El Mercedes circula veloz por la autopista que rodea Roma. Una tarde tranquila en la que alguien ha experimentado una nueva libertad: regalarse tiempo. Pero, a veces, uno es incapaz de aceptar un regalo, aunque se lo haya hecho él mismo.
– ¿Te llevo hasta donde está el ciclomotor?
– Ni hablar. Esta tarde es nuestra. Y, además, estoy poniendo a punto nuevas ideas sobre tu caramelo.
Alessandro la mira. Niki tiene la ventanilla bajada y el viento le despeina suavemente el pelo, secándoselo por partes. Tiene un folio en las manos y un bolígrafo en la boca, que sostiene como si fuese un cigarrillo, mientras busca soñadora la idea de quién sabe qué gran anuncio.
– Ok.
Niki le sonríe, luego escribe algo en el folio. Alessandro intenta mirar de reojo.
– No mires. No te lo daré hasta que esté listo.
– Vale. El definitivo.
– ¿Qué es eso?
– Al trabajo acabado se le llama así.
– Ok, entonces, cuando sea el momento, te daré el definitivo.
– Muy bien, ojalá encontrases de verdad una buena idea. ¡Me podría regalar un montón de tiempo!
– Ya verás cómo lo consigo. Seré la musa inspiradora de la publicidad de los caramelos.
– Eso espero. -Y mientras lo dice, pone el intermitente y se desvía hacia la Casilina.
– Eh, ¿adonde vamos?
– A un sitio.
– Ya lo veo… hemos salido de la autopista.
– Tengo que hacer un encargo para un amigo mío.
– ¿El que te ha llamado antes?
– Sí.
– ¿De qué se trata?
– Lo quieres saber todo. No te distraigas. Piensa en la publicidad.
– Tienes razón.
Niki vuelve a escribir algo en el folio, mientras Alessandro sigue las instrucciones de su navegador y se detiene poco después en una pequeña travesía de la Casilina. Al borde de la carretera hay algunos coches destartalados con la chapa corroída, otros tienen los cristales rotos, y otros las ruedas pinchadas. Hay contenedores destrozados, cajas de cartón abandonadas y bolsas de plástico abiertas y arañadas por algún gato famélico que busca remedio a esa dieta que ya dura demasiado.
– Ya está, hemos llegado.
– ¡Pero ¿tú qué amigos tienes?! ¿Qué tienen que ver con un lugar así?
– Es un encargo especial.
Niki lo mira con desconfianza.
– Mira que si nos volvemos a encontrar a tus amigos policías y nos arrestan por drogas, después te tocará a ti explicarles a mis padres que yo sólo te estaba acompañando…
– ¡Qué drogas ni qué…! ¿Qué te crees? Esto no tiene nada que ver con drogas. Quédate en el coche y aprieta ese botón cuando me haya bajado, así te cierras dentro.
Alessandro se baja del coche y, mientras camina hacia el portal, oye el sonido de la cerradura al cerrarse. Sonríe. Luego, mientras busca el nombre en el portero automático, piensa en sus «amigos» policías y en el hecho de que casi lo arrestan de verdad por drogas… Todo por culpa del tal Soldini y su deseo de no ser olvidado. ¿Y quién se acuerda ya de aquella noche? A saber lo que estarán haciendo en la oficina. Esperemos que se les ocurra alguna idea buena. ¡Bah, qué idiota! No tengo por qué preocuparme… para eso está Niki. Después sonríe preocupado. Esperemos. Finalmente encuentra lo que busca. Tony Costa. Tercer piso. La puerta del portal está abierta. Alessandro entra y coge el ascensor. Al salir ve una puerta con un cristal en el que pone «Tony Costa. Investigador privado». Como en las viejas películas americanas. En esas películas, lo normal es que, cuando uno llama a la puerta, o bien le disparen o bien le salten directamente encima. Pero al final nadie se hace daño. Así pues, un poco más tranquilo, llama al timbre. Un sonido antiguo, en sintonía con la podredumbre y los olores de la escalera, con el ascensor destartalado y también con los felpudos desgastados por sabe dios cuántos pies que se han limpiado antes de entrar. Alessandro aguarda frente a la puerta. Nada. No se oye nada. Llama otra vez. Por fin percibe un ruido detrás de la puerta. Una agitación extraña. Luego una voz profunda, cálida, idéntica a la de los dobladores de Adiós, muñeca con Robert Mitchum o El último Boy Scout, con Bruce Willis.
