C007.

Al mediodía, Alex Burnet salió del despacho de la firma de abogados de Century City en el que trabajaba y se dirigió a casa. No estaba lejos. Vivía en un piso de Roxbury Park con Jamie, su hijo de ocho años. Este estaba resfriado y se había quedado en casa en lugar de ir a la escuela. El padre de Alex se había ofrecido a cuidar de él.

Encontró al hombre en la cocina, preparando macarrones con queso. Era lo único que Jamie querría comer en su estado.

– ¿Cómo está? -le preguntó.

– Le ha bajado la fiebre, pero aún tiene mocos y tos.

– ¿Tiene apetito?

– Antes no ha querido comer nada. De todas formas, me ha pedido que le hiciera macarrones.

– Buena señal -opinó Alex-. Si quieres, puedes marcharte ya.

Su padre negó con la cabeza.

– Ahora ya le he cogido el truco, no hacía falta que salieras antes del trabajo.

– Ya lo sé. -Alex hizo una pausa-. El juez ha dictado sentencia, papá.

– ¿Cuándo?

– Esta mañana.

¿Y?

– Hemos perdido.


Su padre continuó removiendo la pasta.

– ¿En todo?

– Sí -respondió Alex-, hemos perdido en todos los supuestos. No tienes ningún derecho sobre tus tejidos. Los han considerado «residuos» que tú entregaste a la universidad para que se deshiciera de ellos. El tribunal dice que los tejidos, una vez extraídos de tu organismo, ya no te pertenecen y que, por tanto, la universidad puede hacer con ellos lo que quiera.

– Pero me hicieron volver expresamente…

– El juez opina que cualquier persona en su sano juicio se habría dado cuenta de que los tejidos iban a utilizarse con fines comerciales. Dice que, de manera tácita, tú lo aceptaste.

– Me dijeron que estaba enfermo.

– No hay nada que hacer, papá. Ha rechazado todos nuestros argumentos.

– Me mintieron.

– Ya lo sé, pero según el juez la política social debe promover la investigación médica. Si reconocieran tus derechos, estarían sentando un precedente que dificultaría futuras investigaciones. En eso es en lo que se escudan para justificar el fallo: en el bien común.

– ¡Qué bien común ni que ocho cuartos! ¡Lo único que quieren es hacerse ricos! -protestó su padre-. Dios mío, tres mil millones de dólares…

– Ya lo sé, papá. Las universidades persiguen ganar dinero. Ese juez defiende exactamente lo mismo que han defendido todos los jueces de California desde la resolución del caso Moore en 1980. Al igual que en tu caso, el tribunal decidió que los tejidos del señor Moore eran residuos sobre los que él no tenía ningún derecho. Eso fue hace más de dos décadas, y desde entonces no hemos avanzado nada.

– ¿Y ahora qué?

– Apelaremos -dijo Alex-. Es posible que caiga en saco roto, pero tenemos la obligación de hacerlo antes de interponer un recurso ante el Tribunal Superior de California.

– ¿Cuándo podremos recurrir?


– Dentro de un año.

– No nos queda otra opción, ¿verdad? -concluyó su padre.

– Ni hablar -respondió Albert Rodríguez, haciendo girar la silla para situarse de frente al padre de Alex. Rodríguez y el resto de abogados de la UCLA se habían dirigido a la firma de abogados de Alex tras el veredicto-. No tienen ninguna posibilidad de salir airosos aunque apelen, señor Burnet.

– Me sorprende que confíen tanto en la decisión del Tribunal Superior de California -intervino Alex.

– No tenemos ni idea de cuál va a ser su decisión -dijo Rodríguez-. Lo único que sé es que perderán este caso diga lo que diga el Tribunal.

– ¿Por qué? -preguntó Alex.

– La UCLA es una universidad estatal. El Consejo Rector tiene derecho a convertirse en dueño de las células de su padre, en nombre del estado de California, gracias al dominio eminente.

Alex lo miró perpleja.

– Aunque el Tribunal Superior decida que el material celular de su padre le pertenece, lo cual creemos bastante improbable, el estado se erigirá en propietario del dominio eminente.

El dominio eminente hacía referencia al derecho que tiene el estado de hacerse con una propiedad privada sin el consentimiento del dueño. Era bastante habitual su uso con finalidades públicas.

– Pero el dominio eminente se utiliza en casos de escuelas o autopistas…

– El estado también puede aplicarlo en este caso -aseguró Rodríguez-. Y no les quepa duda de que lo hará.

El padre de Alex los miraba estupefacto.

– ¿Están de broma?

– Ni mucho menos, señor Burnet. Es una práctica legítima, v el estado ejercerá su derecho.

