Setenta y ocho

Rione Monti. Alessandro conduce tranquilo. Calles estrechas, edificios altos de épocas variadas, desconchados en las paredes de antiguos talleres artesanos. El Mercedes pasa junto al Coliseo, luego por las antiguas termas y mercados. La antigua Suburra. Niki tiene los pies en el salpicadero. Alessandro la mira.

Niki está que trina.

– Oye, no me digas nada de los pies. Es lo mínimo. Estoy decepcionada, herida. ¿Será posible que a los japoneses esos no les hayan gustado mis ideas? Eso hace que una se sienta incomprendida. ¡Todavía tengo que hacer la Selectividad y ya me han suspendido en lenguas orientales! Es un contrasentido, ¿no?

– Lo que me parece un contrasentido es que, con todo lo que tengo encima, esté ahora aquí contigo.

Al llegar a la confluencia de via Nazionale, via Cavour y los Foros, Niki baja los pies.

– ¡Confía en mí! ¡Es un sitio muy guay! A lo mejor se nos ocurre algo y empezamos a trabajar. Venga, aparca, hay ahí un sitio.

– Ahí no entro.

– Claro que sí.

Niki se baja rápidamente y aparta un poco un ciclomotor. Lo balancea sobre el caballete, a uno y otro lado, hasta que consigue moverlo.

– Venga, que sí que cabes…

Alessandro maniobra con dificultad. Al final se da un golpe atrás. Baja y mira el parachoques.

– Bah, cuando lo lleves al taller arreglas eso también. ¡Vamos! -y lo arrastra de la mano hacia una antigua escalinata, a la oscuridad de una pequeña iglesia.

– ¿Dónde estamos?

– ¿No has oído hablar de las TAZ, o zonas temporalmente autónomas? ¿De centros sociales? Bueno, pues éste es aún más raro. Pura subversión. Todo el mundo habla de él, ¿no has oído nada? -Atraviesan la iglesia y salen a un gran patio-. Ven -Niki sigue arrastrándolo

Jóvenes de mil colores, vestidos de modos diversos, con las gorras con la visera hacia atrás, cazadoras verde militar, sudaderas largas con las mangas hechas jirones colgando, y camisetas de manga corta encima de otras de manga larga, camisas abiertas y también piercings y cadenas y pinchos extraños. Y aún más moda e inventiva y fantasía. Les llega un olor de carne a la brasa, varias salchichas dan vueltas dentro de enormes sartenes. Una parrilla está preparada para tostar un poco de pan. Un cartel improvisado indica unos precios asequibles. Un vaso de vino, una cerveza, una grappa casera.

– ¿Qué quieres tomar?

– Una Coca-Cola.

– Venga, un poco de fantasía. ¡Aquí tienen de todo!

Una brisa ligera trae aromas de hierba y de alguna risa lejana. Alessandro huele el aire.

– Lo siento.

– Bien, yo me llevo un trozo de esa tarta de fruta y una grappa.

– Para mí un vodka.

– Ven, están tocando. ¿Sabías que de vez en cuando viene hasta Vinicio Capossela?

Junto al pequeño bar improvisado, un bajo, un guitarra y un batería, hábiles instrumentistas todos ellos, están improvisando un sonido a lo Sonic Youth. Un joven de voz ronca canta con un micrófonoo inalámbrico y subiendo los agudos, imita vagamente a Thom Yorke el de los Radiohead. Pero resulta demasiado melódico, y más bien cuerda a Moby. El bajista, un rasta con un camisón a cuadros, hace los coros. Delante de ellos, bailan dos chicas, divertidas, se acercan, se rozan, casi se desafían a golpe de pelvis. Niki sigue el ritmo mientras se come su trozo de tarta. Luego le da un sorbo a su grapa.

– ¡Madre mía, qué fuerte es! ¡Alcohol puro! -Y la deja sobre un viejo bidón que hay allí cerca-. Qué pasada esto, ¿no? Era una escuela. Todos éstos son potenciales consumidores de tu LaLuna…

– Ya…

– Aquí puedes robar sueños de todo tipo, sueños que, no obstante no mueren. Miedos, esperanzas, ilusiones, libertad. Los sueños no cuestan nada y nadie puede reprimirlos.

Alessandro sonríe y se toma su vodka. Luego mira a las dos chicas. Una lleva unos téjanos pintados con grandes flores, estilo años setenta. Parecen hechos a mano. La otra, un pequeño top de color claro anudado por debajo de los senos. Niki está limpiándose las manos en los pantalones cuando de repente alguien la coge de un brazo y la hace volverse a la fuerza.

– ¡Ay! Pero ¿de qué vas?

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Es Fabio. Lleva una gorra de estilo marinero. Pantalones holgados y negros, Karl Kani, de talla enorme, y una camiseta deportiva Industrie-cologiche en la que se puede leer «Fabio Fobia». Y también sus «boots». El perfecto MC, o lo que es lo mismo, maestro de ceremonias. Detrás de él, Cencio, el breaker del grupo de Fabio, baila de un modo frenético en una competición de freestyle con otro chico, sin dejar de gritar.