– Un momento, en seguida abro. -La puerta se abre, pero quien aparece no se asemeja en absoluto a estos dos actores. Como mucho, a James Gandolfini, el de Los Soprano. También eso le preocupa. Es sólo un poco más bajo, pero de todos modos alto. El tipo lo mira con el cejo fruncido.
– ¿Y bien? ¿Qué quiere?
– Busco a Tony Costa.
– ¿Para qué lo busca?
– ¿Es usted?
– Depende.
Alessandro opta por ceder.
– Necesito su ayuda. Bueno, quería encargarle un caso.
– Ah, sí, entonces soy yo. Pase.
Tony Costa le hace pasar. Después cierra la puerta. Se coloca bien los pantalones, se mete incluso la camisa por dentro, mientras se dirige hacia su mesa.
– Ella es Adela, mi ayudante. -Tony Costa señala sin volverse a una muchacha que llega de la habitación contigua, tratando también de componerse un poco.
– Hola.
– Buenas tardes.
Adela se dirige hacia la otra mesa que hay allí al lado, pero al salir de la habitación cierra la puerta. Aunque no tan rápido como para impedir que Alessandro vea que aquello es un dormitorio. Tony Costa se sienta ante su mesa y le señala una silla.
– Siéntese, por favor.
Alessandro toma asiento frente a él, mientras Adela pasa por detrás y se sienta en la mesa de la derecha. Alessandro se da cuenta de que Tony Costa lleva un enorme anillo de matrimonio en el dedo, grueso, grande. Brilla desgastado por el tiempo entre sus gordos dedos. En cambio Adela, que está ordenando algunos folios, sólo lleva un pequeño anillo en la mano derecha. Quién sabe. A lo mejor ha interrumpido algo entre el jefe y la secretaria. Pero una cosa está clara: a un forzudo como Tony Costa nadie se le enfrenta, y, en el fondo, a él no le interesa lo que estaba ocurriendo en esa oficina. Lo mira.
– ¿Quiere beber algo? ¿Un poco de esto? -Levanta una botella de Nestea que hay sobre la mesa, de la que ya se han bebido la mitad-. Está caliente, eh, se ha roto el frigorífico.
– No, gracias.
– Como quiera.
Tony Costa se sirve un poco.
– Adela, anote, por favor: arreglar el frigorífico. -Después sonríe a Alessandro-. ¿Lo ve? Ya me ha servido de algo, me ha recordado los asuntos pendientes.
Después da un largo trago al vaso de té y se lo bebe entero.
– Ahhh. Aunque esté caliente es siempre una delicia. Bien, ¿que podemos hacer por usted, señor…?
– Alex, ejem, Alessandro Belli. No es para mí, es para un amigo mío.
– Claro, claro, un amigo suyo. -Tony Costa mira a Adela y sonríe-. El mundo está hecho de amigos que siempre hacen favores a otros amigos… Bien, ¿de qué se trata? Documentos legales, talones sin fondo, engaños…
– Una sospecha de engaño.
– Por parte de la mujer de su amigo, ¿no es eso?
– Exacto. Aunque yo no creo que ella le engañe.
– Entonces, disculpe, ¿qué es lo que ha venido a hacer, a tirar su dinero?
– El dinero de mi amigo, si acaso.
– Oiga, yo no le contaré a nadie que usted ha venido a verme. Será un secreto. Va en contra de mis intereses, porque si quiere que yo siga a esa mujer, sería un detective verdaderamente incapaz si no acabase descubriendo que ella y el marido… ¿no es eso?
