27

La idea de que las cosas pudieran verse con mayor claridad con el nuevo día o que los asuntos de importancia podían resolverse durante el sueño, a Miguel se le antojaba una necedad. Su sueño inquieto no le proporcionó respuestas al día siguiente, ni al otro, sabbath. Sin embargo, a la tercera mañana, despertó con un importante detalle en las mientes: cuando estaban delante de la Carpa Cantarina, Joachim había insinuado cosas sobre Geertruid. Podía recordar hasta el olor exacto del aire -cerveza, orines, y hedor del canal- cuando aquel despojo dijo saber algo.

En aquel momento, Miguel había dado por supuesto que Joachim había averiguado de alguna forma lo del dinero de Geertruid, pero ahora sabía que no era así. El asunto de los hijos de su esposo era una mentira, un engaño plausible para sugerir el uso de medios poco honrados, pero perdonables con los cuales hacer dinero. Lo más probable es que fuera Salomão Parido quien hubiera puesto el dinero.

Pero si Geertruid trabajaba para Parido, ¿por qué el parnass no conocía los planes de Miguel? ¿Por qué había de dejar Parido que Geertruid y Miguel se hicieran con el monopolio del café para después golpear y arruinar a Miguel por su asociación con Geertruid y la violación de las normas?

– No -dijo Miguel en voz alta. Se sentó sobre su cama, arrojando la gruesa colcha de plumón a un lado por el calor de la mañana. Nada de todo aquello tenía sentido, pero alguien -Geertruid, Hendrick, Parido-, alguien cometería un error que le permitiría ver la verdad, y él estaría preparado cuando eso pasara.

Dos días más tarde, Annetje anunció que Miguel tenía visita. Su voz vaciló levemente, y no parecía atreverse a mirar a Miguel a los ojos. Cuando la siguió hasta la sala de recibir, vio a Joachim en pie junto a la jamba de la puerta, con un nuevo sombrero de ala ancha en las manos, mirándolo todo con una suerte de curiosidad infantil: «Así que aquí es donde vive un judío».

– Habéis perdido el juicio -dijo Miguel con calma.

Joachim vestía ropas nuevas -¿de dónde habían salido?- y aun cuando no eran de la finura a la que antaño tenía afición, tenía un aire limpio y digno, muy a la manera de un negociante con su camisa blanca, jubón y jersey de lana ceñido. La herida de su rostro desmentía cualquier asomo de gentileza, pero también lo hacía menos reconocible como mendigo, pues ya no llevaba con él el hedor de la decadencia.

– He de hablar con vos -dijo con una voz serena que Miguel apenas reconoció. ¿Se habría llevado un baño y ropas nuevas su desatinada mente?-. Ya estoy en vuestra casa. Echarme a la calle no os haría ningún bien, particularmente si armo un gran alboroto. Sin duda os convendrá que me vaya en silencio cuando haya concluido el asunto que me trae. -Dejó la alternativa sin pronunciar.

¿Acaso no podría haber tenido la cortesía de llamar a la puerta de la cocina? Miguel no estaba dispuesto a quedarse en la parte principal de la casa con aquel individuo, así que lo guió hasta su sótano.

Joachim examinó lo que veía cuando bajaban las escaleras y se quedó en pie, inquieto, en la húmeda habitación, sorprendido acaso al ver que Miguel no vivía entre lujos. Se sentó en un taburete con patas inestables y dejó pasar un momento en tanto que miraba la llama de la lámpara de aceite de la mesa. Finalmente, respiró hondo y empezó.

– He estado bajo la influencia de un acceso de demencia que ya ha pasado. He exigido y amenazado, en algunos casos de forma poco razonable, por lo cual os pido perdón. Sigo pensando que debéis pagarme los quinientos florines que perdí, pero no es menester que sea de forma inmediata, ni todo a la vez. Es decir, desearía establecer un programa para los pagos, como el que tendría de haber pedido un préstamo. Entonces ya no os molestaré.

