Diecinueve

– ¿Sí? ¡Ah!, ¿así que finalmente has guardado mi número?

– Sí.

– ¡Estupendo! ¿Y bien?

– ¿Y bien qué?

– Que cuánto vas a tardar, venga date prisa…

– Casi estoy llegando…

– Mira que si llega mi madre y me ve, me meto en un lío.

– ¿Por qué dices que…?

Clic.

– ¿Sí? ¿Sí, Niki? -Alessandro mira su teléfono-. No me lo puedo creer. Ha vuelto a colgarme. ¡Qué vicio! -Mueve la cabeza, después toma una curva a la derecha y acelera, dirigiéndose a toda prisa hacia el instituto. Llega a la esquina. Niki ya está allí. Corre hacia el Mercedes, casi se le echa encima. Intenta abrir la puerta, pero el cierre automático está puesto. Niki golpea el cristal.

– Venga, abre, abre…

– Para, que me vas a romper el cristal.

Alessandro aprieta un botón. Se desbloquean los seguros. Niki se tumba dentro y casi se agacha en el suelo, luego lo mira de un modo suplicante.

– ¡Vamos, vamos!

Alessandro se estira desde su asiento y cierra la puerta que ha quedado abierta. Después arranca con calma y, con un lento zigzag entre los coches aparcados que aguardan la salida de los alumnos de demás clases, se aleja. Niki sube poco a poco hacia su asiento.

Mira fuera.

– ¿Ves aquella señora que está junto al escarabajo?

– Sí, la veo.

Niki vuelve a agacharse para esconderse.

– Pues ésa es mi madre. No te detengas, no te detengas, vamos, acelera.

Alessandro continúa conduciendo tranquilo.

– Ya la hemos pasado. Ya puedes sentarte bien.

Niki se acomoda en su asiento y mira por el espejo retrovisor. Su madre ya está lejos.

– Una mujer hermosa.

Niki lo fulmina con la mirada.

– No hables de mi madre.

– En realidad era sólo un cumplido.

– Para ti mi madre no existe, ni siquiera para un cumplido.

El móvil de Niki empieza a sonar.

– ¡No! ¡Me está llamando! Demonios, esperaba que me diese un poco más de tiempo… Un poco de calma. Para ahí.

Alessandro, obediente, se detiene en el arcén. Niki le indica por señas que se mantenga callado.

– Chissst -hace. Y abre su teléfono para responder-. ¡Mamá!

– ¿Dónde estás?

– Estoy en casa de Olly. Hoy hemos salido un poco antes.

– Pero ¿cómo? ¿No te acuerdas de que hoy tenía que pasar a buscarte, que dejabas el ciclomotor y nos íbamos a la peluquería?

Niki se golpea la frente con la mano.

– Es verdad, mamá…, demonios, se me había olvidado por completo, disculpa.

Simona, la madre de Niki, mueve la cabeza.

– Ya veo que no estás en lo que tienes que estar. Debe de ser la proximidad de los exámenes o ese novio que no te deja un segundo… ¿cómo se llama?, Fabio.

– Mamá, ¿tenemos que hablar justo ahora? Estoy en casa de Olly. -Niki mira a Alessandro como diciendo: me estoy pasando, ¿verdad?-. De todos modos ya lo hemos dejado.

– Oh, por fin una buena noticia.

– ¡Mamá!

– ¿Qué pasa?

– ¡No me digas eso! ¿Y si vuelvo con él?

– ¡Justamente por eso te lo digo, para que así no vuelvas con él! Además, nos lo prometimos, ¿no? Debemos decírnoslo todo siempre.

– Ok, ok, está bien. Oye, ahora me voy a comer algo con Olly, volveré tarde, no me esperes, ¿de acuerdo?

– Perdona, Niki, pero ¿no tienes que estudiar?

– Adiós, mamá…

También Simona se queda con un móvil mudo en la mano. Su hija ha colgado.

Niki pone su móvil en modo silencio y bloquea el teclado. Se apoya sobre una mano y se vuelve a guardar el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón. Alessandro la mira y sonríe.

– ¿Le dices muchas mentiras a tu madre?

– No muchas… Por ejemplo, es cierto que lo hemos dejado. Y además, ¿a ti qué te importa? Ni que fueses mi padre.

