C029.

Situado en una esquina del despacho, el televisor mostraba cómo a Sheldon Harmon, el profesor de antropología que se había erigido en descubridor del «gen de Neandertal», lo agredían arrojándole un cubo de agua por la cabeza mientras daba una conferencia.

La pantalla reproducía la acción una y otra vez a cámara lenta: el agua caía sobre la calva del hombre huesudo mientras este conservaba una expresión extrañamente plácida.

– ¿Lo ves? Está sonriendo -observó Rick Diehl-. Todo es un truco publicitario para promocionar el gen.

– Es probable -admitió Josh Winkler-. Las cámaras esta ban a punto para captar la imagen.

– Exacto -dijo Diehl-. Encima, además de hacer propaganda de su gen de Neandertal, ese tipo ha revelado un modo de actuación que está íntimamente relacionado con nuestro gen de la madurez, con la activación del giro cingulado y todo eso. Va a robarnos el éxito.

– Lo dudo -opinó Josh-. Hay decenas de genes que actúan sobre el giro cingulado.

– Aun así creo que tendríamos que anunciar pronto lo nuestro -repuso Rick-. Quiero que el gen de la madurez se haga famoso.

– Con todos los respetos, creo que nos precipitaríamos -dijo Josh.


– Ya has probado el gen en ratas y ha funcionado bien.

– Sí, pero el hecho de que unas cuantas ratas empujen excrementos con el hocico no es precisamente una noticia bomba. No vamos a salir en el telediario.

Diehl asintió despacio.

– Tienes razón. Tenemos que hacer algo más importante.

– ¿Cuál es la urgencia? -preguntó Josh.

– La junta. Desde que detuvieron a Brad, su tío está de un humor de perros, como si nosotros tuviéramos la culpa. No hace más que presionarnos para que anunciemos cualquier cosa que dé proyección mundial a la empresa.

– Bueno, pues aún no estamos en condiciones de hacerlo.

– Ya lo sé. De todas formas… podríamos anunciar que estamos a punto para iniciar la experimentación en humanos. ¿Qué te parece?

Josh se echó a temblar.

– Yo no lo haría. Si ni siquiera hemos solicitado a la FDA…

– Ya. Paso por paso. Vamos a preparar la solicitud para la fase inicial.

– Rick, ya sabes lo que implica cursar una solicitud para iniciar una investigación. La pila de impresos y datos experimentales requeridos puede alcanzar tranquilamente los tres metros de altura. Eso solo para empezar. Además, necesitaríamos un calendario de trabajo con todos los objetivos parciales…

Rick agitó la mano con impaciencia.

– Ya lo sé, solo digo que podríamos anunciarlo.

– ¿Quieres anunciar algo que no vamos a hacer?

– No, quiero anunciarlo y luego hacerlo.

– Pues de eso me quejo -insistió Josh-. Tardaremos meses en presentar la solicitud.

– Eso a los periodistas les da igual. Habrá suficiente con decir que BioGen Research, de Westview Village, lo tiene todo listo para empezar la fase inicial de la experimentación y que está a punto de cursar la solicitud a la FDA.

– Y diremos que se trata de implantar el gen de la madurez, ¿no?


– Sí, mediante un vector retroviral.

– Y ¿qué diremos que hace ese gen? -preguntó Josh.

– No lo sé. Podemos decir que… cura la drogadicción.

A Josh se le pusieron los pelos de punta.

– ¿En qué vamos a basarnos para afirmar eso?

– Bueno, tiene sentido, ¿no te parece? -dijo Rick Diehl-. El gen de la madurez favorece un comportamiento maduro y equilibrado, el cual por definición es un comportamiento libre de adicciones.

– Ya… Me imagino que sí.

– ¿Cómo que te imaginas que sí? -Diehl se situó de frente a él-. Vamos, muestra un poco de entusiasmo, Josh. Te digo que es una gran idea. ¿Cuál es la tasa de recaída en las terapias actuales contra la drogodependencia? ¿Un 80 por ciento? ¿Un 90? ¿Un 100 por ciento? La rehabilitación no funciona con casi nadie. Eso es un hecho. ¿Cuántos drogadictos hay en este país? Por el amor de Dios, solo en las cárceles ya hay más de un millón. ¿Cuántos debe de haber sueltos por la calle? ¿Veinte millones? ¿Treinta?