– Ya veo. -Miguel hablaba despacio, tratando de ganar tiempo para pensar. Alguien había dado dinero a Joachim; era evidente. Y ese alguien solo podía ser Parido.

– Me alegra que lo veáis. Vayamos pues al grano: aceptaré un pago gradual de lo que me debéis, aunque por bien de sentirme certificado habré de saber cómo pensáis conseguir el dinero. Tal es la idea. Me hablaréis del proyecto con el cual pensáis conseguir vuestro dinero en los próximos meses y, sabiendo de vuestra estrategia, podré fiar en que devolváis mis quinientos florines, pongamos, en los próximos dos años.

No podía ser más simple, ni más claro. Parido había echado mano de Joachim por tal de averiguar sus planes. Cualquiera que fuera el ardid que hubiera empleado, echaba de verse que lo había domeñado. ¿Había sido el dinero suficiente para obrar aquel cambio? Tenía que haber algo más. Joachim se conducía con el nerviosismo de quien espera juicio.

Miguel sintió gran alegría. Las cosas habían ido mal en las pasadas semanas -muy mal-, pero ahora sabía cómo tomar el mando. Sabía lo que los otros planeaban, y eso le permitiría manejarlos a su antojo.

– ¿Cómo sé que no os aprovecharéis de la información que os proporcione? -preguntó, haciendo tiempo en tanto consideraba sus opciones-. No ha tanto que os ausentáis de la Bolsa como para haber olvidado la importancia de mantener los secretos.

– Yo nada tengo que ver con la Bolsa. Eso se ha terminado para mí. Solo deseo proveer para mi esposa y retirarme a una vida tranquila en el campo. -Sus ojos pestañearon-. Si me pagáis, compraré una parcela de tierra y la cultivaré. O acaso abra una taberna en algún pueblo.

– Muy bien -dijo Miguel con tiento-. Prometo que os pagaré.

– Pero debéis decirme lo que os solicito -dijo Joachim, pasándose los dedos por sus largos cabellos, recientemente lavados.

Miguel notó sabor a sangre en su boca.

– ¿Debo? Y ¿qué haréis si no os lo digo?

– Solo deseo tener la seguridad de que no me engañaréis.

– Entonces tenéis esa seguridad. -Miguel sonrió.

– Eso no basta. -Joachim se agitó nervioso-. Hemos tenido nuestras diferencias, sí, pero ya veis que acudo a vos con humildad. Estoy dispuesto a admitir mis errores. Solo os pido una cosa, y sin embargo me la negáis.

¿Qué podía dar a Parido que pudiera satisfacerle y a la par permitirle a él ganar algo de tiempo? La respuesta cayó sobre él en una súbita inspiración: miedo. Le daría motivos para temblar, para dudar de sus aliados, para que el futuro y lo desconocido se convirtieran en su enemigo.

Miguel asintió lentamente en un intento de parecer reflexivo.

– Por desgracia, no puedo daros detalles de mi negocio porque hay otras personas implicadas, y no tengo derecho a revelar cosas que pudieran afectar el bienestar de la asociación.

– ¿Os habéis unido a una asociación comercial? -preguntó Joachim buscando con ansia las migajas.

– Algo así. Nos hemos unido por mejor llevar un importante negocio. Cada uno de nosotros posee una habilidad particular o algo con lo que contribuir, con lo cual el todo resulta más fuerte que la suma de sus partes. -Miguel sintió una punzada de pesar. Tal había sido el caso en su asociación con Geertruid, al menos hasta que supo que ella lo había traicionado.

– ¿Y a qué se dedicará tal asociación?

– Eso no puedo decíroslo… no si no deseo quebrantar la promesa que hice a los otros. Por favor, debéis entender que por mucho que lo necesitéis, no puedo daros esos detalles.

– Debo tener alguna información. -Joachim casi le suplicaba-. Sin duda lo entendéis.

