Cuarenta y tres

Alessandro mira el reloj que está sobre la mesa. Las dos y cuarenta. Falta poco más de una hora para la reunión. Y ellos todavía no están listos.

– Bien, chicos, ¿cómo vamos?

Michela llega corriendo a la mesa y le enseña un nuevo boceto. Alessandro lo mira. Una muchacha sostiene la luna como si fuese una pelota. No funciona en absoluto. Es todo menos nuevo. Y nada sorprendente. Alessandro está destrozado. Deprimido. Pero no debe demostrarlo. Se muestra seguro y tranquilo, para que no se le escape la situación de las manos. Sonríe a Michela.

– Es bueno. -Michela sonríe también-. Pero no se puede dar todavía por bueno.

Michela se queda abatida. De inmediato le desaparece la sonrisa. Rápidamente. Demasiado rápidamente. Es posible que también ella, en el fondo de su corazón, supiese que todavía no era el definitivo.

– Es necesario algo más, algo más… algo más… -Ni siquiera es capaz de encontrar la palabra más adecuada para expresar lo que querría.

Pero Michela parece tener un conocimiento óptimo con él.

– Sí, ya entiendo… Voy a intentarlo.

Alessandro casi se hunde en su sillón de piel. Llega Giorgia.

– He hecho algún otro eslogan.

Alessandro abre distraído la carpeta y mira las hojas. Sí, no están mal. Colores variados, vivos, luminosos, alegres. Pero si la idea no existe, ¿de qué sirve un buen logo?

– No están mal, muy bien.

Giorgia lo mira desconcertada.

– Entonces, ¿sigo así?

– Sí, trata de que, a través de la letra se transmite el sabor del chocolate, de la canela, de la lima…

– No es fácil sin el diseño del producto, pero lo intentaré.

– Sí, adelante.

Es cierto. Él también lo sabe. Sin una idea concreta no se va a ninguna parte. Justo en ese momento, suena el interfono. Es Donatella, la de la centralita.

– ¿Sí?

– Disculpe, señor Belli, pero hay…

– No estoy, he salido, estoy fuera. Ni siquiera sé si volveré. Me he ido. Eso, me he ido a la Luna. -Y cuelga el interfono, truncando cualquier posibilidad de comunicación.

¡Qué demonios! Y no es un eslogan. Hay momentos que son sagrados. En esos momentos no se le molesta a uno. Si encima esos momentos son dramáticos, todavía peor. No se está para nadie.

¡Qué demonios! Mira el reloj.

Son las tres y cuarto. No lo conseguiremos. Y pensar que ayer estaba convencido de que sí. Maldición, no tendría que haber pasado el día fuera. El mar, mirar a los que hacían surf, la comida en la taberna de Mastín, y tiempo regalado… Ya, ¿y quién me regala ahora a mí mi puesto de trabajo? Maldita sea, y maldito el momento en que decidí confiar en una chica de diecisiete años. Alessandro mira de improviso su teléfono. Ningún mensaje. No me lo puedo creer. Ni siquiera me ha llamado. Nada. Menos mal que tenía que salvarme, que darme la idea. Tranquilo, que yo te la encuentro. Tomaba notas, preguntaba, pensaba. Y, en cambio, nada. Ni siquiera ha dado señales de vida. Luego, por un instante le vienen a la mente los jazmines y todo lo demás. Y casi le da vergüenza. Pero ¿qué esperabas de una chica de diecisiete años, Alex? Es libre. Y sin obligaciones. Con toda una vida por delante. A lo mejor ya se ha olvidado de ti, de los jazmines… incluso del accidente. Pero es justo que sea así. Claro que… no pierdo nada con intentarlo de nuevo. Coge el teléfono y empieza a escribir.

«Hola, Niki. ¿Todo bien? ¿Has tenido un accidente con algún otro? ¿Tengo que ir a salvarte?» Luego se lo piensa mejor. Pero si ella misma se lo dijo. «¿Vas a mandarme una de tus geniales ideas…?» Y sonríe, es mejor ser amables. «La echo en falta. Una idea con perfume a jazmín.» Y le pongo también un bonito signo de exclamación. Luego busca el nombre en la agenda, lo encuentra. «Niki.» Lo selecciona, aparece el número y le da a «Enviar». Espera unos segundos. «Mensaje enviado.» Alessandro coge el teléfono y lo deja sobre la mesa. Luego se queda mirándolo fijamente. Un segundo, dos, tres. De improviso, el teléfono se ilumina. Un mensaje recibido. Alessandro aprieta la tecla «Leer».

