32

– Habría sido mejor -dijo Win- que me hubieras dejado pegarle a mí.

Myron siguió andando.

– Habría sido lo mismo -dijo.

Win se encogió de hombros. Tenían una hora para organizarse. Big Cyndi se encontraba ahora en la sala de reuniones con Chase Layton, supuestamente revisando su nuevo contrato de luchadora profesional. Cuando entró en la sala, con sus dos metros de humanidad y sus ciento cuarenta kilos bajo el disfraz de Big Chief Mama, Chase Layton apenas levantó la vista. El dolor de los puñetazos, Myron estaba convencido, empezaba a remitir. No lo había golpeado en ningún lugar que pudiera causarle lesiones duraderas, excepto quizás en un lugar obvio.

Esperanza estaba preparada en el vestíbulo. Myron y Win se encontraron con Zorra dos pisos más abajo, en la séptima planta. Zorra había estado vigilando las plantas inferiores y decidió que ésta era la más tranquila y más fácil de controlar. Había percibido que los despachos del ala norte estaban vacíos. Cualquiera que entrara o saliera debía hacerlo desde el lado oeste. Zorra estaba apostada allí con un teléfono móvil. Esperanza tenía otro en el piso de abajo. Win tenía el tercero. Estaban constantemente conectados a tres bandas. Myron y Win ocupaban ya sus puestos. En los últimos veinte minutos, el ascensor sólo se había detenido dos veces en su planta. Bien. Las dos veces que se abrieron las puertas, Myron y Win fingieron estar conversando, como dos tipos cualesquiera esperando el ascensor en direcciones opuestas. Auténticos comandos de incógnito.

Myron tenía todas las esperanzas puestas en que no apareciera nadie cuando todo ocurriera. Zorra los avisaría, por supuesto, pero una vez la operación se pusiera en marcha, ya no podría detenerse. Deberían inventar alguna excusa, tal vez decir que era un ejercicio de simulacro, pero Myron no estaba seguro de poder soportar el hecho de tener que herir a más inocentes. Cerró los ojos. Ahora no puedes echarte atrás. Has ido demasiado lejos.

Win le sonrió.

– ¿Preguntándote otra vez si el fin justifica los medios?

– No me lo pregunto.

– ¿No?

– Sé que no los justifica.

– ¿Y sin embargo?

– Ahora no estoy de humor para introspecciones.

– Pero si eres un maestro de la introspección -le dijo Win.

– Gracias.

– Y conociéndote tan bien como te conozco, te las reservarás para más tarde, para cuando dispongas de más tiempo. Harás rechinar los dientes mientras piensas en lo que has hecho. Sentirás vergüenza, remordimientos, culpa…, aunque también estarás extrañamente orgulloso de no haberme hecho hacer a mí el trabajo sucio. Al final acabarás con una declaración jurada de que no volverá a ocurrir nunca más. Y tal vez no vuelva a suceder, al menos no hasta que las cosas se pongan igual de feas.

– O sea que soy un hipócrita -dijo Myron-. ¿Satisfecho?

– Pero si eso es precisamente lo que defiendo -dijo Win.

– ¿Qué?

– Que no eres un hipócrita. Apuntas a ideales muy elevados. El hecho de que tu flecha no siempre sea capaz de alcanzarlos no te convierte en un hipócrita.

– O sea, la conclusión -declaró Myron- es que los fines no justifican los medios. Excepto a veces.

Win abrió las manos:

– ¿Lo ves? Te acabo de ahorrar unas cuantas horas de ahondar en tu alma. Tal vez debería plantearme escribir uno de esos libros de autoayuda tipo «Cómo gestionar tu tiempo».

Esperanza los interrumpió por teléfono.

– Están aquí -dijo.

Win se llevó el teléfono a la oreja.

– ¿Cuántos?

– Han entrado tres. Susan Lex, el tipo de granito del que Myron no para de hablar y otro guardaespaldas. Hay dos más que se han quedado fuera, en el coche aparcado.

– Zorra -dijo Win al teléfono-, por favor vigila a los dos caballeros de fuera.

Zorra preguntó:

– ¿Y si se mueven?

– Detenlos.

– Será un placer -rió Zorra. Win sonrió. Bienvenidos a la línea caliente de los psicópatas. Sólo 3,99 dólares por minuto. La primera llamada totalmente gratuita.

Ahora Myron y Win aguardaban. Pasaron dos minutos. Esperanza dijo:

– El ascensor del medio. Van los tres juntos.

– ¿Va alguien más con ellos?

– No… Espera. Mierda, han entrado un par de ejecutivos.

Myron cerró los ojos y soltó un taco.

Win lo miró:

– Tu turno.

A Myron lo invadió el pánico. Gente inocente en el ascensor. Iba a haber violencia seguro. Ahora con testigos.

– ¿Y bien?

– No cuelgues. -Era Esperanza-. El granito les ha cortado el paso. Parece que les ha dicho que cojan otro ascensor.

– Seguridad de altos vuelos -dijo Win-. Siempre reconforta saber que no tratamos con aficionados.

– Vale -dijo Esperanza-. Ahora suben los tres solos.

El alivio en el rostro de Myron resultaba evidente.

Esperanza dijo:

– Ascensor cerrando puertas… ahora.

