– ¡Escucha esto! -exclamó Charlie Huggins mientras miraba la televisión en la cocina de su casa de San Diego. Aunque había desconectado el sonido, estaba leyendo el subtítulo que aparecía progresivamente en la pantalla-. Dice: AVISTADO UN SIMIO PARLANTE EN SUMATRA.
– ¿Qué quiere decir que le han avistado? ¿Estaba ciego? -preguntó su esposa, mirando la pantalla. Estaba preparando el desayuno.
– No, mujer -respondió Huggins-. Lo que quieren decir es que lo han descubierto.
– ¿Que lo han descubierto? ¿Y qué? ¿Qué tenía que esconder? -La esposa de Huggins era profesora de lengua en un instituto. Le encantaban los juegos de palabras.
– No, cariño. La noticia dice que… un grupo de turistas en Sumatra topó en plena jungla con un simio que hablaba.
– Yo creía que los simios no hablaban -dijo la mujer.
– Bueno, eso pensábamos todos.
– Entonces, seguro que es mentira.
– ¿Tú crees? Uy… Britney Spears no se divorcia. Qué alivio. Parece que vuelve a estar embarazada. Por las imágenes, lo parece. Y la Spice pija lleva un vestido verde precioso… Es una gala. ¡Anda! Sting dice que es capaz de practicar sexo durante ocho horas seguidas.
– ¿Duro o igual que siempre?
– Por lo visto, tántrico.
– Que cómo quieres el huevo del desayuno.
– Ah, como siempre.
– Avisa a los niños, ¿quieres? Esto está casi a punto.
– De acuerdo.
Charlie se levantó de la mesa y se dirigió a la escalera. Justo cuando entraba en la sala de estar, sonó el teléfono. Era una llamada del laboratorio.
En los laboratorios de Radial Genomics Inc., situados entre los eucaliptos que poblaban el campus de la Universidad de California en San Diego, Henry Kendall tamborileaba con los dedos en el mostrador mientras esperaba a que Charlie descolgara el auricular. El tono de llamada sonó tres veces. ¿Dónde cono se había metido? Al fin oyó la voz de Charlie.
¿Diga?
– Charlie -respondió Henry-. ¿Has oído la noticia?
– ¿Qué noticia?
– Cuál va a ser, la del simio de Sumatra.
– Ah, eso. Menuda chorrada.
– ¿Por qué lo dices?
– Vamos, Henry. Sabes que no puede ser verdad.
– Dicen que el mono habla holandés.
– Es mentira.
– Tiene que haber sido cosa del equipo de Uttenbroek -insistió Kendall.
– Qué va. El animal es grande. Debe de tener dos o tres años.
– ¿Y qué? A lo mejor Uttenbroek lo hizo tiempo atrás, su equipo está bastante adelantado. Además, los de Utrecht son un.najo de embusteros.
Charlie Huggins exhaló un suspiro.
– Ese tipo de experimentos están prohibidos en los Países Bajos.
– Claro. Por eso lo hicieron en Sumatra.
– No, Henry, hace falta demasiada tecnología. Aún quedan años para que un simio transgénico vea la luz, ya lo sabes.
– No, no lo sé. ¿Has oído lo que Utrecht anunció ayer? Han cultivado células madre de toro y las han inyectado en testículos de ratón. Para eso sí que hace falta tecnología punta. Eso sí que es un invento de cojones.
– Sobre todo para los toros.
– No le veo la gracia.
– ¿Te imaginas a los pobres ratones, corriendo por ahí con dos cojones de toro morados y enormes?
– Sigue sin parecerme gracioso…
– Henry, ¿me estás diciendo que has oído por televisión que han descubierto un simio parlante y que te lo crees?
– Eso es, sí.
– Henry -empezó Charlie en tono exasperado-, la tele es la tele. Esa noticia es igual que la de la serpiente de dos cabezas, haz el favor de tranquilizarte.
– La serpiente de dos cabezas existía de verdad.
– Tengo que llevar a los niños al colegio. Luego te llamo -se excusó Charlie, y colgó el teléfono.
Menudo cabrón. Siempre era su mujer quien llevaba a los niños a la escuela.
«Lo hace para evitarme.»
Henry Kendall se paseó por el laboratorio, luego se asomó a la ventana y al cabo de un rato empezó a pasearse de nuevo. Respiró hondo. Charlie debía de tener razón. Era todo mentira.
Pero ¿y si no lo era?
Henry Kendall era un manojo de nervios. A veces le temblaba el pulso al hablar, sobre todo cuando se emocionaba por algo. Además, era un poco torpe, siempre tropezaba y acababa chocando con los utensilios del laboratorio. Se angustiaba por todo y sufría de colon irritable.
Sin embargo, lo que Henry no le había confesado a Charlie era que el motivo real de su preocupación tenía que ver con una conversación que había mantenido hacía una semana. En aquel momento no le había dado importancia.
En cambio ahora le parecía inquietante.
Una estúpida secretaria de los National Institutes of Health había llamado al laboratorio y había preguntado por el doctor Kendall. Cuando este se puso al teléfono, le dijo:
– ¿Es usted el doctor Henry A. Kendall?
– Sí…
– ¿Es cierto que hace cuatro años se tomó seis meses sabáticos y los dedicó a hacer una visita a los NIH?
– Sí.
– De mayo a octubre, ¿no?
– Me parece que sí. ¿Por qué me lo pregunta?
– ¿Llevó a cabo parte de su investigación en el centro de primates de Maryland?
– Sí.
– Y ¿es cierto también que, cuando llegó a los NIH en mayo de ese año, se sometió a las pruebas habituales de enfermedades transmisibles porque pensaba llevar a cabo experimentos con primates?