¡Es ella! Ha respondido. «Tengo dos. No están mal. Para mí, claro… ¡Un beso de jazmín!»

Alessandro sonríe. Rápidamente se pone a escribir.

«¡Bien! Estoy seguro de que son la hostia, como tú… ¡haciendo surf!» Luego se queda indeciso. No sabe bien cómo decírselo. «¿Por qué no me dices algo en un sms?» y vuelve a darle a enviar. Aguarda impaciente con el teléfono en la mano. Un segundo después, entra otro mensaje. Lo abre en seguida.

«En realidad me gustaría dártelas en persona…»

Alessandro escribe a toda velocidad.

«¡No nos da tiempo! La reunión es a las cuatro. -Mira su reloj-. Falta casi media hora. ¿Cuánto tardas en llegar hasta aquí?», y lo envía.

Un segundo después, llega la respuesta.

«En realidad ya estoy aquí. Lo que pasa es que la de la centralita me ha dicho que no se te puede molestar.»

Alessandro no da crédito. Corre hacia la puerta y la abre de golpe, sale al pasillo y, de repente, la ve. Niki está sentada muy formal en el sofá de la sala de espera. Lleva una chaqueta azul oscuro, una falda a rayas de colores, unas medias finas, azul celeste y deportivas hasta el tobillo, de boxeo, Adidas azul oscuro. Lleva el pelo recogido en dos coletas y le sonríe con una carpeta roja de dibujo bajo el brazo. Niki Se la enseña y le guiña el ojo. Encima está escrito «Las ideas de Alex».

Alessandro corre a su encuentro. Entonces se acuerda y aminora, seguro y tranquilo. Siempre dueño de la situación.

– ¡Hola, Niki, qué sorpresa! ¿Cómo me has encontrado, cómo has hecho para llegar aquí?

Niki se levanta del sofá, se mete la mano en el bolsillo y saca su tarjeta de visita.

– Con esto. Me la diste cuando me atropellaste. Viene la dirección de tu oficina… Tampoco hay que ser un genio.

Alessandro la coge por el brazo.

– Tienes razón. Disculpa. Ven, que te presento a mi equipo.

– Vale, qué fuerte…

Camina por el pasillo mientras algunos colegas que pasan la miran con curiosidad, aunque sólo sea por cómo va vestida. Y, sobre todo, por lo hermosa que es.

– ¡Eh!

– ¿Qué pasa?

– ¿No me vas a dar un beso?

Alessandro le da un beso rápido en la mejilla.

– No te he pedido un besito.

Alessandro sonríe y le dice en voz baja:

– Trabajo aquí. No puedo regalarme nada.

Niki le sonríe.

– Ok, me pondré seria. Somos un pequeño equipo, ¿no?

Alessandro la mira. Está contento de que haya venido. No se ha olvidado. Esta chica es la hostia.

– Sí, un pequeño equipo. -Se aparta, haciéndola entrar en su despacho.

– Ven, que te presento a los demás. -Y cierra la puerta a sus espaldas-. Bien, chicos, ella es Niki. Niki, Giorgia, Michela, Dario y Andrea.

Todos le sonríen, sienten más o menos curiosidad por esa chica tan joven, tan guapa, caprichosa en el vestir y, sobre todo, con una carpeta bajo el brazo.

– Ellos son mi equipo. -Lo dice orgulloso, de nuevo dueño de la situación, aunque sólo falte apenas un cuarto de hora para la reunión con su jefe y no tenga ni la más remota idea de lo que le va a enseñar. Al menos, hasta ahora. Hasta antes de la llegada de Niki. Dario, escéptico y al mismo tiempo curioso, se acerca.

– ¿Y ella quién es? ¿Otra becaria?

De repente, Alessandro pierde su seguridad. Y también la tranquilidad. En resumen, pierde el control de la situación.

– Bueno, no… Ella es… Bueno, es… Ella… -La mira con fijeza, los observa en busca de una sugerencia, una ayuda, cualquier comentario por parte de cualquiera-. Bueno, ella es, bueno, ya lo veis…

– Yo soy Niki. Una chica cualquiera. Una chica que ha prestado atención a las ideas de Alex y, como debía saldar una deuda -mira a Alessandro sonriendo-, y como resulta que sabe dibujar, ha intentado plasmarlas sobre el papel, como él le pidió. -Niki deja la carpeta sobre la mesa-. Alex, he intentado trasladarlas lo mejor que he podido, he puesto los colores y la pasión que sentí en tus palabras cuando me explicabas qué tenía que ser LaLuna. Sólo espero no decepcionarte.

