Treinta y tres

Poco después. En la Aurelia. Dirección Fregene.

– Pero si me vas a llevar con esos morros, ¡¿qué sentido tiene entonces el puesto de auxilio a Niki?!

– En ninguna parte está escrito que además tenga también que sonreír.

– No, pero sería más agradable.

Alessandro esboza una sonrisa forzada.

– ¿Está bien así?

– No, así no vale, no es natural. En ese caso me pongo de morros yo también.

Niki se vuelve hacia el otro lado. Alessandro la mira mientras sigue conduciendo.

– No me lo puedo creer, parecemos dos niños.

Niki se vuelve hacia él.

– ¡Lo malo es que tú crees de verdad que yo soy una niña! Mira, hagamos una cosa: te pago el seguro, la bonificación y todo lo demás. ¿De acuerdo? Así tienes un motivo válido para acompañarme y, sobre todo, y más importante, para sonreír. ¿Ok?

Alessandro sonríe.

– ¿Lo ves? Eso era lo que te quería demostrar…

– ¿El qué?

– Puede que tú tengas más años que yo, pero en este caso el niño eres tú.

– Oye, no discutamos, ¿vale? Venga, te acompaño a tu partido. Lo del seguro y todo lo demás se queda como estaba.

– No, de eso nada. Ahora ya lo he dicho y lo haré.

– Vale, como quieras, pero eso quiere decir que yo pago al magnífico mecánico.

– Siempre quieres salirte con la tuya, ¿eh?

– Sí, si no, el puesto de auxilio a Niki no cumpliría con su deber. Dime al menos de qué partido se trata.

– No. Ya lo descubrirás cuando lleguemos. ¿Por qué quieres fastidiarte la sorpresa? Si te lo digo, te haces ya una idea. Es bonito que haya un tiempo para cada cosa. ¿Puedo decirte algo? En mi opinión, tú no te regalas suficiente tiempo.

– ¿Tú crees? -Alessandro la mira.

– Sí, lo creo.

Alessandro coge su teléfono móvil.

– ¿Qué estás haciendo?

– Estoy llamando a la oficina para avisarles de que me estoy regalando tiempo. -Y aprieta la tecla verde. Niki lo mira. Alessandro mueve la cabeza.

– ¿Sí? Andrea, soy yo. -Pausa-. Escucha. Quería decirte que a lo mejor llego más tarde. -Pausa-. Sí, lo sé… lo sé… ahora te lo explico: me estoy regalando tiempo. -Pausa-. ¿Cómo que para qué sirve eso? Para ser más creativo… ¿Que dónde estoy? -Alessandro mira a Niki. Luego se encoge de hombros-. Por ahí… Sí, estoy con alguien. Sí… también hay un poco de tráfico… -Pausa.

Niki saca al vuelo de su bolsillo un folio ya escrito y se lo pasa rápidamente. Alessandro lo coge, lo lee y se queda sorprendido. Luego lo repite en voz alta.

– «Ser creativos quiere decir no ser prisioneros del tiempo de otros. No tener ni límites ni confines, hasta dar con la idea perfecta que te recompensa por todo ese tiempo que ya no está… pero que en realidad sigue existiendo todavía, sólo que bajo otras formas.»

Alessandro no está del todo convencido de lo que ha dicho. Pero tiene la impresión de que esa extraña frase ha surtido efecto. Mira a Niki satisfecho mientras escucha lo que Andrea Soldini le está diciendo.

– Vale, vale… Está bien, lo entiendo. No, ya te he dicho que no. No cojas el atajo. Que no, que te he dicho que no. No puedes hacerlo. Sí, nos vemos mañana por la mañana en la oficina.

Alessandro cuelga.

Niki lo mira entusiasmada.

– Muy bien, así me gusta. Ahora creerán aún más en ti, se les ocurrirán ideas nuevas, hallarán inspiración, los excitas con esta libertad. Fíate de mí.

– Ok, me fío. -Alessandro sigue conduciendo-. Era bonita esa frase, gracias.

– De nada, imagínate.

– No, lo digo en serio. Le ha dado un sentido a todo lo que estamos haciendo. ¿Cómo se te ocurrió?

– No es mía. La busqué ayer en Google.

– ¡Ah!

– Sabía que me resultaría útil.

Alessandro la mira con otros ojos. Niki entorna un poco los suyos.

– Escucha ésta… ¿Sabes la diferencia entre una mujer y una niña?

– No.

– Ninguna. A menudo ambas intentan ser la otra.

– ¿También ésta la encontraste en Google?

– No, ésta es mía. -Y Niki sonríe.

Poco después, cogen el desvío hacia Fregene. Alessandro sigue conduciendo. Niki no para de moverse, de hablar; apoya los pies en el salpicadero con tranquilidad, serena, y se ríe. Pero cuando él finge enfadarse, los baja. Alessandro abre su ventanilla. Respira el aire cálido de los últimos días de abril. Al borde de la carretera, unas espigas pequeñas se doblan al viento. El perfume del verde, la atmósfera casi veraniega, invade el coche. Alessandro respira con los ojos casi cerrados. Es cierto, piensa. Nunca me regalo bastante tiempo. Y quién sabe, a lo mejor se me ocurre alguna idea buena. Y este pensamiento lo deja más tranquilo. Quizá porque, de todos modos, ese tiempo que se ha regalado le parece robado.