Por primera vez, Miguel echó de ver que acaso Joachim no fuera sirviente de Parido, sino su esclavo. Se veía verdaderamente temeroso de partir sin ninguna información concreta para su amo. ¿Con qué podía haberle amenazado Parido?

– Sin traicionar a nadie, os diré que hay una gran cantidad de dinero implicada. Vos no seguís ya los movimientos de la Bolsa, así pues, os confiaré un secreto si prometéis que no habéis de contárselo a nadie. ¿Lo prometéis solemnemente, Joachim?

Inexplicablemente, Joachim vaciló y tragó saliva incómodo.

– Lo prometo -dijo.

– ¿Lo juráis por vuestro Jesucristo? -preguntó Miguel, hurgando más en la herida.

– No hago yo tales promesas a la ligera. A pesar de cuanto ha sucedido, no deseo incurrir en blasfemias.

– No os estoy pidiendo cosa blasfema -explicó Miguel con una amplia sonrisa-. Solo que hagáis un juramento sagrado que me certifique en lo que habéis prometido. Imagino que podríais faltar a vuestra palabra. Un hombre capaz de amenazar a otro con quitarle la vida, sin duda el más grave de todos los pecados, podría faltar a una promesa hecha a su Dios. Pero, si hacéis ese juramento, cuando menos será un pequeño consuelo.

– Muy bien -dijo Joachim, mirando la luz que se colaba por una de las minúsculas ventanas-. Juro por Jesucristo no repetir lo que me habéis dicho.

Miguel sonrió.

– ¿Qué más podría pedir? Sabed entonces que, con este plan, pensamos ganar muchísimo dinero, una cantidad tan grande que los mil que pedís parecerán una nadería. De aquí a diez años, los hombres aún hablarán de ello. Habrá de convertirse en el modelo al cual aspiran los jóvenes advenedizos de la Bolsa.

Los ojos de Joachim se dilataron. Se enderezó en su silla.

– ¿No podéis decir más? ¿No podéis decirme si negociáis con un producto, o ruta, o mercancía determinada?

– No puedo contestar a esa pregunta sin quebrantar mis propios votos -mintió-. Hay otros judíos de importancia implicados y, con el fin de protegernos, todos hemos hecho un voto de silencio.

– ¿Otros judíos de importancia? -preguntó Joachim. Al parecer llevaba al servicio de Parido el suficiente tiempo como para saber cuándo algo era importante.

– Sí -le dijo Miguel. Su pequeño engaño era tan siniestro que le costaba contener el contento-. En este asunto comparto mi suerte con varios miembros de la comunidad del más alto rango. Por eso nunca temí que acudierais con vuestra historia al ma'amad; solo deseaba evitar que se me abochornara delante de mis socios. Tengo un enemigo en dicha cámara, pero también tengo amigos poderosos. -Hizo una pausa y se inclinó hacia delante, para adquirir la pose de quien cuenta un secreto-. Veréis, es que uno de los miembros del consejo forma parte de la asociación, y aun otro ha hecho una importante inversión en nuestra empresa.

Joachim asintió y pareció notablemente aliviado. Diríase que poseía ya la suficiente información para volver a su amo y no temer su enfado. Ya tenía la joya reluciente que buscaba.

– ¿Satisface esto vuestra curiosidad, Joachim?

– De momento. Aunque acaso tenga más preguntas más adelante.

– Cuando lo penséis, ¿cierto?

– Sí, es posible que se me ocurran más.

– Siempre fuisteis persona de natural curioso. Supongo que eso no tiene arreglo.

Miguel lo acompañó escaleras arriba y lo hizo salir por la puerta de la cocina. Cuando cerró, dejó escapar una risotada. Ya no sería menester que temiera nada del ma'amad. Sin duda, Parido no aceptaría jamás que Miguel volviera a ser interrogado. Tenía demasiado que perder.

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