Treinta y seis

Luna alta en el cielo, pálida, lejana. Luna igual para todos. Luna para ricos, pobres, tristes. Luna para las personas felices. Luna, luna, tú… «No te fíes de un beso a medianoche… Si hay luna no te fíes…» La vieja canción.

Mauro aparca frente al pub. Baja. Levanta el asiento, lleno de cortes, estropeado sin remedio. Por el agujero asoma un poco de gomaespuma. Parece un panettone echado a perder. En el fondo, como su joven vida. Quita el tapón del depósito y sacude el ciclomotor. Las exhalaciones de gasolina y el olor permiten adivinar que allí dentro todavía hay posibilidad de un poco de camino.

– Bueno, al menos puedo volver a casa.

Entra en el pub y se acerca a la barra.

– Una caña.

Un joven muchacho ya un poco avejentado, con un cigarrillo apagado en la boca y pocas ganas de trabajar en las manos, coge un vaso que está sobre su cabeza. Lo aclara, lo pone boca abajo para que se escurra el agua que se ha quedado dentro y lo coloca bajo el grifo de cerveza. Lo abre y sale la cerveza, fresca y espumosa y el vaso de 0,4 litros se llena rápidamente. Después coge una espátula y la pasa por el borde del vaso manteniéndola a 45°, para quitar el exceso de espuma. Por ultimo, sumerge el vaso en agua para limpiar las gotas que han caído por fuera y que podrían manchar las manos.

– Método belga. -Y se la da a Mauro. Él la coge y se la lleva ávido y sediento a la boca.

– ¿Me pones otra?

A su espalda una voz y, acto seguido, una palmada.

– Hola, colega, en una noche como ésta apetece una birra, ¿eh?

Es el Mochuelo. Le sonríe y empieza a hablarle de esto y de lo de más allá, de tremendos tiroteos y de cosas que a lo mejor son ciertas.

– Oye, ¿te acuerdas de aquel al que llamaban el Jenizaro? Me lo encontré el otro día en el centro, tenía un todoterreno, ¿para que te voy a contar?, un sueño. El Hummer nuevo, que es más pequeño, amarillo con los bordes negros y dentro una piba de caerse de culo. Bueno, la tuya tampoco está nada mal, ¿eh? Es muy alta. ¿Cómo se llama?

– Paola -replica Mauro, vagamente molesto por el hecho de que le hable en esos términos de su novia. Pero en el fondo se trata de un cumplido, piensa.

– Hermosa. Fiel. Nada que objetar. Hasta se contenta con un ciclomotor… -El Mochuelo lo mira y enarca las cejas, después toma un sorbo de cerveza y se seca la boca con la manga de la chaqueta. Deja el vaso en el mostrador casi golpeándolo-. Pero ¿por qué no me echas una mano? Esto está chupao. Es que han trincado a Memo, el que siempre iba conmigo, ¿te acuerdas? Sí, hombre, tienes que haberlo visto mil veces; gordo, con los ojos saltones. Tío, llevo arrastrándolo toda la vida.

– ¿Quién? ¿El Búho?

– Ese mismo. Lo cogieron hace una semana. Un robo en el InterCoop de la Casilina. Joder, es del género idiota. En los grandes supermercados de la tangencial siempre hay pasma fuera, ¿es que no lo sabe? Y, además, nunca se debe actuar solo… Eso le pasa por avaricioso. Quería llenar sólo su bolsillo y al final ha acabado en la trena, a comer lo que allí le echen. -El Mochuelo se echa a reír. Después lo piensa mejor y se entristece-. Por lo menos dimos diez golpes juntos y nunca tuvimos ningún marrón. Joder, éramos el Mochuelo y el Búho.

– No te preocupes, ya verás cómo lo sueltan pronto.

– Qué va. Tenía ya dos condenas, por lo menos le caen cinco años.

Mauro enarca las cejas y se toma su cerveza, porque no sabe bien qué responder. El Mochuelo lo mira. De repente se muestra lúcido y astuto.

– Oye, ¿por qué no te vienes a dar una vuelta conmigo? Anda. Tengo cuchados dos, tres que son fáciles de verdad; un juego de niños. Y al menos tocamos a cinco mil por cabeza -Mauro niega con la cabeza.

– No, no.

El Mochuelo insiste.

– Venga ya… -Le da un golpe con el hombro-. Formaremos equipo, como cuando estábamos en el cole y jugábamos por detrás de la plazoleta de la Anagnina… ¿Te acuerdas del campeonato de los Castelli? Nos llamaban las estrellas gemelas, como la canción de Eros en plural, ¿eh?

– La verdad es que no me acuerdo.

– Venga, tío. Si hasta te he encontrado un mote.

– Espera, deja que lo adivine… ¡el Lechuza!

– Oye, ¿qué quieres, tocarme los cojones?

– ¿Por qué te ofendes?

– Contigo… Mira, después de que trincasen al Búho, decidí cambiar de rapaz. Siempre te veo solo, no te tomas confianzas. Tienes una sola mujer, joder, me gustas. Había pensado en Halcón. O Águila. ¿Sabías que las águilas se acoplan en pleno vuelo? No tiene nada que ver, pero lo vi en la tele. Así, sin más. Ñaca. -El Mochuelo hace un gesto con el puño cerrado, como imitando un acto de amor rebelde, veloz, ávido, rabioso, salvaje-. En pleno vuelo, ¿te imaginas?

Mauro le sonríe.

– En cambio yo, prefiero seguir con los pies en el suelo. La idea de acabar en la trena no me seduce en absoluto. Y la idea de no poder ver a mi Paola me gusta aún menos.

El Mochuelo mueve la cabeza y le da un largo sorbo a su cerveza. También Mauro se acaba la suya.

– Como quieras, Mauro -dice el Mochuelo resignado-, yo estoy aquí. Lástima, las estrellas gemelas hubiesen vuelto…

Mauro sonríe de nuevo.

– Si me llamas para un partido de fútbol, en seguida estoy en el campo.

También el Mochuelo le sonríe.

– Deja, deja, pago yo.

– No, no, hoy me toca a mí. -Paga las dos cervezas. Después sale del bar y lo saluda desde lejos, levantando la barbilla, simplemente; con ese gesto que sólo se hace entre amigos.

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