– Sí -respondió Henry. Le habían pasado una batería de pruebas completa, desde el VIH hasta la gripe, pasando por la hepatitis. Le extrajeron mucha sangre-. ¿Puedo preguntarle a qué viene todo esto?
– Solo son trámites burocráticos -respondió la secretaria-, estoy rellenando unos impresos para el doctor Bellarmino.
A Henry se le puso la piel de gallina.
Rob Bellarmino era el director del departamento de genética de los NIH. Cuatro años atrás, cuando Henry visitó la institución, no formaba parte de la plantilla. Ahora, sin embargo, era él quien estaba al cargo del centro. Y no era precisamente amigo de Henry ni de Charlie.
– ¿Hay algún problema? -inquirió Henry. Tenía la clara sensación de que así era.
– No, no -lo tranquilizó la chica-. Es que hemos traspapelado algunas fichas y el doctor Bellarmino es muy maniático con la información. Cuando estuvo en el centro de primates, ¿llevó a cabo algún experimento con un chimpancé hembra llamado Mary? Le correspondía el código de laboratorio F402.
– Pues la verdad es que no me acuerdo -respondió Henry-. Hace mucho tiempo de eso y he trabajado con varios chimpancés. No lo recuerdo.
– Aquel verano, Mary estaba embarazada.
– Lo siento. Ya le he dicho que no me acuerdo.
– Fue el mismo verano en que hubo un brote de encefalitis, y la mayoría de los chimpancés tuvieron que ser puestos en cuarentena. ¿Le suena?
– Sí, lo de la cuarentena sí. Enviaron chimpancés a varios centros del país.
– Gracias, doctor Kendall. Ah, ya que lo tengo al teléfono, ¿me permite que compruebe si la dirección es correcta? La que aparece aquí es 348 Marbury Madison Drive, La Jolla.
– Sí, la dirección es correcta.
– Gracias por su tiempo, doctor Kendall.
Esa fue toda la conversación. Lo único que a Henry se le ocurrió pensar en aquel momento fue que Bellarmino era un hijo de puta; uno nunca sabía qué se traía entre manos.
En cambio ahora… Después de lo del primate de Sumatra…
Henry sacudió la cabeza.
Charlie Higgins podía decir lo que quisiera, pero el hecho era que los científicos habían desarrollado un mono transgénico. Lo habían obtenido hacía años. A esas alturas, existían ya mamíferos transgénicos de todo tipo: perros, gatos… De todo. No cabía duda de que el orangután parlante también era un producto transgénico.
El trabajo de Henry en los NIH estaba relacionado con la base genética del autismo. Había acudido al centro de primates porque quería saber qué genes eran los causantes de las diferencias en la capacidad comunicativa de los humanos y de los simios respectivamente. Y había llevado a cabo parte del trabajo con embriones de chimpancé. Sin embargo, no había obtenido resultados. En realidad, apenas le había dado tiempo de empezar antes de que el brote de encefalitis interrumpiera su investigación. Acabó regresando a Bethesda y trabajando en un laboratorio durante el resto del período sabático. Eso era todo cuanto sabía. Por lo menos, todo cuanto sabía con seguridad.
Humanos y chimpancés se cruzaban hasta hace poco.
La división de las especies no impidió la interacción sexual, la genética proporciona a los investigadores resultadoscontrovertidos.
Investigadores de Harvard y del MIT llegan a la conclusión de que la división entre chimpancés y humanos es más reciente de lo que se creía. Los investigadores genéticos saben desde hace mucho tiempo que los simios y los seres humanos provienen de un antepasado común que habitó la Tierra hace unos dieciocho millones de años. Los primeros en escindirse fueron los gibones, que aparecieron hace dieciséis millones de.iños. Los siguieron los orangutanes, hace doce millones de años. Los gorilas aparecieron hace diez millones de años. Los chimpancés y los humanos fueron las últimas especies que se originaron, hace unos nueve millones de años.
No obstante, tras la descodiI icación del genoma humano en el iño 2001, los genetistas descubrieron que los seres humanos y los i himpancés solo diferían en un 1,5 por ciento de sus genes (unos quinientos en total), lo cual resultó ser mucho menos de lo esperado. En el año 2003, los científicos empezaron a clasificar con precisión los genes que distinguían ambas especies. Ahora se sabe que muchas proteínas estructurales, incluida la hemoglobina y el citocromo C, son idénticas en los chimpancés y en los humanos. La sangre de ambas especies es idéntica. Además, si se dividieron hace nueve millones de años, ¿por qué se siguen pareciendo tanto?
Los genetistas de Harvard creen que los humanos y los chimpancés continuaron cruzándose durante mucho tiempo después de que las especies se dividieran. El cruce o hibridación ejerce presión evolutiva sobre el cromosoma X y provoca que su transformación se acelere. Los investigadores han descubierto que los genes más recientes del genoma humano aparecieron en el cromosoma X.
Del hallazgo los investigadores deducen que los humanos y los chimpancés continuaron cruzándose hasta hace 5,4 millones de años. A partir de ese momento, la división de las especies resultó definitiva. Este nuevo punto de vista contrasta enormemente con la creencia general de que, una vez tiene lugar la división de las especies, «la influencia de la híbridación es insignificante». Sin embargo, según el doctor David Reich de la Universidad de Harvard, el hecho de que apenas se haya observado hibridación en otras especies «puede ser debido simplemente a que no se le ha prestado atención».
Los investigadores de Harvard advierten que el cruce entre humanos y chimpancés no es posible hoy en día y señalan que se ha demostrado la falsedad de todos los reportajes periodísticos sobre híbridos de las dos especies.