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Durante la sesión informativa para los miembros del Congreso que tuvo lugar en Washington a mediodía, el profesor William Garfield, de la Universidad de Minnesota, hizo su intervención.

– A pesar de lo que se diga, nadie ha podido demostrar que exista ni siquiera un gen responsable de algún rasgo del comportamiento humano. Algunos de mis colegas sostienen que al final se descubrirá la relación; otros no creen que eso llegue a ocurrir nunca, piensan que la interacción de los genes y los factores ambientales es demasiado compleja para desentrañarla. En cualquier caso, sabemos que cada día aparecen en los periódicos noticias sobre «el gen de esto» o «el gen de lo otro» a pesar de que nadie ha sido nunca capaz de demostrar nada.

– ¿De qué está hablando? -preguntó el ayudante del senador Wilson-. ¿Qué pasa con el gen gay, causante de la homosexualidad?

– Es una relación estadística, no causal. No hay ningún gen responsable de la orientación sexual.

– ¿Y el gen de la violencia?

– Las últimas investigaciones no han confirmado nada.

– También se habló de un gen del sueño…

– En las ratas.

– ¿Y el gen del alcoholismo?

– El argumento no tenía suficiente consistencia.

– ¿Qué hay del gen de la diabetes?


– Hasta el momento hemos identificado noventa y seis genes relacionados con la diabetes. Sin duda, encontraremos más.

Los asistentes, anonadados, guardaron silencio. Al fin uno intervino:

– Si no puede demostrarse que un gen sea el causante de determinado comportamiento, ¿a qué viene tanto alboroto?

El profesor Garfield se encogió de hombros.

– Llámelo leyenda urbana o mito mediático, culpe al sistema educativo. Es evidente que entre la población está muy extendida la creencia de que los genes son los causantes del comportamiento, parece lo lógico. En cambio, la verdad es que ni siquiera rasgos como el color de pelo o la altura están determinados por los genes. Y mucho menos enfermedades como el alcoholismo.

– Espere un momento, ¿está diciendo que la altura no viene determinada genéticamente?

– A escala individual, sí. Si usted es más alto que su amigo, es probable que se deba a que sus padres también son más altos que los suyos. Sin embargo, la altura de determinada población es consecuencia de factores ambientales. Durante los últimos cincuenta años, los europeos han crecido a razón de dos centímetros y medio cada década. A los japoneses les ha ocurrido lo mismo. El cambio ha tenido lugar con demasiada rapidez para ser genético. En realidad, el único responsable es el entorno: han mejorado los cuidados durante el embarazo, la nutrición, la atención sanitaria, etcétera. En Estados Unidos, en cambio, no hemos crecido ni un milímetro en el mismo período de tiempo; si cabe, nos hemos encogido ligeramente. Es posible que la culpa la tengan los escasos cuidados durante el embarazo y la comida basura. La cuestión es que, actualmente, la relación entre los genes y el entorno resulta muy compleja. Los científicos no disponen todavía de suficientes conocimientos acerca del funcionamiento genético. De hecho, ni siquiera existe un consenso general sobre qué es un gen.

– ¿Puede repetirlo?

– No existe una única definición de gen que sostengan todos los científicos. Hay cuatro o cinco diferentes.


– Yo creía que un gen era una fracción del genoma -dijo alguien-. Una secuencia de pares de bases, ATGC, que codifica una proteína determinada.

– Esa es una definición -convino Garfield-, pero no resulta apropiada. Una sola secuencia ATGC puede codificar muchas proteínas diferentes. Hay fracciones del código que funcionan como un interruptor, activando o desactivando las otras secciones. Unas permanecen dormidas hasta que determinados estímulos ambientales las activan, si es que eso ocurre. Otras solo entran en actividad durante una etapa del desarrollo y luego no intervienen nunca más. Algunas fracciones están constantemente activándose y desactivándose durante toda la vida del individuo. Tal como he dicho, la cuestión es compleja.

Alguien levantó la mano. Se trataba de un ayudante del senador Mooney, quien recibía contribuciones sustanciales de empresas farmacéuticas. Tenía una pregunta.

– Profesor, tengo entendido que la suya es una opinión minoritaria. La mayoría de los científicos discrepa de su punto de vista sobre los genes.