– Es eso. Pero yo no soy el marido. El marido es mi amigo. Yo soy amigo suyo y de su mujer.
– Ah, usted es el amigo de la mujer.
– Sí, pero no en ese sentido, soy amigo, amigo. Por eso estoy seguro de que no hay otro, pero mi amigo está obsesionado, tiene esa paranoia.
– Los celos conservan el amor, del mismo modo que las cenizas guardan el fuego, como decía Ninon de Lenclos.
Alessandro no puede creer lo que acaba de oír. Maldita sea. Esa frase también la dijo Enrico.
– Sí, puede que sea así, pero de todas maneras ya estoy aquí y debo seguir adelante…
– Como desee. De todos modos, ahora las cosas están más claras. Adela, ¿está tomando notas?
Adela levanta el folio.
– Por el momento, sólo he escrito que Alessandro Belli es amigo de los dos.
– Ya… -dice Tony Costa y luego se sirve otro poco de Nestea-. Bien, necesito la dirección de la señora a quien debo seguir. ¿Tiene hijos?
– No.
– Bien, mejor…
– ¿Porqué?
– Nunca me ha gustado echar a rodar un matrimonio cuando hay hijos de por medio.
– A lo mejor no tiene por qué echarlo a rodar.
– Ah, claro, claro. Estaremos en contacto. -Tony Costa coge un folio y lo gira hacia Alessandro-. Por el momento, escríbame nombre apellido y dirección de la persona a seguir.
Alessandro coge el folio, después ve un bolígrafo en un portabolis.
– ¿Puedo?
– Sí, por favor.
Alessandro escribe rápidamente algo en el folio.
– Mire, éste es el nombre de la señora, éste el del marido y la dirección donde viven.
Tony Costa controla la caligrafía.
– Perfecto. Es legible. Ahora también quisiera mil quinientos euros para ponerme a trabajar de inmediato.
– De acuerdo, aquí tiene. -Alessandro abre su cartera, saca tres billetes de quinientos euros y los pone sobre la mesa.
– La otra mitad me la dará cuando le entregue las pruebas de lo que sospecha el marido.
– Por supuesto… pero quizá no puede entregarme nada.
– Claro, pero en ese caso igualmente tendrá que pagarme. La verdad es la verdad, y cuando se encuentra se paga.
– Muy bien.
Alessandro saca una tarjeta de visita de su cartera y se la da. Señala un punto con el índice.
– Mire, quisiera que me llamase a este número.
– Por supuesto. Como desee.
Tony Costa coge el bolígrafo y traza un círculo en torno al número de teléfono que Alessandro le ha indicado. El de su teléfono móvil. Alessandro se dirige a la salida.
– ¿Cuándo me dirá algo?
– Le llamaré en cuanto tenga algo que decirle.
– Ya, pero más o menos. Para decírselo a mi amigo, ¿sabe?
– Bueno, yo creo que en el transcurso de un par de semanas aproximadamente todo debería estar más claro… La verdad es la verdad, no se necesita mucho.
– Perfecto, gracias. Entonces ya hablaremos.
Alessandro sale. Adela se acerca a Tony Costa. Se quedan así, en medio de esa oficina de luz mortecina, sobre una vieja alfombra color burdeos desgastada, con una planta de hojas un poco amarillentas en la esquina y un enorme mapa de Roma pegado en la pared, bajo un cristal rajado por uno de los bordes. Alessandro se despide una última vez. Después se mete en el ascensor. Aprieta el botón de la planta baja. El ascensor se pone en marcha justo en el momento en que Tony Costa cierra su puerta acristalada. Alessandro se imagina al investigador y a su ayudante. Volverán a sus investigaciones sobre el placer antes de ocuparse de Camilla. Camilla. La mujer de su amigo Enrico. Fui testigo de su boda, piensa Alessandro, y hoy por la tarde he sido testigo del hecho de que, en breve, alguien empezará a seguirla sin que ella lo sepa. Alessandro mira el reloj. Y todo ha sucedido en apenas diez minutos. Cierra el ascensor y sale del portal. Sólo se necesitan diez minutos para arruinar la vida de una persona. Bueno. Si uno quiere arruinársela. Alessandro decide no pensar más en ello y se dirige hacia su coche. Niki lo ve, sonríe y aprieta el botón, liberando los seguros de las puertas.
