Treinta y dos

Al llegar delante del instituto de Niki, Alessandro detiene su coche y se dedica a mirar alrededor, distraído. Unas chicas conversan alegremente, mientras se fuman el clásico cigarrillo de la salida de clase. Otros, que pasan de que sus padres puedan verlos, están apoyados en un ciclomotor y se besan casi con avidez. El muchacho, con la boca totalmente abierta, se abalanza sobre la de ella y hace gala de una lengua de malabarista. ¡Hay que joderse! Si yo tuviese una hija y viese una escena así, ¿qué diría? Lo más seguro es que no pasase por delante de su escuela. De todos modos, tampoco podría hacer nada. Si no aquí, irían a besarse a un jardín, o a un baño, o a cualquier otra parte. Mientras se limiten sólo a besarse… Es como si el muchacho lo hubiese oído, porque mete la mano por debajo de la camiseta de la chica; ésta abre los ojos, mira un momento, a su alrededor, luego sonríe, cierra los ojos, lo besa de nuevo y se abandona, dejándose hacer. Justo en ese momento, llega a su altura un tipo con pinta de macarra. Alessandro presta más atención. ¿Habrá pelea? ¿Una de esas peleas que he leído en los periódicos pero que nunca he visto? Qué va. El macarra aguarda un momento, después decide intervenir.

– ¡Venga, fuera de mi ciclomotor, que me tengo que ir!

El loco de los besos levanta un brazo al cielo.

– Bueeeno… Has tenido que escoger justo éste, ¿no?

El otro levanta el mentón.

– Pues sí, porque es el mío.

El buscón extiende los brazos.

– Está bien, está bien, sólo te digo que hasta tu ciclomotor se estaba poniendo cachondo…

Alessandro sonríe, pero de repente da un respingo. La puerta de su coche se abre de improviso y Niki se tira dentro.

– ¡Venga, deprisa, arranca, vámonos!

Alessandro no se lo hace repetir dos veces. Ella se esconde en el suelo, mientras él sale de la zona del instituto y dobla la esquina. Luego mira desde arriba a Niki, encogida bajo el asiento del copiloto.

– Eh, ya puedes subir.

Niki se sienta con tranquilidad a su lado. Alessandro la mira serio.

– ¿Será posible que cada vez tengamos que montar esta escenita porque tu madre esté esperándote en la escuela? No lo entiendo, no hemos hecho nada malo, sólo hemos tenido un accidente como tantos otros.

– ¡Hoy no ha venido mi madre!

– ¿Y entonces? Tanto mejor. Así pues, ¿por qué te escondes?

– Porque estaba mi ex.

Alessandro la mira con los ojos como platos.

– ¿Tu ex? ¿Y qué?

– Nada. No lo entenderías. Pero sobre todo…

– ¿Sobre todo?

– Es un tipo que puede llegar a las manos.

– Oye, yo no quiero inmiscuirme en vuestros asuntos.

– No te preocupes, no pasará nada. Por eso me he agachado.

– Pero es que yo no quiero que te agaches, yo quiero que no exista siquiera la posibilidad, que no haya ningún riesgo. Ni siquiera quiero conocer a este ex tuyo. No quiero…

– ¡Eh, eh! ¡Demasiados no quiero! ¿Sabes lo que me dice siempre mi padre? Que la hierba «no quiero» crece únicamente en el jardín del rey.

– Pero ¿qué dices? Ésa era la hierba «quiero». Y en cambio, en este caso, es «no quiero».

– ¡Bravo, te ha quedado muy bien la frase! Yo sé una de Woody Allen: los problemas son como el papel higiénico, tiras de uno y te salen diez.

– ¿Y qué quiere decir? ¿Que porque hemos tenido un accidente tenemos que tener diez más?

Niki alza las cejas.

– ¿Ya estamos discutiendo?

Alessandro la mira.

– No, estamos aclarando algunos puntos.

– Ah, vale. ¿Es para mejorar nuestra relación?

Alessandro vuelve a mirarla y sonríe.

– No, para darla por terminada.

