Win, Esperanza, Big Cyndi y Zorra estaban en su despacho.
Zorra llevaba un jersey amarillo con una letra estampada, la Z, un collar de grandes perlas blancas a lo Wilma Picapiedra, falda plisada y calcetines cortos blancos. Su peluca le daba un aire de Bette Midler de la primera época, o tal vez de Annie, la huerfanita del musical, chutada de metadona. Los zapatos rojos, de charol y tacón de aguja, parecían robados de una Dorothy del Mago de Oz tirando a putilla, pero adornaban los pies de un hombre que calzaba un cuarenta y siete.
Zorra sonrió a Myron:
– Zorra se alegra de verte.
– Sí -respondió él-. Y Myron está también contento de verte.
– Esta vez estamos en el mismo bando, ¿vale?
– Sí.
– Zorra contenta.
El nombre real de Zorra era Shlomo Avrahaim y era un antiguo agente del Mossad israelí. Los dos habían tenido un duro enfrentamiento no hacía mucho tiempo. Myron todavía tenía la marca cerca de la caja torácica, una cicatriz en forma de Z que Zorra le hizo con una cuchilla que escondía en el tacón.
Win dijo:
– El edificio Lex está demasiado bien protegido.
– Entonces optamos por el plan B -dijo Myron.
– Ya está en marcha -afirmó Win.
Myron miró a Zorra:
– ¿Vas armada?
Zorra se sacó un subfusil israelí de debajo de la falda.
– La Uzi -dijo Zorra-. A Zorra le gusta la Uzi.
Myron asintió:
– Muy patriótica.
– Una pregunta -interrumpió Esperanza.
– ¿Qué?
Esperanza lo miró a los ojos:
– ¿Y si el tío no colabora?
– No tenemos tiempo para preocuparnos de eso -dijo Myron.
– ¿Qué quieres decir?
– Ese psicópata tiene a Jeremy -dijo Myron-. ¿Lo entiendes? Jeremy es nuestra prioridad.
Esperanza negó con la cabeza.
– Pues entonces, quédate atrás.
– Me necesitáis -dijo.
– Claro. Y Jeremy me necesita a mí. -Se levantó-. De acuerdo, vámonos.
Esperanza volvió a negar con la cabeza, pero lo siguió. El grupo -una especie de Los doce del patíbulo en versión cutre y reducida a un tercio- se separó al llegar a la calle. Esperanza y Zorra irían a pie. Win, Myron y Big Cyndi se dirigieron al aparcamiento, a tres manzanas. Win tenía un coche allí, un Chevy Nova. Totalmente anodino. Win tenía unos cuantos así; los llamaba vehículos de usar y tirar. Como los vasos de plástico, o algo perecido. Así son los ricos. Mejor no imaginarse lo que hacía con ellos.
Win se puso al volante, Myron ocupó el asiento del copiloto y Big Cyndi se embutió detrás, lo cual fue un poco como ver una filmación de un parto pero rebobinando. Luego se pusieron en marcha.
El bufete de abogados Stokes, Layton and Grace era uno de los más prestigiosos de Nueva York. Big Cyndi se quedó en recepción. La recepcionista, una mujer flaca con traje de chaqueta gris, intentaba no mirarla, de modo que Big Cyndi la miraba a ella fijamente, retándola a no levantar la vista. De vez en cuando, Big Cyndi gruñía. Como un león. Sin ningún motivo. Simplemente, le gustaba hacerlo.
Myron y Win fueron escoltados hasta una sala de reuniones que se parecía al otro millón de salas de reuniones de bufetes de abogados de Manhattan. Myron garabateó en un bloc de papel amarillo igual al otro millón de blocs de papel amarillo que tienen en el resto de bufetes legales de Manhattan; contempló por la ventana a los petulantes y sonrosados recién graduados de Harvard que deambulaban por allí, también exactamente iguales al otro millón de recién graduados de grandes bufetes de abogados de Manhattan. Tal vez fuera discriminación a la inversa, pero aquellos abogados varones, jóvenes y blancos le parecían todos iguales.
Pero, de hecho, Myron era también un graduado blanco de la Facultad de Derecho de Harvard. Hum.
Chase Layton entró en la sala con su complexión rolliza, su rostro bien alimentado y sus manos regordetas y el pelo gris repeinado, con aspecto de…, bueno, de socio titular de un gran bufete de abogados de Manhattan. En una mano llevaba un anillo de oro de casado, en la otra, un anillo de Harvard. Saludó a Win cálidamente -la mayoría de la gente rica lo saludaba así- y luego le dio a Myron un apretón de manos firme, del tipo «soy el hombre que necesitas».