Myron pulsó el botón de subida. Win sacó su cuarenta y cuatro. Myron sacó una Glock. Esperaron.

Myron sujetaba el arma junto a su muslo. La sentía pesada de una manera a la vez terrible y reconfortante. Mantenía la mirada pasillo abajo. Nadie. Esperaba que su suerte no se apagara. Sintió que el pulso se le aceleraba, que la boca se le secaba. De pronto notó como si hiciera más calor.

Al cabo de un minuto sonó la campanita del ascensor del medio.

Myron tensó la musculatura, se inclinó un poco. El ascensor detuvo su ronroneo. Se hizo una pausa y luego las puertas empezaron a deslizarse lateralmente. Win no esperó: antes de que la obertura hubiera alcanzado dos palmos identificó a Grover y clavó el arma en la oreja del hombretón. Myron hizo lo mismo con el otro guarda.

– ¿Problema de cerumen en los oídos, Grover? -dijo Win con su mejor voz de actor de doblaje-. ¡Smith and Wesson tiene la solución!

Susan Lex empezó a abrir la boca, pero Win la cortó llevándose un dedo a la boca y con un suave «chisssst».

Win cacheó y desarmó a Grover, Myron hizo lo propio con el segundo agente. Grover miraba enfurecido a Win, pero éste lo quiso tranquilizar:

– Por favor, porfa, plis, nada de movimientos bruscos.

Grover se quedó quieto.

Win retrocedió. Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse, pero Myron las paró con un pie. Apuntó a Susan Lex con el arma:

– Usted viene conmigo -dijo Myron.

– ¿No quieres la revancha antes? -le propuso Grover.

Myron lo miró.

– Adelante -Grover extendió las manos-, golpéame en las tripas. Vamos, con todas tus fuerzas.

Excusez moi -intervino Win-, pero ¿esta oferta se extiende también a mí?

Grover miró a ese hombre más pequeño como si se tratara de un sabroso plato de sobras.

– Me han dicho que tú tampoco eres malo -dijo.

Win se volvió a mirar a Myron.

– ¡Que tampoco soy malo! -repitió-. Atención, monsieur Grover ha oído que yo tampoco soy malo.

– Win -dijo Myron.

Win clavó con fuerza la rodilla en la entrepierna de Grover. La hundió bien, hundiéndole los testículos hasta el estómago. Grover se quedó mudo; simplemente, se dobló como una mala mano de póker.

– Ay, lo siento, habías dicho las tripas, ¿no? -Win bajó la vista hacia él, frunció el ceño-. Tengo que trabajar mejor mis objetivos. A lo mejor tenías razón, a lo mejor, simplemente, «tampoco soy malo».

Grover estaba de rodillas con las manos en la entrepierna. Win le dio una patada en la cabeza con el empeine y Grover cayó al suelo como un bolo. Win miró al otro guarda, que estaba con las manos arriba y retrocedía rápidamente hacia un rincón.

– ¿Les dirás a tus amigos que tampoco soy malo? -le preguntó Win.

El guarda negó con la cabeza.

– Basta -dijo Myron.

Win cogió el móvil:

– Zorra, informa.

– No se han movido, guapo.

– Pues entonces sube. Me puedes ayudar a limpiar.

– ¿Limpiar? Uuuh, Zorra sube deprisa.

Win se rió.

– Ya basta -dijo Myron. Win no respondió, pero en realidad Myron tampoco esperaba que lo hiciera. Cogió a Susan Lex de un brazo:

– Vamos.

Tiró de ella en dirección a las escaleras. Apareció Zorra con sus tacones de aguja, nada menos. Dejar a dos hombres desarmados en manos de Win y Zorra, eso sí que daba miedo. Pero no le quedaba alternativa. Myron se volvió hacia Susan Lex, mientras la sostenía fuerte por el brazo.

– Necesito su ayuda -le dijo.

Susan Lex lo miró, con la cabeza bien alta, sin retroceder.

– Prometo no decir nada -prosiguió él-. No tengo ningún interés en hacerles daño, ni a usted ni a su familia. Pero me tiene que llevar hasta Dennis.

– ¿Y si me niego?

Myron se limitó a mirarla.

– ¿Me piensa hacer daño? -lo retó ella.

– Acabo de golpear a un hombre inocente -dijo Myron.

– ¿Y le haría lo mismo a una mujer?

– No me gustaría que me acusaran de sexismo.

La expresión de ella seguía siendo de desafío, pero, a diferencia de Chase Layton, ella parecía entender cómo funciona el mundo real.

– Ya sabe el poder que tengo.

– Lo sé.

– ¿Entonces es consciente de lo que le haré cuando todo esto acabe?

– No me importa demasiado. Un niño de trece años acaba de ser secuestrado.

Ella estuvo a punto de sonreír:

– Ah, pensaba que había dicho que necesitaba un trasplante de médula ósea.

– No tengo tiempo para explicaciones.

– Mi hermano no está implicado en esto.

– Eso ya lo he oído antes. -Porque es la verdad. -Pues, entonces, demuéstremelo.

En aquel momento algo cambió en el rostro de ella, en sus rasgos, relajándolos hasta algo que se asemejaba a la tranquilidad. -Venga conmigo -le dijo-. Vamos.

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