C042.

– Ellis, ¿qué es ese tubo? -preguntó la señora Levine.

Su hijo sostenía un bote plateado con un pequeño tapón de plástico en el extremo. Se encontraban en el salón de la casa de sus padres, en Scarsdale, y fuera se oía el martilleo de los obreros que estaban en el garaje llevando a cabo las reparaciones pertinentes para dejarla lista para la venta.

– ¿Qué hay dentro de ese tubo? -insistió.

– Es un tratamiento genético nuevo, mamá.

– No lo necesito.

– Rejuvenece la piel, la hace más joven.

– Eso no es lo que le has dicho a tu padre -repuso-. Le has dicho que mejoraría su vida sexual.

– Bueno…

– Él te ha metido en esto, ¿verdad?

– No, mamá.

– Escúchame bien, no quiero mejorar mi vida sexual -le aclaró-. Nunca había sido tan feliz como ahora.

– Pero si dormís cada uno en una habitación.

– Porque ronca.

– Mamá, este rociador te ayudará.

– No necesito ayuda.

– Te hará más feliz, te prometo…

– Es que no me escuchas. Ya no lo hacías de pequeño…

– Venga, mamá.


– Y no has mejorado con la edad, ni de adulto,

– Mamá, por favor.

Ellis estaba empezando a enojarse. Además, se suponía que no era él quien debía estar haciendo aquello. Tendría que haberse encargado Aaron, su hermano. Aaron era el preferido de su madre, pero según había dicho tenía una cita en los juzgados, así que le había tocado aguantarla a Ellis.

Se acercó a ella con el bote.

– Aléjate de mí, Ellis.

Siguió acercándose.

– Ellis, soy tu madre.

Lo pisó. Ellis chilló de dolor, pero la cogió por la nuca sin pensárselo dos veces, pegó el bote contra su nariz y lo oprimió. Su madre se retorció intentando zafarse de él.

– ¡Ni hablar! ¡Ni hablar!

Sin embargo, lo estaba respirando mientras protestaba.

– ¡No, no, no!

Mantuvo el bote apretado contra la nariz de su madre. Mientras ella forcejeaba entre sus brazos, Ellis tuvo la sensación de estar estrangulándola, la sujetaba de la misma forma, y eso lo hizo sentir muy incómodo. Sus dedos se hundían en las carnosas mejillas de su madre mientras la mujer se resistía y gruñía. Ellis notó el olor del maquillaje.

Al final se apartó de ella.

– ¿Cómo te atreves? -gritó su madre-. ¿Cómo te atreves?

Y salió corriendo de la estancia, insultándolo.

Ellis se apoyó contra la pared. Estaba asqueado por haberla abordado de esa manera; no obstante intentó convencerse de que tenía que hacerse. Tenía que hacerse, y punto.

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