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Aunque había estado evitando el rincón de las Indias Orientales de la Bolsa toda la semana, Miguel acababa de zanjar un pequeño negocio con la pimienta cuando notó que alguien lo cogía fuertemente por el hombro. Casi fue una estocada. Y allí estaba Isaías Nunes, impaciente y apocado.

– Nunes -exclamó Miguel con alegría y lo cogió del brazo-. Tenéis un buen aspecto, amigo mío. Confío en que todo continúe como está planeado, y podamos esperar el cargamento como corresponde…

Nunes era incapaz de resistirse al entusiasmo de Miguel.

– Sí, todo va como acordamos. Como ya sabréis, el precio del café ha estado subiendo, pero yo acordé nuestro precio antes. Así, seguiréis pagando cada barril a treinta y tres florines. -Tragó con dificultad-. Algunos hacemos honor a nuestra palabra.

Miguel hizo como que no oía la indirecta.

– Y lo que contienen sigue siendo secreto.

– Tal y como os prometí. Mis agentes me han asegurado que los cajones se marcarán como indicasteis. Nadie estará al corriente del verdadero contenido. -Por un momento, desvió la mirada-. Ahora deseaba debatir otro asunto.

– Sé lo que vais a decir -Miguel sostuvo en alto una mano-, pero ¿acaso pensáis que me llegaría a vos como lo hago si no tuviera intención de pagaros? Os prometí que tendríais el dinero en dos días, tres a lo sumo.

Nunes suspiró.

– Vos no os habéis llegado a mí. He sido yo quien ha venido a vos. Y ya me habéis hecho otras promesas.

– Estoy esperando recibir el dinero que necesito en cualquier momento -mintió-. Todo irá bien.


Era Miguel quien no tenía de qué preocuparse. El negocio se había contratado con la Compañía de las Indias Orientales y no podía cancelarse. Nunes tendría que limitarse a cubrir esos quinientos florines unos días. Tenía el dinero; no suponía ningún problema para él.

Miguel decidió que había llegado el momento de ejecutar la siguiente etapa de su plan. Visitó a un corredor con quien había hecho negocios anteriormente y compró opciones de venta de café que vencerían en un plazo de diez semanas, con lo que se garantizaba el derecho a vender según los elevados precios del momento. Miguel deseaba comprar opciones de venta por valor de mil florines, pero el corredor no parecía dispuesto a avanzarle una cantidad tan grande. Puesto que no tenía otro remedio, utilizó el nombre de su hermano como fiador. No había ningún mal en ello; Miguel se beneficiaría de sus opciones y pagaría al corredor sin que Daniel llegara siquiera a enterarse.

– Tendré que enviar una carta a vuestro hermano para confirmar que está de acuerdo -dijo el corredor.

– Por supuesto. Sin embargo, mi hermano tiene el hábito de dejar la correspondencia sin mirar durante días. Poned alguna señal en el exterior de la nota, y me ocuparé personalmente de que conteste sin demora. -Miguel haría que Annetje estuviera al tanto. Sin duda sería fácil evitar que llamara la atención de Daniel.

Una vez completó la transacción, Miguel trató de disipar el remordimiento. Ciertamente, era arriesgado poner el dinero de su hermano en peligro, pero todo estaba controlado. No hubiera estado tan desesperado de no ser porque Daniel exigió que le devolviera el préstamo en tan mal momento. Hubiera sido distinto si Miguel hubiera estado en un mal paso, pero jamás había conocido el mercado tan bien. Y con el café, ya no se trataría de responder según evolucionara el mercado, él crearía y moldearía ese mercado. El precio del café bajaría porque él haría que bajara. El dinero de Daniel no podía estar más seguro.

Sabía que la noticia de las opciones de venta correría deprisa, pero no tanto. Una hora más tarde, cuando Miguel salía arrastrando los pies de la Bolsa, Salomão Parido apareció a su lado. Sonrió educadamente, sin dar muestras de resentimiento por lo que aconteciere ante el Consejo.

– Espero no haber violado ninguna ley hoy -dijo Miguel-. Acaso la de presentarme en la Bolsa sin saludaros adecuadamente. Imagino que en breve volveré a ser convocado.

– Así lo espero. -Parido sonrió con comedimiento, como si estuviera haciendo chanza con un amigo-. No debéis pensar que había nada personal en cuanto se dijo en la sala del ma'amad. Yo solo actué en consonancia con aquello que tenía por cierto y apropiado.

– Por supuesto -comentó Miguel rotundamente.

– Sin embargo, comparar el ma'amad con la Inquisición… no haréis con ello muchos amigos. Hay en esta ciudad muchos que han perdido a seres queridos a manos de la Inquisición.

– Olvidáis que la Inquisición se llevó a mi padre. Sé lo que es, como lo sabe mi hermano. Si algún día viere las cosas como yo, acaso no os siguiera tan ciegamente.

– Lo juzgáis severamente. Él solo desea lo mejor para su familia, en la cual también estáis vos. Sospecho que estará muy orgulloso cuando sepa de vuestro brillante ardid en el negocio de las Indias Orientales.

– ¿Mi ardid? -Miguel escrutó el rostro del hombre buscando alguna indicación de lo que hubiere de decirle.

– Sí. No os tenía por hombre tan astuto, pero ahora comprendo plenamente vuestro plan. Esperar a que el precio del café suba a causa del aumento de la demanda y entonces apostar una importante cantidad de dinero que no tenéis a que los precios caen. Sí, muy astuto.

Miguel devolvió la sonrisa. Parido no sabía sino lo que Miguel había planeado que supiera, aunque lo había descubierto con una rapidez sorprendente.

– Me alegra que lo aprobéis.

– Espero que no suceda nada que haga subir el precio en estas diez semanas.

– Así lo espero yo también -le dijo Miguel. No deseaba parecer demasiado astuto ni fiado. Que Parido creyera que conocía su plan, pues así no buscaría más allá-. Vos pensáis que el precio subirá, pero he oído que desde que he apostado, otros han seguido mi ejemplo y que habrá más. Ya veremos adónde nos lleva esta marea.

– Sí, supongo -concedió Parido, aunque se echaba de ver que su cabeza estaba ya por otras materias.


Cuando llegó a casa, Miguel encontró otra nota de Joachim. Otra nota escrita con aquella caligrafía irregular y ebria:


Si volvéis a hablar con mi esposa, os mataré -decía-. Me acercaré con sigilo por detrás sin que os apercibáis y os rebanaré el pescuezo. Lo haré si volvéis a acercaros a Clara.


Había dos líneas tachadas y, debajo, seguía como se sigue.


En realidad, acaso os mate de todos modos por el solo placer de vengarme.


La nota tenía la sinceridad de un demente. ¿Acaso sus chanzas con Clara (¿cómo había sido tan necia de contárselo?) habían empujado al hombre al límite? Maldijo a Joachim, y se maldijo a sí mismo. Habría de pasar mucho tiempo antes de que volviera a sentirse seguro.

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