Cincuenta

Luz beige, difusa, que cae tenue sobre unos visillos claros de algodón, elegantemente colgados de la ventana. La puerta del baño se abre.

– Es que no me lo creo. No me lo puedo creer.

Simona, la madre de Niki, se echa en la cama. Roberto deja de leer y la mira, levemente fastidiado.

– Me recuerdas a Glenn Close, cuando ella da vueltas en la cama, ciega de cocaína, y ha muerto el hombre del que siempre ha estado enamorada, y quiere que su marido deje embarazada a su mejor amiga, que quiere tener un hijo pero no encuentra un hombre [4]. ¿Quieres dejarme helado diciéndome algo por el estilo, o puedo seguir leyendo?

– Niki ya no es virgen.

Roberto suelta un largo suspiro.

– Lo sabía. La noche había sido demasiado agradable como para que no hubiese un disgusto final. -Luego apoya el libro abierto sobre sus piernas-. Bien, ¿qué prefieres? ¿Uno: que salte de la cama gritando como un loco, vaya a su habitación, le arme un escándalo, después salga en pijama, busque al chico responsable y lo obligue a casarse con ella; o bien, dos: que siga leyendo, no sin antes decirte cosas del tipo «espero que se haya sentido bien, que haya encontrado un chico que la haya hecho sentirse mujer», o cualquier otra cosa que te haga creer que afronto la noticia con serenidad? -Roberto mira a Simona y le sonríe-. ¿Y bien? ¿Cuál prefieres?

– ¡Quiero que seas tú mismo! Contigo nunca se sabe con qué tipo de hombre se está.

– Me parece que soy de los normales. Amo a mi mujer, amo a mis hijos, me gusta esta casa, me gusta mi trabajo. Lo único que me hace un poco menos afortunado es no estar totalmente de acuerdo contigo… Pero ya sabía que darte dos opciones no era lo adecuado. Tenía que haberte dicho lo que nos decía el profe cuando éramos niños en el examen oral: «Elija usted mismo un tema.» Quizá así tendría alguna probabilidad de no discutir contigo.

– Cuando te pones así, no te soporto.

Roberto niega con la cabeza, coloca un punto de libro en la página que está leyendo y deja el volumen en la mesita de noche. Después se da la vuelta e intenta abrazar a su mujer, pero Simona está de morros. Patalea un poco e intenta zafarse de él.

– Vamos, cariño, no te enfades… Además, sabes de sobra que así me gusta más. Mira que corres peligro, ¿eh? -Y le da un ligero beso en el pelo, perdiéndose en aquel perfume de champú no demasiado dulce.

– Estáte quieto -le dice ella, y sonríe tierna y aniñada-. Me das escalofríos.

Luego se deja besar en el cuello, en los hombros, en el escote. Roberto le baja despacio un tirante.

– Lo que digo es… pero ¿te das cuenta?

– ¿De qué, amor?

– Niki ha hecho el amor.

– Sí, me doy cuenta. En cambio no podría decir cuánto tiempo hace que nosotros no lo hacemos.

Simona se libera del suave abrazo de Roberto y se aparta un poco, mientras vuelve a subirse el tirante.

– Muy bien, ¿sabes cómo eres? Pues eres así.

– Así ¿cómo? Soy el mismo de antes, el que era normal.

– No, eres frío y cínico.

– Pero ¿qué dices, Simona? Estás exagerando. ¿Acaso no sabes la cantidad de maridos y padres que, tras una noticia de ese tipo, le hubiesen echado la culpa a la esposa y madre?

– Sí, y por eso nunca me hubiese casado con ellos.

– Ya. Pero no puedes pretender esconderte siempre detrás de esas justificaciones.

– No me estoy escondiendo. Es lo que pienso. -Simona encoge las piernas y se las abraza. Entrecierra los ojos.

Roberto la mira y se da cuenta de que está a punto de llorar.

– Cariño, ¿qué pasa?

– Nada. Estoy cansada, deprimida y asustada. -Y le cae una pequeña lágrima.

– ¿Qué estás diciendo?

– Lo que digo… Niki se irá, nos abandonará. Matteo pronto será un adulto y también él se irá y yo me quedaré sola. A lo mejor tú te enamoras de una más joven y guapa, quizá te dejes descubrir a propósito, como hacen tantos para tranquilizar su conciencia y tener una buena excusa para cortar, o puede que, por el contrario, me lo digas para sentirte más honesto… -Lo mira, intenta sonreír un poco y se seca los ojos con el dorso de la mano, al tiempo que sorbe por la nariz. Pero otra lágrima resbala lentamente, y escucha con curiosidad todas esas palabras antes de dejarse caer-. No. No tendrás el valor de decírmelo. Harás que te descubra. Mejor así, ¿no? -y se echa a reír. Una risa nerviosa.

– Cariño, te estás montando una película. Una película fea.

– No, a veces es así. Por un amor que comienza, otro se acaba.

– Está bien, puede que sea así, pero mientras nos sintamos todos felices por Niki, ¿por qué tendría que acabarse nuestro amor? A lo mejor se está acabando otro, ¿no? El de los Carloni, por ejemplo. Los del tercero. Que, en lugar de preocuparse de sus problemas, están siempre metiendo las narices en los asuntos de los demás. ¡Si por lo menos se separasen, tendríamos uno menos en este edificio! -Y vuelve a abrazarla, la reconquista poco a poco, la estrecha contra sí. La besa y la mira a los ojos, con ternura pero de un modo intenso, masculino-. Yo te amo, siempre te he amado y seguiré amándote. Aunque estuviese asustado cuando nos casamos, ahora que han pasado veinte años desde entonces, puedo decirlo. Estoy contento de haber hecho el gilipollas yendo a ver a tus padres para decirles «¿Puedo pedir la mano de su hija?». ¿Te acuerdas de lo que me contestó tu padre? «Y luego, ¿cómo se las apañará para cocinar para ti?»

Simona no sabe si echarse a reír o seguir mirándolo con un poco de desconfianza.

– Pero ¿es que no lo ves? -Simona se toca la piel del cutis; se pasa la mano por los pómulos y, lenta y suavemente, tira de la piel hacia atrás, hacia las orejas-. ¿Lo ves? El tiempo pasa.

– No -sonríe Roberto-, lo que yo veo es el tiempo que vendrá. Veo un amor que no se quiere ir y veo a una mujer bellísima…

Y la besa de nuevo, con dulzura. Besos tiernos de complicidad, besos de sabor diverso, como un vino envejecido y profundo; por esa razón, denso, ligeramente especiado, con aromas que recuerdan a la vainilla y la madera, persistente, cálido. Besos que descienden hacia donde ya se encaminan sus dedos, hacia el borde de las bragas de Simona, que siente un escalofrío y sonríe y echa la cabeza hacia atrás y dice:

– Apaga la luz…

– No. Quiero verte.

Y entonces ella se tapa la cabeza con las sábanas, riéndose, desaparece debajo y le da un pequeño mordisco a través del pijama, tierno, suave, sensual. Y algo sucede. Y en un momento pierden el sentido del tiempo transcurrido y vuelven a ser niños.

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