Cincuenta y uno

Buenos días, mundo. No me lo podía creer. El profe de filo me ha dejado pasmada de verdad con su cambio de programa. De vez en cuando, hasta él sirve para algo. En lugar de seguir explicando Popper ha dicho:

– Hoy voy a hacer una locura.

– ¿Y qué es lo que hace normalmente? -ha susurrado Olly.

– ¿Habéis oído hablar alguna vez de Cioran?

– ¿Se come?

– No, Bettini, no es algo que se coma. Émile Cioran. Un filósofo… No, Scalzi, es inútil que te esfuerces en buscarlo en el índice del libro. No está. Me he concedido una pequeña licencia. Os explico Cioran porque me gusta. Y, en mi opinión, os impresionará. -Y ha sonreído. Yo no entendía nada.

– Sí, seguro -ha susurrado de nuevo Olly a Erica.

– Cioran nació en Rássinari, en Rumanía, en 1911. A los diecisiete años empezó a estudiar filosofía en la Universidad de Bucarest…

– Entonces es moderno, o sea, de ahora…

– Sí, De Luca, es del siglo xx. ¿Qué se creía, que la filosofía se acabó hace doscientos años? -Y después de soltar todo el bla, bla, bla lo ha dicho. Ha dicho la frase que nunca olvidaré-: Un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas, incluso. Un libro debe ser un peligro.

Lo dijo ese Cioran. Y yo entonces he levantado la mano. El profe me ha visto.

– ¿Qué ocurre, Cavalli? ¿Quiere ir al baño?

– No. Quería decir que, en mi opinión, esa frase se puede aplicar también al amor.

Silencio. Todos callados. Y eso que a mí no me parecía que hubiese dicho nada absurdo.

– Cavalli, veo que ha salido de su habitual letargo invernal. La primavera le sienta bien. Me congratulo. Su asociación mental es muy aguda. Voy a ponerle un positivo.

Olly ha empezado a hacer todo tipo de aspavientos y muecas y a decirme en voz baja:

– Se congratula, ¿has oído? ¡Se congratula!

Erica me ha guiñado un ojo y Diletta ha levantado el pulgar en plan emperador romano con los gladiadores. Estoy salvada. No me echarán a los leones. Qué fuerte. Gracias, Cioran.

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