Treinta y uno

– ¿Qué te pasa, por qué no hablas? -Mauro conduce su ciclomotor a toda velocidad entre el tráfico-. Eh, ¿por qué no hablas? -Paola le da un fuerte golpe en la espalda con la mano-. No hagas como si no me oyeses, que es contigo. ¿Qué te pasa, te has cabreado?

– No, no me pasa nada.

– Sí, con esa cara y no te pasa nada… A mí me lo vas a contar. Todavía…

Mauro entra en la calle que lleva a casa de Paola pero se pasa de largo.

– Eh, pero ¿estás lelo? ¡Yo vivo en el número treinta y cinco!

Mauro sigue un rato, después detiene el ciclomotor y se baja. Paola hace lo mismo. Se quita el casco.

– Virgen santa, cuando te comportas así eres insoportable. ¿Qué pasa, qué demonios te pasa, se puede saber qué te pasa?

– Nada, nada y nada.

– Nada es la respuesta de los anormales. Desde que se ha acabado el rodaje, no has abierto la boca una sola vez, no te has despedido de nadie y tienes unos morros de aquí a Lima… ¿Se puede saber qué te pasa? Virgen santa, haces que te trate como a un niño.

– Nada. Me ha molestado una cosa.

– ¿Qué? ¿La escena que hemos rodado? Estábamos jugando a baloncesto. Justo por eso me eligieron, ¿no? Porque soy alta y porque he jugado un poco a baloncesto. Y al final he sonreído a la cámara y he dicho la primera frase de mi vida: «No puedo perder…» Ni siquiera he mencionado el producto. Y vas tú y te lo tomas a la tremenda. ¿Es que no puedes alegrarte por mí? No, dímelo. ¿Qué es lo que te ha sentado tan mal?

– Hasta entonces nada.

– ¿Y después qué?

– Cuando te has ido con el director.

– Ya estamos… lo sabía. -Paola empieza a caminar alrededor del ciclomotor, presa de un ataque de rabia-. Vaya si lo sabía… ¿Sabes lo que he hecho? Pues simplemente he ido a despedirme del director, como hacen todas las chicas educadas y amables, y él, entre otras cosas, me ha preguntado si tú eras mi novio…

– Sí, ya he visto que estabais hablando.

– Sí.

– Y luego te ha dado una hoja de papel.

– Sí, un folio. -Paola rebusca y lo saca de su bolsa-. Aquí está. ¿Y sabes lo que hay escrito en él, eh, lo sabes? Pues mira. Míralo bien.

Se lo pega en la mismísima cara. Mauro se aparta, molesto.

– Así no puedo leerlo.

– Entonces te lo leo yo. Es un número de teléfono. 338… y lo que sigue, sólo que no se trata de su número. ¿Lo entiendes? Es de un fotógrafo. ¡Un fotógrafo! Y también hay una dirección. ¿Y sabes por qué? Porque ha sido amable. Porque se ha dado cuenta de que estaba con un chico. Este papel es para ti. -Y se lo arroja con rabia-. Me ha dicho que estaban buscando a un chico para otro anuncio, un tipo barriobajero pero guapo, como tú… ¿Lo entiendes? Te ha hecho varios cumplidos y me ha aconsejado un fotógrafo para que te hagas unas fotos sin que te salga muy caro. Éste es su número, ¿lo entiendes? Y lo de abajo es la dirección donde tienes que presentarte con las fotos. ¿Entiendes ahora o no? O sea, que yo he sido amable, el director generoso y tú en cambio eres el gilipollas que me ha amargado el día.

Mauro intenta abrazarla.

– Pero mi amor, ¿cómo lo iba a saber?

– ¿Y no sería más fácil preguntar antes de ponerte de morros? ¿Hablar? ¿Dialogar? No hacer como los animales.

– ¿Qué hacen los animales?

– Gruñen, como tú.

Mauro se agacha, se encoge y empieza a imitar a un cerdito. Aprieta la nariz contra el vientre de ella, la empuja y gruñe, intentando hacerla reír. Pero Paola sigue enfadada.

– ¡Déjame, que me haces daño! -Se aparta y cruza los brazos-. ¡Venga, ya basta! Estáte quieto. No me haces la menor gracia. Me has puesto de mal humor. Es absurdo. Siempre me parece que estoy saliendo con un niño pequeño. Pero por lo menos los niños crecen. Y en cambio tú, haces lo contrario.

