Sesenta y ocho

Niki sale del portal. Mira a su alrededor. No sabe hacia dónde ir. Alessandro toca dos veces el claxon. Enciende y apaga las luces. Niki se cubre un momento los ojos con la mano para ver mejor, como un joven marinero haciendo de vigía, más sensual que todos los de Querelle de Brest. Entonces lo reconoce de lejos y, de inmediato, echa a correr hacia el coche. Alessandro le abre la puerta y ella se tira dentro.

– Venga, rápido, arranca, que mis padres están a punto de salir.

Alessandro arranca y, en un momento, están ya detrás de la esquina.

– Caramba… -Niki se echa a reír-, no te reconocía. Pero -mira a su alrededor- ¿qué haces con este coche? Por fin has comprendido que la verdadera creatividad viene del pueblo llano, ¿eh? Por eso has cogido este trasto destartalado, dime la verdad.

– ¡Qué va! Es de mi madre. Se lo he pedido y me lo ha prestado.

– No me lo puedo creer. ¿Has llevado el tuyo al taller? ¿No teníamos que hacer primero el parte? Mario, mi mecánico, te lo hubiese dejado como nuevo, y hasta te hubieses ahorrado una pasta.

Alessandro conduce divertido.

– No, no, el mío sigue tan abollado como lo dejaste. Éste lo he cogido por ti.

– ¿Por mí?

– Sí, tiene cambio de marchas.

Niki mira. Ve la mano de Alessandro entre los dos asientos. Justo en ese momento, Alessandro está metiendo la cuarta.

– Vaya… ¡gracias! Qué fuerte… Te has acordado de mí. -Entonces detiene un momento-. ¿Se lo has pedido a tu madre? Por el cambio de marchas, por mí… Pero ¡entonces le has contado también lo nuestro! -Y se le echa encima y lo besa, haciéndole dar un bandazo.

– ¡Estáte quieta, Niki, no vayamos a abollar éste también!

– ¡¿Más de lo que está?! -Niki se sienta bien de nuevo-. ¿Y cómo va a darse cuenta?

– Las madres siempre se dan cuenta de todo. Piensa que este coche lo usaba yo a tu edad. -Mientras lo dice, intenta quitarle peso a esa extraña verdad-. Ella se daba cuenta de si había fumado, de si había bebido o incluso de si había montado a alguien o de si había hecho el acto…

– ¿El acto? Pero ¿qué manera de hablar es ésa? ¡Madre mía, eres un carroza! Además, perdona, pero ¿hiciste «el acto» en este coche y ahora te atreves a llevarme de paseo en él? -Y se pone a pegarle en broma.

– ¡Oye, que han pasado veinte años!

– ¿Y qué? Todo lo que hiciste desde los dieciocho hasta ahora me vuelve loca. O sea, prácticamente desde que nací hasta ahora. Casi. Me gustaría volver atrás en el tiempo, como si fuese un DVD, para verte. O mejor no, hacerlo directamente en el cine. Sentarme en primera fila, con un cubo de palomitas, y mirar la película de tu vida en silencio, sin que nadie me molestase.

– Bueno, también yo podría decir lo mismo con respecto a ti. También a mí me gustaría estar en un cine y ver las escenas más importantes de tu vida.

– ¡Sí, pero lo que verías sería un cortometraje! ¡No te has perdido mucho! ¡Tienes la posibilidad de vivirlo todo de mí!

– También tú. El día más bello es aquel que todavía hay que vivir.

– ¡Lo que hay que oír! Eso te lo has inventado. ¿Y qué piensas hacer con todos los polvos que has echado en este coche? ¿O es que los has olvidado?

Alessandro la mira, vuelve la cabeza repetidamente hacia ella.

– No me lo puedo creer.

– ¿El qué?

– Estás celosa. ¿Sabes lo que dice Battisti?

