Setenta y cinco

– Bah, Flavio es un hipocondríaco crónico. -Pietro se reúne con los demás en la mesa que hay al fondo del local de la Soffitta-. Si siempre estás así, ¿qué juego vas a hacer ni que nada? Te arruinas la vida y basta. En ese caso, quédate en casa, relajado, mira una película, pero que no sea de miedo, ¿eh? ¡Te daría un infarto!

– Venga, pobre, debe de ser terrible para él.

– Pues, imagínate para nosotros, cuando pone esa cara de moribundo.

Enrico abre la carta. Pietro se la cierra.

– Venga, sabes de sobra lo que dan aquí. Pizza al peso de tres o cuatros gustos diversos.

Alessandro golpea la mesa divertido.

– ¡Yo quiero una D'Annunzio! Me estoy muriendo de hambre…

– ¿Y tú comes ajo, cebolla y chile? -pregunta Pietro con malicia.

– Bueno, después los digiero.

– Ya, pero… vista la cita especial que tienes después…

– ¡Sí, con mi cama! Luego me voy a casa, no tengo cita ninguna.

Pietro se queda un momento en silencio.

– Hummm… -y abre el menú-, veamos…

Alessandro se lo cierra.

– Disculpa, pero has dicho que te lo sabías de memoria.

– Sí, pero no me acuerdo bien de lo que lleva la Centurión…

– Tú a mí no me engañas. ¿Por qué disimulas con la carta? Has puesto una cara rara. Y has dicho «hummm»…

– Pero ¿qué dices?

– Sí, has puesto una cara rara. Nunca la pones porque sí. Y nunca dices «hummm» por nada.

– Es que no es nada.

– Nunca dices que no es nada por nada.

Pietro mira a Enrico. Luego, de nuevo a Alessandro.

– Vale. ¿Qué quieres saber?

– ¿Qué significaba ese «hummm» mezclado con tu cara rara?

– ¿Aunque ello pueda dañar nuestra amistad?

– ¿Tan grave es? Dispara.

Pietro se inclina hacia él.

– Vale. Dame la mano. Prométeme que te diga lo que te diga no tendremos problemas.

– ¿Problemas de qué tipo?

– Del tipo de dejar de ser amigos.

– Oye, Pietro, acaba de una vez y dímelo.

– Dame la mano.

Alessandro le tiende la mano, Pietro se la estrecha y no se la suelta.

– Si te lo digo, me deberás un favor, ¿ok?

– ¿Encima? ¿Y a ciegas además? No cuentes con ello.

– Entonces lo dejamos correr. -Pietro retira la mano.

– Ok, ok. Seguiremos siendo amigos y te debo un favor, pero procura que sea algo razonable… Venga, dime.

Pietro mira a Enrico. Después a Alessandro. Luego a Enrico. Y de nuevo a Alessandro. No sabe cómo decírselo. Se lanza.

– Vale. Niki tiene una peli porno. Creía que la vería esta noche contigo.

Se hace un silencio gélido.

– ¿Y tú cómo lo sabes?

– Porque se la he dado yo.

– ¿Qué? -Enrico abre unos ojos como platos-. ¿Le diste una peli porno a Niki?

– Oye, ¿qué te crees? Entré en el videoclub para devolverla y Niki estaba en la caja, esperándola.

– ¿Precisamente ésa?

– No sé bien si ésa en concreto o una cualquiera, pero seguro que una peli porno. Llevaba una lista en la mano. Cogió esa de Jessica Rizzo. Buena, intensa. Ella hace ciertas…

– Basta, estás diciendo gilipolleces.

Pietro lo fulmina con la mirada.

– Ya está. Lo sabía. ¿Nuestra amistad corre peligro?

Silencio.

Pietro insiste.

– ¡Responde!

– No, no, claro que no.

– Entonces, ¿cómo puedes pensar que te digo gilipolleces, crees que estoy bromeando?

Alessandro suelta un largo suspiro.

– Está bien, Niki ha sacado una porno. Y no para verla conmigo. A lo mejor la ve con sus amigas.

Pietro lo mira súbitamente sonriente.

– ¿Son así, en serio?

– Bueno, según lo que me ha contado, una es un poco rara. Podría ser… A lo mejor lo hacen para divertirse un poco, para echarse unas risas, seguro que les da curiosidad saber qué es lo que vemos nosotros los hombres en ese tipo de películas.

Al ver que la cosa toma un cierto cariz de experiencia educativa, Pietro se siente bastante desilusionado. Entonces, Alessandro mira a Enrico, que mantiene la vista baja.

– ¿No, Enrico? Puede ser, ¿no? ¿Tú qué crees?

Enrico levanta la cabeza y lo mira.

– No, a mí no me lo parece. -Y se vuelve hacia Pietro-. ¿El DVD lo devolviste en el Prima Visione de Parioli?

– Sí, ¿cómo lo sabes?

– Cuando iba al partido vi a Niki por el camino.

– Debía de ir hacia allí.

– No, más bien acababa de salir.

– Pues ya se debía de ir.

– No. Estaba con un chico.

– Sería un amigo.

– Estaban abrazados a la puerta del videoclub.