– Por eso mismo te lo pregunto, porque no lo soy. Si lo fuese, nunca me responderías.

– ¡Virgen santa, qué filosófico eres! Gira ahí, venga, aquí, de prisa. -Niki coge el volante por un lado y casi lo ayuda a dar la curva. El coche da un pequeño bandazo, invadiendo el carril contrario, pero consigue recuperar la trayectoria.

– Estáte quieta. Pero ¿qué haces? ¡Deja el volante! Por poco nos la pegamos.

Niki vuelve a sentarse bien en su asiento.

– Vaya, sí que eres maniático, ¿eh?

– Qué tiene que ver ser maniático con esto. Sólo hace falta que me lo abolles también por delante y entonces sí que estamos apañados, ya puedo ir tirando el coche.

– Exagerado.

– ¿Has visto ya el porrazo que me has dado en el lateral con tu ciclomotor?

– El porrazo… Un arañazo de nada. Exagerado, ya te digo, eres un exagerado.

– Claro, a ti qué más te da, el coche es mío.

– Vaya, ahora te pareces a mi madre. Ahora mismo estamos estudiando eso precisamente, la propiedad. ¡Cuidado!

Alessandro frena y clava el coche de golpe. Un muchacho trigueño sobre un ciclomotor hecho polvo, con una muchacha de pelo castaño abrazada con fuerza a su cintura, atraviesa sin respetar el stop. No se dan cuenta de nada. O les trae sin cuidado. Alessandro baja su ventanilla.

– ¡Imbéciles! -Pero ya están lejos los dos-. ¿Tú has visto? No se han detenido en el stop, ni siquiera han mirado… Y luego dicen que hay accidentes.

– Venga, no seas plomo. Lo importante es que los has visto y has podido evitarlos, ¿no? Quizá tienen una cita importante…

– Sí, así vestidos.

– A lo mejor tienen una prueba. Necesitan trabajar. No todos son hijos de papá, ¿sabes? Madre mía… qué antiguo eres. ¿Todavía sigues juzgando a las personas por cómo se visten?

– No es sólo la ropa… es todo en conjunto. La falta de respeto. De valores. A lo mejor son como aquellos chicos de los libros de Pasolini, de la periferia romana, descontentos… Que necesitan ayuda, que se les haga entender cómo son las cosas…

– ¿Pasolini? Ya, y a lo mejor vienen de Parioli y se les sale la pasta por debajo del sillín hecho polvo. ¿Tú qué sabes? ¡Jo, pareces de verdad mi padre!

– Oye, me has obligado a venir a buscarte y está bien… pero ¿tenemos que pasamos el rato discutiendo?

– No, para nada. Pero si te hubieses llevado por delante a aquellos dos, yo no habría testificado a tu favor…

– Entiendo. Quieres discutir.

– No, ya te lo he dicho. Sólo te recuerdo que esta mañana estabas distraído y me diste. ¿O pretendes negarlo?

Alessandro la mira.

– Si así fuese no estaría aquí.

– Menos mal. Bueno, tuerce en la próxima.

– Pero ¿adónde vamos?

– Al mecánico. Le he mandado un sms a última hora, me ha dicho que me esperaría… Ahora vuelve a girar ahí, a la derecha… Bien, despacio, despacio, está justo aquí detrás. Ya llegamos.

Pero la persiana del mecánico ya está bajada.

– Nooo, no me ha esperado… Ha cerrado. Y ahora, ¿qué? Demonios. ¿Qué hago?

– ¿Cómo que qué haces? Ahora tienes chófer particular, ¿no?

– Qué va, hoy tengo que ir a un montón de sitios sin ti.

– Ya, claro.

– ¿Qué quiere decir «ya, claro»?

– Que yo no estaba previsto. No podías prever de antemano ir a todos esos sitios conmigo.

– Desde luego. No nos conocíamos… -Niki se baja del coche-. Tú eres sólo un accidente. -Y cierra la puerta.

– Sí, lo sé. Pero un accidente puede ser positivo o negativo. Depende de cómo lo mires. Del modo en que cambie tu vida a partir de ese momento, ¿no?

Niki se acerca a su ciclomotor, que está aparcado junto a la persiana. Se monta. Da dos patadas al pedal. Intenta arrancarlo. Nada que hacer.

