una madre alguien así le da seguridad.

Niki piensa en el equívoco.

– Sí, es verdad. Estoy convencida de que mi madre invertiría en alguien como él.

Cristina y Susanna se miran con curiosidad, pues no entienden bien la expresión. Niki se da cuenta.

– En el sentido de que se arriesgaría en lo que respecta a la diferencia de edad, a cambio de contribuir a la felicidad de su hija…

– Ah, ya.

Luego todas deciden volver a entrar. Y la cena prosigue tranquila y serena, hecha de catas de segundos platos, y de guarniciones para todos y de un poco de fruta para algunos.

– ¿Tiene piña? Entonces para mí piña, así al menos quemo un poco de grasa.

Y dulces y postres, y una pequeña excepción. Y luego más de lo de siempre.

– Para mí un café.

– ¿Cuántos cafés?

– Yo café americano.

– Yo un cortado con leche fría.

– Yo un descafeinado, asegúrese por favor, que si no luego no duermo.

A continuación, el detalle habitual de los restaurantes. La cuenta junto con la pregunta de rigor:

– ¿Les apetece un limoncello, una grappa, algún digestivo?

Poco después, fuera, últimas charlas. Apretones de mano, besos en las mejillas. Todos se montan en sus respectivos coches con la promesa de volver a quedar pronto. Y una nueva curiosidad encima.

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