Veinte

– Cierra los ojos, Alex, ciérralos. Respira, respira a la gente. -Niki camina con los ojos entrecerrados, entre las personas que pasan rozándola y mira un poco hacia arriba, hacia el cielo-. ¿La notas? Es ella… Es la gente que debe guiar tu corazón. No pienses en nada y respira.

Entonces se detiene. Abre los ojos. Alessandro está quieto, un poco más atrás, todavía los ojos cerrados y olfateando el aire. Abre un poco un ojo y la mira.

– Noto un olor verdaderamente extraño…

Niki sonríe.

– Así es. Hace un momento ha pasado un coche de caballos.

En el suelo, junto a Alessandro, están todavía sus «huellas».

– Ahora entiendo por qué todos me parecían gente de m…

– Gracioso. Ese chiste ha estado bien. En serio. Me parto. ¿Y qué cargo tienes en tu empresa?

– Uno importante.

– Lo que faltaba. Así que eres un enchufado.

– En absoluto. Me licencié en la Bocconi de Milán, después hice un máster en Nueva York y estoy donde estoy, sin necesidad de ninguna ayuda externa.

– Dime al menos que no haces este tipo de chistes en la oficina.

– Cómo que no, todos los días.

– Pero ¿qué eres exactamente?

– Director creativo.

– Director creativo… claro ¡por eso todos se ríen de tus chistes! Haz una cosa. Escribe todos tus chistes y haz que los diga la mujer de la limpieza. Después de dos días de que los vaya diciendo por ahí comprueba si todos se ríen o ella llora porque la han despedido.

– Eso es envidia.

– No, lo siento, es la pura realidad. Si acaso tuviese envidia, la tendría de quien inventase una variante superguay de surf para una tabla gun, a lo mejor mejorando la popa roundtail para poder trazar curvas más largas. O podría estar envidiosa de quien tuvo la idea de construir un reef artificial en el kilómetro 58 de la carretera Aurelia. Una pasada. Pero desde luego, a quien no envidio es a un director creativo. Por cierto, ¿qué se esconde de verdad bajo ese título?

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a que, aparte de tus chistes, ¿qué es lo que haces en concreto en tu empresa?

– Me invento esos anuncios que tanto te gustan, en los que hay una música bonita, una mujer preciosa y sucede algo hermoso. Resumiendo, yo pienso en esas cosas que se te quedan «grabadas» en la mente para que cuando vayas a comprar o entres en una tienda, no puedas evitar coger lo que yo te he sugerido.

– Dicho así suena bien. O sea que tú logras convencer a la gente de que haga algo…

– Más o menos.

– Entonces, podrías ir a hablar con mi profe de mates, que no me deja en paz.

– Para milagros, aún nos estamos preparando.

– Es viejo. Ya lo había oído.

– Me lo inventé yo hace muchos años y me lo robaron.

– En realidad yo lo sabía así… Hacemos lo posible, intentamos lo imposible, estamos ensayando para los milagros. ¡Salía en la serie de televisión «Dios ve y provee»!

– Estás preparadísima, te lo sabes todo, ¿eh?

– Sólo lo que necesito. Ven, ¿entramos aquí, en Mensajes Musicales?

Y lo arrastra tras ella, casi tirando de él hacia una tienda enorme llena de CD, libros, DVD. Y también vídeos y casetes.

– Eh, hola, Pepe. -Niki saluda a un vigilante enorme que está en la entrada. Camiseta negra, pantalones negros y enormes bíceps blancos, tensos como la piel de su cabeza rapada.

– Hola, Niki. Hoy de paseo desde primera hora de la tarde, ¿eh?

– Sí, me apetecía, hace un calor… Y aquí tenéis aire acondicionado.

Pepe pone una pose e imita un anuncio.

– Uuuuh, Niki… hace calor…

Ella se echa a reír

– ¡No hace tanto calor!

Entran en la tienda y en seguida se pierden entre miles de estanterías. Niki coge un libro y lo hojea. Alessandro se acerca a ella.

– ¿Sabes? Ese anuncio con el que ha bromeado Pepe, tu amigo energúmeno, lo hizo la competencia.

– Pepe no es un energúmeno. Es un muchacho muy dulce. Una persona estupenda. ¿Ves cómo te dejas engañar por las apariencias, por la imagen? Músculos, camiseta negra, cabeza rapada, por lo tanto es malo.

– Yo trabajo con las apariencias, con la imagen. Has sido tú quien me ha dicho que me mezclase con la gente, ¿no?