– Por el momento -le dice-, algo ha dejado KO a Mila.

– ¿A Mila? ¿Quién es Mila?

– ¡Mi ciclomotor!

– ¿Y por qué Mila?

– ¿Es que siempre tiene que haber un porqué?

– Madre mía, mira que llegas a ser pesada…

Niki casi ni lo oye y se mete debajo del ciclomotor.

– Lo sabía, se ha salido la bujía. Por eso después del golpe no arrancaba. -Niki se pone de nuevo en pie y se acerca al Mercedes-. ¡Qué mierda! -Se limpia las manos en sus téjanos descoloridos que de inmediato se pringan con una grasa oscura. Luego hace ademán de subir al coche.

– Perdona, ¿qué haces?

– ¿Cómo que qué hago? Subir.

– Ya lo veo; pero mírate, estás toda sucia. Un momento, usa esto, -y Alessandro le pasa una gamuza beige claro sin estrenar.

Niki le sonríe. Luego se limpia las manos.

– Por si lo quieres saber, Mila viene de camomila, quizá porque ir en ciclomotor me relaja… En el fondo es cierto, hay un porqué… ¿Sabes?, entre nosotros es todo perfecto.

– ¿A qué te refieres con «entre nosotros»?

– Somos tan completamente distintos… En todo. Corremos el riesgo de enamorarnos perdidamente el uno del otro.

Alessandro sonríe y arranca.

– Tú sí que vas directa al grano.

– ¿Y qué hay de malo en eso? ¿De qué sirve darle vueltas? El mundo ya se ocupa de dar las vueltas, ¿no? Yo voy directa.

– ¿Por qué eres así? -Alessandro se vuelve y la mira, intentando estudiarla-. ¿Una desilusión amorosa? ¿Hija de padres separados? ¿Sufriste violencia de pequeña?

– No, de mayor. Justo esta mañana, por parte de uno con un Mercedes… Yo voy al grano, pero tú te pasas. Además no te enteras de nada. No sé por qué soy así. ¿Y qué quiere decir «por qué»? Ya te lo he dicho, a veces no hay un porqué. Soy así y basta, digo lo que pienso. Todavía puedo, ¿no?

Alessandro le sonríe.

– Es cierto, tienes toda una vida por delante.

– También tú. La vida se acaba sólo cuando se deja de vivir. ¿Te gusta?

– Sí.

– Es mío. Copyright Niki. Pero te la presto de buen grado, porque estoy en un momento de rara felicidad. Me siento libre, feliz, tranquila… Me da miedo que al decirlo se desvanezca… -Alessandro la mira. Es guapa. Es alegre. Es jovencísima-. Y por encima de todo, estoy contenta de mi decisión.

– ¿Te refieres a lo que has decidido estudiar?

– Pero ¿qué dices? Anoche volví a decirle a mi novio que se había acabado definitivamente. Cancelado. Pulverizado. Desintegrado. Desvanecido. Evaporado…

– Vale, he captado el concepto. Pero, si utilizas todos esos verbos quiere decir que ha sido una historia importante.

– Para nada.

– Ya, ahora te quieres hacer la dura conmigo. Lo debes de haber pasado muy mal.

– Hoy no. Pero aquella noche que fue al concierto de Robbie Williams con un amigo suyo, sí… Entiéndelo, no me llevó con él. No me llevó a mí y se llevó a su amigo, ¡¿te das cuenta?!… Ese día sí que lo pasé fatal. Pero seguí divirtiéndome y, cuando decidí que se había acabado, dejó de importarme.

– Lo entiendo, pero entonces, ¿por qué estás tan enfadada?

– Por no haber cortado antes; por no haber sabido escuchar a mi corazón.

– Bueno, a lo mejor era que todavía no estabas preparada.

– No es cierto. Lo único que hice fue mentirme a mí misma. Siempre es así cuando arrastras las cosas. Aún pasaron dos meses desde que tomé la decisión. Me mentí a mí misma durante dos meses. Y eso no es bueno. Se le puede mentir a todo el mundo, pero no a una misma.

– De acuerdo, pero de todos modos, más vale tarde que nunca, ¿no?

– Hala, ahora te pareces a mi tía.

– ¿Y qué tengo que decir? ¿No debo dirigirte la palabra?

