C004.

Bajo el gran manto que formaban las copas de los árboles, el suelo de la jungla permanecía sumido en la penumbra y el silencio. Ni un soplo de aire removía los heléchos gigantes que ascendían hasta la altura del hombro. Hagar se enjugó el sudor de la frente, se volvió a mirar al resto del grupo y siguió adelante. La expedición avanzaba adentrándose en la jungla del corazón de Sumatra. Ninguno de los miembros pronunciaba palabra, tal como le gustaba a Hagar.

El río quedaba enfrente. En la orilla más próxima había una piragua. También a la altura del hombro se extendía una cuerda tensa de lado a lado del río. Cruzaron en dos tandas. Hagar viajaba de pie en la canoa y la hacía avanzar sujetándose a la cuerda para darse impulso. Cuando hubo trasladado al primer grupo, volvió a por el segundo. Todo estaba en silencio salvo por el chillido de un tucán cercano.

Prosiguieron su camino a partir de la otra orilla. El sendero que atravesaba la jungla se volvió más estrecho y, a tramos, fangoso. A la expedición eso no le gustó. Hacían mucho ruido tratando de sortear los charcos como podían. Al fin uno de ellos intervino.

– ¿Cuánto queda?

Era aquel mocoso, el norteamericano impertinente con el rostro cubierto de pecas. Miraba a su madre, una matrona bastante corpulenta que llevaba un gran sombrero de paja.


– ¿Falta mucho? -preguntó el adolescente en tono quejumbroso.

Hagar se llevó el dedo a los labios.

– ¡Silencio!

– Me duelen los pies.

Los otros turistas rodeaban al chico y formaban una nube de prendas de vistosos colores. Se lo quedaron mirando.

– Escucha -susurró Hagar-, si haces ruido, no los verás.

– Aunque no haga ruido, tampoco los veo -le espetó el chico con un mohín. No obstante, se colocó en la fila cuando el grupo se dispuso a avanzar.

Ese día estaba formado en su mayoría por estadounidenses. A Hagar no le gustaban los estadounidenses; sin embargo, no eran los peores. Tenía que reconocer que los peores de todos eran los…

– ¡Allí!

– ¡Mirad allí!

Los turistas señalaban hacia delante; se mostraban entusiasmados y no paraban de hablar. A unos cincuenta metros del punto del camino en el que se encontraban y un poco hacia la derecha, un joven orangután macho se erguía sobre unas ramas que se mecían suavemente con su peso. Era una criatura espléndida, debía de pesar aproximadamente dieciocho kilos. Tenía el pelaje rojizo y un inconfundible mechón blanco encima de la oreja. Hagar llevaba semanas sin verlo.

El guía indicó al grupo mediante gestos que guardara silencio y avanzó por el sendero. Los turistas se apiñaron tras él; lo seguían dando traspiés y chocando unos con otros debido a la emoción.

– ¡Chisss! -siseó.

– ¿A qué vienen tantos aspavientos? -preguntó alguien-. Me parece que estamos en una reserva, ¿no?

– ¡Chisss!

– Los animales están protegidos…

– ¡Chiss!

Para Hagar era imprescindible que reinara el silencio. Se llevó la mano al bolsillo de la camisa y apretó la tecla de la grabadora. Desprendió el micrófono de la solapa y lo sostuvo en la mano.

Ahora los separaban unos treinta metros del orangután. Pasaron junto a un letrero que rezaba RESERVA DE ORANGUTANES DE BUKUT ALAM. Allí los orangutanes huérfanos eran atendidos hasta que se reponían y podían volver a liberarlos en la selva. Había un centro veterinario y otro de investigación donde trabajaba un equipo de científicos.

– Si es una reserva, no entiendo por qué…

– George, ya has oído lo que te ha dicho el guía. Cállate.

Ahora se encontraban a veinte metros.

– ¡Mirad! ¡Hay otro! ¡Dos! ¡Allí!

Señalaban hacia la izquierda. En lo alto de la copa de un árbol, un ejemplar de un año hacía crujir las ramas al avanzar junto a su compañero, mayor que él pero también muy joven. Se balanceaban con gracia. Hagar no les prestó atención. Seguía fijándose en el primer animal.

El orangután del mechón blanco no se apartó. Se columpiaba en el aire sujetándose solo con una mano y ladeaba la cabeza mientras los observaba. Los animales más jóvenes que poblaban las copas de los árboles habían desaparecido. En cambio, el del mechón blanco permanecía en el mismo lugar y los miraba.

Estaban a diez metros. Hagar sostenía el micrófono con el brazo extendido. Los turistas empezaban a preparar las cámaras. El orangután miró a Hagar a los ojos y emitió un extraño sonido gutural, parecido a la tos.

– Dwaas.

Hagar respondió con un ruido parejo.

– Dwaas.

El orangután se lo quedó mirando. Sus labios curvados empezaron a moverse y emitió una secuencia de gruñidos.

– Ooh stomm dwaas, varlaat léanme.

– ¿Es él quien hace esos ruidos? -quiso saber un turista.

– Sí -respondió Hagar.

– ¿Está… hablando?