– Entonces, ¿cuál es el propósito de esta reunión? -preguntó Alex.


– Nos ha parecido conveniente informarles de la situación, por si prefieren renunciar a seguir litigando.

– ¿Nos está proponiendo que dejemos el caso? -aventuró Alex.

– Es lo que yo le aconsejaría a su padre si fuera mi cliente -respondió Rodríguez.

– Claro, si se acaba el litigio, el estado se ahorra muchos gastos.

– El estado y todo el mundo -respondió Rodríguez.

– Así que lo que me propone es un acuerdo para que abandonemos el caso, ¿no?

– Ni mucho menos, señorita Burnet. Me temo que me ha entendido mal. Esto no es ninguna negociación. Solo hemos venido a exponerles nuestra postura para que puedan tomar la decisión más apropiada por su propio interés.

El padre de Alex se aclaró la garganta.

– Lo que nos están diciendo es que piensan quedarse con mis células a toda costa. Las han vendido por tres mil millones de dólares y piensan quedarse con todo el dinero sea como sea.

– Dicho así suena muy crudo, pero no se equivoca -admitió Rodríguez.

La reunión tocó a su fin. Rodriguez y los miembros de su equipo les dieron las gracias por el tiempo que les habían dedicado, se despidieron y salieron de la sala. Alex le hizo una señal de asentimiento a su padre y luego siguió a los demás abogados. A través del cristal, Frank Burnet vio que seguían hablando.

– Menudos cabrones -exclamó-. ¿En qué mundo vivimos?

– Eso mismo me pregunto yo -dijo alguien detrás de él.

Burnet se dio media vuelta.

Un joven que llevaba gafas con montura de carey se encontraba sentado en el extremo opuesto de la sala. Burnet lo recordaba bien. Había entrado durante la reunión con un termo de café y tazas y lo había depositado todo en una mesita aparte. Luego se había sentado en el rincón y allí había permanecido hasta que terminó la sesión. Burnet supuso que se trataba de un empleado recién incorporado a la plantilla; sin embargo, el joven hablaba con total seguridad.

– Reconózcalo de una vez, señor Burnet -dijo-, lo han estafado. Resulta que sus células son muy raras y valiosas. Son eficaces fabricantes de citocinas, unas moléculas químicas que combaten el cáncer. Esa es la verdadera razón por la cual superó la enfermedad. El hecho es que sus células fabrican citocinas como churros, con mayor eficacia que cualquier proceso comercial. Por eso sus células valen tanto dinero. Los médicos de la UCLA no han producido ni inventado nada, no han realizado ninguna modificación genética. Se han limitado a coger sus células, cultivarlas en una placa y vendérselo todo a BioGen. Y a usted, amigo mío, lo han estafado.

– ¿Quién es usted? -quiso saber Burnet.

– No albergue ninguna esperanza de que se haga justicia porque los tribunales son todos unos incompetentes -prosiguió el joven-. No se dan cuenta de la rapidez con que la realidad cambia, no comprenden que ya formamos parte de un mundo completamente nuevo. No están al día de las nuevas cuestiones. Puesto que sus conocimientos sobre tecnología son nulos, no saben qué procedimientos se utilizan o si se utiliza alguno. En su caso no se utilizó ningún procedimiento: a usted le robaron las células y luego las vendieron, simple y llanamente. Y al tribunal le ha parecido la mar de bien.

Burnet exhaló un hondo suspiro.

– No obstante, aún es posible que los ladrones se lleven su merecido.

– ¿Qué quiere decir?

– Que como la UCLA no ha modificado sus células, otra empresa podría hacerse con ellas, realizar pequeñas modificaciones genéticas y venderlas como un producto nuevo.

– Pero si ya las tiene BioGen…

– Es cierto. Pero las líneas celulares son muy delicadas, pueden ocurrirles cosas.

– ¿Adonde quiere ir a parar?

– Los cultivos son vulnerables a los hongos, a las infecciones bacterianas, a la contaminación e incluso a la mutación. Pueden estropearse por muchos motivos.

– Seguro que BioGen ha tomado precauciones.

– Claro que sí; sin embargo, a veces toda precaución resulta insuficiente -sugirió el hombre.

– ¿Quién es usted? -insistió Burnet.

Miró a través de las paredes de cristal de la sala de reuniones. Fuera, en la gran oficina, la gente iba y venía. Se preguntó dónde se habría metido su hija.

– No soy nadie -respondió el joven-. No me conoce.

– ¿Tiene una tarjeta de visita?

El hombre negó con la cabeza.

– No estoy aquí, señor Burnet.