– Eso es justo lo que me hace siempre mi hermano.

– Ya entiendo por qué te sientes tan bien conmigo, te parece que estás con toda tu familia.

Niki se echa a reír.

– Eso sí que ha estado bien. Te lo juro, me has hecho reír… Empiezo a mirarte con otros ojos. En serio, de verdad.

– ¿He ganado puntos?

– Alguno, pero todavía te falta mucho, el accidente con mi Mila te ha quitado por lo menos veinte… Además, te vistes de jovencito.

– ¿Y eso? -Alessandro se mira.

– Traje oscuro y calzado con Adidas, camisa color celeste demasiado clara, cuello desabotonado y sin corbata.

– ¿Y…?

– Un intento desesperado por recuperar el tiempo perdido. Al menos Proust se limitaba a escribir al respecto, no se paseaba por ahí vestido así.

– Dejando a un lado el hecho de que en su época las Adidas no existían, ésta es mi ropa de trabajo. Cuando estoy con mis amigos voy mucho más deportivo.

– O sea, aún más desesperadamente de jovencito infiltrado. Como diciendo: «¡Eh, chicos, miradme, soy uno de vosotros!» Pero ya no lo eres. Te das cuenta, ¿verdad?

Alessandro sonríe y mueve la cabeza.

– Lo siento, pero te has hecho una idea equivocada sobre mí.

Niki sube sus rodillas hasta el pecho y apoya los zapatos en el asiento.

– ¡Bájalos! -Alessandro le da un manotazo en las piernas.

– Pesado, pesado. -Después lo mira y pone cara pícara. Se le acaba de ocurrir algo-. Vale, te propongo un juego. ¿Qué es lo que te ha gustado de mí?

– ¿Por qué, es que por fuerza tenía que gustarme algo?

– Bueno, lo normal cuando conoces a alguien es que haya cosas que te gusten y a lo mejor otras que no, ¿no? Qué sé yo. A lo mejor no te gusta un perfume demasiado fuerte, o el cabello demasiado largo, si mastica mal el chicle, si se mueve demasiado, si pone los pies en el asiento… Por ejemplo, estoy segura de que no te han gustado mis tetas. -Niki se las aprieta un poco-. Claro que en estos momentos están un poco pequeñas, he adelgazado. Estoy participando en un torneo de voleibol… ¿sabes?, vamos en tercer lugar… Bueno, da igual. En todo caso, me di cuenta de que eso no fue lo primero que miraste cuando nos conocimos.

– No, desde luego, lo primero que miré fue el lateral del coche.

– ¡Ya vale con eso! Lo que te digo es que hay algunos mayores, como tú vaya, que cuando te ven por primera vez en seguida te miran las tetas. Vete tú a saber qué es lo que buscan en una teta. ¿Qué secreto, qué misterio de la mujer creen que pueda esconderse en una teta? Así pues, ¿qué es lo que te ha gustado de mí?

Alessandro la mira un instante. Después sigue conduciendo tranquilo y sonríe.

– Me ha gustado tu valentía. Después del accidente te has levantado en seguida. No has tenido miedo. No has perdido el tiempo. Has afrontado de inmediato la realidad. Fuerte… En serio. Es en esos momentos, en las cosas dolorosas e imprevistas, cuando se ven las verdaderas cualidades de las personas.

– ¡Entonces, según esa regla de tres, tú eres terrible! ¡Has gritado como un loco! ¡Estabas preocupado por el coche!

– Qué va. Sólo porque ya había visto que no te había pasado nada.

– Sí, sí, y yo que me lo creo… -Niki se pone seria-. ¿Y qué es lo que no te ha gustado de mí?

Alessandro no sabe cómo empezar.

– Bueno… a ver, veamos… -La lista parece más bien larga.

– ¡Bueno, no, no, espera, lo he pensado mejor… No quiero saberlo en absoluto!

Alessandro sigue conduciendo divertido.

– Bueno, si uno no hace autocrítica nunca mejorará en nada.

– ¿Y quién te ha dicho que yo quiera mejorar? De todas las chicas que conozco, yo ya estoy bastante por encima de la media… Aunque, tampoco me apetece volverme demasiado loca. Está claro que entonces ya no le resultaría simpática a nadie…, y la simpatía es fundamental. Nace de la imperfección. Por ejemplo, una cosa que me ha gustado de ti, a pesar del drama que has montado con el coche, ha sido precisamente la simpatía. En cambio, debo decir que no hay nada que no me haya gustado.