– No, yo te he dicho que respiraras a la gente. No que la mirases de un modo superficial. Te basta una camiseta negra ajustada y dos músculos para catalogarlo. Pues se licenció en Biotecnología.

– Yo no he emitido ningún juicio.

– Peor aún, lo has catalogado sin más.

– Sólo he dicho que estaba citando el anuncio de nuestros adversarios.

– En ese caso, vuestros adversarios son buenísimos. Y ganarán.

– Gracias. Haces que tenga ganas de volver al despacho.

– Vale, hazlo, así seguro que pierdes. Tienes que respirar a la gente, no los sillones del despacho. A lo mejor hasta en Pepe podrías encontrar la inspiración. Y tú vas y lo tratas mal.

– ¿Otra vez? No lo he tratado mal. Además, ¿tú crees que yo soy tan estúpido como para tratar mal a un tipo así?

– En su cara no, pero por detrás, por la espalda sí… ¡Lo acabas de hacer!

– Basta… Me rindo.

– Mira, tienen los CD de Damien Rice… «O», «B-Sides» Y este último, «9», que es precioso. Déjame escucharlo un poco… -Niki coge los cascos. Selecciona la pista 10-. Mira que título más bonito, Sleep Don't Weep… -Y empieza a escuchar la música, moviendo la cabeza. Después se quita los cascos-. Sí, sí, me lo compro. Me inspira. Bonito, romántico. ¿Y sabes qué? Me compro también «O», tiene las otras canciones, además de The Blower's Daughter…

– Una música preciosa, aunque Closer fuese una película llena de sueños rotos.

– Entonces no nos pega… La banda sonora de nuestra historia tiene que ser positiva, ¿no?

– Perdona, ¿qué historia?

– Cada momento es una historia… Depende de lo que quieras hacer después.

Alessandro se queda mirándola. Niki sonríe.

– No te asustes… ¡Eso no salía en esa película!, sino en Nanuk, el esquimal, es preciosa… Vamos, va.

Alessandro y Niki se dirigen a la caja. Niki saca su monedero del bolso para pagar, pero él se le anticipa.

– Ni hablar, te lo regalo yo.

– Eh, que yo no me pienso sentir en deuda después, ¿eh?

– Eres demasiado precavida y desconfiada. ¿Con quién sales habitualmente? Digamos que se trata de una pequeña indemnización por el accidente de hoy.

– Pequeñísima. Todavía falta reparar el ciclomotor.

– Lo sé, lo sé.

Salen y continúan por via del Corso, que está llena de gente.

– ¿Lo ves? Me pongo enferma. No tienen dinero, viven en la periferia y éste es su único pasatiempo. Hay música, metro, tiendas, algún espectáculo callejero… ¿ves aquel mimo? -Un señor mayor pintado de blanco adopta mil posturas diferentes para quien le echa algún céntimo en la escudilla-. Mira aquel otro.

Se unen a un grupo de gente que está quieta mirando algo. En la acera, un anciano de punta en blanco, con un sombrero de paja, camisa clara, chaqueta de lino y pajarita oscura, tiene una urraca en el hombro. El hombre silba algo.

– Venga, Francis ¡baila para los señores!

La urraca da toda una serie de pasos, y se desplaza a lo largo del brazo del señor manteniendo el ritmo. Llega hasta la mano y luego regresa al hombro.

– Muy bien, Francis, ahora dame un beso. Y la urraca se lanza sobre un grano de maíz que él sostiene entre sus labios y se lo roba con delicadeza. Luego, con un pequeño salto el pájaro deja caer el grano dentro de su pico y se lo traga. Niki aplaude feliz.

– ¡Bravo, Francis, es demasiado, bravo por los dos!

Niki se mete las manos en los bolsillos, encuentra algunas monedas y las deja caer en el pequeño nido que está apoyado sobre una mesita allí al lado.

– Gracias, gracias, es muy amable. -El hombre se levanta el sombrero y se inclina, dejando al descubierto su cabeza pelada.

– ¡Felicidades! ¿Tardó mucho en enseñarle a Francis estas cosas? ¿La música, las órdenes y todo lo demás?

El hombre sonríe.

– ¿Bromea, señorita? Es Francis quien me lo ha enseñado todo. ¡Yo ni siquiera sabía silbar!

Niki mira a Alessandro con entusiasmo.

– Venga, no seas tacaño… Dale algo tú también…

Alessandro abre su cartera.

– Sólo tengo billetes…

– ¡Pues dale éste!

Niki saca un billete de cincuenta euros y lo mete en el nido de la urraca. Alessandro no logra detenerla. Y además ya es demasiado tarde. El señor se da cuenta. Se queda boquiabierto. Después sonríe a Niki.

