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En total había seis agentes federales. Kimberly Green estaba al frente de la tropa. Se organizaron con silenciosa eficiencia. Myron se sentó en un sofá, Greg en el otro. Emily andaba arriba y abajo entre los dos. Probablemente la escena tuviera algo de simbólico, pero Myron no estaba seguro de qué. Intentó superar la parálisis y ser capaz de aportar algo positivo.

La llamada había sido breve. Después del grito, la voz susurrante había dicho «volveremos a llamar». Y eso fue todo. Ninguna advertencia de que no llamaran a la policía, ninguna referencia a un rescate, ninguna previsión para la siguiente llamada, nada.

Estaban todos allí, con el grito del chico todavía presente en el ambiente, hiriente, desgarrador, evocador de imágenes de lo que podía haber hecho gritar así a un chico de trece años. Myron cerró los ojos y apretó con fuerza. Eso era lo que el bastardo se proponía, y seguirle el juego no era lo más razonable.

Greg se había puesto en contacto con su banco. No era un inversor de los que arriesgan, de modo que disponía de bastante liquidez. Si se precisaba una cantidad de dinero para el rescate, la tendría. Los distintos agentes federales, todos hombres excepto Kimberly, pusieron micros en todos los teléfonos posibles, incluido el de Myron. Ella y sus hombres se hablaban mucho en voz baja. Myron todavía no los había presionado, pero no iba a tardar.

Kimberly lo miró y le hizo un gesto para que se le acercara. Él se levantó y se disculpó. Greg y Emily ni se dieron cuenta, todavía sumidos en la vorágine de aquel grito.

– Tenemos que hablar -dijo la agente.

– De acuerdo -dijo Myron-. Empieza por decirme qué pasó cuando investigasteis a Dennis Lex.

– Tú no eres de la familia -dijo-. Podría echarte ahora mismo.

– Esto no es tu casa -respondió él-. ¿Qué pasó con Dennis Lex?

Ella puso las manos en jarras:

– Es un callejón sin salida.

– ¿En qué sentido?

– Le seguimos la pista. No está involucrado en nada de esto.

– ¿Cómo lo sabéis?

– Vamos, tío, que no somos idiotas.

– Entonces, ¿dónde está Dennis Lex?

– Eso no es relevante -respondió ella.

– Y una mierda. Aunque no fuera el secuestrador, sigue siendo nuestro donante de médula ósea.

– No -cortó ella-. Vuestro donante es Davis Taylor.

– Que es el nombre que adoptó Dennis Lex.

– Eso no lo sabemos.

Myron hizo una mueca.

– ¿De qué me estás hablando?

– Davis Taylor era un empleado del grupo Lex.

– ¿Cómo?

– Ya me has oído.

– Y, entonces, ¿por qué donó sangre en una campaña de médula ósea?

– Fue un tema laboral -dijo-. El jefe de planta tenía un sobrino enfermo. Todos los empleados de la planta donaron.

Myron asintió con la cabeza. Por fin había algo que tenía sentido.

– De modo que, si él no hubiera donado sangre, habría resultado sospechoso.

– Exacto.

– ¿Tienes una descripción suya?

– Trabajaba solo, era un hombre reservado. Lo único que todos recuerdan es que era un tipo con barba, gafas y el pelo largo y rubio.

– Un disfraz -dijo Myron-. Y sabemos que el nombre original de Davis Taylor era Dennis Lex. ¿Qué más?

Kimberly Green levantó la mano.

– Basta. -Hizo un gesto como levantándose, con la intención de alterar el impulso-. Stan Gibbs sigue siendo nuestro sospechoso principal. ¿De qué hablasteis anoche?

– Dennis Lex -dijo Myron-. ¿No lo entiendes?

– ¿Entender qué?

– Dennis Lex está relacionado con todo esto. O bien es el secuestrador, o bien fue su primera víctima.

– Ninguna de las dos opciones.

– Entonces, ¿dónde está?

Ella lo esquivó:

– ¿De qué más hablasteis?

– Del padre de Stan.

– ¿De Edwin Gibbs? -Eso le llamó la atención-. ¿Qué hay de él?

– Desapareció hace ocho años. Pero eso ya lo sabéis, ¿no?

– Lo sabemos -respondió, asintiendo con un gesto de cabeza tal vez demasiado contundente.

