Miércoles por la tarde

René se inclinó hacia delante en la silla ortopédica, mirando fijamente las pantallas de los ordenadores. En la primera había actualizado y revisado las configuraciones de la base de datos y de la cuenta de usuario, algo que podría hacer medio dormido. En el otro ordenador estudiaba una muestra ampliada del ánima rayada con seis estrías dextrógiras de una Manhurin calibre 32 PP. Leyó rápidamente el texto con las especificaciones, deseando poder entenderlo: longitud del cañón 3,35 centímetros, pistola semiautomática de acción doble o simple, tiene un sistema de cierre inercial que puede alojar un cargador de ocho balas, con guión y alza insertada en cola de milano. Es decir, René se preguntaba qué quería decir esto en cristiano. Sonó su teléfono y dio un respingo, tirando al suelo un lote de papeles recién salidos de la impresora.

Allô?

– ¿Has encontrado algo interesante en balística, René? -preguntó Aimée.

Pudo notar algo en la voz de Aimée, como si las palabras se atascaran en su garganta.

– ¡Ni que fuera un experto! -dijo-. Espera un momento. -Se puso los auriculares, activó la palanca niveladora de la silla y se agachó para recoger los papeles. El dolor de la cadera se reavivó e hizo un gesto de dolor.

– ¿No me dijiste que querías examinar el informe de balística y comprobar algo? -A través de la línea se oía el pitido de un camión al dar marcha atrás-. Te envié el archivo por correo electrónico -dijo ella.

– Lo recibí. Pero el informe de la autopsia no está en el dosier de Laure -repuso René, volviendo a colocar los papeles sobre la mesa-. Así que no se puede comparar.

– ¿Comparar qué? Te diste cuenta de algo, ¿verdad, René?

¿Darse cuenta? Era más bien una pregunta latente. Podría no ir en la dirección correcta, pero…

– Solo era un asunto que me preocupaba.

Reajustó la altura de su silla y se sentó.

– ¡Vamos, René!

– ¿No te has preguntado por qué esos hombres utilizaron la pistola de Laure, si lo hicieron? -Se acarició la perilla mientras estudiaba la pantalla del portátil.

– Durante toda la noche -contestó ella.

– Bien, yo también lo he estado pensando después de lo que dijiste anoche. Si vieron que Jacques había traído refuerzos, y lo atrajeron hasta el tejado…

Alors, René -dijo ella en un tono impaciente.

– Si, tal y como afirma el pequeño Paul, vio dos fogonazos en el tejado, ¿dónde está la otra bala? -Se dio cuenta de que era una pregunta obvia-. En tu diagrama del tejado la zona parecía estar parcialmente rodeada por algo. Podría estar en la chimenea o en los muros.

– Buena idea.

– Mientras tanto, estoy poniendo al día nuestras nuevas cuentas -dijo mientras se ponía una botella de agua caliente sobre la cadera. El calor aliviaba el dolor de su displasia de cadera, el cual aumentaba con el frío húmedo-. Alguien tiene que trabajar aquí.

Una pausa.

– René: Zette, el dueño del bar.

– ¿Ese para el que Jacques hacía horas extras? -interrumpió él.

– Acabo de encontrarlo, René, ajusticiado. Al modo de la vendetta, le habían hecho una corbata siciliana.

Él cogió aire. No le extrañó que pareciera nerviosa. Las cosas iban de mal en peor.

– Luego unos tipos me han perseguido por el Marché Saint Pierre.

– ¿Qué? -René apretó la botella de agua y escuchó lo que le contaba-. Y ¿qué me dices si Zette fue víctima de una vendetta, Aimée? Deja que se ocupen los flics.

– O alguien hizo que lo pareciera -respondió ella-. Zette sabía algo.

Por el tono que utilizaba, él supo que no se rendiría. Todavía no. Sintió un escalofrío.

– Si estaban al acecho, les has dado motivos más que suficientes.

– Voy a entregar el dosier de Laure a Maître Delambre -dijo ella.

– Aimée, ten cuidado. Cuídate.

– Descuida. Y tú tienes que hacer que Paul se vea con él.

Загрузка...