– Hijos de la contracultura, sin miedo, sin miedo…

Fabio le aprieta con más fuerza el codo y la atrae hacia sí.

– ¿Y bien, mi querida Boo?

– Pero ¿qué quieres? ¡Suéltame! Me estás haciendo daño.

– ¿Quién es este Bama que está contigo? -Fabio mira a Alessandro que se acaba de dar cuenta de la escena y se acerca con su vaso de vodka en la mano.

– ¿Qué pasa?

– ¿Y a ti qué cojones te importa, bama?

– ¿Bama? ¿Y eso qué quiere decir?

– Quiere decir que no te enteras de una mierda y que te vistes fatal.

– Niki, ¿estás bien, todo en orden?

Pero Alessandro no tiene tiempo de acabar la pregunta. Fabio empuja con fuerza a Niki contra una pared. Después carga la derecha con todo su peso y golpea de lleno la mandíbula de Alessandro que abatido por la rabia de aquel puñetazo, cae al suelo.

– Hala, vuelve ahora a hacer la pregunta y respóndetela tú sólito ¡Bobo de los cojones!

Cencío se da cuenta.

– ¡Dabuten, bang, bang, bang!

Y pasando de todo y de todos, continúa bailando como un loco metido totalmente en su desafío de freestyle.

Fabio Fobia escupe al suelo y se va. Desaparece veloz entre unos jóvenes que acuden asustados al ver a aquel tipo por el suelo. Niki también se le acerca. Se arrodilla a su lado.

– Alex, Alex ¿estás bien? ¡Traed un poco de agua, rápido! -Niki lo abofetea con suavidad para que recupere el sentido.

– Apartaos, apartaos, dejadme pasar. -Un chico joven se abre camino entre la gente y se arrodilla frente a Niki. Con el pulgar le abre a Alessandro un ojo, le sube el párpado. Mira a Niki con cara seria.

– ¿Ha fumado demasiado? ¿Ha bebido? ¿Se ha tomado alguna pastilla?

– ¡Qué va, un gilipollas le ha dado un puñetazo!

Llega alguien con un vaso de agua. Se lo da a Niki, que mete dentro las puntas de los dedos. Salpica a Alessandro en la cara y éste poco a poco se recupera.

– Ya está mejor. Gracias.

El joven suspira.

– Menos mal. Era mi primer paciente.

Una de las dos jóvenes que estaban bailando, se acerca con curiosidad.

– Disculpa, ¿tú eres médico?

– Bueno, aún no. Estoy en cuarto.

– Ah, lo decía porque siempre me duele aquí en el brazo cuando doblo.

– Déjame ver. -Y se alejan, inmersos a saber en qué futuro diagnóstico de un caso que en potencia podría ser también sentimental.

Alessandro se apoya en los codos y sacude la cabeza para recuperar la lucidez. Sigue aturdido.

– Madre mía qué hostia… -Se palpa la mandíbula-. Uf. Me duele una barbaridad.

Niki lo ayuda a levantarse.

– Sí, ese gilipollas golpea duro.

– ¿Quién era?

– ¡Mi ex!

– Vaya, sólo me faltaba eso…

Niki le pasa un brazo por la cintura. Lo ayuda mientras se alejan de decenas de jóvenes que ya muestran una indiferencia total por lo ocurrido.

– Hice bien en dejarlo.

– De eso no cabe duda. En cambio, yo todavía tengo que pensar si hice bien en liarme contigo. Desde que te conozco he destrozado mi coche, me han llenado de multas y, para colmo, ahora hasta me he llevado un puñetazo.

– Mira el lado positivo de la cuestión.

– Para serte sincero, en este momento no veo ninguno.

– Hemos venido en busca de sueños y, como siempre, tú has sido el afortunado: has visto las estrellas.

– Ja, ja, qué chiste más gracioso. ¿Sabes que había logrado cumplir los treinta y seis años sin llegar jamás a las manos?

– Qué aburrido. Pues mira, esto te faltaba. Una experiencia más.

Alessandro la abraza y sigue quejándose. Exagera incluso.

– De todos modos, está claro que, después de todo lo que me ha pasado, te sentirás culpable y me darás otra bonita idea, un sueño realista que me hará ganar con los japoneses.

– De eso puedes estar más que seguro.

Llegan al Mercedes. Niki aparta el brazo.

– Por el momento, te voy a llevar a casa, donde me gustaría medicarte un poco.

– ¿Extracto de jazmín?

– No sólo. Hay también otros remedios… -Niki le sonríe-. ¿Conduzco yo?

– Sí, hombre, y así vamos directamente al hospital. ¡Trae para acá!

Alessandro le quita las llaves del coche de la mano y se sienta en el asiento del conductor. Niki se monta a su lado. Antes de arrancar, Alessandro la mira.

– Dime una cosa, ¿cuánto tiempo estuviste con él?

Niki sonríe.

– Probablemente demasiado. Pero ¡él tiene parte de culpa de que yo te guste tanto!

Y se van, en una noche apenas comenzada y con tantos sueños todavía por consumar.

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