Y parece inocente de verdad mientras lo dice, y soñadora, e ingenua. Y muy joven. Mucho. Alessandro se acuerda por un instante de los jazmines. Y nota un ligero rubor y un poco de embarazo. De inmediato aparta ese recuerdo.

– ¡Bien! Veamos qué es lo que ha salido de todas aquellas ideas disparadas al azar en una tarde de sol. -Adelanta las manos, no sabe qué esperar. Abre lentamente la carpeta.

Giorgia, Michela y Dario se inclinan, curiosos, excitados, divertidos. También Alessandro tiene la misma sensación. Sólo que más confusa, más fuerte, le falta casi la respiración. No me lo puedo creer. En la hoja hay dibujada una chica de manera perfecta, colorida, vivaz, fuerte, expresiva, nueva… Está sentada sobre una luna en el centro de la hoja. La luna está en cuarto y tiene los dos cuernos hacia arriba, está como invertida. La chica está sentada entre ellos. De los cuernos salen dos trozos de cuerda que se pierden en lo alto, entre las nubes. Es un columpio. La luna es un columpio entre las nubes de una noche estrellada. A su alrededor, un azul intenso, y la luna, de un celeste vivo, coloreado con un poco de purpurina, brilla orgullosa en ese cielo azul. La chica lleva coletas, y va vestida un poco como Niki. Todos se quedan boquiabiertos. Andrea Soldini es el primero en sonreír, después le siguen Dario, Giorgia y, por último, Michela, a pesar de que el dibujo no sea suyo. El único que no sonríe es Alessandro. Casi está a punto de desmayarse, de lo feliz que está y de lo mucho que le gusta esa idea. Inspira profundamente, sereno, tranquilo. Para no perder el control de la situación. Pero esta vez no lo consigue.

– ¡Joder, es precioso! -Y todos se muestran de acuerdo en seguida-. Sí, en serio, tiene mucha fuerza.

Michela toca ligeramente la hoja.

– Has trabajado con el pantone, ¿no?

Giorgia imagina el eslogan que le pondría. Dario y Andrea Soldini se miran sonrientes, por primera vez desde que se conocieron están de acuerdo en algo. La idea tiene fuerza de veras. Es nueva. Y sorprendente, piensa Alessandro. Al menos para mí. Nunca lo hubiese esperado. Y de improviso todo el día anterior adquiere otro significado. Ese tiempo que se regaló a la fuerza, casi obligado, lo acaba de recuperar. Y con creces.

– Niki, es el mejor regalo que podrías haberme hecho. -Y la abraza por los hombros, feliz-. Muy bien. De veras que has hecho un trabajo espléndido.

– Pero, Alex -Niki lo mira sonriendo con ligera timidez-, yo no he hecho nada. ¡Todo lo has hecho tú! Yo sólo he plasmado sobre el papel lo que tú veías, las palabras que me dijiste… ¿Cómo era? El definitivo, ¿no?

Alessandro deja caer los brazos. Demonios. Incluso utiliza los términos apropiados, el definitivo… Pero ¿de dónde ha salido la chica de los jazmines? ¿De LaLuna?

– Ok, chicos. -Alessandro se sienta en su sillón de piel, relajado al fin, libre de toda la tensión acumulada-. Me parece que vamos por el buen camino…

Andrea Soldini le mira perplejo.

– ¿En el buen camino? ¡Vamos al galope!

– Pues sí. -Alessandro mira a Niki-. Y en este caso resulta de lo más adecuado. Ella se apellida Cavalli.

Michela le da la mano.

– Bien, felicidades, en serio. Esto no es un dibujo, es un cuadro…

– ¡Gracias! -Niki los mira a todos y sonríe, contenta por el resultado, por haberles echado una mano. Luego, aparta el dibujo de la chica en el columpio de luna. Debajo hay otra hoja completamente blanca, pero de un blanco ligero, como el papel cebolla-. Además también he dibujado la otra idea que tuviste. -Mira a Alessandro y levanta las cejas-. Te acuerdas, ¿verdad?

Alessandro la mira, pero no sabe de qué le está hablando. Los demás se vuelven hacia él, a la espera de una respuesta. Alessandro finge pensar.

– Ah, claro, ya sé… Pero en realidad lo decía por decir. Bueno, me pareció una idea cómica y extraña… divertida. -Mira a los demás intentando quitar importancia a lo siguiente, aunque sólo sea porque no se imagina en absoluto de qué pueda tratarse.