– Es al revés, la mayoría de científicos están de acuerdo conmigo -aseguró Garfield-. Tienen buenos motivos para estarlo.

Cuando se logró descodificar el genoma humano, los científicos se sorprendieron al descubrir que este solo contenía treinta y cinco mil genes. Esperaban que tuviera muchos más. A fin de cuentas, una simple lombriz tenía veinte mil. ¿Cómo se explicaba entonces la enorme distancia que separaba a ambas especies en cuanto a su complejidad?

El problema dejó de serlo en cuanto los investigadores se dedicaron a estudiar la interacción entre los genes. Por ejemplo, un gen fabricaba determinada proteína; otro, fabricaba una enzima que eliminaba parte de esa proteína y, por tanto, la transformaba. Algunos genes contenían múltiples secuencias codificadoras separadas por franjas de códigos sin valor. Un gen así podía utilizar cualquiera de sus múltiples secuencias para fabri


car una proteína. Algunos genes solo se activaban si muchos otros lo hacían antes, o tras una serie de cambios ambientales. Eso significaba que los genes eran mucho más sensibles al entorno, tanto interior como exterior al ser humano, de lo que nadie había previsto. Y el hecho de que las interacciones entre genes fueran múltiples significaba que había miles de millones de resultados posibles.

– No resulta nada sorprendente -prosiguió Garfield- que los investigadores avancen hacia lo que llamamos «estudios epigenéticos», los cuales se concentran en cómo interactúan exactamente los genes con el entorno para producir los individuos que nos rodean. Es un campo muy activo.

Garfield empezó a explicar las complejidades.

A medida que fueron terminando de comer, los ayudantes de los congresistas se marcharon. Solo unos cuantos permanecieron en la sala, y estos se dedicaron a leer los mensajes del móvil.

Los hombres de Neandertal fueron los primeros rubios

Más fuertes, con mayor capacidad cerebral y más inteligentes que nosotros

Las mutaciones genéticas responsables del color de pelo indican que los primeros rubios fueron los hombres de Neandertal, no los Homo sapiens. El gen del pelo rubio apareció en algún momento de la glaciación Würm, tal vez como respuesta a la relativa falta de luz solar durante la era glacial. El gen se extendió entre los hombres de Neandertal, quienes en su mayoría eran rubios, según afirman los investigadores. «Los hombres de Neandertal tenían un cerebro una quinta parte más grande que el nuestro. Eran más altos que nosotros y más fuertes. Sin duda, también eran más inteligentes -afirma Marco Svabo, del Instituto de Genética de Helsinki-. De hecho, apenas cabe duda de que el hombre moderno es una versión doméstica del de Neandertal, igual que el perro de hoy en día es la versión doméstica del lobo, más fuerte e inteligente. El hombre moderno ha degenerado, es una criatura inferior. El hombre de Neandertal era intelectualmente superior y tenía mejor aspecto. Era rubio, tenía los pómulos prominentes y las facciones muy marcadas; debía de tener aspecto de supermodelo.

»Es lógico pensar que el Homo sapiens (más flaco y menos agraciado que el hombre de Neandertal) se habría sentido atraído por la belleza, la fuerza y la inteligencia de los rubios. Parece que unas cuantas mujeres de Neandertal se apiadaron de los enclenques hombres de Cromañón y se cruzaron con ellos. Para nosotros, fue un paso adelante. Tenemos suerte de llevar genes de los rubios hombres de Neandertal, de otro modo nuestra especie sería completamente estúpida. Aunque, aun así, lo somos bastante.» Svabo afirma que el hecho de considerar estúpidos a los rubios «es un prejuicio que los morenos ingeniaron para desviar la atención del verdadero problema a escala mundial: los defectos de los morenos». «Confeccionen un listado de las personas más estúpidas de la historia -añade-. Llegarán a la conclusión de que todas son morenas.»

El doctor Evard Nilsson, portavoz del Instituto Marburg de Alemania, quien ha establecido la secuencia completa del genoma del hombre de Neandertal, afirma que la teoría de los rubios resulta interesante. «Mi esposa es rubia, y bastante inteligente -explica Nilsson-. Convengo en que hay algo de cierto en esa teoría.»

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