Alessandro se queda blanco. Pietro se da cuenta y rápidamente intenta reconducir la situación.

– A lo mejor no era ella, tal vez te confundiste.

– ¿En el mismo lugar, a la misma hora y después de coger el DVD que tú llevaste? Además, no es fácil confundirse con esa chica.

Justo en ese momento, llega a la mesa una camarera joven, baja y rechoncha, con un piercing enorme en la nariz y algunas mechas naranja en el pelo. Abre su libreta para anotar el pedido.

– ¿Ya lo saben? ¿Qué van a comer?

Alessandro se levanta de golpe, aparta la silla y sale del local.

– Eh, ¿yo qué he hecho?

– Nada, nada, señorita. Sí, sí ya sabemos lo que queremos… Tráiganos cerveza en abundancia. ¿Tienen pizza Desesperada?


Alessandro está en la acera. Coge el móvil, busca en la agenda de nombres y marca un número. Aprieta la tecla verde. Uno, dos, tres timbrazos. Venga, joder. Joder. Responde. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde estás? Cuatro. Cinco. Responde. Siempre llevas el jodido móvil en el bolsillo. Cógelo ya. Seis. Siete.

– ¿Sí?

– ¿Niki? ¿Dónde diablos estás? ¿Dónde estabas, dónde te habías metido?

– En el baño. Me estaba lavando el pelo. ¿Te pasa algo?

– ¿A mí? ¿Qué te pasa a ti?

– ¿A mí? Nada, he estado estudiando un rato y ahora me voy a la cama.

– ¿Y no has hecho nada más?

– No… Ah, sí, cómo no, el gusano de mi hermano, con la ameaza del vídeo aquel que nos grabó, me ha obligado a que fuera a buscarle una película porno para él y el depravado de su amigo Vanni. Me he encontrado a tu amigo Pietro. Vaya personaje. Ha entrado a devolver una peli porno con una tal Jessica algo. ¿No te lo ha dicho?

Alessandro se detiene. Recupera un poco el aliento. Se relaja. Recupera la sonrisa.

– Ejem, no, se ha ido en seguida del campo. Tenía que volver a casa temprano.

– Ah. Luego he estado un rato con mi ex en la calle. Te dije que quería hablar conmigo, ¿no? El caso es que ha venido a buscarme al Prima Visione. Me ha montado una escena y ha intentado besarme. Y luego… Ha sido terrible.

– ¿El qué?

– Cuando te das cuenta de que ya no te importa nada alguien a quien habías querido tanto…

– Ya.

– Alex.

– ¿Sí?

– Sería hermoso seguir siempre así…

– ¿Cómo?

– Que me llames de repente en la noche, desesperado, sólo por oír mi voz.

Alessandro se siente culpable.

– Claro.

– Si ahora se acabase todo entre tú y yo, nos amaríamos toda la vida.

– Prefiero arriesgarme.

– Así me gusta. Nos llamamos mañana. Que duermas bien.

– Tú también… tesoro.

– ¡Me has llamado tesoro!

– Sí, pero no te lo tomes al pie de la letra.

– Caramba. Te voy a llamar el hombre-cangrejo. Un paso adelante y tres atrás. Pero cuando quieres… ¡eres un pulpo!

– ¡Espero volver a serlo muy pronto! Buenas noches.

– Alex, espera.

– ¿Qué?

– ¡No colguemos aún!

Alessandro se ríe.

– ¡Ok!

– ¿Cómo te ha ido el partido?

– Bien… ¡Hemos perdido!

– Entonces ¡te ha ido mal!

– No, no. No me gusta alterar mis costumbres.

– Entonces estáis todos cenando, como de costumbre.

– Sí, están todos ahí sentados, esperándome para pedir.

– ¿Y tú has salido sólo para llamarme?

– Sí.

– ¡Qué tierno! Venga, vete, cena al menos.

Se quedan un momento en silencio.

– ¿Alex?

– ¿Sí?

– Eso que estás pensando lo pienso yo también. -Y cuelga.

Alessandro sonríe, mira el móvil y se lo vuelve a meter en el bolsillo. Luego entra de nuevo en la pizzería. Pietro y Enrico dejan de beber su cerveza al verlo. Están preocupados, después sorprendidos. Ven que sonríe. Alessandro toma asiento.

– ¿Qué? ¿Pedimos?

– Pero ¿cómo, no estás enfadado?

– Demonios, esa mujer es la rehostia. No sé lo que se habrá inventado, pero te ha sentado bien.

– ¿Enfadado por qué? -Alessandro le birla la jarra a Pietro y da un largo trago, lleno de satisfacción.

Enrico mueve la cabeza.

– Prefieres no creernos, ¿eh? Y luego dices que el que ve visiones soy yo.

Alessandro coge también la jarra de Enrico y vuelve a beber. Luego se limpia la boca con la servilleta.

– Chicos, gracias a vosotros he llegado a una conclusión. El matrimonio es perjudicial. Lo vuelve a uno receloso. Hace que las cosas se vean distorsionadas.

– Ahora sé por qué te resistes… Bueno, nosotros también hemos llegado a una conclusión. -Pietro se frota las manos-. Ya sabemos qué favor pedirte.

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