– ¡Anda ya! -Niki apoya los pies en el salpicadero-. No entiendo por qué. Acabamos de conocernos, para ser exactos tú te me echaste encima, yo no hice nada, estamos empezando a conocernos… ¿Y tú decides dar por terminada nuestra relación?

– Quita los pies del salpicadero.

– Ok, los quito si seguimos manteniendo una buena relación.

– Una buena relación no se basa precisamente en condiciones; no hemos firmado ningún contrato.

– Ah, ¿no? Entonces ¡sigo con los pies en el salpicadero!

Alessandro intenta quitárselos con la mano.

– ¿Qué haces? ¿A que me pongo a gritar? ¿A que te denuncio? ¡Te abalanzaste sobre mí, destrozaste mi ciclomotor, me has raptado y ahora quieres violarme!

– En realidad, lo único que quiero es que quites los pies del salpicadero.

Alessandro lo intenta de nuevo y Niki se asoma por la ventanilla y empieza a gritar:

– ¡Socorro! ¡Ayuda!

Un tipo que está delante de un pequeño garaje con un ciclomotor, la mira asombrado.

– Niki, pero ¿qué haces? ¿Qué ocurre?

Ella se da cuenta de que se han detenido justo delante del taller del mecánico.

– Ah, nada… Hola, Mario. -Y se baja disimulando lo mejor que puede. Mario mira a Alessandro con desconfianza. Niki se da cuenta e intenta arreglarlo en seguida.

– ¡Mi amigo me estaba ayudando a ensayar una escena que tengo que hacer en el teatro!

Mario frunce el cejo.

– ¿También eso? Sabía que practicabas casi todos los deportes pero me faltaba lo del teatro.

– ¡Por eso mismo lo hago!

Mario se echa a reír mientras se frota las manos, que siguen sucias de la grasa y el aceite típicos de los mecánicos. Niki se vuelve hacia Alessandro y le sonríe.

– ¿Has visto? Siempre te cubro. -Y se aleja.

Alessandro intenta responder «¿Siempre, cuándo?», pero Niki ya está montada en su ciclomotor. Prueba a mover a izquierda y derecha la rueda delantera.

– ¡Eh, creo que está perfecta!

Mario se pone serio y se le acerca.

– Está perfecta. Veamos, le he cambiado la llanta delantera y la he vuelto a poner en su sitio y he alineado la trasera. El chasis sólo se había torcido un poco y por suerte he podido volver a enderezarlo, y como los neumáticos ya estaban lisos del todo, te los he cambiado.

– Vale. ¿Y cuánto te debo?

– Nada…

– ¿Nada?

– Te he dicho que nada. ¿No dijiste que no era culpa tuya?

– Por supuesto que no. -Niki sonríe orgullosa, mirando a Alessandro.

Mario extiende los brazos.

– Todo lo que te he hecho de más, se lo cargamos al tipo que se te echó encima. ¡Y mira que tu ciclomotor es duro! A saber en qué estaría pensando cuando te arrolló. Tenías que haber ido al hospital, Niki, y hacer que te diesen algún día y algunos puntos del seguro. ¡Esos cabrones tienen que pagarlo de alguna manera! -Niki mira a Mario y sonríe, intentando hacer que se calle. Pero Mario no se percata en absoluto de sus miradas. Es más, sigue y cada vez se pone más pesado-. Más caro de lo que lo pagaron en su momento, cuando robaron el carnet de conducir.

Alessandro no puede más y explota.

– ¡Oiga, a lo mejor iba un poco distraído y me le eché encima, pero el carnet me lo saqué honestamente! ¿Está claro?

Mario mira a Niki. Después a Alessandro serio. Luego a Niki otra vez. Y sonríe.

– Ya entiendo… ¡estáis actuando otra vez, ¿eh?! Ensayando vuestra escena de teatro…

Alessandro levanta la mano y lo manda a paseo. Después se va rápidamente hacia su coche, abre la puerta y se sienta dentro. Mario mira a Niki.

– Vaya, sí que es quisquilloso tu amigo.

– Lo sé, lo hicieron así. Pero ya verás cómo mejora.

– Eso será si sabes hacer milagros.

Niki coge el ciclomotor y lo arranca. Después se acerca a Alessandro, que baja la ventanilla.