– ¡Eh, ya era hora! ¡No sabes la de ideas que se me han ocurrido!
Alessandro se mete en el coche y arranca.
– A ver, cuéntame.
– No… todavía no tengo las ideas bien claras.
– ¿Cómo? ¡¿Se te han ocurrido un montón de ideas confusas?!
– Jo, no empieces a meterte conmigo. Te lo diré cuando llegue el momento.
Niki pone los pies en el salpicadero. Pero basta con que Alessandro la mire un instante para que los baje.
– Ok. Hagamos una cosa: si mi idea te gusta, es decir, si al final acabas usando mi idea, tendrás que pasearme un día entero en tu coche con mis pies en el salpicadero, ¿Trato hecho?
– Trato hecho.
– No, lo tienes que prometer.
– ¿El qué?
– Lo que acabo de decir
– Pero nada más, ¿eh? Quiero saber bien qué es lo que prometo, porque si hago una promesa, después me gusta cumplirla. ¿De acuerdo?
– Sí, pero que conste que eres un pesado.
– No, es cuestión de querer cumplirla.
– Ok, entonces sólo un día con los pies en el salpicadero.
– De acuerdo. Entonces… -Alessandro sonríe-. Prometido.
Niki alarga una mano hacia él. Alessandro se la estrecha sellando el pacto.
– ¿Y qué has ido a hacer ahí arriba?
– Nada, ya te lo he dicho, un encargo para un amigo mío.
Niki se recoge el pelo y utiliza el bolígrafo para sujetarlo.
– Tu amigo quiere saber si su mujer lo engaña.
Alessandro la mira asombrado.
– Eh, ¿tú cómo sabes…?
– En ese timbre ponía «Tony Costa. Investigador privado». No es tan difícil, ¿sabes?
– Te he dicho que te quedases en el coche.
– Y yo te he pedido que me dijeras qué era lo que ibas a hacer.
Alessandro sigue conduciendo.
– Vale, no tengo ganas de hablar de eso.
– Ok, entonces hablo yo. No hay nada peor que querer saber una cosa si alguien no te la quiere contar. Por ejemplo: tú has dicho que lo habíais dejado con tu novia, ¿no?
– Tampoco me apetece hablar de esa historia.
– Ok, entonces también hablaré yo de eso. Tú, por ejemplo, ¿querrías saber si ella te ha engañado?
Alessandro piensa: pero ¿que está pasando? ¿Es que ahora todos se han obsesionado con mi historia?
Pero Niki insiste.
– ¿No es peor? Quiero decir, a lo mejor ha sido una historia bonita, ¿qué necesidad hay de estar mal? Yo, por ejemplo, lo he dejado con mi novio, ¿no? Lo que vivimos lo vivimos. Y ya está. No hay que saber nada más. Fue bonito. Pero fue… ¿No es más fácil así? A lo mejor saber que te ha engañado te hace sentir mejor, pero ¿de qué sirve? ¿Qué quieres, una justificación para estar mejor? ¿Necesitas que haya otro por medio para estar sin ella? Yo creo que es importante lo que se siente. Claro que si para ti no se ha acabado… entonces ése es otro discurso. Entonces tienes ganas de estar mal. -Niki lo mira con curiosidad-. ¿Y bien?
– ¿Y bien, qué?
– Bueno, que si… sigues estando mal todavía.
Justo en ese momento suena el móvil de Alessandro. Lo coge y mira la pantalla.
– Es de la oficina.
– Jo. ¡Siempre te salva la oficina! Hay que ver…
– ¿Sí?
– Hola, Alex…
Alessandro cubre el micrófono con la mano y se vuelve hacia Niki.
– Es mi jefe.
