Rob Bellarmino sonrió de modo tranquilizador.
– No hagáis caso de las cámaras -aconsejó a los jóvenes.
Habían desplegado todo el equipo en la biblioteca del instituto George Washington de Silver Spring, en Maryland. Tres semicírculos de sillas alrededor de una central, donde el doctor Bellarmino se sentaba para charlar con los estudiantes sobre cuestiones éticas relacionadas con el campo de la genética.
La gente de la televisión tenía tres cámaras en funcionamiento, una al fondo de la sala, otra a uno de los lados, cerca de Bellarmino, y otra dirigida hacia los jóvenes para grabar sus rostros fascinados mientras oían hablar sobre la vida y milagros de un genetista en funciones de los NIH. Según el productor del programa, era importante difundir la interacción de Bellarmino con la comunidad, algo con lo que Bellarmino comulgaba. Los jóvenes habían sido escogidos por destacar en los estudios y por sus conocimientos de la materia.
Pensó que sería divertido.
Charló unos minutos sobre su formación y a continuación se abrió el turno de preguntas. Se tomó su tiempo para contestar la primera.
– Doctor Bellarmino, ¿cuál es su opinión acerca de la mujer de Texas que clonó a su gato muerto? -preguntó una jovencita asiática.
Lo que de verdad pensaba Bellarmino sobre el asunto del gato muerto no podía responderlo. Lo consideraba una señora majadería que banalizaba el trabajo verdaderamente trascendental que él y otros como él estaban llevando a cabo.
– Es evidente que nos hallamos ante una situación muy difícil donde se implican los sentimientos -contestó Bellarmino con diplomacia-. Todos les cogemos cariño a nuestras mascotas, pero… -Vaciló-. El trabajo lo realizó una compañía californiana llamada Genetic Savings and Clone y, según publicaron, el coste ascendió a cincuenta mil dólares.
– ¿Cree que es ético clonar una mascota? -insistió la joven.
– Como sabéis, hasta la fecha se han clonado muchos animales, entre los que se incluyen ovejas, ratones, perros y gatos, de modo que ha pasado a ser bastante corriente… Una de las mayores preocupaciones en estos casos es la reducida esperanza de vida del animal clonado en comparación con la del original.
– ¿Es ético pagar cincuenta mil dólares para clonar una mascota cuando hay tanta gente que muere de hambre en el mundo? -preguntó otro estudiante.
Bellarmino rezongó para sus adentros. Tenía que cambiar de tema.
– No me entusiasma esa forma de proceder, pero no me atrevería a tacharla de poco ética -contestó.
– ¿No podría considerársela poco ética ya que crea un clima de normalidad que podría desembocar en la clonación de un ser humano?
– No creo que clonar una mascota tenga efecto alguno sobre las cuestiones relacionadas con la clonación humana.
– ¿Sería ético clonar un ser humano?
– Por fortuna todavía queda mucho camino que recorrer hasta tener que enfrentarnos a esa cuestión -respondió-. A mucha gente le preocupan los alimentos modificados genéticamente, la terapia génica y las células madre, todas ellas cuestiones muy reales. ¿Alguno de vosotros comparte esas preocupaciones? -Un joven levantó la mano al fondo-. ¿Sí?
– ¿Cree que es posible clonar un ser humano? -preguntó.
– Sí, creo que es posible. No ahora, pero sí en un futuro.
– ¿Cuándo?
– No quisiera aventurarme a conjeturar una fecha. ¿Alguna otra pregunta sobre otro tema? -Una nueva mano-. ¿Sí?
– En su opinión, ¿la clonación humana es inmoral?
Una vez más, Bellarmino vaciló. Era muy consciente de que la respuesta iba a ser emitida por televisión y que no tendría poder alguno sobre cómo iba la cadena a montar su intervención. Seguramente harían todo lo que estuviera en sus manos para dejarlo lo peor posible porque los periodistas albergaban mal disimulados prejuicios hacia las personas de fe. Además, sus palabras también tenían peso profesional porque dirigía una división de los NIH.