– Los simios no hablan -respondió otro turista-. Los orangutanes son muy silenciosos. Lo dice el libro.


Varios miembros de la expedición hicieron destellar sus flashes al tomar fotografías del mono colgado del árbol. El joven ejemplar macho no pareció sorprenderse. Sin embargo, volvió a mover los labios.

– Geen lichten dwaas.

– ¿Es que está resfriado? -preguntó una mujer con cierto nerviosismo-. Parece que tosa.

– No está tosiendo -dijo otra voz.

Hagar se volvió a mirarlos. Un hombre corpulento a quien había visto jadeando y con las mejillas encendidas al esforzarse por mantener el ritmo sostenía ahora una grabadora en la mano y la orientaba hacia el simio. Lo miraba con aire resuelto.

– ¿Nos está tomando el pelo? -preguntó el hombre a Hagar.

– No -respondió él.

El hombre señaló al orangután.

– Habla holandés -dijo-. Sumatra fue una colonia holandesa. Lo que habla es holandés.

– No lo sabía -confesó Hagar.

– Pues yo sí. El animal ha dicho: «Dejadme en paz, imbéciles», y luego ha añadido: «Nada de luz». Lo dijo justo en el momento en que los flashes de las cámaras han dejado de destellar.

– No sabía qué clase de sonidos eran -dijo Hagar.

– Pero los ha grabado.

– Solo por curiosidad…

– Ha preparado el micrófono un buen rato antes de que empezaran los ruidos. Ya sabía que el animal hablaba.

– Los orangutanes no hablan -insistió Hagar.

– Pues este sí.

Todos se quedaron mirando al orangután, que seguía columpiándose colgado de un brazo. Con la mano que le quedaba libre, se rascó. Guardaba silencio.

El hombre corpulento habló en voz alta.

– Geen lichten.

El simio se limitó a mirarlo y parpadeó despacio.

– Geen lichten!

El orangután no mostró señales de haberlo entendido. Tras unos instantes, saltó a una rama cercana y empezó a trepar impulsándose con facilidad, un brazo detrás del otro.

– Geen lichten!

El simio continuó ascendiendo. La mujer del sombrero de paja intervino.

– Me parece que estaba tosiendo, o algo parecido.

– ¡Eh! -le gritó el hombre corpulento-, Mesieu! Comment ca va?

El simio continuó trepando por las ramas balanceándose a buen ritmo gracias a sus largos brazos. No miró abajo.

– Creía que tal vez hablara francés -explicó el turista. Se encogió de hombros-. Parece que no.

Una fina lluvia empezó a atravesar las copas tupidas. Los otros turistas guardaron las cámaras. Uno se atavió con un impermeable ligero y transparente. Hagar se enjugó el sudor de la frente. Por delante de él, tres jóvenes orangutanes correteaban alrededor de una bandeja depositada en el suelo que contenía papayas. Los turistas centraron en ellos su atención.

Procedente de las alturas oyeron una voz gutural.

– Espéce de con.

La frase les llegó con una nitidez sorprendente a través de la atmósfera en la que no soplaba el aire.

El hombre corpulento se volvió alrededor.

– ¿Cómo?

Todos miraron arriba.

– Ha soltado un taco -aseguró el adolescente-. En francés. Lo sé seguro. Ha soltado un taco en francés.

– ¡Chitón! -lo acalló su madre.

El grupo observó las copas de los árboles recorriendo con la mirada el denso y oscuro follaje. No veían al simio por allí arriba.

El hombre corpulento se puso a gritar.

– Qu'estce que tu dis?

No obtuvo respuesta. Solo percibió el sonido de un animal que avanzaba a través de las ramas y el chillido lejano de un tucán.


CHIMPANCÉ DESCARADO OFENDE A TURISTAS.

(News of the World).

AFFE SPRICHT IM DSCHUNGEL, FLÜCHE GEORGE BUSH.

(Der Spiegel).

ORANG PARLE FRANCAIS?!!

(París Match, junto a una fotografía de Jacques Derrida).

OCCIDENTALES REPRENDIDOS POR UN SIMIO MUSULMÁN.

(Weekly Standard).

CUANDO EL MONO HABLA, LOS TESTIGOS SE QUEDAN SIN PALABRAS.

(National Enquirer).

DESCUBIERTO CHIMPANCÉ PARLANTE EN JAVA.

(New York Times, publicada posterior rectificación).

PRIMATES POLÍGLOTAS DESCUBIERTOS EN SUMATRA.

(Los Angeles Times).

Para terminar, un grupo de turistas en Indonesia aseguran haber sido insultados por un orangután en plena jungla de Borneo. Según los turistas, el simio los ha obsequiado con unos cuantos insultos en holandés y en francés, de lo cual se deduce que el animal es probablemente mucho más inteligente que ellos. Sin embargo, no existe ninguna grabación de las ofensas del mono, lo cual nos lleva a la conclusión de que todo aquel que crea esta historia merece un puesto en la administración. ¡Allí sí que hay bestias que hablan!

(Countdown with Keith Olbermann, MS NBC News, sin rectificación).

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