– A estas alturas, lo sé todo de Battisti. Claro que lo sé. «Querida amiga celosa, es una pena, una enfermedad, que no puedas olvidarte de lo que no puedes saber de mí, todos mis amores precedentes te duelen más que un dolor de muelas, todos los besos que he dado no desaparecen por un agujero…»

– Estás empapada, ¿eh?

– Ya lo creo. Después de todas las recopilaciones y las interpretaciones de Enrico que he oído en los últimos tiempos…

– Entonces ya entiendes que también el hombre sufre. La misma canción continúa diciendo «En confianza, mi amor, yo también tengo algún problema, por no hablar de tus ex asuntos de cama».

– Sí, sí, ¡no me cambies de tema! ¡Confiesa! ¿Has hecho el amor en este coche o no?

Alessandro lo piensa un momento.

– No.

– ¡Júramelo!

– Te lo juro. Sólo un beso una vez en el drive in de Ostia.

– ¡El drive in! ¡Cómo mola! Yo sólo lo he visto en las películas.

– ¿Estamos en paz?

– A muerte.

– ¿Una paz a muerte?

– ¡Sí, es mi manera de decirlo cuando tengo unas ganas locas de no discutir!

– Vale, entonces me detengo para que puedas conducir. Pero no a lo bestia, ¿eh? Detente de vez en cuando.

Acerca el coche lentamente al borde de la carretera y se detiene. Niki pasa por encima de Alessandro.

– Niki, espera a que me baje.

– Venga no seas muermo, acabamos antes si pasas por dentro.

Y ejecutan un cruzarse confuso, se encienden los intermitentes, Alessandro se da un golpe en el salpicadero, «Ay», una pierna atravesada, Niki que ríe. «Pesas un montón…», y esos pantalones tejanos demasiado estrechos… Pero al final cada uno ocupa su nuevo asiento.

– ¿Arranco?

– Arranca. Y despacio.

Niki aprieta el embrague. Mete la primera.

– ¿Qué tal voy?

– Muy bien… quizá porque todavía no vas. Aprieta el acelerador y suelta despacio el embrague.

Niki obedece. El coche arranca lentamente.

– Bien, ahora mete la segunda.

Niki aprieta de nuevo el embrague, y cambia la marcha.

– Ya está, segunda…

– Ha rascado.

– Qué pesado eres, la he metido, ¿no? -Y se pierden así en el tráfico de la noche. Una marcha tras otra. Alguna rascadita que otra. Alguna sacudida. Un intermitente puesto demasiado tarde. Una frenada de más. Alessandro pone las manos en el parabrisas.

– Ay. Pero ¿por qué tienes que frenar así?

– Disculpa… -Niki se ríe y vuelve a arrancar. Y otra vez una clase de conducir divertida.

– Mantén el volante a las diez y diez.

– Pero es tarde.

– ¿En qué sentido, tienes que volver a casa?

– No, digo que a las diez y diez es tarde, el volante lo debería estar sujetando ya, ¿no? ¡Si no, nos vamos a estrellar!

– Qué graciosa.

– Es una de esas bromas que si la haces en la oficina todo el mundo se ríe. De todos modos, me canso de tenerlo así.

– Pues te suspendo.

– Y yo me presento a recuperación. -Niki resopla y acelera. Y vuelve a salir en segunda-. Bien. -Y el coche se le cala.

– Mal. Te vuelvo a suspender.

Y siguen así, mejorando poco a poco, acelerando de vez en cuando, conduciendo lentamente, sin causarle demasiados daños al motor.

– Niki, te has metido en la autovía.

– Sí, es más fácil. -Y empieza a cantar-. «Viajando, viajando, y de noche con los faros encendidos alumbrando el camino para saber el camino con coraje, gentilmente, gentilmente, pero dulcemente viajando… -un pequeño bache hace saltar al coche-, evitando los baches más duros sin que caer en tu miedo oscuro gentilmente, sin esfuerzo con cariño.»

– ¿Qué haces, te detienes?

– Sí, de todos modos, he conducido superbién. Estoy cansada. -Niki aparca en una pequeña área de descanso-. Y ahora, si es cierto lo que me has dicho, me gustaría inaugurar el coche de tu madre.