De repente se pone serio. Rígido. ¿Qué habrá debajo de esa hoja blanca? Tiene una expresión expectante, como si fuese un niño que ya se ha olvidado del juguete anterior y ahora está loco por abrir el próximo regalo. Niki sonríe. No hay problema. Será ella quien le dé a ese niño lo que quiere. Y entonces, como una joven y elegante torera, Niki echa a un lado el papel cebolla blanco.

– ¡Ole!

Y todos se abalanzan de nuevo curiosos a mirar esa nueva idea de Alessandro. Sobre todo él. En esa nueva hoja, unas nubes ligeras, suaves, desdibujadas como si fuesen de algodón de azúcar, flotan en un cielo azul noche, doblado sobre sí mismo, formando una única y enorme ola llena de estrellas. En él una chica con traje de neopreno, con los brazos abiertos y las piernas ligeramente dobladas, desciende sobre un nuevo y sorprendente surf con forma de luna. Todos se quedan boquiabiertos.

– Pero ¡ésta es aún mejor! -Andrea Soldini, definitivamente conquistado, mueve la cabeza-. ¡Alex, eres un genio!

Dario levanta el brazo y señala a Andrea.

– ¡Y lo descubre ahora!

También Giorgia y Michela están como extasiadas.

– ¡Alex, es precioso de verdad!

Ni siquiera encuentran palabras para expresar en su totalidad hasta qué punto les gusta también a todos este otro diseño. Alessandro se ha quedado estupefacto, lo mira con la boca abierta. Después el primero. Luego otra vez el segundo. Finalmente cierra la boca.

– ¡Bien! ¡Niki, has hecho un trabajo excepcional!

– Estoy contenta de haber sabido plasmar tus ideas.

Alessandro se pone en pie de un salto. Coge todas las hojas y las guarda con cuidado en la carpeta roja que encima tiene escrito «Las ideas de Alex». La cierra y se la mete bajo el brazo. Después coge a Niki de la mano.

– Vamos. -Y sale corriendo del despacho arrastrándola tras de sí.

Niki echa a correr también, divertida, llena de entusiasmo.

– ¡Adiós, chicos. Hasta la vista, creo! -Y se despide así del equipo.

Alessandro recorre veloz todo el pasillo. Llega frente a la puerta del despacho de Leonardo.

– ¿Está dentro? -pregunta a la secretaria, que por un momento deja de hablar por teléfono. Cubre el auricular con la mano-. Sí… está solo, pero… -mira el reloj- ¿no teníais una cita dentro de diez minutos?

– He acabado antes. -Alessandro llama a la puerta.

– Adelante.

La abre y entra, dejando a Niki en el umbral.

– Hola, Leonardo. ¡Aquí tienes nuestros trabajos!

– ¡Vaya, te me has adelantado por un pelo, estaba a punto de llamarte!

– He llegado un poco antes porque me tengo que ir.

– ¿Cómo? Entonces, ¿no tenemos la reunión?

– Tú échale un vistazo y dime si te gustan. Te llamo más tarde para fijar una reunión para mañana por la mañana o cuando quieras.

Leonardo coge la carpeta roja que tiene escrito «Las ideas de Alex».

– La carpeta ya me gusta. ¿Adónde tienes que ir?

– A respirar un poco de gente, la que me ha inspirado los trabajos que vas a ver… ¡y a regalarme un poco de tiempo! -Y sale corriendo. Se detiene en la puerta-. ¡Ah!, ella es Niki, Niki Cavalli. Una nueva colaboradora mía.

Leonardo apenas tiene tiempo de decir «¡Encantado!» y los dos han desaparecido ya. Alessandro y Niki recorren veloces el pasillo hacia los ascensores. Niki lo detiene un momento.

– Espera. -Le suelta la mano, corre hacia el sofá donde estaba sentada y coge su bolso. Alessandro la espera en el distribuidor. Niki lo alcanza sonriendo.

– Mi ropa de escuela y una bolsa para esta tarde.

Alessandro sonríe.

– ¡Eres la rehostia!

Después se acerca a los ascensores y aprieta el botón, esperando que llegue lo antes posible. Dos, tres, cuatro, cinco, seis. Por fin. Y justo cuando Alessandro y Niki están a punto de entrar, aparece Leonardo al fondo del pasillo.

– ¡Eh, Alex!

Alessandro se da la vuelta. El director tiene las dos hojas en la mano y lo mira con los brazos abiertos. Sostiene los dos diseños en el aire y los agita como un banderín.

– ¡Alex, son una maravilla, en serio!

Alessandro aprieta el botón de bajada y sonríe mientras las puertas se cierran.

– Lo sé… ¡Nuevos y sorprendentes!

