Noventa y ocho

A la semana siguiente, Alessandro decide hacerse un regalo. El domingo por la mañana lo llama.

– ¿Quién te ha llamado esta mañana temprano?

– Alex.

La madre de Alessandro, Silvia, se acerca a su marido Luigi, en el salón y lo mira preocupada.

– ¿Un domingo por la mañana a esa hora? ¿Y qué quería, qué te ha dicho…?

– Nada. No lo sé. Me ha dicho: «Papá, me gustaría salir contigo.»

– Dios mío, habrá pasado algo.

– No es nada, tesoro, querrá contarme alguna cosa.

– Eso es lo que me preocupa.

Él le sonríe y se encoge de hombros.

– Bah, no sé… Me ha dicho: «¿Hay algo que te gustaría hacer conmigo y que nunca me hayas dicho?»

Silvia mira a su marido estupefacta.

– ¿Y se supone que no tengo que preocuparme?

Luigi se pone la chaqueta. Luego le sonríe.

– No. No tienes por qué. Cuando regrese te lo explicaré todo.

Llaman al timbre. Se va hacia la cocina y responde. Es Alessandro.

– Bajo en seguida.

Silvia le pone bien la chaqueta al marido.

– Cuánto me gustaría estar con vosotros.

Luigi le sonríe.

– Lo estarás. -Se dan un beso. Luigi sale y cierra la puerta a sus espaldas.

Poco después, está en el coche con Alessandro.

– Bien, papá, ¿has pensado ya lo que te gustaría hacer?

El padre le sonríe.

– Sí. Está en la carretera de Braciano.

Poco después, el Mercedes de Alessandro está aparcado bajo el sol caliente del mediodía.

– Vale, no apretéis demasiado el acelerador. Seguid las curvas y no frenéis, que es muy fácil perder el control. Por favor, no soltéis el acelerador en las curvas…

Alessandro mira a su padre. Está a su lado, con un casco rojo. Resulta cómico. Sonríe divertido como el más feliz de los niños a bordo de ese potente minikart.

– ¿Estás listo, papá?

– Y tan listo… Quien llegue el último después de diez vueltas paga, ¿estás de acuerdo?

Alessandro sonríe.

– De acuerdo.

Y arrancan, como improvisados Schumacher en esa extraña carrera. Alessandro se deja adelantar en seguida, pero no afloja. De vez en cuando, acelera, mira divertido a ese hombre de setenta años que toma las curvas con la cabeza inclinada hacia un lado, que cree que así se ayuda, con ese extraño juego de pesos.

Luego, más tarde.

– ¡Vaya…, me he divertido un montón! ¿Cuánto has pagado, Alex?

– Eso qué importa, papá. He pagado lo que debía. He sido yo quien ha perdido.

Se montan en el coche. Alessandro conduce tranquilo hacia casa. Su padre lo mira de vez en cuando. Decide ejercer un poco su papel.

– Todo va bien, ¿verdad, Alex?

– Todo bien, papá.

– ¿Seguro?

– Seguro.

El padre se relaja.

– Bien. Me alegra oírlo.

Alessandro mira a su padre. De nuevo a la carretera. Vuelve a mirarlo.

– Papá, estoy muy contento de que hayamos pasado el día juntos. Claro que ni me imaginaba que fueses a querer hacer eso.

Su padre sonríe.

– Puede que sea porque un hijo siempre espera más de su padre.

Se quedan un minuto en silencio. Luego Luigi empieza a hablar con tono tranquilo.

– ¿Sabes?, he estado un buen rato pensando en qué podíamos hacer. Luego me he dicho: cualquier cosa que le pida, a él no le apetecerá -se vuelve y sonríe a Alessandro-, en mi opinión, nunca estaré a la altura de tus expectativas. Así que, al final, he decidido que era mejor decirte simplemente la verdad. He pensado que sabrías apreciarlo y que no te decepcionaría.

Alessandro lo mira y le sonríe.

– Esto es algo que siempre había soñado hacer. Desde que era pequeño quería montarme en un minikart, pero nunca había podido.

– Y hoy lo has conseguido.

– Ya. -El padre lo mira levemente absorto-. Me has dejado ganar.

– No, papá. En serio que ibas muy rápido. Incluso has tomado una curva girando el volante al contrario.

– Sí, pero no he levantado el pie del acelerador, al contrario, he pisado más a fondo; de lo contrario hubiese perdido el control. Ha sido una carrera muy bonita.

– Sí, mucho.

Al llegar a casa de sus padres, Alessandro se detiene.

– Aquí estamos…

El padre lo mira.

– Cuando doy una pincelada de verde en la tela, no quiere decir que sea hierba, cuando la doy de azul, no quiere decir que sea el cielo.

Alessandro lo mira sorprendido. No entiende.

– Es de Henri Matisse. Ya sé que no tiene nada que ver, pero me gustó cuando la leí. -Luigi se baja del coche y se inclina para despedirse.

– ¿Sabes, Alex? No sé si un día me recordarás por esa frase que no es mía, o por la curva… no sé qué es peor…

– Lo peor sería que no te recordase.

– Eso por supuesto… Para mí al menos. Querría decir que no he sabido hacer nada bueno.

– Papá…

– Tienes razón. Dejémoslo. En el fondo, he conseguido derrotar a mi hijo a los setenta años. De todos modos, tu madre me va a acribillar a preguntas. Y lo que más le interesará saber es cómo te va con Elena, si ha vuelto a casa.

Alessandro sonríe.

– Entonces dile que has ganado la carrera de minikart… Y que yo estoy feliz.

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