– Entonces, ¿qué creéis que le ocurrió? -preguntó Myron.

Ella vaciló.

– Crees que Dennis Lex podría ser la primera víctima del secuestrador de Sembrar las Semillas, ¿no es así?

– Creo que es algo que convendría investigar, sí.

– Nuestra teoría -prosiguió- es que la primera víctima podría haber sido Edwin Gibbs.

Myron hizo una mueca.

– ¿Crees que Stan secuestró a su propio padre?

– Creo que lo mató. Y a los otros. No creemos que ninguno de ellos siga vivo.

Myron intentó que eso no le afectara.

– ¿Tenéis alguna prueba o motivo?

– A veces la manzana no cae lejos del árbol.

– Oh, eso sí que impresionaría a un jurado. ¡Señoras y señores, la manzana no cae lejos del árbol! Y nunca hay que poner el carro delante de los caballos. Además, a todo cerdo le llega su San Martín. -Movió la cabeza, incrédulo-. ¿Te estás oyendo?

– Por sí solo, admito que no tiene sentido. Pero júntalo todo. Hace ocho años, Stan empezaba por sí solo. Tenía veinticuatro años, su padre cuarenta y seis. Según todas las versiones, los dos hombres no se llevaban bien. De pronto, Edwin Gibbs desaparece. Stan nunca denuncia su desaparición.

– Qué tontería.

– Es posible. Pero luego añádele todo lo demás que ya sabemos. El único periodista que consiguió esa filtración, el plagio, Melina Garston, todo lo que Eric Ford te comentó ayer.

– Sigue sin cuadrar.

– Pues, entonces, dime dónde está Stan Gibbs.

Myron la miró:

– ¿No está en su casa?

– Anoche, después de que hablaras con él, Stan Gibbs se escapó de la vigilancia. Ya lo había hecho antes. Normalmente recuperamos su pista al cabo de unas horas, pero esta vez no ha sido así. De pronto lo hemos perdido de vista… y, casualmente, el secuestrador de Sembrar las Semillas acaba de llevarse a Jeremy Downing. ¿Me lo quieres explicar?

Myron sintió la boca seca.

– ¿Lo estáis buscando?

– Lanzamos una orden de búsqueda, pero sabemos que es bueno ocultándose. ¿Tienes alguna pista de adónde ha podido ir?

– Mencionó que tal vez se marchara unos días, pero me dijo que confiara en él.

– Mal consejo -afirmó ella-. ¿Algo más?

Myron negó con la cabeza.

– ¿Dónde está Dennis Lex? -insistió de nuevo-. ¿Lo habéis visto?

– No he tenido que hacerlo -dijo ella, aunque ahora con una voz curiosamente monótona-. Porque no está implicado en esto.

– Sigues afirmándolo -dijo Myron-, pero ¿cómo lo sabes?

Ella bajó el tono:

– La familia.

– ¿Te refieres a Susan y Bronwyn Lex?

– Sí.

– ¿Qué hay de ellos?

– Nos dieron ciertas garantías.

Myron casi dio un paso atrás:

– ¿Y disteis por buenas sus palabras?

– No he dicho eso. -Miró a su alrededor, soltó un suspiro-. Y no es mi línea de investigación.

– ¿Cómo?

Ella lo miró directamente a los ojos:

– Eric Ford lo llevó personalmente.

Myron no podía creer lo que estaba oyendo.

– Me dijo que me mantuviera al margen -dijo-, que lo tenía cubierto.

– Cubierto, o tapado -ironizó Myron.

– Yo no puedo hacer nada. -Lo miró. Había subrayado la palabra «yo». Entonces se alejó sin una palabra más. Myron marcó un número en su móvil.

– Articula -dijo Win.

– Necesitaremos ayuda -dijo Myron-. ¿Zorra sigue trabajando de freelance?

– La llamaré.

– Tal vez también a Big Cyndi.

– ¿Tienes un plan?

– No tengo tiempo para ningún plan -dijo Myron.

– Uuuuh -exclamó Win-. Así que vamos a ser malos.

– Sí.

– Y yo que pensaba que no volverías a infringir las normas.

– Sólo esta vez -dijo Myron.

– Ah -respondió Win-, eso es lo que dicen todas.

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