El sonido del teléfono móvil lo sacó del sueño como un cañonazo. La mano de Myron palpó a oscuras y sus dedos saltaron por la mesilla de noche hasta que localizó el teléfono.
– ¿Sí? -gruñó.
– ¿Myron Bolitar?
La voz era un susurro.
– ¿Con quién hablo? -preguntó Myron.
– Usted me llamó.
La voz, todavía un susurro, sonaba igual que unas hojas arrastradas por el suelo.
Myron se incorporó mientras los latidos de su corazón aumentaban el ritmo.
– ¿Davis Taylor?
– Siembra las semillas. Sigue sembrando. Y abre las cortinas. Deja que entre la verdad. Deja que los secretos se marchiten finalmente a la luz del día.
Muuuuy bien.
– Necesito su ayuda, señor Taylor.
– Siembra las semillas.
– Vale, claro, sembraremos lo que haga falta. -Myron encendió la luz, las 2.17 de la madrugada. Miró la pantalla del móvil: la identificación de la llamada estaba bloqueada. Mierda-. Pero tenemos que vernos.
– Siembra las semillas. Es la única manera.
– Entiendo, señor Taylor. ¿Podemos vernos?
– Alguien tiene que sembrar las semillas. Y alguien tiene que abrir las cadenas.
– Traeré una llave. Sólo dígame dónde está.
– ¿Por qué quiere verme?
¿Qué podía decirle?
– Es cuestión de vida o muerte.
– Siempre que se siembran semillas es cuestión de vida o muerte.
– Usted donó sangre durante una campaña, y resulta que es un donante compatible. Y hay un chico muy joven que morirá si no le ayuda.
Silencio.
– ¿Señor Taylor?
– La tecnología no puede ayudarle. Pensé que era usted uno de los nuestros. -Seguía susurrando, pero ahora con tristeza.
– Lo soy. O, al menos, quiero serlo…
– Voy a colgar.
– No, espere…
– Adiós.
– Dennis Lex -dijo Myron.
Silencio, excepto por el rumor de respiración. Myron no estaba seguro de si el rumor venía de él o del tipo que llamaba.
– Por favor -insistió Myron-. Haré lo que usted me pida, pero tenemos que vernos.
– ¿Se acordará de sembrar las semillas?
Fue como si trocitos de hielo le resbalaran por la espalda.
– Sí -dijo Myron-, me acordaré.
– Bien. Pues, entonces, ya sabe lo que tiene que hacer.
Myron se aferró al teléfono:
– No -dijo-. ¿Qué tengo que hacer?
– El chico -susurró la voz-. Despídase del chico por última vez.