En el tranvía subterráneo que comunica el edificio de oficinas del Senado con el comedor, el senador Robert Wilson (demócrata por Vermont) se volvió hacia la senadora Dianne Feinstein (demócrata por California) y le comentó:
– Creo que deberíamos ir un paso por delante con lo de la genética. Por ejemplo, deberíamos redactar una ley para prevenir que las jóvenes pudieran vender sus óvulos por dinero.
– Eso ya lo están haciendo, Bob -repuso Feinstein-, hoy por hoy ya pueden vender sus óvulos.
– ¿Para qué? ¿Para pagarse la universidad?
– Tal vez algunas, pero la mayoría lo hacen para comprarle un coche nuevo al novio o para pagarse una operación de estética.
El senador Wilson no daba crédito.
– ¿Desde cuándo? -preguntó.
– Desde hace un par de años -contestó Feinstein.
– Tal vez en California…
– En todas partes, Bob. Una adolescente de New Hampshire lo hizo para pagar la fianza de su novio.
– ¿Y no te preocupa?
– No me gusta -aseguró Feinstein-, creo que no se les informa como es debido y que, médicamente, el procedimiento entraña muchos riesgos. Me temo que esas chicas están ponien
do en peligro su capacidad reproductora futura, pero ¿en qué nos fundamentaríamos para prohibirlo? Se trata de su cuerpo y de sus óvulos. -Feinstein se encogió de hombros-. De todas maneras, ese barco ya ha zarpado, Bob. Hace mucho tiempo.