– ¿Todo ok? ¿Va bien? ¿Funciona? -le pregunta él.

– Sí, perfecto, gracias. Has sido muy amable al acompañarme.

Mario baja la persiana del taller.

– ¡Oh, qué bonitos los tortolitos! Estáis ensayando otra escena, ¿eh? Yo me voy a comer. Espero que me invitéis al estreno. -Y tras decir esto, arranca un viejo Califfone y se aleja.

Niki sonríe a Alessandro.

– Él es así, pero como mecánico es buenísimo.

– ¡Sólo le faltaba ser encima una nulidad de mecánico! Entonces ¡sí que hubiese cantado bingo!

– ¡Qué manera tienes de hablar! Ya no sabes distinguir la realidad… Confundes la simplicidad y la belleza con la irrealidad de tus anuncios. Cantar bingo… Tú estás pasado, completamente out.

Niki mueve la cabeza y se va. Poco después, Alessandro la alcanza y baja la ventanilla.

– ¿Por qué siempre tienes que ofenderte?

– Mira, la realidad nunca debiera ser ofensiva, lo contrario significa que algo no va bien. -Niki sonríe y acelera un poco.

Alessandro le da alcance de nuevo.

– Ah, ¿sí? Puede ser, pero da la casualidad de que el ciclomotor, las bujías nuevas, el chasis reparado… todo eso se lo debes a mi irrealidad.

Niki aminora hasta dejarse casi adelantar.

– Estupendo, entonces a todas esas cosas añádeles gasolina.

Alessandro se asoma por la ventanilla.

– ¿Cómo?

– Que me he quedado sin gasolina.

Alessandro aminora la marcha, aparta el coche, pone el freno de mano y se baja.

– Perdona, pero no lo entiendo. ¿Ese mecánico tan genial no podía haberte echado un poco de gasolina para que pudieses llegar a casa?

– Pero ¿qué dices? ¿No lo sabes? Normalmente, lo que hacen, es sacar la que queda. A veces, para trabajar, la tumban en el suelo, y entonces el asiento se pondría perdido por debajo.

– ¿Y ahora qué hacemos?

– Echa un poco más atrás el coche. ¿Tienes un tubo?

– ¿Un tubo?

– Sí, para aspirarla de tu depósito…

– No, no tengo. -Alessandro se sube al coche retrocede un poco-. ¿Te crees que voy por ahí con un tubo?

Niki abre el cofre de su ciclomotor.

– ¡Qué suerte… yo tengo uno!

Saca un tubo verde de los de manguera, de más o menos de un metro y medio de largo.

– Estaba segura de que mi hermano me lo había mangado.

– ¿Tu hermano? ¿Cuántos años tiene?

– Once.

– ¿Y tiene moto?

– No, pero un amigo suyo, un tal Vanni, a quien en casa llamamos el espárrago, le ha pegado la afición a los coches con motor de explosión teledirigidos.

– ¿Y qué?

– Pues que todos los días se van al Foro Itálico y mi hermano utiliza mi gasolina para sus carreras.

– Vaya, qué detalle.

Niki ha acabado de desenroscar el tapón de su ciclomotor y abre también el del depósito del Mercedes de Alessandro. Mete el tubo con fuerza. Varias veces.

– Ya está. Por cierto, te he roto la redecilla.

– ¿De qué me estás hablando?

– Pues que para meter el tubo, he tenido que romper la redecilla que hace de filtro. De todos modos, cuando lo lleves para la revisión te la montan de nuevo, ¿no?

– Pues claro que sí, no faltaba más. Total, un daño más, un daño menos…

– Aquí tienes. -Niki le da el tubo verde.

– ¿Qué tengo que hacer?

– Aspira.

– ¿Qué?

– Aspira por el tubo y poco a poco, ve haciendo subir la gasolina. El tubo es un poco transparente y la verás. Cuando ya casi haya llegado al extremo, tapas el orificio con el dedo, y mantienes el tubo siempre por debajo de tu depósito.

– ¿Y luego?

– Luego lo metes en el depósito de mi ciclomotor y quitas el dedo. ¡La gasolina saldrá sola y tú habrás hecho una «chupada»!

