Cuarenta y cuatro

Diletta da tres pasos, salta en el momento justo y golpea la pelota con fuerza y violencia. Con determinación. Después se recompone un poco y regresa atrás, a la última fila. El entrenador lanza otra pelota.

– ¡Venga, chicas, vamos! Otra vez, así, otra vez… Vamos, que esto empieza dentro de nada.

Otra muchacha coge carrerilla y salta, golpeando la pelota pero con menos convicción.

– ¡Con más decisión! Venga, que la semana que viene es la final.

El entrenador recoge otra pelota y la tira hacia arriba. Otra chica salta y golpea la pelota. Con estrépito. Y más pelotas rebotan en el parquet de esa cancha enorme. Gritos de muchachas jóvenes, y otros ecos lejanos dentro de aquella pelota enorme, de tantas pelotas pequeñas, sabores diversos de sudor nuevo, de fatiga calurosa, de sana deportividad.

Diletta se acerca a Erica y a Olly, que están sentadas en las gradas.

– ¿Todavía no ha aparecido Niki? ¿En qué anda ahora, estará fuera? Sin ella estamos perdidas. -Después se da la vuelta y mira al entrenador-. Pierangelo está que trina.

Olly se mete un chicle en la boca y empieza a masticar.

– Ya lo creo. Con lo colado que está por Niki, estará celoso.

– Pero ¡qué dices! Tú estás obsesionada; ves sexo por todas partes.

Olly mastica con la boca abierta.

– No, eres tú la que no se entera de nada… ¡Que dónde se habrá metido Niki! Se ha encontrado con uno que le mola un montón… ¡y es allí donde se entrena!

Diletta coge la pelota que tiene entre las manos y se la arroja suavemente a Olly, golpeándola. Ésta se deja caer hacia atrás y apoya las manos en el suelo.

– ¡Ay!

– Da gracias de que no la he golpeado como se debe, que si no te borraba del mapa.

Justo en ese momento, el entrenador arroja una pelota hacia otra chica. Después la ve llegar. Se pone las manos en las caderas.

– ¡Menos mal, Niki! ¿Te parece que éstas son horas?

Niki llega casi sin aliento, con su bolsa a la espalda y Alessandro detrás.

– ¡Tiene razón, lo siento profe! Voy a cambiarme y vuelvo en seguida. -Le da su bolso con los libros, algo de maquillaje y todo lo demás a Alessandro-. Eh, ¿me lo guardas?

– Claro. -Y se saca de la chaqueta el teléfono móvil y la cartera y los mete también en el bolso.

Niki ve a Olly y a Erica en las gradas. Las saluda desde lejos. Las dos amigas responden y, naturalmente, siguen mirando fijamente a Niki y a Alessandro con curiosidad. Entonces Olly se vuelve hacia Erica.

– ¡Es él! No me lo puedo creer. Entonces, ¡es verdad todo lo que nos ha contado!

Erica sacude la cabeza.

– Me he quedado sin palabras… Pero ¡si es mayor!

Olly sonríe.

– Si es verdad lo que nos ha contado… lo es en todos los sentidos.

– ¡Olly!

– Me refería a que es mayor en el sentido de alguien que sabe cómo hacerte sentir tan bien como ha dicho ella… Bueno, da igual, es mayor.

– Bueno, ¿y a ti qué te importa? Además, mira quién habla. En mi opinión, visto cómo se comporta, Giorgio tiene más años que él.

Alessandro se ha percatado del estupor de las amigas de Niki.

– Pero ¿cuánto hace que no te veían? Te miran de una manera…

– Desde esta mañana en el instituto. Mira, la que lleva la camiseta roja -y señala a Olly-, ¡es la dibujante!

– Ah, ¡la artista!

– Sí. Ahora tengo que ir a cambiarme, pero después te cuento. Y no están hablando de mí, sino de ti. Es que me torturaron y tuve que explicarlo todo… Bueno, me tengo que ir, nos vemos luego.

Niki coge su bolsa y se va a toda prisa hacia los vestuarios.

– ¿Te torturaron? Tuviste que explicarlo todo… Pero ¿qué es «todo»?

