Treinta

Salida del instituto. Un río de muchachos invade el pasillo. Unos se van a casa. Otros asaltan el distribuidor automático. Diletta está en la cola, junto a Niki.

– ¿Has acabado la traducción?

– No. ¿Y tú?

– Tres cuartas partes.

– A mí me la ha pasado Serení. Me lo debía.

– ¿Por qué?

– Le presté mi camiseta Exté para la fiesta de los dieciocho del sábado. Es una deuda de al menos seis traducciones.

– ¡Ah! Venga, te toca.

Niki mete un euro en la ranura. Plinc. El ruido correcto. Aprieta la tecla del pastelito de chocolate.

– Pero ¿qué haces?

– ¿Qué pasa, no has leído a Benni? El mundo (según Sócrates, el abuelo de Margarita) se divide en: los que comen chocolate sin pan; los que no pueden comer chocolate sin comer también pan; los que no tienen chocolate; los que no tienen pan. Yo lo tengo todo.

– Vale.

– Hola… -Diletta se vuelve. Unos ojos color verde esperanza en un rostro ligeramente bronceado la miran-. Te he traído el euro. Ahora ya funciona.

– ¡¿Qué es, una tarjeta telefónica?! -ríe Niki, que está abriendo su pastelito.

– No tenías que hacerlo. Ya tengo.

– De todos modos, hoy no te hace falta. Ya lo usarás otro día.

– ¿Y eso?

El muchacho se saca una bolsita de cereales del bolsillo.

– Ya te la he sacado yo.

Diletta lo mira sorprendida.

– No tenías por qué.

– Ya. Lo sé. Quería hacerlo.

Niki los mira alternativamente, como si fuese un partido de tenis.

– Vale, pero ya te dije que no me gustan las deudas.

– Está bien, entonces no estés en deuda.

Niki interviene.

– Venga, Diletta, no lo alargues tanto. Te ha dado una barrita, no una caja de trufas de Norcia. ¡Muy bien! ¡Un gesto muy bonito! -Y le sonríe burlona.

Él le tiende la barrita a Diletta.

– No, gracias, no la quiero. -Y se va.

Niki la mira. Después se vuelve hacia él.

– ¿Sabes?, es un poco rara. Pero es fuerte. Jugando a voleibol, de vez en cuando recibe algún balonazo en la cabeza y se comporta así. Pero luego se le pasa.

Él intenta sonreír, pero se ve que la negativa de Diletta no le ha sentado bien.

– Oye, dámela a mí.

– No, era para ella.

– Pero ¿por quién me tomas? Dámela a mí que haré la entrega aplazada más tarde. -Y echando a correr se la quita de la mano. Sin pararse se vuelve un instante.

– ¿Cómo te llamas?

– Filippo -atina a responder él antes de que ella desaparezca por la esquina, dejándolo allí, con un euro en una mano y una esperanza menos en la otra.

Загрузка...