El ascensor se cierra. Leonardo baja los brazos y mira de nuevo aquellos dos diseños publicitarios. Coloridos, vivos, divertidos. Después sonríe y regresa a su despacho con cuidado de no arrugarlos.

En el ascensor, Alessandro mira a Niki. No sabe qué decirle. Los dos permanecen en silencio. Niki se apoya contra la pared. Inclina la cabeza. Alessandro se le acerca. Le da un beso ligero en los labios. Luego se aparta.

– Gracias, Niki.

– Chissst. -Niki se apoya el dedo en los labios y lo desliza sobre ellos, luego atrae a Alessandro de nuevo hacia ella y lo besa lentamente. Otra vez. Suave. Cálida. Tierna. Con pasión. Luego le sonríe.

– Así me gusta. Éste es el tipo de gracias que adoro.

Alessandro la besa de nuevo. Largo rato. Con dulzura. De repente, oye un ligero carraspeo.

– Ejem…

Se vuelven. La puerta del ascensor está abierta. Ya han llegado abajo. Una pareja mayor con bolsas de la compra está frente a ellos. Por suerte, no son colegas, piensa Alessandro. Y con un educado «Disculpen», Alessandro y Niki dejan libre el ascensor. Salen corriendo del edificio y se suben al coche. Esta vez, Niki no quiere conducir.

– Vale, conduzco yo. Pero recuerda que, cuando lo desees, tienes gratis todas las clases que quieras.

Niki sonríe.

– Oye, no sabía que dibujases tan bien.

– ¡Claro que no! Me los ha hecho Olly, una amiga mía. Es buenísima, dijo que con ideas así era fácil…

– Sí, en serio. Se te han ocurrido unas ideas con auténtica fuerza. ¿Era eso lo que estabas apuntando ayer en tu bloc de notas?

– Sí, mientras te burlabas de mí.

– No me burlaba de ti. Te pinchaba para que fueses más creativa. Se trata de un método de nuestro trabajo. Empujar el orgullo y la ambición hacia la productividad.

– Pues te equivocas. Cuando hacías eso no se me ocurría nada. La idea de la luna como una tabla de surf se me ocurrió en el mar…

– ¿Y la del columpio en el cielo nocturno?

– Después de los jazmines…

Alessandro la mira.

– Se te ocurren unas ideas espléndidas, chica de los jazmines…

– Se nos ocurren unas ideas espléndidas. Somos un pequeño equipo, ¿no? Y tenemos que sabernos regalar tiempo siempre.

– Es verdad.

– Y no distraernos.

– Desde luego.

– Eso me gustaría verlo. -Niki se inclina hacia él y de repente le tapa los ojos con las dos manos.

Alessandro casi se sale de su carril.

– Eh, pero ¿qué haces? -Aminora la velocidad y se aparta sin ver-. ¡Casi nos la pegamos!

– Vaya problema. Golpe más, golpe menos…

– Eso ya lo hemos hablado.

– ¿Y bien?

– ¿Y bien qué?

– Bueno, veamos si es verdad que no estabas distraído. ¿Cómo voy vestida?

Alessandro deja escapar un suspiro.

– Veamos, chaqueta azul, falda a rayas. Medias divertidas.

– ¿De qué color?

– Celestes.

– ¿Qué más?

– Zapatillas Adidas de boxeo azul oscuro.

– ¿Nada más?

– Nada más.

Niki le destapa los ojos, y Alessandro los abre y los cierra varias veces para recuperar la visión.

– Bueno, ¿cómo lo he hecho?

– Bastante bien.

– ¿Qué me falta?

– Te ha faltado decir que voy sin sujetador.

Alessandro la mira con mayor atención. Entorna los ojos mientras mira en el interior de su chaqueta.

– ¿Sin sujetador? ¡Imposible! ¡Entonces el surf es de veras milagroso!

Niki le da un golpe y se ríe.

– ¡Idiota!

Y se van sin más, a regalarse otro poco de tiempo. A comer algo al Insalata Ricca. Después un paseo por el centro. Un café en el Sant'Eustachio y, por qué no, una exposición de fotografía en un pequeño museo del Quirinale. Salgado. Preciosa. Fotos en blanco y negro. África. Niños. Animales. Pobreza y riqueza de una naturaleza sin límites. Alessandro y Niki se pierden y se reencuentran de foto en foto, mientras leen los comentarios en momentos inmóviles, suspendidos en el tiempo, que duran para siempre. Tiempo. De repente, Niki mira su reloj.

– ¡Demonios, yo tengo partido! -Y lo arrastra a la salida, hacia quién sabe qué otra cita.

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