– Siempre… Vamos, no exageres, no siempre lo hago. Es la primera vez que te monto una escena por celos.

– Pero ¿qué dices? La montas siempre; cada vez que tienes ocasión.

– ¡¿Cuándo?!

– Casi siempre estamos solos, y entonces, ¿qué escena me vas a montar? Pero en cuanto hablo con alguien, como hoy, encima por hacerte un favor a ti, revientas.

– No olvides que los celos… son síntoma de amor.

– Ah, ¿sí?, ¿dónde has leído eso? ¿En un baci [2] de Perugia?

– Venga, cariño, no discutamos más.

– Basta, estoy cansada. Llevo trabajando desde las siete de la mañana, quiero irme a casa. Luego nos llamamos… -Paola coge el bolso que ha dejado apoyado en el ciclomotor y se aleja. Mauro vuelve a montarse y arranca. Poco después está de nuevo a su lado.

– Venga, mi amor, no seas así.

– Ya se me pasará, pero ahora déjame.

– Mañana voy a hacerme las fotos. ¿Me acompañas?

– No, ve tú solo. Yo a lo mejor tengo otra entrevista.

– ¿Con el director?

– ¿Y sigues? ¿Es que quieres discutir de verdad?

Mauro se detiene un poco antes de llegar a su portal y se baja del ciclomotor.

– De acuerdo, no discutamos. Anda, dame un beso.

Paola lo hace para quitárselo de encima. Mauro vuelve a montarse en su ciclomotor.

– Mañana me hago las fotos y después voy a esa dirección que me has dado, ¿está bien?

– Está bien, adiós. -Paola hace ademán de entrar.

– No apagues el móvil, a lo mejor más tarde podemos hablar un poco…

Paola cierra la verja.

– Si puedo no lo apago. Si no, lo apago. Ya sabes que mis padres lo oyen todo, se me pegan como lapas.

– Ok… Oye, ¿tú crees que ese director era maricón?

– Venga ya. -Paola menea la cabeza atónita y luego en el portal. Mauro la mira mientras lo hace, después se guarda bien el papel en el bolsillo de la chaqueta y se va.

Al llegar a la plazoleta de debajo de su casa, aparca el ciclomotor y le pone la cadena, pero cuando se incorpora, alguien sale de la sombra.

– ¿Mauro?

– ¿Quién es? Tus muertos, Cario, menudo susto me has dado.

Su hermano se dirige hacia él.

– Perdona, no quería asustarte. Oye, hoy he discutido un buen rato con papá. Ayer no viniste ni siquiera a cenar. Te estábamos esperando y ni avisaste. Tú siempre tienes que ir a la tuya, ¿no?

– No me jodas, Cario, me olvidé, ¿vale? Pero ya soy mayor, tengo veintidós años, no tres, y no pasa nada si un día no vengo a dormir.

– Sí, eres mayor, pero sólo de boquilla. Dejaste la escuela, ni siquiera acabaste los estudios y ahora hace ya como cuatro años que andas dando vueltas, ¿y qué haces?

– ¿Cómo que qué hago?

– Sí, ¿qué haces? ¿Es que no entiendes tu propio idioma?

– Virgen santa… -Mauro pasa junto a Cario, dejándolo atrás-. Te pareces a nuestro padre.

– No, si fuese él te hubiese dado ya de patadas en el culo. Es lo que ha dicho que hará.

– Entonces no vuelvo.

– Venga, no seas imbécil. ¿Será posible que no entiendas?

Mauro se dirige hacia su ciclomotor, le quita la cadena y la mete en el cofre.

– Mau, ¿por qué no te vienes a trabajar conmigo?, necesito un ayudante. No es difícil, aprendes el oficio, y se gana bastante… Si hay algo que nunca falta son cañerías rotas y váteres para montar. Si lo haces bien, podemos aceptar más trabajos y, cuando hayas visto de qué va, ya te espabilarás tú solo. No está mal, en serio.

Mauro se monta en su ciclomotor. Lo arranca.

– Mira por dónde, hoy he encontrado trabajo. Pero no te voy a decir nada, porque, tal como sois, al final aún lo perderé. Me traéis mal fario. -Y sale a todo gas, dejando a su hermano solo en la plazoleta.

Загрузка...