Sesenta y nueve

Alessandro aparca a poca distancia del portal de Niki.

– Nos hemos librado por pelos, ¿eh? Imagina que hubiesen llegado diez minutos antes.

Niki se encoge de hombros.

– Bah, ya ves tú. Ésos no se escandalizan por nada. Son los clásicos tipos que leen revistas extrañas, que chatean con apodos del tipo Temerario o Yoghi y tienen un montón de películas porno escondidas en el armario…

– ¿Y cómo has llegado a esa conclusión?

– No me lo preguntes. Una mujer nota estas cosas… Y, además, ¿sabes?, también por cómo llevan la pistola. En realidad, se trata de una proyección de su aparato. -Niki adopta una expresión maliciosa.

Alessandro se inclina y abre la puerta.

– ¡Ya está bien! ¡Venga, buenas noches!

– ¿Qué pasa? ¿Vuelves a estar excitado de nuevo?

– En absoluto, es que tengo un partido de futbito. ¿Tú qué haces?

– Nada. Esta noche me quedo en casa. Tengo que estudiar un poco. A lo mejor después se pasa mi ex, que quiere hablar conmigo.

– Ah. -Alessandro se yergue ligeramente envarado.

Niki se da cuenta.

– Eh, ¿qué te pasa? Si yo estoy con una persona es porque quiero estar con ella. ¡De modo que estáte tranquilo, no me toques las narices y considérate afortunado! -Y le da rápidamente un beso. Se baja del coche-. ¡Gracias por las clases de conducir!

Mira a derecha e izquierda a toda prisa, corre hacia el portal y desaparece dentro. Sin volverse, como de costumbre. Alessandro se va con el destartalado coche de su madre.


– Eh, ¿hay alguien en casa? -Niki cierra la puerta a sus espaldas-. ¡Mamá, papá!

Matteo aparece al fondo del pasillo.

– No están, han salido. Te mandan saludos…

– ¿Qué hacías en mi habitación? Te he visto.

– Tenía que mirar una cosa en el ordenador.

Niki se quita la chaqueta y la deja caer en el sofá.

– Te he dicho mil veces que no puedes entrar en mi habitación. Y menos aún cuando yo no estoy. ¡Y que está totalmente prohibido usar mi ordenador!

Matteo la mira.

– Ni que se te hubiera muerto la maestra.

– Imbécil.

– Ya veo. Peor todavía. El pensionista te ha plantado.

– Ja, ja, me parto, ¿tú quién eres, el Ceccherini de los pobres?

– Oye, Niki, a lo mejor te has olvidado de esto. -Y saca el Nokia-. Ya he descargado y salvado la grabación comprometedora, la tengo a buen recaudo.

– ¿Y dónde la has metido?

– Mira ésta. A ti te lo voy a decir. ¿Es que no has aprendido nada de todas esas series policíacas que vemos juntos? ¡Si entregas el objeto del rescate estás acabado!

Llaman a la puerta.

– ¿Y ahora quién es? Yo estoy esperando a Fabio, pero me dijo que pasaría a las diez.

– Debe de ser Vanni.

Matteo va a abrir.

– …Sí, es él. Eh, hola… Pasa.

Un niño tan alto como él, con los pantalones igualitos y el pelo un poco más rubio, entra arrastrando sus enormes zapatos.

– ¿Qué va a hacer tu hermana?

– Todavía no se lo he dicho.

– Ok, como quieras. ¿Hay Coca-Cola?

– Sí, ve a buscarla a la cocina mientras se lo cuento…

Niki observa a Vanni, que sale disparado, sin problema alguno.

– A ver si lo entiendo, Matteo, ¿ése circula sin más, libremente por nuestra casa?

– Ni que fuera un perro al que hay que tener atado.

– Sabes perfectamente que a mamá no le haría ninguna gracia.

– Pero tú no vas a ir a contárselo. En fin, mira esto.

Matteo se saca del bolsillo una hoja doblada en cuatro. La abre.

– Te lo he impreso todo aquí.

– Así que eso es lo que estabas haciendo en mi habitación. Mira toda la tinta que me has gastado.

– No me ralles más. Y lee.

Niki mira la hoja con atención.

– ¿Qué? ¿Qué es todo esto?

– No me digas que no las conoces.

– Claro que las conozco. Pero procuro evitarlas. ¿Y qué tendré que hacer según tú?

– Buscarme al menos una y traérmela.

– Ni hablar.

– No me digas que te da vergüenza, después de todo lo que te vi hacer…

– Digamos que no me viste hacer nada porque no hice nada. Lo que pasa es que me parece inmoral proporcionar ese tipo de cosas a un niño de tu edad.

– En primer lugar: no se trata sólo de mí, también está Vanni. Segundo: no somos niños. Tercero: las puedes encontrar aquí. Cuarto: si te niegas, ya sabes lo que haré… Primero se lo envío a mamá, que a lo mejor hasta te lo perdonaría, y acto seguido a papá, que seguro que viene para acá más rápido que Superman y, en un momento, no es que te cubra de insultos, ¡es que la emprende a patadas contigo!

Niki arranca la hoja de la mano a Matteo y sale de casa hecha una furia gritando.

– No le abráis la puerta a nadie, y si me llama mamá le dices que he olvidado una cosa en el ciclomotor y me avisas, ¿entendido?

Niki baja a toda prisa la escalera, dobla la hoja y se la mete en el bolsillo de los téjanos. Hay que fastidiarse. Todo me pasa a mí. Hasta tengo un hermano maníaco. En ese momento le suena el móvil. Lo coge y mira la pantalla. Lo que me faltaba. Abre el Nokia.

– Dime.

– Hola, en seguida estoy ahí.

– No estoy en casa.

– ¿Y dónde estás?

– Y a ti qué te importa; no tengo por qué darte explicaciones.

– No discutamos, Niki.

– Yo no tengo ganas de discutir, Fabio, pero es que te comportas como si todavía estuviésemos juntos… cosa que se acabó hace ya cuatro meses.

– Tres.

– Dejando a un lado mi recaída, que no es lo mismo que volver a estar juntos. Tan sólo follamos una vez más antes de darlo definitivamente por acabado.

– Eres dura.

– Claro, en cambio tu cancioncita de hoy era tierna, ¿no?

– Ok, tienes razón. También te llamaba por eso. Pero ¿podemos vernos las caras en lugar de seguir hablando por teléfono?

– Vale. Dentro de media hora en viale Parioli, 122. En el Prima Visione.

– Ok, gracias…, princesa.

Niki cierra el teléfono. Princesa… Quita la cadena y se pone el casco. Sí, la del guisante. Antes me encantaba que él me llamase así. Ahora no lo soporto… Basta. Está decidido. Se lo voy a decir.

Y se va a toda velocidad con su ciclomotor.

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