– ¡Qué fuerte! Lo había oído decir, pero no me lo creía.

– Bueno, verás… ¿alguna vez has oído hablar de un tal Arquímedes…?

– Conozco perfectamente el principio de los vasos comunicantes, lo que pasa es que, no me podía creer que, todavía hoy, alguien siguiese utilizando ese método.

Niki mueve la cabeza y se echa a reír.

– ¿Tienes idea de la cantidad de gasolina que te habrán robado en tu vida con este método?

– ¿Tú crees?

Alessandro coge el tubo y está a punto de metérselo en la boca cuando se detiene.

– Perdona, pero si tan fácil es, ¿por qué no lo haces tú? La que necesita la gasolina eres tú. Es peligroso, ¿verdad?

– ¡Qué va! No lo hago porque el olor de la gasolina me molesta. No puedo chupar… en este caso.

Y, a propósito, lo mira provocativa. Alessandro alza las cejas. Niki mueve la cabeza.

– Y tampoco en la mayoría de casos. Venga, chupa.

Alessandro no se lo hace repetir dos veces. Aspira con fuerza, pegado al tubo. Una, dos, tres veces.

– ¡Aquí no sale nada!

Lo vuelve a intentar manteniendo el tubo más bajo, no se da cuenta y de golpe le llega toda la gasolina a la boca.

– ¡Puaj! -Se saca el tubo de la boca y empieza a toser y a escupir-. ¡Qué asco, qué asco! ¡Puaj!

Niki coge rápidamente el tubo y lo levanta, interrumpiendo de este modo la salida de la gasolina.

Alessandro se apoya en el coche.

– Oh, Dios, qué mal me siento. Debo de habérmela tragado… ¿Tengo que vomitar? Me he envenenado.

– ¡Qué va! -Niki se le acerca. Alessandro permanece inmóvil. Niki se le acerca aún más, se aproxima poco a poco a su rostro.

Alessandro piensa que es una extraña manera de agradecérselo, allí, en plena calle, delante de todos. De cualquiera que pase. Aunque por el momento no pasa nadie. Alessandro cierra los ojos. Niki, con su perfume suave, cada vez se le acerca más. Más. Y más… Alessandro da un largo suspiro. Niki se detiene de repente. Está muy próxima. Empieza a oler. Una, dos, tres veces.

– ¡No me lo puedo creer!

Alessandro abre los ojos.

– ¿Qué es lo que no puedes creer?

– ¡Tu coche es de gasoil!

– Sí, ¿por qué?

– ¡Porque mi ciclomotor es de gasolina! Menos mal que te lo has bebido. ¡A saber la de daño que hubieses podido hacer todavía!

– No, ni lo sé ni lo quiero saber.

– Perdona, pero me lo podías haber dicho antes, ¿no? Así no habríamos perdido miserablemente el tiempo. Tú mismo lo dices. El tiempo es oro.

– En este caso, también mi camisa y mi chaqueta lo son.

Niki pone el tapón del ciclomotor y también el del depósito del Mercedes.

– Te las llevaré yo a la tintorería, ¿vale? Acuérdate de dejármelas luego.

– Pues claro; no faltaba más, te doy la chaqueta y la camisa y me voy al despacho desnudo de cintura para arriba.

– Perdona, pero tú dijiste que eras un creativo. Un creativo es un artista, ¿no? Y si te apetece ir por ahí así, ¿qué más te da si se ríen? Oye, por casualidad, ¿no tendrás una garrafa en el coche? Podríamos ir a buscar gasolina y volver después.

– No llevo garrafas en el coche.

– Ya lo sospechaba. Bueno, no queda otra solución, de modo que sube al coche. Va.

Alessandro se monta. En cambio, Niki se queda sobre el ciclomotor, al lado del coche, junto al lado del copiloto. Alessandro no comprende.

– Perdona, pero ¿no vienes? Me has dicho que te habías quedado sin gasolina. -La fulmina con la mirada-. ¡No me digas que era una broma!

– ¡Qué broma ni qué broma! Se me ha acabado en serio. Venga, arranca, ve despacito y sin sacudidas, ¿eh? Que yo me agarro.

– ¿Qué? -Alessandro la mira perplejo.