Pero Niki ya está lejos y no lo oye.

Alessandro recoge las cosas y se acerca a las dos muchachas. Se siente un poco cortado. En cierto sentido, le parece estar «anticuado», por decirlo de algún modo.

– Hola, soy Alessandro.

– Hola, yo soy Olly, ella Erica y aquella que está jugando allí abajo -y señala hacia el centro de la cancha-, aquella alta y espigada es la otra amiga de Niki, Diletta. Y ése es nuestro profe y también entrenador. A nosotras nos ha puesto de suplentes. Pero ni siquiera entrenamos porque nos tiene castigadas.

– ¿Y es buen entrenador? -Alessandro supera el primer momento de embarazo y se sienta al lado de ellas. Erica le sonríe.

– Es buenísimo. El año pasado, con él, quedamos segundas, y este año esperamos ganar.

– Sí. -Olly se apoya en el respaldo y estira las piernas, poniéndolas en el asiento de delante-. Pero aunque ganase el campeonato, ¡a él lo único que le gustaría sería estar en tu sitio!

Erica le da un codazo. Alessandro las mira curioso.

– ¿A qué te refieres? ¿Le gustaría trabajar en publicidad?

Olly mira a Erica.

– Digamos que le gustaría hacer ciertos anuncios…

– Sí, claro, porque él sólo ve el resultado final -dice Alessandro-, pero en realidad, detrás de todo eso, hay un trabajo de reuniones interminables. De cansancio… Creatividad. En ocasiones se trabaja incluso toda la noche.

– Ya. -Olly se ríe y mira a Erica-. A veces se trabaja toda la noche… pero es un cansancio agradable, ¿no?

Alessandro no comprende de qué está hablando.

– Tú, por ejemplo, hiciste dos dibujos buenísimos. -Alessandro mira a Olly-. Porque fuiste tú, ¿verdad?

Olly asiente.

– ¿Y cuánto tiempo te llevó?

– Bah, la hora de mates y la de después del recreo.

– ¿Sólo dos horas? Es verdaderamente excepcional.

– No me costó nada. Pintar me gusta mucho.

Alessandro se sienta más cómodo en su asiento y cruza los brazos entre las piernas.

– Oye, Olly, no sé cómo darte las gracias, Niki y tú me habéis sacado de un buen apuro. Me gustaría recompensarte. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

– Oh, bueno. -Olly mira a Erica y enarca las cejas-. A mí no me iría mal una de esas interminables reuniones nocturnas, pero ¡no creo que Niki estuviese muy de acuerdo!

Justo en ese momento, Niki sale de los vestuarios. Lleva una camiseta blanca con ribetes azules en la que pone «Mamiani», el nombre del instituto, unos pantalones azules muy ajustados y calcetines largos a rayas azules y blancas. Niki le hace una seña a Alessandro para que se acerque.

– ¡Dame el bolso!

Alessandro se pone en pie y sonríe a Olly y a Erica:

– Disculpad. ¡Ten! -dice acercándose a Niki. Ésta rebusca dentro y halla la goma del pelo que buscaba.

– Ehhh, así estás muy bien. Ya te imagino en la cancha.

Niki le sonríe.

– Yo soy rematadora. -Y se recoge el pelo a toda prisa.

– ¿Qué es lo que me decías antes sobre que te torturaron y tuviste que explicarlo todo?

– Sí, tuve que contarles lo de ayer por la noche… Y, ya puestos, pues mentí.

– ¿Y?

– Les expliqué algunos detalles, básicamente cosas que todavía no hemos hecho; fliparon cantidad. ¿Te acuerdas de Nueve semanas y media? Bueno, pues comparado con lo que les dije que tú me hiciste, es una peli aburrida.

– Pero ¡Niki!

Demasiado tarde, ella echa a correr y se reúne con su equipo, que de inmediato se sitúa en la cancha.