Burnet frunció el entrecejo.

– ¿Y mi hija?

– No tiene ni idea, no he hablado nunca con ella. Esto es entre usted y yo.

– Pero lo que me propone es ilegal.

– Yo no le propongo nada porque usted y yo no hemos hablado nunca -dijo el hombre-. Solo vamos a imaginarnos lo que podría pasar.

– Muy bien.

– Legalmente, no puede vender sus células puesto que el tribunal ha decidido que no le pertenecen, son de BioGen. Sin embargo, sus células pueden obtenerse de otras maneras. En el curso de su vida le han extraído sangre muchas veces y en muchos lugares distintos. Hace cuarenta años estuvo en Vietnam y el ejército le extrajo sangre. Hace veinte años lo operaron de la rodilla en un hospital de San Diego, donde le extrajeron sangre y también se quedaron con un trozo de cartílago. A lo largo de los años ha acudido a varios médicos. Le han hecho análisis de sangre y los laboratorios se han quedado con las muestras. Como ve, no resulta difícil encontrar sangre suya. Puede obtenerse a partir de bases de datos a las que cualquiera puede acceder. Lo digo por si, por ejemplo, a otra empresa le interesara utilizar sus células.

– ¿Qué pasaría entonces con BioGen?


El joven se encogió de hombros.

– La biotecnología entraña dificultades. Estamos constantemente expuestos a la contaminación. Si en los laboratorios de la compañía ocurre algo malo, no es culpa suya, ¿verdad?

– Pero ¿cómo…?

– No tengo ni idea. Pueden ocurrir muchas cosas.

Se hizo un breve silencio.

– ¿Por qué iba a hacerlo? -preguntó Burnet.

– Recibirá cien millones de dólares.

– ¿A cambio de qué?

– De la biopsia por punción de seis órganos.

– Pensaba que era muy fácil obtener sangre mía.

– En teoría, sí. Si hubiera un litigio, podría alegarlo. Sin embargo, en la práctica las empresas prefieren células frescas.

– No sé qué decir.

– No se preocupe. Piénselo, señor Burnet. -El joven se puso en pie y se colocó bien las gafas sobre el caballete de la nariz-. Lo han estafado, pero no por eso tiene que tirar la toalla.

Extraído de la revista Alumni News de Beaumont College

ENCARNIZADO DEBATE EN TORNO A LAS CÉLULAS MADRE.

Tratamientos efectivos «a décadas vista» El profesor McKeown sorprende a la audiencia.

Max Thaler.


EL afamado biólogo Kevin McKeown sorprendió a la numerosa audiencia de Beaumont Hall al considerar la investigación con células madre «un fraude brutal».

«Lo que les han contado no es más que un mito cuya finalidad es asegurar fondos a los investigadores a costa de dar falsas esperanzas a los enfermos graves -afirmó el profesor-. Vamos a ceñirnos a la verdad.»

Según explicó el profesor, las células madre se llaman así porque tienen la capacidad de transformarse en otras células. Las hay de dos clases. Las células madre adultas se encuentran por todo el organismo: en los músculos, en el cerebro, en el tejido hepático, etcétera. Estas pueden generar nuevas células, pero solo del tejido en el cual se encuentran. Son muy importantes porque el cuerpo humano renueva todas las células cada siete años.

Las investigaciones relativas a células madre adultas no presentan, en general, datos controvertidos. Sin embargo, hay otro tipo de células madre: las llamadas células madre embrionarias. Las progenitoras de este tipo sí que resultan muy polémicas. Se encuentran en la sangre del cordón umbilical y también pueden obtenerse de embriones jóvenes. Las células madre embrionarias son pluripotenciales, lo cual significa que tienen la capacidad de transformarse en cualquier tipo de tejido. Sin embargo, la investigación resulta controvertida porque implica la utilización de embriones humanos, los cuales muchas personas consideran, tanto por motivos religiosos como de otros tipos, que gozan de los mismos derechos que cualquier ser humano. Este viejo debate no tiene visos de resolverse pronto.

LOS CIENTÍFICOS TEMEN QUE SE PROHÍBA LA INVESTIGACIÓN.

La administración estadounidense ha declarado que está permitida la obtención de células madre a partir de líneas de investigación existentes, pero no de nuevos embriones. Los científicos consideran que las líneas existentes son insuficientes y por ese motivo entienden la resolución como una prohibición de hecho para la investigación. Esa es la razón por la cual han empezado a recurrir a centros privados con el fin de llevar a cabo los experimentos, sin ayuda económica gubernamental.

