13

El sonido del teléfono móvil lo sacó del sueño como un cañonazo. La mano de Myron palpó a oscuras y sus dedos saltaron por la mesilla de noche hasta que localizó el teléfono.

– ¿Sí? -gruñó.

– ¿Myron Bolitar?

La voz era un susurro.

– ¿Con quién hablo? -preguntó Myron.

– Usted me llamó.

La voz, todavía un susurro, sonaba igual que unas hojas arrastradas por el suelo.

Myron se incorporó mientras los latidos de su corazón aumentaban el ritmo.

– ¿Davis Taylor?

– Siembra las semillas. Sigue sembrando. Y abre las cortinas. Deja que entre la verdad. Deja que los secretos se marchiten finalmente a la luz del día.

Muuuuy bien.

– Necesito su ayuda, señor Taylor.

– Siembra las semillas.

– Vale, claro, sembraremos lo que haga falta. -Myron encendió la luz, las 2.17 de la madrugada. Miró la pantalla del móvil: la identificación de la llamada estaba bloqueada. Mierda-. Pero tenemos que vernos.

– Siembra las semillas. Es la única manera.

– Entiendo, señor Taylor. ¿Podemos vernos?

– Alguien tiene que sembrar las semillas. Y alguien tiene que abrir las cadenas.

– Traeré una llave. Sólo dígame dónde está.

– ¿Por qué quiere verme?

¿Qué podía decirle?

– Es cuestión de vida o muerte.

– Siempre que se siembran semillas es cuestión de vida o muerte.

– Usted donó sangre durante una campaña, y resulta que es un donante compatible. Y hay un chico muy joven que morirá si no le ayuda.

Silencio.

– ¿Señor Taylor?

– La tecnología no puede ayudarle. Pensé que era usted uno de los nuestros. -Seguía susurrando, pero ahora con tristeza.

– Lo soy. O, al menos, quiero serlo…

– Voy a colgar.

– No, espere…

– Adiós.

– Dennis Lex -dijo Myron.

Silencio, excepto por el rumor de respiración. Myron no estaba seguro de si el rumor venía de él o del tipo que llamaba.

– Por favor -insistió Myron-. Haré lo que usted me pida, pero tenemos que vernos.

– ¿Se acordará de sembrar las semillas?

Fue como si trocitos de hielo le resbalaran por la espalda.

– Sí -dijo Myron-, me acordaré.

– Bien. Pues, entonces, ya sabe lo que tiene que hacer.

Myron se aferró al teléfono:

– No -dijo-. ¿Qué tengo que hacer?

– El chico -susurró la voz-. Despídase del chico por última vez.

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