Alessandro la mira, luego alza la ceja de repente.

– Hummm, demasiados piropos. Lo malo viene después. ¿Y bien?

– Pero, mira que llegas a ser desconfiado. Eso es lo que pienso. ¿No te acabo de decir que yo siempre digo lo que pienso?

– ¿Y entonces las mentiras a tu madre?

– Lo mismo. En esos casos, digo siempre lo que pienso que le gustaría oír.

Niki sube las piernas y vuelve a poner los pies en el asiento. Se abraza las rodillas.

– Baja los pies del asiento…

– Jo, qué muermo. -Y los pone sobre el salpicadero.

– Bájalos también de ahí.

– ¡Eres un plasta!

– Venga, te llevo a casa. ¿Dónde vives?

– Ah, sí, te he encontrado un defecto. Eres demasiado cuadrado. Tienes que controlarlo todo. Qué se hace ahora, adónde se va, por qué. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué no quieres que se te escape nada? Eres un racionalizador de emociones. Un castigador de locuras. Un contable de las casualidades. La vida no se puede reducir a simples cálculos. Perdona, pero ¿de qué trabajas?

– Soy un creativo.

– ¿Y cómo consigues crear nada si destruyes y sofocas cualquier imprevisto? La creación nace de un rayo, de un error respecto al curso habitual de las cosas. No hacemos nada bien hasta que dejamos de pensar en el modo de hacerlo.

– Hermoso. Te has puesto filosófica.

– No es mío. Es de William Hazlitt.

– ¿Quién es?

– No lo sé. Sólo sé que lo dijo él… Lo leí en mi agenda.

Alessandro mueve la cabeza resignado.

– Estás en el último año de bachillerato, ¿no? El año de la Selectividad. He leído en algún sitio que ése es el punto máximo de conocimiento de una persona…

– Eso es una gilipollez.

– No creas. Luego uno elige su camino, se especializa, escoge una carrera determinada en la universidad y, a partir de entonces, sabrá mucho sobre el tema que haya elegido, pero sólo sobre eso.

– Oye, oírte decir eso me angustia.

– ¿Por qué?

– Ves la vida como falta de libertad. La vida es libertad, tiene que serlo, tienes que conseguir que lo sea.

– Claro que sí, ¿quién te lo prohíbe? Por ejemplo, tendrás libertad para elegir facultad, ¿no? ¿A cuál quieres ir?

– Quiero hacer surf.

– No he dicho nada.

– Oye, tengo una idea. Gira por aquí. Recto, sigue recto y coge la última a la derecha.

– Pero ¡es de sentido único!

– ¡Otra vez! ¡Madre mía, eres un plomo!

– No soy un plomo, soy responsable, quiero evitar un choque frontal. En cambio, tú eres una irresponsable. Como los que hemos visto antes en el ciclomotor. Si te metes por esa calle en contra dirección puedes causar un accidente gravísimo.

– Por el momento, el único que provoca accidentes eres tú. A menos que…

– ¿Qué?

– Que se tratase de un plan para conocerme.

– Sí, ya ves qué plan… En ese caso, te hubiese parado y te habría preguntado quién eras sin estropear mi coche…

– Lástima, me hubiese gustado más que chocases a propósito para conocerme…

– ¿Por qué tienes que ser tan niña?

– Es que soy una niña, papá. Mira, gira por aquí, a la derecha. Por aquí sí se puede.

– ¿Y luego…?

– Luego ya estaremos en el centro. Via del Corso, ¿la conoces?

– Claro que la conozco, y también sé que allí no se puede aparcar.

– Y qué más te da. Venga, demos una vuelta. Eres un creativo, necesitas respirar el ambiente de la gente, crear con ellos, para ellos. Venga… -Niki vuelve a coger el volante y lo gira de golpe-. Tuerce por aquí. -Y tira hacia ella-. ¡Aquí, aquí hay un sitio, métete, métete!

– ¡Quieta, que nos la pegamos!

Niki suelta el volante.

– Ok, pero métete aquí que nos viene perfecto.