Sin embargo, el problema real no se reduce a la simple carencia de células madre. Lo cierto es que, para que se produjeran efectos terapéuticos, los científicos necesitarían que cada persona dispusiera de sus propias células madre pluripotenciales. Así, un órgano podría regenerarse o se repararían los daños causados por una herida o una enfermedad, incluso una parálisis sería reversible. Es el sueño dorado. En la actualidad, nadie es capaz de llevar a la práctica semejantes milagros terapéuticos, nadie tiene siquiera una vaga idea de cómo llegar a lograrlo. Lo que está claro es que, en primer lugar, se necesitarían células.

En el caso de los recién nacidos, es posible recoger sangre del cordón umbilical y congelarla. Muchas personas llevan a cabo actualmente esa práctica con sus hijos. Pero ¿qué ocurrirá con los adultos? ¿De dónde sacaremos las células madre pluripotenciales?

Esa es la pregunta que todos nos hacemos.

HACIA EL SUEÑO TERAPÉUTICO.

Las células madre con las que contamos los adultos solo pueden producir un tipo de tejido. Pero ¿cabe la posibilidad de que de algún modo estas células madre adultas se conviertan en embrionarias? La transformación permitiría que todos los adultos contáramos con nuestras propias células madre embrionarias a punto para ser utilizadas en el momento necesario. Así, el sueño terapéutico se haría realidad.

Pues bien, la cuestión es que sí que es posible la transformación regresiva de las células madre adultas, pero solo introduciéndolas en un óvulo. Por algún motivo, en el interior del óvulo se deshace la diferenciación y la célula adulta vuelve a ser una célula embrionaria. Sin duda es una buena noticia, aunque conseguirlo con células humanas resulta infinitamente difícil. Aun en el supuesto de que el método funcionara en seres humanos, se necesitaría una cantidad enorme de cigotos para ponerlo en práctica, lo cual vuelve a desatar la polémica.

Por ese motivo, los científicos están buscando formas alternativas de convertir las células madre adultas en pluripotenciales. El esfuerzo se está llevando a cabo a escala mundial. Un investigador de Shangai ha inyectado células madre humanas en óvulos de gallina y ha obtenido resultados ambiguos; mientras, otros se limitan a manifestar su desaprobación. Por ahora, no está claro que ese tipo de métodos llegue a funcionar.

Lo que tampoco está claro es que el sueño de las células madre (trasplantes sin rechazo, reversibilidad de lesiones en la médula espinal, etcétera) llegue a hacerse realidad. Los abogados han interpuesto demandas fraudulentas y los medios de comunicación han especulado de forma absurda durante años. A los pacientes afectados por enfermedades graves se les ha hecho creer que el remedio aguarda a la vuelta de la esquina. Por desgracia, tal afirmación no es cierta. Para obtener medidas terapéuticas eficaces faltan todavía muchos años, tal vez décadas enteras. Muchos científicos serios han afirmado en declaraciones privadas que hasta el año 2050 no se sabrá si la terapia de las células madre resulta efectiva, y señalan al respecto que tuvieron que pasar cuarenta años desde que Watson y Crick descodificaron el genoma humano hasta que la terapia génica despuntó.

UN ESCÁNDALO SACUDE AL MUNDO ENTERO.

Fue en el año 2004, en plena euforia esperanzada y bombo publicitario, cuando el bioquímico coreano Hwang WooSuk anunció que había conseguido generar con éxito una célula madre embrionaria a partir de otra adulta mediante la transferencia nuclear somática, es decir, inyectándola en un óvulo humano. Hwang era conocido por su adicción al trabajo: pasaba en el laboratorio dieciocho horas al día los siete días de la semana. Su emocionante artículo fue publicado en la revista Science en marzo de 2005. Investigadores de todo el mundo acudieron en peregrinación a Corea. El tratamiento con células embrionarias humanas parecía estar de pronto al alcance de la mano. Hwang se convirtió en un héroe en Corea y le propusieron dirigir el nuevo World Stem Cell Hub (Centro Mundial de Células Madre), financiado por el gobierno coreano.

Sin embargo, en noviembre de 2005, un colaborador estadounidense de Pittsburgh anunció que iba a poner fin a la relación laboral con Hwang. Luego, un colega del bioquímico coreano reveló que este había obtenido óvulos de forma ilegal, de las trabajadoras de su laboratorio.

En diciembre de 2005, la Universidad Nacional de Seúl anunció que las líneas celulares de Hwang eran pura mentira, igual que los artículos que había publicado en Science. La revista retiró los artículos. Ahora Hwang se enfrenta a cargos criminales. Ese es el estado de la situación.

PELIGROS DEL «BOMBO MEDIÁTICO».

