The Morning Mosh no era el nombre real del establecimiento. El Mosh, situado en un almacén rehabilitado del centro, en el West Side, tenía un rótulo de neón que cambiaba a medida que avanzaba el día. La palabra Mosh estaba siempre encendida, pero por la mañana parpadeaba como Morning Mosh, al mediodía como Mid-Day Mosh (como ahora aparecía) y más tarde como Midnight Mosh. Y era Mosh, no Nosh. [6] Myron había esperado encontrarse con un local de bagels, pero la letra era una M, no una N; el sitio se llamaba Mosh. Como en Mosh Pit, como en los antiguos locales donde tocaban las bandas de heavy metal, pero sin ese sonido atronador capaz de arrancar la pintura de la pared mientras los chicos bailan -usamos el término «bailar» en su forma más generosa- debajo del escenario, echándose los unos contra los otros como si fueran mil bolas de una máquina del millón disparadas al mismo tiempo.
En la puerta de entrada había una advertencia: SÓLO SE ADMITE LA ENTRADA A PERSONAS CON UN MÍNIMO DE 4 PIERCINGS (SIN CONTAR PENDIENTES).
Myron se quedó en la acera y utilizó el móvil. Marcó el número del Mosh y una voz respondió:
– Adelante, colega.
– Con Suzze T, por favor.
– Busco.
¿Busco?
Al cabo de dos minutos sonó la voz de Suzze:
– ¿Sí?
– Soy Myron. Estoy aquí delante.
– Entra. Nadie te va a morder. Bueno, excepto ese tipo que anoche se comió las patas de una rana viva. ¡Jo, tío, fue tan guay!
– Suzze, por favor, sal aquí fuera, ¿eh?
– ¡Vale!
Myron colgó y se sintió viejo. Suzze tardó menos de un minuto. Llevaba unos vaqueros acampanados cuya cintura desafiaba la fuerza de la gravedad y que se aguantaban justo al sur de sus caderas. Llevaba también un top de color rosa demasiado pequeño que dejaba a la vista no sólo un estómago muy plano, sino también la insinuación por debajo de aquello que interesaba especialmente a los refinados chicos de Rack Enterprises. Suzze sólo llevaba un tatuaje (una raqueta de tenis con la empuñadura en forma de cabeza de serpiente) y no llevaba piercings.
Myron señaló el cartel:
– No cumples los requisitos mínimos de piercing.
– Sí, Myron, sí los cumplo.
Silencio. Luego Myron dijo:
– Ah.
Empezaron a andar calle abajo. Otro vecindario extraño de Manhattan, un lugar de esos en que los jóvenes y los sin techo deambulan juntos. Había bares y clubes nocturnos alternados con guarderías; la ciudad moderna. Myron pasó por delante de un local con un cartel que rezaba: Te tatuamos mientras esperas. Volvió a leerlo y frunció el ceño. ¿Cómo, si no, iban a tatuarte?
– Hemos recibido una extraña oferta de publicidad -dijo Myron-. ¿Conoces los Rack Bars?
Suzze dijo:
– Son como topless de lujo, ¿no?
– Sí, bueno, igualmente son topless.
– ¿Qué les pasa?
– Van a abrir una cadena de cafés topless.
Suzze asintió con la cabeza:
– Qué guay -exclamó-. Quiero decir que, coger la popularidad de Starbucks y combinarla con Scores y Goldfingers, no sé, me parece genial.
– Ya, bueno. El caso es que quieren hacer como una gran inauguración e intentan hacer un poco de ruido y atraer la atención de los medios y todo eso. Así que quieren que hagas una, digamos, aparición estelar.
– ¿En topless?
– Como te he dicho por teléfono, tenía una oferta que quería que rechazaras.
– ¿Topless total?
Myron asintió:
– Insisten en que tienen que verse los pezones.
– ¿Cuánto están dispuestos a pagar?
– Doscientos mil dólares.
Ella se detuvo:
– ¿Te estás quedando conmigo?
– Para nada.
Emitió un silbido:
– ¡Eso es mucha pasta!
– Sí, pero sigo pensando que…
– ¿Y ha sido, digamos…, su oferta inicial?
– Sí.
– ¿Crees que les puedes sacar más?
– No, eso ya sería asunto tuyo.
Volvió a detenerse y lo miró. Myron se encogió de hombros, a modo de disculpa.
– Diles que sí.
– Pero, Suzze…
– ¿Doscientos de los grandes por enseñar un poco de teta? Dios mío, si anoche creo que lo hice ahí dentro totalmente gratis.
– No es lo mismo.
– ¿Viste lo que llevaba en Sports Illustrated? Prácticamente era igual que ir desnuda.
– Eso tampoco es lo mismo.
– Hablamos de Rack, Myron, no de un lugar cutre como Buddy's. Es topless de lujo.
– Mira, decir «topless de lujo» es lo mismo que decir «un buen tupé» -dijo Myron.
– ¿Qué quieres decir?
– Puede que sea bueno, pero sigue siendo un tupé.
Ella inclinó la cabeza:
– Myron, tengo veinticuatro años.
– Eso ya lo sé.
– Para un tenista, eso equivale a 107 años. Soy la 31 del ranking mundial. En los últimos dos años no he ganado nunca doscientos de los grandes con los torneos. Es un gran golpe. Y, tío, no sabes cómo cambiará mi imagen.
– Eso es exactamente lo que quería decir.
– No, escúchame bien, el tenis busca llamar la atención. Eso generará controversia; conseguiré llamar mucho la atención. De pronto, me convertiré en un nombre importante. Admítelo, mi caché se multiplicará por cuatro.
El caché es el dinero que se les paga a los famosos para hacer acto de presencia, para bien o para mal. La mayoría de deportistas famosos ganan mucho más asistiendo a celebraciones que participando en campeonatos. Es donde se encuentra la mayor cantidad de dinero potencial, en especial para un tenista que está el 31 en el ranking.
– Es probable -dijo Myron.
Suzze se detuvo y se cogió de su brazo:
– Me encanta jugar a tenis.
– Eso ya lo sé -dijo él, con voz suave.
– Hacer esto ampliará mi carrera, y eso significa mucho para mí, ¿lo entiendes?
Dios, parecía tan joven.
– Puede que todo lo que digas sea cierto -dijo Myron-, pero, al final del día, lo que queda es que estás apareciendo vinculada a un bar de topless. Y una vez lo has hecho no hay marcha atrás. Siempre serás recordada como la tenista que enseñó las tetas.
– Hay cosas peores.
– Sí, pero yo no me hice agente para meterme en el negocio del striptease. Haré lo que tú quieras; eres mi cliente y quiero lo mejor para ti.
– Pero no crees que eso sea lo mejor para mí.
– Me cuesta aconsejarle a una mujer joven que aparezca en topless.
– ¿Aunque tenga su lógica?
– Aunque tenga su lógica.
Ella le sonrió:
– ¿Sabes, Myron? Cuando te muestras puritano estás monísimo.
– Sí, adorable.
– Diles que sí.
– Piénsatelo unos días, ¿vale?
– No hay nada que pensar, Myron. Haz lo que sabes hacer mejor.
– ¿Y qué es?
– Marcar el número. Y decir que sí.