Niki lo mira como diciendo «¿Y qué quieres que haga?»
– Sí, dime, Leonardo.
– ¿Dónde estás?
– Por ahí. Estoy recopilando datos.
– Muy bien, eso me gusta. El producto es para la gente, y por lo tanto es preciso buscar entre la gente… ¿Se te ha ocurrido alguna idea buena?
– Estoy trabajando. Sí. Ya he tomado algunas notas.
– Ah… -Silencio al otro lado.
– ¿Sí? ¿Leonardo?
– Disculpa. No debería decírtelo. Bueno, Marcello y su equipo me han presentado un proyecto. -Silencio de nuevo. Alessandro traga saliva.
– ¿Sí?
– Sí.
– ¿Y cómo es?
Silencio, más breve esta vez.
– Bueno.
– Ah, ¿bueno?
– Sí. Bueno… pero clásico. Vaya, de un joven como él esperaba algo mejor; no sé cómo decirlo… algo más fuerte. En realidad, no más fuerte, ni más conservador, qué sé yo, algo revolucionario. Sí, eso es, revolucionario, nuevo. Eso mismo, nuevo… Nuevo y sorprendente.
– Nuevo y sorprendente. Es justo en lo que yo estoy trabajando.
– Lo sabía. Lo sabía. No hay nada que hacer. Al final el más revolucionario eres siempre tú. Quiero decir, que tú siempre eres nuevo y sorprendente.
– Bueno. Eso espero.
– ¿Cómo «espero»?
– No, quería decir que espero que te guste.
– También yo. Oye, mañana por la mañana tengo una reunión pero ¿podrás enseñarme algo por la tarde?
– Creo que sí.
– Ok, entonces a las cuatro en mi despacho. Adiós, un saludo. Sigue caminando entre la gente. Me gusta esta nueva manera tuya de investigar. Nueva y sorprendente. Por ahí… sí. No hay nada que hacer. A tu manera, tú sí que eres un revolucionario. -Y cuelga.
– Sí… Leonardo… -Alessandro mira a Niki-. Ha colgado.
– Bien, ahora todo me parece más fácil.
– ¿A qué te refieres?
– Sólo nos falta encontrar una idea nueva y sorprendente.
– Ah, claro, fácil.
– Bueno, al menos las ideas están mucho más claras. Ya verás como mañana antes de las cuatro te daré una de mis ideas nuevas y sorprendentes.
Alessandro coge de nuevo su móvil y marca un número.
– ¿Qué haces, lo estás llamando tú? ¿Quieres aplazar la cita? Pero si yo te lo tendré seguro para las cuatro…
– No… ¿Andrea?
– Sí, jefe, es un placer oírte. ¿Cómo van las cosas?
– Fatal.
– ¿Por qué, hay mucho tráfico?
– No, mañana tengo una cita con Leonardo por la tarde. Tengo que presentar un proyecto.
– Pero ¡si aún no estamos listos! ¿Qué podemos hacer?
– No lo sé. Lo que es seguro es que tenemos que encontrar una idea nueva y sorprendente.
– Sí, jefe.
– Tú puedes hacer una cosa.
– Dine, jefe.
– ¡Coge aquel atajo de inmediato!
– ¡Estupendo! No esperaba otra cosa!
Alessandro cuelga.
– ¿A qué te refieres con lo del atajo?
– A nada.
– Pero ¿por qué siempre tienes que responder «Nada»? Es peor que cuando me decían de pequeña «Eso son cosas de mayores».
– Nada… Es una cosa de mayores.
– Cuando haces eso te juro que no te soporto. Venga, quita, déjame conducir.
– ¿Qué?
Niki casi se le sube encima.
– Pero ¿estás loca? Ya tuvimos un accidente, ¡espera al menos a cumplir los dieciocho!
– Ni hablar. ¿Por qué tienes que traerme mal fario? ¿Por qué forzosamente tengo que tener un accidente?
– Bueno, tienes bastantes posibilidades…
– Para nada… ¡Venga, quita!