A Josh le estaban empezando a entrar sudores.

– Eso representa de un ocho a un diez por ciento de la población.

– Me parece una cifra correcta. Yo diría que un 10 por ciento de los estadounidenses son drogodependientes, si incluimos a los alcohólicos. Un 10 por ciento como mínimo. ¡Por eso el gen de la madurez es un producto cojonudo!

Josh permanecía en silencio.

– ¿Qué me dices, Josh?

– Bueno, puede que sea una buena idea…

– No vas a joderme, ¿verdad?

– No -aseguró Josh-. Claro que no.

– Tú no probarías el gen a mis espaldas, por tu cuenta y riesgo, ¿verdad?

– No -repitió Josh-. ¿Por qué me lo preguntas?

– Tu madre ha llamado hace un rato -le explicó Diehl.

«Mierda.»


– Está muy orgullosa de lo que has hecho y no entiende por qué no te he ascendido.

Josh se dejó caer en una silla. Estaba empapado en sudor frío.

– ¿Qué vas a hacer conmigo?

Rick Diehl sonrió.

– Ascenderte, por supuesto. ¿Has ido anotando las dosis a medida que las administrabas?


En una sala de reuniones acristalada de Madison Avenue, la empresa de marketing Watson & Naeme se encargaba de asignar un nombre a un nuevo producto. La sala se encontraba llena a rebosar de modernos adolescentes y veinteañeros vestidos de manera informal, como si acudieran a un concierto de rock en lugar de a la tediosa conferencia de un catedrático con pajarita que, apostado junto a un atril, les hablaba de un gen llamado A587996B. El académico mostraba a la sazón unos gráficos de la acción enzimática: negras líneas zigzagueantes sobre un fondo blanco. Mientras, los mocosos se encorvaban o se repantigaban en sus respectivos asientos y jugueteaban con sus BlackBerry. Tan solo unos pocos se esforzaban por prestar atención.

En la última fila, el jefe del equipo, un psicólogo llamado Paul Gode alzó la mano e hizo un gesto rotatorio con el dedo para indicarle al profesor que aligerara. El hombre de la pajarita lo miró perplejo, pero finalizó con la máxima brevedad.

– En resumen -concluyó el profesor-, el equipo de la Universidad de Columbia ha aislado un gen que potencia la armonía social y la cohesión. Actúa activando el córtex prefrontal del cerebro, un área cuya importancia a la hora de determinar los valores y las creencias es de sobra conocida. Hemos demostrado su forma de actuación exponiendo a los sujetos experimentales a ideas tanto convencionales como controvertidas. Las ideas controvertidas provocan una alteración localizada en el córtex prefrontal, mientras que las convencionales provocan una activación difusa y crean lo que podría llamarse una sensación de bienestar. Así, los sujetos que poseen el gen muestran una marcada preferencia por las ideas convencionales y familiares. También muestran preferencia por el pensamiento compartido en todas sus formas. Les gusta la televisión, la Wikipedia y las fiestas. También les gusta conversar. Agradecen estar de acuerdo con las personas de su entorno. El gen es un importante factor para la estabilidad social y la civilización. Puesto que potencia los valores convencionales, hemos pensado llamarlo el gen convencional.

La audiencia, pasmada, guardó silencio. Al fin, un asistente intervino.

– ¿Cómo dice que quieren llamarlo?

– Gen convencional.

– ¡Por Dios, qué horror!

– ¡Anda ya!

– Olvídese de ese nombre.

– También podríamos llamarlo el gen civilizador -se apresuró a anunciar el profesor.

Se oyeron resoplidos por toda la sala.

– ¿El gen civilizador? ¡Eso aún es peor!

– Es horrible.

– ¡Pufff!

– Mejor tírese por ei balcón.

El profesor parecía desconcertado.

– ¿Qué tiene de malo ese nombre? La civilización es algo bueno, ¿no?