– Sí, claro, perfecto para que me pongan una multa. ¿Es que tú no lees los carteles de «prohibido»?

– Bah, a esta hora los guardias están comiendo.

– Oh, claro, están todos comiendo. Porque los guardias, ya se sabe, no hacen turnos.

– ¡Venga, calla de una vez y vamos! -Y Niki se baja al vuelo riéndose y sin darle tiempo a responder, mientras él todavía no ha frenado del todo. Alessandro mueve la cabeza y aparca donde ella le ha indicado. Baja y cierra el coche.

– Si me ponen una multa la pagamos a medias, ¿eh…?

Niki lo coge del brazo.

– Claro, cómo no… primero te buscas un coche caro y luego te lamentas por una multa.

– Pero la multa no es opcional, yo no la he elegido, no la he pedido…

– Es cierto que eres un auténtico creativo, ¿eh? Siempre tienes la respuesta adecuada en el momento adecuado sobre el tema adecuado… Si yo hubiese sido tan rápida, ¿sabes la de deudas que me hubiese evitado?

– No me lo puedo creer. ¿Tan joven y ya tienes deudas?

– ¿Qué te enredas? Me refiero a las clases.

Suena un teléfono móvil.

– Venga ya, esto sí que es fuerte. Te has puesto mi timbre de Vasco Rossi. No te pega, demasiado fuerte, esa música no te pega.

Desde luego, piensa Alessandro, no me pega. Me la puso Elena. Pero por supuesto, eso no se lo dice a Niki. Se saca el móvil del bolsillo de la chaqueta y mira el número.

– Disculpa, me llaman de la oficina, tengo que cogerlo. ¿Sí?

– Hola, Alex, soy Giorgia. Ya estamos todos listos. Hemos recogido material, vídeos, todos los anuncios del pasado. Hay una avalancha de anuncios de caramelos. A lo mejor se nos ocurre algo si los vemos. Podríamos pasárnoslos rápido.

Alessandro mira a Niki. Ésta está mirando un escaparate, inclina la cabeza a la derecha y después a la izquierda, está midiendo a ojo unos pantalones. Después se vuelve, mira a Alessandro, sonríe y arruga la nariz, como diciendo: «No, no me gustan».

– Ok, entonces empezad a verlos vosotros.

– Y tú, ¿a qué hora vas a venir?

– Más tarde. En seguida estoy ahí.

Al oír esta frase, Niki mueve la cabeza. Saca al vuelo un folio de su mochila y se pone a escribir a toda prisa. Luego se lo enseña.

«No se habla del tema. Hoy trabajo de inspiración libre. Díselo. Creatividad y locura. ¡Qué cojones!» Niki se lo agita delante de las narices. Tan cerca que Alessandro casi no puede leerlo.

– Un momento, Giorgia, disculpa un segundo…

Alessandro mira el folio. Niki tiene razón. Vuelve a coger el teléfono y lee en voz alta.

– Ni hablar, hoy inspiración libre, creatividad y locura… ¡Qué…! -Se detiene. Mira a Niki. Mueve la cabeza por la palabrota-. ¡Qué demonios! De vez en cuando hace falta, ¿no?

Alessandro cierra los ojos, esperando la reacción de su copywriter. Momento de silencio.

– Tienes razón, Alex. Muy bien, me parece una idea excelente. Cortar un poco. Creo que esta pausa dará buenos frutos. Lo haremos así. Nos vemos por la mañana. ¡Adiós! -Y cuelga.

Alessandro se queda mirando perplejo su móvil.

– Increíble.

Luego se lo vuelve a meter en el bolsillo.

Niki sonríe y se encoge de hombros.

– ¿Has visto? Estaba de acuerdo conmigo.

– Qué extraño, nunca lo hubiese esperado de ella. Normalmente está ansiosa, siempre trabaja como una loca…

– ¿Cuánto tiempo has dicho que tenéis para ese proyecto?

– Un mes.

– Incluso demasiado.

– A mí no me lo parece.

– Pues sí, porque mira, las mejores soluciones las encuentras al vuelo. Están ahí, en el aire, listas para nosotros. Basta con atraparlas. Depende siempre del momento que estemos viviendo, claro, pero pensar demasiado en una cosa puede estropearla.

– ¿Eso también es de William Hazlitt?

– No, modestamente, eso es mío.

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