– No.
– Perdona, ¿no viste lo bien que me lo monté con los dos policías? ¡Logré convencerlos. ¡Venga! Sólo un ratito de nada. A lo mejor mientras conduzco se me ocurre alguna otra idea bonita para tus caramelos.
– No son míos.
– Va, no fastidies más. -Niki está casi montada encima de él-. ¡Bájate ya!
– Pero si dijiste que este coche no te iba bien porque tenía el cambio automático.
– Sí, pero lo he pensado mejor. Este coche es tan grande que si logro maniobrar y dominarlo, ¡no habrá un solo coche que se me resista!
Alessandro sale de debajo de Niki y se baja.
– Lo malo es si no lo logras con éste…
Niki se pone el cinturón de seguridad mientras Alessandro da la vuelta.
– De todos modos, después del accidente que tuviste, por tu culpa claro, tenías que ir al chapista, así que golpe más, golpe menos…
Alessandro sube y se pone también el cinturón.
– Mejor «golpe menos».
Niki sonríe, después toca el navegador.
– ¿Qué haces?
– Estoy probando este trasto, aunque de todas formas yo nunca llevaré uno en mi coche. Mis padres me comprarán el modelo más básico de coche. ¿Cómo se le quita el sonido?
– ¿El sonido?
– Sí, esa voz que habla como en «Star Treck» y dice «trescientos metros… gire a la derecha».
– Ah, así. -Alessandro aprieta una tecla del monitor y aparece el mensaje de «no audio».
– Bien.
Niki comienza a programar el navegador, entonces se percata de que Alessandro la está mirando fijamente.
– ¡No me mires!
– Vale. -Alessandro se vuelve hacia el otro lado-. ¿Adónde quieres ir?
– Ya lo verás. Ya está.
– Sal con cuidado, por favor.
Pero Niki no le hace ningún caso y aprieta el acelerador, provocando una fuerte sacudida.
– Muy bien, te acabo de decir con cuidado.
– Para mí esto es ir con cuidado.
Alessandro niega con la cabeza.
– Me rindo.
Niki sonríe y empieza a conducir. Esta vez va lentamente. Pasa entre los otros coches, pone el intermitente, gira. De vez en cuando, Alessandro la ayuda, coge el volante y le corrige la curva.
– Ehhh, ¿sabes que eres mejor que el resto de los amigos que me enseñan?
– ¿Cómo, tu padre no te enseña?
– Mi padre no tiene tiempo.
Alessandro la mira. Le sonríe. Qué extraño.
– Mi padre se divertía enseñándome, dándome lecciones.
– En realidad, te transmitió una cierta calma, paciencia y tranquilidad.
– Quisiera poder encontrar el tiempo para enseñar a mis hijos…
Niki lo mira y se encoge de hombros.
– Por supuesto, entretanto, lo has encontrado para mí. Y eso es hermoso… -Después Niki le sonríe-. Y yo, por mi parte te entreno para cuando lleguen tus hijos.
– Claro que sí.
Alessandro la mira. Después piensa para sus adentros. Ya… pero a saber cuándo será eso. Me gustaría tener un niño. Qué se necesita… Me falta sólo la persona con quien tenerlo. Elena se ha ido. Le asalta una cierta tristeza. Y aquí estoy, con una que es como si fuese una niña a medio crecer y que además me ha obligado a adoptarla. ¡Joder! Niki pone el intermitente y aparca.
– ¿Qué haces? ¿No seguimos con la lección?
– No, ya hemos llegado. -Niki se quita el cinturón y baja.
– Pero ¿dónde? -Alessandro baja también del coche-. ¿Tienes otra competición?