– Claro -respondió el jefe del equipo, avanzando hasta el frente de la sala. Paul Gode se situó junto al atril-. El único problema es que en este país nadie está dispuesto a considerarse un miembro más de la sociedad, a diluirse en la civilización. Queremos creer que somos justo todo lo contrario: recalcitrantes individualistas. Somos rebeldes, antisistema. Sobresalimos, actuamos, nos mantenemos firmes, vamos a la nuestra. Alguien dijo que somos un rebaño de mentes independientes. A nadie le gusta tener la sensación de que no es un rebelde. Nadie está dispuesto a admitir que lo único que anhela es integrarse.

– Sin embargo, en realidad lo que queremos es integrarnos -repuso el profesor-. Si no todos, casi todos. Un 92 por ciento de la población, más o menos, posee el gen del pensamiento convencional. Quienes carecen de él son los verdaderos rebeldes y…

– Déjelo, profesor -lo interrumpió el jefe del equipo alzando la mano-. Olvídese. Usted quiere que su gen sea valioso y para eso necesita que evoque algo que la gente desea de verdad, algo que resulte emocionante y atractivo. El pensamiento convencional no es ninguna de esas dos cosas; es prosaico, como la típica tostada con mantequilla y mermelada. Eso es lo que mi equipo trata de decirle. -El hombre señaló una silla-. Tal vez desee tomar asiento, profesor.

Gode se volvió hacia el grupo, que ahora parecía un poco más atento.

– Vamos, chicos. Dejad las BlackBerry. A ver qué decís.

– ¿Qué tal el gen inteligente? -propuso uno.

– No está mal, pero no es de] todo exacto.

– El gen de la sencillez.

– Vamos mejorando.

– El gen social.

– Demasiado trillado.

– El gen socializador.

– Suena a terapia.

– El gen de la sabiduría. El gen sabio.

– El gen sabio. Bien, muy bien.

– El gen del pensamiento beneficioso.

– Parece un término maoísta, o budista. ¡Vamos, despertaos!

– El gen festivo.

– El gen lúdico.

– Genes lavados a la piedra, genes de cintura baja.

– El gen de la felicidad.

– El gen de la buena vida.

Gode fruncía el entrecejo; volvió a levantar la mano.

– Nos estamos yendo por las ramas -dijo-. Rebobinad, otra vez desde el principio. ¿Cuál es el verdadero problema? Tenemos un gen que promueve el pensamiento convencional; en realidad, es el gen del pensamiento convencional, pero no podemos llamarlo así. Vamos a planteárnoslo de la siguiente manera: ¿qué tiene de bueno el pensamiento convencional? ¿De qué le sirve a una persona tener ideas convencionales? Vamos, rápido.

– Te sientes integrado.

– No llamas la atención.

– Piensas igual que los demás.

– Discutes menos.

– Siempre encajas.

– Lees The Times.

– Nadie te mira con cara rara.

– Tu vida es más fácil.

– No te peleas.

– No dudas en expresar tu opinión.

– Todo el mundo está de acuerdo contigo.

– Eres una buena persona.

– Te sientes bien.

– Te sientes cómodo.

Gode chasqueó los dedos y señaló con el dedo.

– Muy bien. El pensamiento convencional hace que uno se sienta cómodo… ¡Eso es! Nada de sorpresas, nada de disgustos. El mundo está en constante cambio, todo cambia a cada momento. No resulta un entorno precisamente cómodo; sin embargo, a todos nos gusta la comodidad, ¿verdad? Nos sentimos bien con los zapatos viejos y los jerséis anchos, nos encanta sentarnos en nuestro sillón favorito…

– ¿El gen cómodo?

– El gen supercómodo.

– Gen de la comodidad. El gen de la comodidad.

– El gen mullido y calentito. ¿El gen de la calidez?

– El gen feliz.

– ¿El gen de la simpatía? ¿El gen relajado?

– El gen de la tranquilidad. El gen tranquilo.

– El gen de la calma. El gen bálsamo.


Siguieron así durante un rato hasta que al final hubo nueve posibles alternativas garabateadas en la pizarra. Cada vez que borraban algún nombre, tenía lugar una reñida discusión; aunque, desde luego, todos y cada uno de los nombres se evaluaba de forma individual por grupos. Al final, todos estuvieron de acuerdo en que el ganador era el gen de la comodidad.