– Ya, ya, aparca aquí, hemos llegado. -Niki se baja veloz del coche-. Venga, ven. Vamos, que llegamos tarde.

Sale corriendo a toda velocidad y se sube por una duna de arena y después por unos tablones resecos por el sol que conducen hacia una vieja cabaña.

– Hola, Mastín. ¡Ya estoy aquí! ¡Dame las llaves!

– Hola, Niki, ya está todo el mundo.

– Sí, lo sé.

Llega Alessandro sin aliento.

– Él es mi amigo Alessandro. Alex, espérame aquí y no mires, ¿vale?

Se queda quieto frente al señor a quien ha oído llamar Mastín.

– ¿Qué tal?

Mastín lo mira con curiosidad.

– ¿Usted también es del grupo de los locos?

«No -le gustaría responder a Alessandro-, yo soy el del puesto de auxilio a Niki», pero resultaría muy largo de explicar.

– Sólo he venido a acompañar a Niki, tenía problemas con su ciclomotor.

– ¿Y cuándo no tiene problemas esa chica? Pero es fuerte, ¿eh? Y tiene un corazón de oro. ¿Quiere tomar algo? No sé, una caña, un aperitivo, un poco de agua…

– No, nada, gracias.

– Niki aquí tiene crédito. Puede tomar lo que quiera.

– No, en serio, gracias.

En realidad, me gustaría comer, tengo una hambre canina, piensa Alessandro. Es mi hora de comer, ¿sabe? Un poco larga, pensará usted… Alessandro casi se siente mal y prefiere no pensar en ello. Ya, qué iluso, tengo que convencerme de que me estoy regalando un poco de tiempo. Justo en ese momento, de una cabina que hay al fondo del local, sale Niki. Lleva un traje de neopreno azul, muy ajustado, y sus rubios y largos cabellos sujetos con una goma del pelo. En las manos lleva una tabla de surf.

– ¡Ya estoy! ¿Lo habías adivinado?

Alessandro se ha quedado boquiabierto.

– No.

– ¿Quién sabe? A lo mejor te animas y lo intentas tú también… ¿O ya sabes surfear?

– ¿Yo? Una vez de niño probé con un monopatín…

– ¡Venga ya! Bueno, un poco sí que se le parece. Pero ¡en el agua!

– Sí, pero me caí en seguida…

– ¡Bueno, por lo menos aquí seguro que no te haces daño! Mastín prepáranos algo, que dentro de un rato comemos. -Después coge a Alessandro de la mano y lo arrastra fuera-. Anda, ven, ven conmigo. -Lo arrastra consigo, salen a la playa y corren juntos hacia el mar. Alessandro avanza a trompicones tras ella, con los zapatos llenos de arena, vestido todavía con traje de trabajo y la camisa apestando a gasoil. Pero Niki no le da tiempo.

– Perfecto, siéntate en ese patín. En seguida vuelvo. -Y echa a correr veloz hacia el agua. Entonces se detiene, suelta la tabla y regresa hacia él, que entretanto ya se ha sentado.

– ¿Alex?

– ¿Sí?

Le da un beso ligero en los labios. Luego lo mira a los ojos.

– Gracias por haberme acompañado.

Él se queda boquiabierto.

– Oh… bueno, yo… no es nada.

Niki sonríe. Luego se quita la goma del pelo.

– Sujétame esto, por favor.

Se la deja en las manos y se va.

– Claro.

Niki coge su tabla y se arroja al agua. Se sube encima boca abajo y empieza a remar veloz con los brazos. Se aleja mar adentro y se reúne con los demás, allí donde las olas son más grandes. Alessandro se toca los labios. Después se mira la mano. Como si buscase todavía aquel beso ligero… Sólo encuentra en ella la goma del pelo. Un cabello largo y rubio se ha quedado enredado y se mueve rebelde, bailando al viento. Alessandro lo desenreda con cuidado, levanta la mano y lo suelta, abandonándolo a quién sabe qué extraña libertad. Después mira de nuevo hacia el mar. Niki está sobre su tabla, junto a los demás. Se acerca una ola, unos se ponen a remar a toda velocidad con los brazos, a otros se les escapa. Niki gira su tabla, da dos brazadas y consigue coger la ola al vuelo. Se pone de rodillas y después en pie. Da como una especie de saltito y aterriza en el centro de la tabla en perfecto equilibrio. Se inclina hacia delante, y extiende los brazos, y corre veloz sobre la ola, con los cabellos un poco más oscuros, salpicados por el agua y el mono azul mojado y pegado al cuerpo. Se desplaza por la tabla, llega hasta el extremo y se deja llevar por la ola. Después retrocede y cambia el peso de sitio, traza una ligera curva y empieza a subir, llega hasta la cresta y baja de nuevo, lanzándose con suavidad entre la suave espuma y las miradas envidiosas de quien no ha podido coger esa ola.

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