– Gracias… venga… métase uno de estos granos en la boca.

– ¿Yo? ¿No es peligroso?

– ¡Claro que no! Francis es buenísima. Tenga.

Niki obedece y se mete el grano en la boca. Francis sale volando. De improviso, se detiene a un milímetro de su boca, suspendida en el aire batiendo con ligereza las alas. En ese momento, Niki cierra los ojos mientras Francis alarga el pico y le roba el granito de los labios. Niki nota un toque ligerísimo y, medio asustada, tiene un escalofrío. Luego vuelve a abrir los ojos.

– ¡Socorro!

Pero Francis ya está de vuelta sobre el hombro de su dueño.

– ¿Ha visto?, lo ha conseguido…

Niki aplaude contentísima.

– ¡Muy bien! ¡Ha sido genial!

Justo en ese momento, por detrás pasa un macarra con el pelo largo, acompañado de unos amigos de la misma calaña.

– ¡Oye, guapa, si tanto te gusta besar a los pajaritos, te presto el mío! ¡Está amaestrado! -Y se tronchan de risa mientras se alejan.

– ¡Ni muerta! Ni se te ocurra sacarlo de la jaula… -le grita Niki por detrás. El tipo la manda a paseo con un gesto desde lejos.

– ¿Quieres que les diga algo? -pregunta Alessandro.

– ¿Para qué? Ya está resuelto. El chico con el que salía antes saltaba por cualquier cosa. ¿Sabes qué pasaba cuando estaba él? Peleas, problemas… Se liaba a mamporros por nada. No lo soportaba.

– Ya veo, debía de ser durillo, ¿no?

– Mira, los que ladran así después no muerden. Éste iba de boquilla. No vale la pena perder el tiempo. Además, justo por esto dejé a mi ex. ¿Y ahora qué? ¿Salgo contigo y haces lo mismo?

– Dejando aparte el hecho de que tú y yo no estamos saliendo.

– Ah ¿no?

– No.

– Qué extraño, yo diría que estamos juntos por la calle…

– Sí, pero no porque esto sea una cita.

– Pero, ¿dónde está el problema? ¿Tienes una mujer celosa?

– A decir verdad, en este momento no tengo mujer.

– Ah, ¿también tú lo has dejado?

Y aunque le parece absurdo hablar del tema con ella, no consigue mentirle.

– Sí, algo así.

– Entonces, ¡¿qué más te da?! ¡Disfruta de este momento y basta! Qué fastidioso eres, ¿eh? Siempre tienes que controlarlo todo.

Niki se pone a caminar de prisa y lo adelanta. Alessandro se queda allí, delante del hombre que lo mira con la urraca en su hombro. Éste alza las cejas y sonríe.

– La señorita tiene razón. -Y luego, temiendo que Alessandro pudiera arrepentirse, lo mira, sonríe y se mete los cincuenta euros en el bolsillo.

Alessandro la alcanza.

– Niki, espera. Vale, estamos saliendo pero no estamos saliendo, así que todavía tenemos que salir, ¿ok? Mejor así, ¿no?

– Si tú lo dices…

– Venga, no te enfades.

– ¿Yo? Pero ¡quién se enfada! -Y se echa a reír. Niki se coge del brazo de Alessandro-. Oye, un poco más allá hay un sitio donde hacen unas pizzas buenísimas, en via della Lupa. ¿Te apetece comer un trozo? En via Tomacelli hay uno donde el pan es de muerte, y también tiene una terraza preciosa, se sube arriba y es todo un espectáculo. Luego hay otro en corso Vittorio, allí tienen ensaladas, se llama Insalata Ricca. ¿Te gusta la ensalada? Aquí cerca también hay un lugar buenísimo de helados, Giolitti, o mejor aún, un sitio de batidos de cortarse las venas, Pascucci, cerca de piazza Argentina.

– ¿Piazza Argentina? Pero eso está lejísimos.

– Qué va, si es un paseo. ¿Vamos?