– Tenemos una emergencia -anunció Win.
Chase Layton dejó fuera de la sala la sonrisa amplia y se puso su mejor máscara de «listo para la batalla». Todos se sentaron. Chase Layton juntó las manos delante de él, se inclinó hacia delante y eso ejerció cierta presión de su estómago sobre los botones del chaleco.
– ¿Qué puedo hacer por ti, Windsor?
Los ricos siempre lo llamaban Windsor.
– Llevas tiempo persiguiendo mi negocio -dijo Win.
– Bueno, yo no diría…
– He venido a dártelo. A cambio de un favor.
Chase Layton era demasiado listo como para morder el anzuelo a la primera. Miró a Myron. Un esbirro. Tal vez en él encontraría la pista para saber cómo poner cara de plebeyo. Myron conservó su expresión neutra. Cada vez le salía mejor. Debía de ser de frecuentar tanto a Win.
– Necesitamos ver a Susan Lex -dijo Win-. Eres su abogado. Nos gustaría que la hicieras venir aquí de inmediato.
– ¿Aquí?
– Sí -dijo Win-. A tu despacho. Ahora mismo.
Chase abrió la boca, la cerró, volvió a mirar al esbirro. Seguía sin encontrar la pista.
– ¿Hablas en serio, Windsor?
– Si lo haces, te llevas el negocio de Lock-Horne. ¿Sabes los beneficios que eso significa?
– Un gran negocio -dijo Chase Layton- que, sin embargo, no llega a un tercio de lo que nos reporta la familia Lex.
Win sonrió.
– Eso es como querer estar en misa y repicando.
– No entiendo de qué va todo esto -dijo Chase.
– Está bastante claro, Chase.
– ¿Por qué quieres ver a la señora Lex?
– Eso no lo podemos revelar.
– Entiendo. -Chase Layton se rascó la mejilla sonrosada como el jamón de York con un dedo de manicura impecable-. La señora Lex es una persona muy celosa de su intimidad.
– Sí, lo sabemos.
– Ella y yo somos amigos.
– Estoy seguro -dijo Win.
– Tal vez podría arreglar que fuerais presentados.
– No me vale. Tiene que ser ahora.
– Bueno, ella y yo acostumbramos a hablar de negocios en su despacho…
– Tampoco me vale. Tiene que ser aquí.
Chase hizo un ligero movimiento rotatorio con el cuello, buscando tiempo, tratando de hallar una solución, de encontrar un buen ángulo desde donde seguir jugando.
– Es una mujer muy ocupada. Ni siquiera sabría qué decirle para hacerla venir.
– Eres un buen abogado, Chase -dijo Win, mientras hacía repicar los dedos-, estoy seguro de que se te ocurrirá algo.
Chase asintió con la cabeza, bajó la vista, revisó su manicura.
– No -dijo. Volvió a levantar la vista lentamente-. No vendo a mis clientes, Windsor.
– ¿Ni siquiera si significara hacerte con un cliente tan importante como Lock-Horne?
– Ni siquiera en ese caso.
– ¿Y no estás haciendo esto simplemente para impresionarme con tu discreción?
Chase sonrió, aliviado, como si finalmente pillara la broma.
– No -dijo-. ¿Pero eso no sería también como estar en misa y repicando? -Intentó reírse, pero Win no le siguió.
– Esto no es ninguna prueba, Chase. Necesito que la hagas venir. Te garantizo que no se enterará de que me has ayudado.
– ¿Crees que es lo único que me importa, lo que parecería?
Win no respondió.
– Si ése es el caso, me has malinterpretado. Me temo que la respuesta sigue siendo no.
– Piénsatelo bien -insistió Win.
– No hay nada que pensar -dijo Chase. Se inclinó hacia atrás, cruzó las piernas y cuidó de que la raya del pantalón le quedara bien recta-. No pensarías realmente que accedería a tu petición, supongo, ¿no, Windsor?
– Lo esperaba.
Chase volvió a mirar a Myron, luego otra vez a Win.
– Me temo que no puedo ayudarles, caballeros.
– Tranquilo, que sí nos ayudarás -dijo Win.
– ¿Perdona?
– El problema es sólo qué es lo que tenemos que hacer para conseguir tu colaboración.
Chase frunció el ceño.
– ¿Estás intentando sobornarme?
– No -dijo Win-. Eso ya lo he hecho, ofreciéndote mi negocio.