– Me agarro a la ventanilla con el brazo, tú me llevas a la primera gasolinera que encuentres, echamos gasolina, es decir, yo la echo y tú la pagas, y después nos despedimos, es decir, yo me despido.

Alessandro mueve la cabeza, arranca y empuja la palanca del cambio automático. El Mercedes sale lentamente.

– Muy bien, despacio despacio, así.

El brazo de Niki se extiende, Niki se sujeta con fuerza. El ciclomotor empieza a moverse. Niki extiende el brazo del todo, ya no se sujeta con tanta fuerza. El Mercedes va tirando y a su lado también el velomotor. Niki le sonríe.

– Muy bien, lo estás haciendo de maravilla.

Alessandro la mira.

– Gracias.

– Mira la carretera.

Alessandro vuelve a mirar hacia delante, sonríe.

– Tienes razón. -Y luego vuelve a mirarla. Niki está totalmente echada hacia delante. Pero lo mira y también ella le sonríe.

– ¡La carretera!

– Sólo quería ver si todo iba bien. ¿Va todo bien?

De repente una voz a sus espaldas.

– No, no va bien en absoluto.

La patrulla de la policía se acerca al coche de Alessandro. Por la ventanilla aparece una paleta que se mueve arriba y abajo.

– Deténgase, por favor.

Alessandro echa la cabeza hacia atrás.

– No me lo puedo creer. -Detiene lentamente el coche. Y, al bajar, todavía se lo cree menos. Los mismos policías. Serra y Carretti. Ya se acuerda hasta de los apellidos. Serra se dirige hacia él sin dejar de golpearse en la palma de la mano con la paleta.

– ¿Y bien? Desde luego, es usted un reincidente. Pero ¿qué está haciendo? ¿Una carrera a ver quién pierde más puntos del carnet en menos tiempo? No se moleste en explicárnoslo, ¿eh? Porque no entendemos nada.

Alessandro intenta sonreír.

– No, el que no entiende nada soy yo. Parece que sólo me persiguen a mí.

Carretti se le acerca con expresión seria.

– Nosotros estamos de patrulla. Tenemos nuestros turnos, nuestra ronda y, sobre todo, nuestra zona. Y usted está en nuestra zona. De modo que, o cambia de barrio, y así conocerá a nuestros compañeros, o cambia su manera de comportarse… que posiblemente sea lo mejor.

Niki se baja del ciclomotor y se ajusta la camiseta, componiéndose un poco.

– Sí, tienen razón, disculpen, pero la culpa es mía. Me he quedado sin gasolina y le he pedido que me llevase a una gasolinera.

Alessandro interviene pero decide no explicar la tentativa fallida de aspirar la gasolina.

– Y como yo no tenía ninguna garrafa…

– Claro, porque de lo contrario, usted hubiese llenado la garrafa de gasolina y luego se hubiese ido a dar una vuelta, ¿no?

– Pues claro. ¿Qué iba a hacer si no?

– Entonces se ha librado de una buena, porque en ese caso hubiésemos tenido que llevarlo directamente a comisaría para hacer las comprobaciones pertinentes. Esa gasolina podía servir para la fabricación de cócteles molotov.

– ¿Cócteles molotov? Pero ustedes no están de patrulla. ¡Ustedes la han tomado directamente conmigo! Disculpen, ¿eh…?, pero ya se lo he dicho. ¡La chica se ha quedado sin gasolina en su ciclomotor!

– Oiga, ¿está levantando la voz?

– No, es que no logro entender…

– Yo diría que somos nosotros los que no le entendemos. Usted sólo crea problemas.

– ¿Yo?

Niki se mete en medio.

– Ok, ok, basta, no discutamos. ¿Saben si hay alguna gasolinera por aquí cerca?

Serra mira a Carretti, que cierra los ojos como diciendo «Vale, dejémoslo estar…».

– Sí, hay una aquí mismo, al doblar la esquina. Pero dejen el coche y empujen el ciclomotor.

– Ok, gracias -sonríe Niki-. Han sido muy amables.

Los policías vuelven a su coche. Serra se asoma por la ventanilla.