Enciende la radio y apaga todo lo demás.

Oscuridad. Suspiros repentinos. Manos que se cruzan, divertidas, ligeras. Desabotonan, buscan, encuentran. Una caricia, un beso. Y otro beso y una camisa que resbala. Un cinturón que se abre. Una cremallera que baja lentamente. Un salto. En la oscuridad pintada de oscuridad. Feliz de estar allí… Oscuridad hecha de deseo, de ganas, de ligera transgresión. La más hermosa, la más suave, la más deseable. Coches que pasan veloces por la carretera. Faros que iluminan como un rayo y desaparecen. Ráfagas de luz que dibujan bocas abiertas, deseos suspendidos, sufridos, alcanzados, cumplidos, ojos cerrados, luego abiertos. Y más y más. Como entre las nubes. Cabellos alborotados y asientos incómodos. Manos que proporcionan placer. Bocas en busca de un mordisco y autos que continúan pasando, tan veloces que nadie tiene tiempo de reparar en aquel amor que sigue el ritmo de una música al azar, procedente de la radio. Y dos corazones acelerados que no frenan, que están a punto de chocar dulcemente.


Poco después. Se baja una ventanilla empañada todavía de amor.

– Qué calor hace aquí dentro.

– De morirse.

Alessandro se está abrochando el cinturón del pantalón. Niki se pone la camiseta. De repente, una luz los enfoca en plena cara. Dejándolos casi ciegos.

– Eh, ¿Qué ocurre?

– ¿Es un ovni?

La luz se aparta a un lado. Se ve algo escrito. Policía.

– Bajen, por favor.

– No me lo puedo creer -sonríe Niki mientras se abrocha los tejanos-. Justo a tiempo.

Del coche patrulla se bajan dos policías, mientras Alessandro y Nicki abren sus puertas respectivas.

– Documentación, por favor.

De repente, los cuatro se reconocen.

– ¡Otra vez vosotros!

Niki se acerca al oído de Alessandro.

– Pero, ¿no teníamos que dejar de verlos? ¡Esto es el cuento de nunca acabar!

– Yo creo que nos siguen. -Luego, volviéndose hacia ellos, Alessandro dice-. ¿Seguro que quieren ver nuestros documentos?

– Deben entregarlos de todos modos.

El policía más joven se acerca al coche. Ilumina con su linterna el papel del seguro que hay en el parabrisas.

– Disculpe, pero ¿usted no tenía un Mercedes un poco abollado?

– Sí.

– ¿Y de quién es este coche?

– De mi madre.

– Ah, de su madre… Disculpe, ¿cuántos años tiene usted?

– Lo pone en el carnet que tiene su compañero.

El otro lee en voz alta.

– Mil novecientos setenta, o sea que treinta y siete.

– En junio -precisa Niki.

Entonces el policía mira también el carnet de Niki.

– En cambio, la chica tiene diecisiete.

– Dieciocho en mayo -precisa de nuevo Niki.

– ¿Y qué estaban haciendo aquí?

Niki resopla y está a punto de estallar. Alessandro le aprieta el brazo para detenerla.

– Oímos unos ruidos extraños.

– En el coche de su madre…

– Sí, ya ve lo viejo que es… Nos hemos parado para controlar que estuviese bien. Después estábamos a punto de irnos cuando han llegado ustedes.

Los dos policías se miran un instante. Luego les devuelven la documentación.

– Acompañe a la señorita a casa. Supongo que mañana tendrá que ir a la escuela.

Alessandro y Niki están a punto de volver a meterse en el coche, cuando uno de los dos llama a Alessandro.

– Eh, señor.

– ¿Sí?

El policía señala hacia abajo, hacia sus pantalones. Él se da cuenta y se sube rápidamente la cremallera.

– Gracias…

– De nada. El deber. Pero si por casualidad un día se encontrase con los padres de la chica, quizá no llegaríamos a tiempo de intervenir.

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