Henry Kendall estacionó en el aparcamiento del Long Beach Memorial y entró en el hospital por la puerta lateral, llevando un recipiente con tejido orgánico. Bajó a la planta del sótano, se dirigió al laboratorio de anatomía patológica y preguntó por Marty Roberts. Habían sido amigos durante los años de instituto en el condado de Marin. Marty salió enseguida.
– ¡Dios mío, qué susto! -exclamó-. ¡He oído tu nombre y he pensado que habías muerto!
– De momento, no -dijo Henry, y le estrechó la mano-. Estás muy bien.
– Lo que estoy es gordo. Tú sí que estás bien. ¿Qué tal Lynn?
– Muy bien. Y los niños también. ¿Qué tal Janice?
– Me dejó por un cirujano cardíaco hace un par de años.
– Lo siento, no lo sabía.
– Ya lo he superado -aseguró Marty Roberts-. La vida no me va mal. Por aquí hemos llevado bastante ajetreo, pero ahora estoy más tranquilo. -Sonrió-. ¿No estás un poco lejos de La Jolla? Ahora trabajas allí, ¿verdad?
– Sí, así es. En Radial Genomics.
Marty asintió.
– Y… ¿qué te trae por aquí?
– Quiero enseñarte una cosa -dijo Henry Kendall-. Es sangre.
– No hay problema. ¿Puedo preguntarte de quién es?
– Pregúntamelo, pero no puedo responderte porque no lo sé. No estoy seguro.
Le entregó a Marty el recipiente. Era de poliestireno y la parte interior estaba recubierta de aislante. Dentro había un tubo lleno de sangre. Marty lo cogió.
– La etiqueta dice: «Laboratorio de Robert A. Bellarmino». Qué tiempos, ¿eh, Henry? -La despegó y observó con detenimiento la más antigua que había debajo-. ¿Qué es esto? ¿Un número? Parece que ponga F102. No lo distingo muy bien.
– Me parece que eso es lo que pone.
Marty se quedó mirando a su viejo amigo.
– Muy bien, ahora dime la verdad. ¿Qué es esto?
– Quiero que me lo digas tú -respondió Henry.
– Antes de nada, te advierto que no voy a hacer nada ilegal -dijo Marty-. Aquí no hacemos esas cosas.
– No se trata de nada ilegal…
– Ya, pero no quieres analizarlo en tu laboratorio.
– En efecto.
– Y por eso has empleado dos horas en desplazarte hasta aquí para venir a verme.
– Marty, limítate a hacer lo que te pido, por favor.
Marty Roberts miró a través del microscopio y a continuación ajustó la pantalla de vídeo para que ambos pudieran observar la muestra.
– Vamos a ver -dijo-. Morfología de glóbulos rojos, hemoglobina, fracciones de proteína, todo normal. Es sangre. ¿De quién?
– ¿Es sangre humana?
– Pues claro -respondió Marty-. ¿Qué crees, que es de animal?
– Solo te lo pregunto.
– Bueno, hay algunos tipos de monos cuya sangre no se distingue de la de las personas -explicó Marty-. Podría decirse que su sangre y la nuestra son idénticas. Recuerdo que una vez la policía detuvo a un trabajador del zoo de San Diego que estaba cubierto de sangre. Creían que había asesinado a alguien. Al final resultó ser menstruación de un chimpancé hembra. Me contaron la historia cuando era residente.
– ¿No lo sabes seguro? ¿Y el ácido siálico?
– Es un marcador sanguíneo de los chimpancés… ¿Crees que esta sangre es de un chimpancé?
– No lo sé, Marty.
– En este laboratorio no hacemos la prueba del ácido siálico, nunca nos la han pedido. Me parece que en Radial Genomics, en San Diego, sí que la hacen.
– Muy gracioso.
– ¿ Quieres hacer el favor de explicarme de qué va todo esto, Henry?
– No puedo -respondió Henry-. Me gustaría que analizaras el ADN de la muestra. Y también el mío.
Marty Roberts se recostó en el asiento.
– Me estás poniendo nervioso -dijo-. ¿Estás metido en algún lío?
– No, no. No es eso. Tiene que ver con un proyecto de investigación de hace unos cuantos años.
– ¿Crees que es sangre de chimpancé? ¿O tuya?
– Sí.
– ¿O de ambos?
– ¿Analizarás el ADN?
– Claro. Voy a extraerte una muestra de mucosa bucal. Te llamaré dentro de unas semanas.
– Gracias. ¿Puedo pedirte que esto quede entre tú y yo?
– ¡Por Dios! -exclamó Marty Roberts-, estás volviendo a asustarme. Claro que sí, quedará entre nosotros. -Sonrió-. Te llamaré cuando tenga los resultados.