10

Crawford's Valley estaba a una agradable distancia de media hora a caballo hacia el norte, a través del exuberante follaje que crecía a los pies de las Blue Mountains. Hunter llegó a lo alto de una cima sobre el valle y vio los caballos de la señora Hacklett y de sus dos esclavas atados junto al alegre riachuelo, que surgía de una poza en la roca en el extremo oriental del valle. También vio un mantel en el suelo sobre el que se había dispuesto la merienda.

Hunter desmontó cerca de los caballos y ató el suyo. Apenas tardó un momento en convencer a las dos negras, llevándose un dedo a los labios y lanzándoles un chelín. Riéndose silenciosamente, las dos mujeres se esfumaron. No era la primera vez que alguien las sobornaba para que guardaran silencio sobre un encuentro clandestino, así que Hunter no tuvo ningún temor de que contaran a nadie lo que habían visto.

Tampoco dudaba de que se quedarían espiando a los dos blancos desde los arbustos, riendo por lo bajo. Se acercó silenciosamente a las rocas que rodeaban la poza, al pie de la suave cascada. La señora Hacklett estaba chapoteando en el agua del manantial. Todavía no se había percatado de la llegada de Hunter.

– Sarah -dijo la señora Hacklett, hablando con la esclava que todavía creía tener cerca-, ¿conoces al capitán Hunter, del puerto?

– Humm -contestó él, en tono agudo y se sentó junto a la ropa de ella.

– Robert dice que no es más que un granuja y un pirata -prosiguió ella-. Pero mi esposo me presta tan poca atención… Era la favorita del rey, así que él debería estar contento. Pero el capitán Hunter es tan guapo. ¿Sabes si goza de los favores de muchas mujeres en la ciudad?

Hunter no contestó. Contemplaba a la señora Hacklett mientra chapoteaba.

– Estoy segura de que sí. La expresión de sus ojos podría derretir el corazón más duro. Es evidente que es fuerte y valiente; y esto es algo que a ninguna mujer le pasa inadvertido. Además sus dedos y su nariz son de buen augurio para las que disfruten de sus atenciones. ¿Tiene alguna favorita en la ciudad, Sarah?

Hunter no contestó.

– Su Majestad tiene los dedos largos y está maravillosamente dotado para la cama. -Se rió-. No debería decir estas cosas, Sarah.

El capitán siguió sin decir nada.

– ¿Sarah? -dijo, volviéndose, y vio a Hunter, sentado y sonriéndole.

– ¿No sabéis que bañarse es poco sano? -dijo Hunter.

Ella le salpicó, enfadada.

– Todo lo que dicen de vos es cierto -se quejó-. Sois un hombre vil, vulgar y absolutamente desagradable, y no sois un caballero.

– ¿Esperabais a un caballero hoy?

Ella volvió a salpicarle.

– Sin duda esperaba algo más que un espía deshonesto. ¡Alejaos inmediatamente para que pueda volver a vestirme!

– Este sitio me resulta muy agradable -dijo Hunter.

– ¿Os negáis a marcharos?

Estaba muy enfadada. En las aguas transparentes, Hunter podía ver que era demasiado delgada para su gusto, con pechos pequeños; una mujer huesuda con el ceño fruncido. Pero su ira le excitó.

– En efecto, temo no poder complaceros.

– Entonces, señor, os he juzgado mal. Os creía dispuesto a tratar con cortesía y buenos modales a una mujer en desventaja.

– ¿Cuál es vuestra desventaja? -preguntó Hunter.

– Estoy desnuda, señor.

– Ya lo veo.

– Y el agua del manantial está fría. -¿Sí? '

– Ya lo creo que sí.

– ¿Acabáis de daros cuenta?

– Señor, os pido una vez más que ceséis esta impertinencia y me permitáis un momento de intimidad para secarme y vestirme.

A modo de respuesta, Hunter se acercó al borde del agua, la tomó de la mano y la subió a la roca, donde se quedó goteando y temblando, a pesar del calor del sol. Ella lo miraba, furiosa.

– Pillaréis un mal resfriado -dijo él sonriendo ante la vergüenza de ella.

– Pues que seamos dos -replicó ella, y bruscamente lo empujó al agua, totalmente vestido.

Cuando Hunter se sumergió sintió el impacto del agua helada en el cuerpo. Jadeó, sin respiración. Luchó por mantenerse a flote mientras ella se reía de él desde la roca.

– Señora -dijo él, ahogándose-. Señora, os lo ruego.

Ella seguía riendo.

– Señora -dijo él-. No sé nadar. Os ruego que me ayudéis… -Y su cabeza se sumergió un momento.

– ¿Un lobo de mar que no sabe nadar? -preguntó entre carcajadas.

– Señora… -fue todo lo que pudo decir al salir a la superficie antes de volver a hundirse.

Un momento después salió a flote, dando manotazos y patadas frenéticamente. Ella empezó a mirarlo preocupada; luego le alargó una mano y él se acercó agitando pies y manos.

Hunter le cogió la mano y tiró con fuerza, levantándola por encima de su cabeza. Ella gritó y cayó de espaldas, como un peso muerto; volvió a chillar, antes de hundirse. El todavía reía cuando ella salió a la superficie, pero la ayudó a volver a subir a la roca tibia.

– Sois un canalla -espetó ella escupiendo agua-, sois un bastardo, un bribón, un malvado granuja y un maldito sinvergüenza.

– A vuestro servicio -dijo Hunter, y la besó.

Ella se apartó.

– Y un presuntuoso.

– Y un presuntuoso -aceptó él, y volvió a besarla.

– Supongo que ahora pretendéis forzarme como a una mujer cualquiera.

– Dudo -dijo Hunter, quitándose la ropa mojada- que sea necesario.

Y no lo fue.

– ¿A la luz del día? -se escandalizó ella, pero esas fueron sus últimas palabras inteligibles.

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