– Entonces, no lo entiendo…
Myron intervino por primera vez:
– Yo haré que lo entienda -le dijo.
Chase Layton miró a Myron y sonrió. Luego dijo, otra vez:
– ¿Perdone?
Myron se levantó. Mantenía su expresión neutra, recordando lo que le había enseñado Win sobre intimidación.
– No quiero hacerle daño -dijo Myron-. Pero llamará usted a Susan Lex y hará que venga a su despacho. Y lo hará ahora.
Chase cruzó los brazos y los apoyó sobre su estómago:
– Si desean seguir hablando de esto…
– Yo no -lo cortó Myron.
Myron anduvo alrededor de la mesa. Chase no retrocedió.
– No pienso llamarla -dijo, con firmeza-. Windsor, ¿quieres decirle a tu amigo que se siente?
Win se encogió de hombros, fingiendo indefensión.
Myron se colocó directamente delante de Chase. Volvió la mirada hacia Win. Win dijo:
– Déjame a mí.
Myron movió la cabeza. Se inclinó sobre Chase y posó su mirada sobre él:
– Última oportunidad.
Chase Layton tenía una expresión tranquila, casi divertida. Probablemente interpretaba aquello como una extraña escenificación…, o tal vez estaba convencido de que Myron se tranquilizaría. Así era como veían las cosas los hombres como Chase Layton. La violencia física no formaba parte de su vocabulario. Oh, claro, esos animales incultos de la calle a veces se enfrascan en peleas. Tal vez te dan un porrazo en la cabeza para robarte la cartera. Existe ese tipo de gente -gentuza, en realidad- que resuelve sus problemas con violencia física. Pero eso es en otro planeta, un mundo habitado por una subespecie más primitiva. En el mundo de Chase Layton, de rango y posición social y maneras refinadas, uno es intocable. Los hombres amenazan. Los hombres pleitean. Los hombres juran. Los hombres traman por detrás de la espalda de los demás. Pero los hombres no recurren nunca a la violencia.
Por eso Myron sabía que aquí no le funcionaría ningún farol. Los hombres como Chase Layton creían que cualquier cosa remotamente física era un farol. Probablemente Myron podía apuntarle con un revólver y él ni siquiera se inmutaría. Y, en ese supuesto, Chase Layton haría bien.
Pero no en el de ahora.
Myron tapó los oídos de Chase Layton con fuerza, con las palmas de las manos. Chase abrió mucho los ojos, como probablemente no los había abierto nunca. Myron le tapó la boca para amortiguar el grito del abogado. Lo cogió por la coronilla y tiró de él hacia atrás, lo cual lo hizo caer de la silla y quedar tendido en el suelo.
Chase yacía ahora boca arriba. Myron lo miró directamente a los ojos y vio una lágrima que le resbalaba por la mejilla. Myron se sintió mareado. Pensó en Jeremy y eso lo ayudó a mantener una expresión neutra. Entonces dijo:
– Llámela.
Poco a poco relajó la mano.
Chase respiraba con dificultad. Myron miró a Win, que movió la cabeza a ambos lados.
– Tú -dijo Chase, escupiendo la palabra- irás a la cárcel.
Myron cerró los ojos, cerró el puño y le propinó un puñetazo al abogado debajo de las costillas, hacia el hígado. La cara del abogado se hundió. Myron volvió a taparle la boca, pero esta vez no hubo grito que ahogar.
Win se relajó en su silla:
– Para que conste, yo soy el único testigo de este acto. Declararé bajo juramento que fue en defensa propia.
Chase parecía perdido.
– Llámela -dijo Myron, tratando de mantener el tono de súplica fuera de su voz. Miró a Chase Layton. Tenía la camisa por fuera de los pantalones, la corbata torcida, el repeinado desordenado, y Myron se dio cuenta de que, para este hombre, las cosas ya nunca más volverían a ser como antes. Chase Layton había sido agredido físicamente. Ahora siempre andaría un poco más precavido. Dormiría un poco menos profundamente. Ya siempre sería un poco distinto por dentro.
Tal vez a Myron pronto le ocurriría lo mismo.
Lo volvió a golpear. Chase soltó un ruido tipo «uuuf».
Win permanecía de pie junto a la puerta. Mantén la expresión tranquila, se decía Myron. Un hombre que cumplía con su misión. Un hombre que no pensaba detenerse pasara lo que pasara. Volvió a apretar el puño.
Al cabo de cinco minutos, Chase Layton llamó a Susan Lex.