– Por esta vez pase, pero no nos gustaría volver a encontrarnos con otras situaciones desagradables. Por favor, no cree más problemas. -Y se van derrapando.

Niki empieza a empujar el ciclomotor. Alessandro coge las llaves, cierra la puerta del coche y luego aprieta el botón del mando a distancia conectando la alarma. Luego echa a correr tras ella y la alcanza.

– Venga, tú ponte ahí, que te ayudo a empujar.

Caminan en silencio. Niki lo mira y sonríe.

– ¡Por favor, Alex, te recomiendo que no crees problemas, ¿eh?!

– Ya, claro. Qué extraño, pero desde que te conozco no hago otra cosa.

– En realidad, empezaste a crearlos antes de mí, con tus rusas…

– Ah, ya.

Siguen empujando. Alessandro resopla bajo el sol.

– Apesto a gasoil, estoy sudando y, a lo mejor, hasta acabo pegándome fuego. Y ésta era mi hora de la comida.

– Virgen santa, qué pesado eres. Aprovecha y diviértete. Al menos es algo diferente a lo habitual, ¿no?

– Eso puedes darlo por seguro.

– Hay una cosa que no entiendo: ¿por qué cuando los policías se van siempre derrapan?

– ¿Qué es eso? ¿Una de las preguntas del Trivial? Quizá se trate de un defecto de sus coches. ¡El colmo hubiese sido que te agarrases a ellos con el ciclomotor, ja, ja! Venga, ya hemos llegado.

– ¿Tienes diez euros?

– Sí, claro. -Alessandro se mete la mano en el bolsillo y los saca de su cartera. Niki introduce el billete en el servidor.

– Apúntamelo.

– Olvídalo -replica Alessandro sonriente-. Ya he perdido la cuenta.

– Ah, ¿sí? Entonces ¡no te pago la tintorería!

Niki coge la manguera y la mete en el depósito del ciclomotor. Después, cuando la máquina indica diez euros, empieza a saltar sobre el tubo de la manguera que está enrollado por el suelo. Niki salta cada vez más fuerte.

– ¿Y ahora qué estás haciendo?

– Echar gasolina. Mira, el distribuidor sigue girando. 10, 10 y 05, 10 y 20, 10 y 45,10 y 70, 11,00… ¡Es la única manera de protegerse de la subida del petróleo!

– Claro -Alessandro la detiene-, así, si vuelven a pasar esos policías, nos llevan directamente al cuartelillo.

Justo en ese momento oyen:

– ¡Niki! ¡Niki! ¡Menos mal que te he encontrado!

Es Mario, el mecánico, a bordo de su Califfone, que frena ante ellos.

– Mario, ¿qué haces aquí?

– Tengo que decirte una cosa importantísima, Niki… Recuerda que ahora no puedes correr. Es como si estuviese en rodaje. Los neumáticos nuevos están recubiertos de cera… ¡Como toques el freno, patapán, acabarás con el culo por el suelo!

– ¡Gracias, Mario!

El mecánico sonríe.

– De nada… no hay de qué… Es que estaba preocupado.

– ¿Has visto? -Niki mira a Alessandro-. ¡Ya te dije que es un mecánico buenísimo!

– ¡No es para tanto! Es mi deber… Sois vosotros que me habéis despistado con todas esas escenas teatrales. -Mario arranca su Califfone y se aleja meneando la cabeza.

– ¿Y ahora? -Niki lo mira.

– ¿Ahora qué?

– ¿Ahora cómo voy a Fregene? Tengo allí una competición esta tarde. -Niki ladea la cabeza un poco y abre los ojos, intentando por todos los medios parecer más mona-. Una competición en la que tenía unas ganas locas de participar…

– Nooo, nooo, ni hablar. ¡No hagas eso!

Niki se le acerca.

– Venga, ¿por qué tienes siempre que hacerte el duro en lugar de ayudarme?

– ¿Que no te ayudo? Desde que te conocí tengo montado una especie de «puesto de auxilio a Niki».

– Eso mismo, ¿ves cómo eres un tipo agradable? No te vayas a cansar ahora, ¿eh?

Alessandro cruza los brazos.

– Ni hablar, no pienso cambiar de idea sobre esa historia de Fregene.

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