– No, son las ocho y media y tengo hambre. Espera, que aviso a mis padres. -Marca rápidamente un número-. ¿Sí, mamá…? Sí, he estado estudiando en casa de una amiga… Lo sé. Estaba un poco depre y le he hecho compañía. No. No, no la conoces. -Niki sonríe a Alessandro-. Ahora vamos a comer algo. Sí, si me tienes que llamar y el móvil está sin cobertura, estamos en el Zen Sushi, en via degli Scipioni… Sí… ¿Eh? Lo encuentras en las Páginas Amarillas o, si no, ven si es algo urgente. No. Hemos venido a cenar, tenía hambre, me ha insistido. Dice que invita ella. Sí. Que no, que quiere pagar ella. ¡Es así! No, no la conoces, pero te la presentaré pronto. Ok, sí. Estudiaremos un rato todavía y luego voy para casa, no tardaré, venga. Prometido. No, prometido, pronto en serio. Adiós, un beso, saluda a papá. -Niki cierra el teléfono-. He dicho que pagabas tú porque así se cree que estoy con una amiga que se siente mal de verdad, porque me obliga a ir a cenar con ella y le he dado la dirección del restaurante para que está tranquila, ¿sabes…?
– Ah, ya lo entiendo, ¿y a cambio?
– A cambio nada, invitas tú y espero que te diviertas. Perdona, pero no te voy a dar un eslogan diseñado y una idea tan buena por nada.
Justo en ese momento suena el teléfono de Niki.
– Jo, número oculto… ¿Y ahora quién será? -Decide responder-. ¿Sí?
– Eh, ¿dónde te metes?
Niki se vuelve hacia Alessandro.
– Es Olly. Demonios, tenía que llamarla.
– Nosotras estamos en la explanada, para el bbc. Dijiste que esta noche vendrías… y que a lo mejor incluso lo hacías.
– Mentí.
– ¡Vale, pero ven igualmente!
– Pero ¿en serio estáis ahí?
– ¡Sí!
– ¿Esta noche también? ¿Y no os aburrís?
– No, no nos aburrimos. Es superguay, está tu ex, que está montando el número. Está medio borracho y te busca como un loco. ¡Me ha preguntado que por qué no estabas aquí con las Olas!
– Pues porque estoy aquí, con un tipo muy guay…
– ¿Qué? ¿Quién es? ¡Cuéntamelo todo ahora mismo! -Después Olly sonríe al otro lado del teléfono-. Ah, ya entiendo. No es verdad, me estás mintiendo, ¿a que sí?
– No, ya sabes que yo no miento.
– ¿Y si te ve Fabio?
– Qué me importa. Lo dejamos, precisamente porque no me dejaba salir ni siquiera con vosotras. ¿Y ahora que ya no estoy con él tengo que preocuparme? Ni hablar. Oye, Olly, tengo que colgar. Dile a Fabio que ya me iba a acostar. De todos modos, no tiene valor para llamarme a casa. Mañana te lo explico todo.
– No, no, espera, Niki, espera.
Demasiado tarde. Niki ha colgado. Después mira a Alessandro, que todavía está turbado.
– Yo he apagado el mío. ¿Por qué no apagas tú el tuyo? Así nos regalamos una noche tranquila para acabar bien el día.
Niki sonríe y entra primera en el local. Alessandro coge su teléfono. Lo mira un momento. Decide no esperar una posible llamada de Elena, al menos esa noche. Esta idea le produce un cierto placer. De modo que lo apaga y se lo mete satisfecho en el bolsillo. Entra en el restaurante con un extraño sentimiento de nueva libertad. Poco después, ya están comiendo. Ríen. Bromean. Como una de esas parejas felices de estar juntos; de las que sueñan, para las que todo está aún por descubrir; de las que tienen un poco de miedo y un poco no… Como esa extraña sensación de cuando estás en la playa y hace calor. De repente te entran ganas de darte un baño. Te levantas de la toalla. Te acercas al agua. Te metes dentro. Pero el agua está fría. A veces muy fría. En ese momento, hay quien lo deja correr y vuelve a tumbarse y a soportar el calor. Otros, en cambio, se sumergen. Y tan sólo estos últimos, después de unas cuantas brazadas, alcanzan a saborear hasta el fondo ese gusto único y un poco extraño de libertad total, hasta de sí mismos.