– Vamos a planteárnoslo en su contexto -propuso Gode-. Díganos, profesor, ¿cuál es el futuro comercial previsto para el gen?

El profesor explicó que era demasiado pronto para saberlo. Habían conseguido aislar el gen, pero aún no conocían todo el abanico de trastornos con los que estaba asociado. No obstante, puesto que casi todo el mundo era portador, pensaban que era probable que muchas personas sufrieran anomalías relacionadas con el gen. Por ejemplo, era posible que las personas que mostraban un deseo exagerado de formar parte de la mayoría debieran esa tendencia a una afección genética. También era probable que la gente que se deprimía cuando estaba sola sufriera alguna alteración de ese tipo. Tal vez los que protagonizaban actos de protesta, asistían a competiciones deportivas y buscaban situaciones en las que estuvieran rodeados de personas de opinión igual a la suya sufrieran algún desarreglo genético. Por otra parte, había personas que se sentían obligadas a mostrarse siempre de acuerdo con su interlocutor, sin importar lo que la persona en cuestión dijera; otro trastorno relacionado. ¿Y las personas a quienes asustaba pensar por sí mismas, que temían distanciarse del grupo?

– Seamos francos, hay muchas personas afectadas -afirmó el profesor-. Nadie piensa por sí mismo si puede evitarlo.

– ¿Quiere decir que todos esos comportamientos pueden considerarse patológicos? -preguntó un joven.

– Toda conducta compulsiva es patológica -respondió el profesor.

– ¿Incluso la conducta positiva y las manifestaciones de protesta?

– Según nuestro punto de vista, estamos a punto de identificar una serie de estados patológicos relacionados con la sociabilidad -explicó el profesor-. Las anomalías genéticas relacionadas con el gen de la comodidad no se han establecido todavía de forma definitiva, pero la Universidad de Columbia ha solicitado una patente del propio gen, y este aumentará de valor a medida que los trastornos con los que guarda alguna relación se identifiquen con certeza.

Gode carraspeó.

– Hemos cometido un error. Todos los trastornos están relacionados con la sociabilidad. Deberíamos llamarlo el gen de la sociabilidad.

Y así fue.

Extraído de Business Online:

Los científicos descubren el gen de la sociabilidad

¿Es hereditaria la tendencia a mostrarse sociable? Un grupo de científicos de los laboratorios Morecomb, de la Universidad de Columbia, así lo cree. Afirman haber descubierto el gen que la regula y han solicitado la patente…

Página de tribuna de The New York Times:

¿Un «gen de la sociabilidad»? ¿Cuándo acabará tanto sinsentido?

Los investigadores de la Universidad de Columbia aseguran haber descubierto el gen de la sociabilidad. ¿Cuál será el siguiente hallazgo?


¿El gen de la timidez? ¿El gen de la soledad? ¿El gen monástico? ¿Por qué no prueban con el gen de dejar a la gente en paz?

En realidad, lo que los científicos están haciendo es aprovecharse de la falta de conocimiento general sobre la forma de actuación real de los genes. Ningún gen rige por sí solo un rasgo de comportamiento. Por desgracia, la gente no lo sabe y, dado que existe un gen que determina el color de los ojos, la altura o si el pelo es rizado o liso, ¿por qué no iba a existir un gen de la sociabilidad? Los genetistas no cuentan toda la verdad. Se limitan a ocupar sus puestos directivos en la empresa privada y a competir entre ellos para patentar genes en beneficio propio.

¿Acabará esto alguna vez? Es obvio que no.

Extraído de la edición digital de Grist:

¿Es usted sociable? Pues está patentado

El departamento de investigación de la Universidad de Columbia ha solicitado patentar un gen que, según afirman, rige la sociabilidad. ¿Significa eso que llegará un día en que todas las personas que se medican contra la depresión, el TDA o la ansiedad tengan que pagar regalías a Columbia? Según parece, el gigante farmacéutico suizo está intentando por todos los medios conseguir la patente del gen.

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