«¿Qué lección puede extraerse de todo esto? -se pregunta el profesor McKeown-. En primer lugar, tenemos que aprender que en un mundo invadido por los medios de comunicación, el constante bombo publicitario concede un crédito injustificado a las afirmaciones más disparatadas. Durante años, los medios de comunicación han vendido la investigación con células madre como un milagro inminente. Así, en el momento en que alguien anunció que el sueño se había hecho realidad, recibió entero crédito. Si eso es o no una prueba de que el bombo mediático representa un peligro, júzguenlo ustedes mismos. Una noticia así no solo resulta cruel por despertar vanas esperanzas en los enfermos, también afecta a los científicos. La comunidad empieza a creer que el milagro aguarda a la vuelta de la esquina, a pesar de que deberían tener más juicio.

»¿Cómo podemos combatir el bombo mediático? Si las instituciones científicas lo desearan, al cabo de una semana habrían terminado con él. Por desgracia, no es así. Les encanta la publicidad, saben que atrae subvenciones. Por eso no harán nada por cambiar las cosas. Yale, Stanford y Johns Hopkins promueven la difusión mediática tanto como Exxon o Ford, y lo mismo hacen los investigadores de esas instituciones a título individual. Tanto los científicos como las universidades están cada vez más motivados por el éxito comercial, al igual que las empresas. Si alguna vez oyen a un científico declarar que han exagerado sus afirmaciones o que las han sacado de contexto, pregúntenle si ha enviado una carta al editor para quejarse. El 99 por ciento de las veces la respuesta será negativa.

»Otra lección tiene que ver con la supervisión por parte de los colegas. Todos los artículos de Hwang que se publicaron en Science habían sido supervisados por colegas suyos. Si hacía falta alguna prueba de que dicho tipo de supervisión es un ritual absurdo, este suceso es un claro ejemplo. Hwang hizo unas afirmaciones extraordinarias, sin embargo no proporcionó pruebas extraordinarias. Muchos estudios han demostrado que la supervisión corporativista no mejora en nada la calidad de los artículos científicos, y los investigadores lo saben. No obstante, los profanos siguen considerándolo una garantía de calidad y así dicen: "Este artículo lo ha supervisado un colega del autor" o "Este artículo no ha sido supervisado" como si eso fuera importante, cuando en realidad no lo es.

»Lo siguiente que tenemos que aprender guarda relación con las propias publicaciones. ¿Dónde aparecía la firma del editor de Science? No olviden que la revista es en realidad una gran empresa, en ella trabajan 115 personas. Con todo, el fraudulento ultraje, que incluía fotografías retocadas con Adobe Photoshop, no se detectó. El Photoshop es conocido como una de las herramientas con las que más se practica el fraude científico. Sin embargo, la revista no tuvo forma de detectarlo.»No es que Science sea la única revista que publica mentiras. Artículos fraudulentos han aparecido también en el New England Journal of Medicine; los autores ocultaron información de vital importancia sobre infartos provocados por el analgésico Vioxx. En The Lancet se publicó una investigación sobre drogas y cáncer oral que resultó ser una pura invención. El simple hecho de que 250 de los pacientes compartieran la misma fecha de nacimiento tendría que haber despertado sospechas. El fraude médico es más que un escándalo, es una amenaza contra la salud pública. Sin embargo, continúa.»

EL COSTE DEL FRAUDE.

«El coste que supone un fraude así es enorme -afirma McKeown-. Se estima en treinta mil millones de dólares anuales pero es probable que triplique esa cifra. El fraude en el ámbito científico no es extraño y no es práctica exclusiva de los más osados. Los investigadores y las instituciones más respetadas han falsificado datos alguna vez. Incluso Erancis Collins, director del Proyecto del Genoma Humano de los NIH, aparece como coautor de cinco artículos engañosos que deberían haber sido retirados de la circulación.

»La lección más importante que debemos aprender es que la ciencia no es algo especial; por lo menos, ya no. Tal vez lo fuera cuando Einstein hablaba con Niels Bohr y no existían más que unos pocos especialistas importantes en cada campo. Ahora, en cambio, Estados Unidos cuenta con tres millones de investigadores. La ciencia ya no es una vocación, es una profesión, una actividad humana igual de corruptible que cualquier otra. Los que la ejercen no son santos, son seres humanos, y hacen lo mismo que el resto de seres humanos: mentir, engañar, robarse unos a otros, entablar demandas, ocultar datos, falsificarlos, darse una importancia exagerada y desacreditar injustamente a los que sostienen un punto de vista opuesto. Así es la naturaleza humana, y nunca cambiará.»

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