– Venga, vamos. -El entrenador coge la pelota y se la pasa a Diletta-. Tú sacas. Venga, ahora que por fin podemos empezar, ya que la princesa se ha dignado llegar. -Y pasa junto a Niki echándole una mala mirada. El entrenador va a sentarse en el banquillo, mientras Niki le saca la lengua a escondidas, cosa que hace que algunas compañeras se rían. En seguida se ponen de acuerdo en la táctica a seguir y empiezan a jugar.

Alessandro ha comprendido por fin qué es lo que Niki les ha explicado a sus amigas, y ata cabos. Ahora entiende a qué se referían con «las reuniones interminables».

Decide no regresar a las gradas y ver el partido desde allí. Vaya, no me lo puedo creer… Me ha dejado como un maníaco. Luego la mira mejor y mueve la cabeza. Niki se inclina hacia delante para subirse los calcetines. Los pantalones elásticos se le pegan aún más. Alessandro siente un ligero escalofrío. Por un momento, le parece sentir el perfume de los jazmines. Intenta distraerse. Piensa en los dibujos. En Leonardo. En sus colaboradores. En el desafío. En el joven director creativo. En librarse de Lugano. Mejor que una ducha fría. Ahhh… mejor, sí. Justo en ese momento, suena su teléfono móvil. Es Enrico. Alessandro sonríe. Lo abre.

– Ya está.

– ¿El qué?

– ¿Cómo que el qué? Tony Costa… Fui ayer a verlo.

– Ah, muy bien. Gracias, eres un amigo, sabía que podía contar contigo. Después me lo explicas con detalle. ¿Dónde estás?

– ¿Yo? Ejem… -Justo en ese momento, Niki se lanza hacia delante tratando de dar un toque de antebrazo a una pelota corta. Acaba cayéndose y deslizándose sobre el estómago por el suelo liso de la cancha. La camiseta se le sube un poco, pero consigue alcanzar esa pelota difícil. Y el juego continúa-. Estoy en una reunión creativa…

Diletta da un salto y remata la pelota.

– ¡Punto! -aplauden todos.

– ¿Con ese ruido?

– Bueno, sí… Es una reunión creativa con más gente.

– Pero me dijiste que te escaparías. Ya tendrías que estar aquí.

– ¿Aquí, dónde?

– ¿Cómo que dónde? ¡En la fiesta sorpresa! Hoy es el cumpleaños de Camilla.

Alessandro mira su reloj.

– Demonios, se me había olvidado por completo… Vale, primero tengo que entregar una cosa y luego voy para allá.

– Venga, espabila. -Y Enrico cuelga.

Alessandro intenta llamar la atención de Niki, pero el partido está tan reñido que podría incluso no acabar nunca. Entonces Alessandro coge el bolso de Niki y se dirige veloz hacia donde están Olly y Erica.

– Disculpad, chicas, me tengo que ir: me había olvidado de que tenía una cita. Decidle a Niki que la llamo después.

– Ok, se lo diremos. No te preocupes, vete, vete, no vayas a llegar tarde.

– ¡Gracias!

Lo miran mientras sale a toda prisa de allí.

– Para mí que está casado.

– ¡Olly! ¿Por qué siempre tienes que intuir algo turbio?

– Qué turbio ni qué ocho cuartos. Mira por dónde, un casado podría ser ideal. No te toca las narices, no te pregunta con quién sales, con quién hablabas por teléfono, adónde vas, qué haces, y demás… Hace lo que tiene que hacer y ya está. Y al parecer, él lo hace bien. Y, sobre todo, ¡no pretende casarse contigo! Ya te digo, es ideal.

Erica la mira con tristeza.

– ¿Sabes lo que pienso? No sé lo que te habrá pasado, pero tú le tienes miedo al amor.

– ¿Miedo al amor yo? Si acaso miedo a encontrarme en una situación como la tuya. Ya no puedes pasar sin ello, te has acostumbrado. En realidad, te gustaría poder pasar, pero te da miedo. ¡Tú eres la que tiene miedo! Y no al amor, sino a no saber estar sola, querida Erica. Se sabe lo que se deja, pero no lo que se encuentra.

– Cuando dices esas cosas te pareces a Giorgio.

– Ah, ¿sí? ¿Te puedo dar un consejo entonces? ¡Déjanos a los dos!

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