– Es probable que hayáis oído hablar largo y tendido de la clonación y que la mayor parte sea mentira. Como científico debo admitir que no considero que haya nada inherentemente inadecuado en la clonación. No supone ningún problema moral dado que no deja de ser un procedimiento genético más que, como ya he mencionado, se ha llevado a cabo anteriormente con varios animales. Sin embargo, también es cierto que el procedimiento de la clonación conlleva un alto índice de fracasos. Muchos animales mueren antes de clonar uno con éxito y es evidente que esto sería inadmisible con los seres humanos. Por tanto, considero que la clonación no es un problema por el momento.
– ¿No es la clonación como jugar a ser Dios?
– Personalmente no plantearía la cuestión de ese modo -respondió-. Si Dios ha creado el mundo y al ser humano, de ahí se deduce que también Dios ha puesto la modificación genética a nuestro alcance. Es obra de Dios, no del hombre y, como siempre, depende de nosotros utilizar con sentido común lo que Dios nos ha concedido.
Después de sus palabras se sintió mejor. Era una de sus típicas respuestas de manual.
– Entonces, ¿la clonación es un uso sensato de lo que Dios nos ha concedido?
En contra de lo que le dictaba el buen juicio, se secó la frente con la manga de la chaqueta. Esperaba que no utilizaran ese.
– Hay gente que cree conocer los propósitos de Dios -respondió-, pero no soy uno de ellos. Creo que nadie puede saberlo, salvo Dios. Pienso que todo el que dice conocer los propósitos de Dios demuestra un ego desmedido típico de los humanos.
Deseaba echarle un vistazo a la hora, pero no lo hizo. Los jóvenes parecían jocosos, no fascinados, como había esperado.
– Disponemos de un amplio abanico de cuestiones genéticas -intentó avanzar-. Pasemos a otro asunto.
– Doctor Bellarmino, me gustaría preguntarle acerca del trastorno antisocial de la personalidad -intervino un alumno-. He leído que existe un gen que se asocia a la violencia y a la delincuencia, al comportamiento sociopático…
– Sí, es cierto. Alrededor del 2 por ciento de la población mundial posee ese gen.
– ¿Qué me dice de Nueva Zelanda? Se encuentra en el 30 por ciento de la población blanca neozelandesa y en el 60 por ciento de la población maorí…
– Eso es lo que se ha publicado, pero hay que ser prudentes…
– Pero ¿no significa eso que la violencia es hereditaria? Es decir, ¿no deberíamos intentar erradicar ese gen igual que erradicamos la viruela?
Bellarmino hizo una pausa. Empezaba a preguntarse cuántos de esos jóvenes tenían padres que trabajaran en Bethesda. No se le había ocurrido pedir los nombres de los asistentes con antelación, pero las preguntas de esos chavales estaban demasiado versadas en el tema, eran demasiado implacables. ¿Acaso alguno de sus enemigos estaría intentando desacreditarlo utilizando a esos chiquillos? ¿No sería el programa de la cadena una trampa para proyectar una imagen negativa de él? ¿No sería el primer paso para echarlo de los NIH? Estaban en la era de la información; así se hacían las cosas hoy día. Disponían de todo para difundir una imagen negativa de alguien, lo hacían parecer endeble y luego lo empujaban a decir una tontería y sus palabras se repetían una y otra vez durante las siguientes cuarenta y ocho horas en todos los noticiarios por cable y las columnas de los periódicos. A continuación se producían las llamadas de los congresistas exigiendo una retractación. Chasquidos de lengua, gestos de cabeza atribulados… ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Estaría en verdad cualificado para el trabajo? En realidad, ¿no era un lastre para el puesto que ocupaba?
Y de patitas en la calle.
Así funcionaba todo hoy día.
Bellarmino se enfrentaba a una pregunta muy delicada sobre las características genéticas maoríes. ¿Debería decir lo que pensaba de verdad y arriesgarse a que lo acusaran de degradar a una minoría étnica oprimida? De hecho, ¿qué otra opción le quedaba más que la de callar?
Al final se decidió por lo más conveniente.
– Verás, se trata de un campo de investigación muy interesante, pero todavía no sabemos lo suficiente para poder responder a eso. Siguiente pregunta.