– Pero ¿adónde? ¡Has dicho ocho sitios en dos segundos!…

– ¡Ok, entonces vamos a tomar un batido! ¡El que llegue primero no paga! -Y sale corriendo, guapa, alegre, con sus pantalones ajustados, su bolsa de malla, su pelo castaño claro al viento, recogido con una cinta azul. Y los ojos azules o verdes, según la luz. Alessandro se queda allí quieto, mirándola. Sonríe para sí. Y de repente, como si decidiera echárselo todo a la espalda, sale detrás de ella, corriendo como un loco por via del Corso. Adelante, siempre adelante hasta girar a la derecha, hacia el Panteón, con la gente que lo mira, que sonríe, que siente curiosidad, que deja de hablar por un momento antes de volver a su propia vida. Alessandro corre tras Niki. Ya casi la alcanza. Vaya, piensa Alessandro, parece una de aquellas viejas películas en blanco y negro, estilo Guardias y ladrones con Totó y Aldo Fabrizi, cuando corrían por la vía del tren. Sólo que Niki no le ha robado nada. Y no sabe que, en realidad, le está regalando algo.

Niki se ríe y de vez en cuando se vuelve para ver si la sigue.

– Eh, no pensaba que estuvieses tan en forma.

Alessandro está a punto de atraparla.

– Te cojo, ahora te cojo.

Niki acelera un poco e intenta correr más aprisa. Pero Alessandro está siempre allí, a pocos pasos de ella. Luego aminora de repente, hasta casi detenerse. Niki se da la vuelta y lo ve a lo lejos. Quieto. Por un momento se asusta. También ella aminora. Se para de golpe y se vuelve. Alessandro mete la mano en la chaqueta y saca su teléfono móvil.

– ¿Sí?

– ¿Alex? Soy Andrea, Andrea Soldini…

Alessandro intenta recuperar un poco el aliento.

– ¿Quién?

– Ya vale, soy tu staff manager. -Y en voz más baja-: Aquel a quien salvaste en tu casa con las rusas…

– Sí, ya sé quién eres, ¿será posible que no te des cuenta de cuando bromeo? ¿Qué ocurre? Dime.

– ¿Qué estás haciendo?, ¡estás sin aliento!

– Así es. Estoy respirando a fondo a la gente para ser más creativo.

– ¿Qué? Ah, ya entiendo. Sexo a la hora de la siesta, ¿eh?

– Todavía no he comido. -Y le gustaría añadir: «Si a eso vamos, ni sé cuánto hace que no tengo sexo»-. ¿Qué pasa? Dime.

– Nada. Quería decirte que estoy revisando nuestros viejos anuncios y se me ha ocurrido una idea para montarlos de otro modo. Si te pasas por aquí podríamos hablarlo.

– Andrea…

– Sí, dime.

– No hagas que me arrepienta de haberte salvado.

– No, en absoluto.

– Muy bien. Hablamos después.

– ¿Puedo llamarte si se me ocurre otra idea?

– Si no puedes resistirlo…

– Ok, jefe. -Andrea cuelga.

No he tenido tiempo, piensa Alessandro, de decirle lo más importante: «No soporto que me llamen jefe.»

Mientras tanto, Niki ha llegado junto a él.

– ¿Qué pasa?

– Nada, de la oficina. Por lo visto no pueden prescindir de mí.

– Eso es mentira. Te llaman jefe y te hacen sentir importante, ¿no es cierto?

– Sí, ¿y?

– Acuérdate de que la misma regla se aplica a todo el mundo: a jefe muerto, jefe puesto.

– Ah, ¿sí? Pues, ¿sabes qué te digo? Quien pierde paga también «el pendiente». -Y diciendo esto, Alessandro la adelanta y se echa a correr como un loco hacia la piazza Argentina.

– ¡Eh, no vale, así no vale! ¡Yo he vuelto atrás para ver cómo estabas!

– ¡¿Y quién te lo ha pedido?! -Alessandro ríe y sigue corriendo.

– ¿Y qué quiere decir eso de «el pendiente»?

– Te lo explico cuando lleguemos, ahora necesito todo mi aliento para ganar. -Alessandro acelera, pasa corriendo junto a las ruinas del Panteón, más allá de la plaza, pasa junto al hotel, siempre derecho.

El teléfono de nuevo. Alessandro aminora pero no se detiene. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla. No se lo puede creer. Se vuelve hacia Niki, que se le acerca.

– Pero ¡si me estás llamando tú!

– Por supuesto, la guerra es la guerra. Todo vale. Me has hecho volver atrás y luego has salido corriendo a traición, ¿no? ¡Quien a teléfono mata, a teléfono muere!

– Sí, pero no he caído en la trampa. ¡Has sido tú misma quien me ha dicho que guardase tu número!

– ¿Lo ves? ¡Es que no se puede ser buena persona! -Y siguen corriendo-. Dime qué es esa historia de «el pendiente», si no, no pago.

– Eso lo decidimos allí… si no, no vale.

Y siguen corriendo uno detrás del otro hasta llegar a Pascucci.

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