El tráfico avanzaba lentamente. La autopista 405 era un meandro de luces rojas en la noche. Alex Burnet suspiró.
– ¿Queda mucho? -preguntó Jamie, sentado a su lado.
– Un rato, Jamie.
– Estoy cansado.
– Estírate y descansa.
– No puedo, es aburrido.
– Todavía queda un rato -insistió Alex.
Abrió el móvil y buscó el número de su vieja amiga de la infancia. No sabía a quién más llamar y siempre podía contar con Lynn cuando la necesitaba. Con el divorcio de Alex, el pequeño y ella habían ido a visitar a Lynn y a Henry. Los niños, los dos llamados Jamie, habían hecho buenas migas.
Alex se había quedado una semana.
Sin embargo, ahora no había manera de que respondiera al teléfono. Al principio temió no haber tecleado bien el número, luego pensó que algo debía de pasarle a su móvil barato, pero entonces saltó el contestador y ahora…
– ¿Sí? ¿Sí, quién es?
– Lynn, soy Alex. Escucha…
– ¡Ah, Alex! Mira, lo siento mucho, pero ahora no puedo hablar…
¿Qué?
– Ahora no, lo siento. Más tarde.
– Pero ¿qué…?
Oyó un tono prolongado.
Lynn había colgado.
Mantuvo la mirada al frente, en las luces rojas de la ondulante autopista.
– ¿Con quién hablas? -preguntó su hijo.
– Con la tía Lynn -contestó-, pero no podía hablar. Parecían ocupados.
– ¿Todavía vamos a ir?
– Tal vez mañana.
Abandonó la autopista en San Clemente y empezó a buscar un motel. No sabía por qué, pero no haber podido ver a Lynn la había dejado algo desorientada. Hasta ese momento no cayó en la cuenta de que había dado por hecho que pasarían allí la noche.
– ¿Adonde vamos, mamá? -Jamie parecía preocupado.
– Nos quedaremos en un motel.
– ¿En qué motel?
– Estoy buscándolo.
La miró sin pestañear.
– ¿Sabes dónde está?
– No, Jamie, estoy buscando.
Pasaron uno, un Holiday Inn, pero era demasiado grande y llamativo. Encontró un Best Western, discreto, en Camino Real, y aparcó. Le dijo a Jamie que esperara en el coche mientras ella iba a recepción.
Un joven granujiento y desgarbado esperaba detrás del mostrador, tamborileando los dedos sobre la pulida superficie de granito y tarareando una cancioncilla. Parecía nervioso.
– Hola, ¿quedan habitaciones para esta noche? -preguntó Alex.
– Sí, señora.
– Desearía una.
– ¿Solo para usted?
– No, para mí y mi hijo.
El joven alargó el cuello para echarle un vistazo a Jamie a través de la puerta.
– ¿Es menor de doce años? -Seguía repicando las uñas.
– Sí, ¿por qué?
– Si va a la piscina, tendrá que ir acompañado.
– De acuerdo.
No dejó de tamborilear los dedos. Alex le tendió una tarjeta de crédito y él la pasó por la máquina acompañando la acción con un tamborileo de la otra mano. La estaba sacando de quicio.
– ¿Le molesta si le pregunto por qué hace eso?
El joven empezó a cantar sin entonación:
– Trouble's where I'm going, and trouble's wbere I've been -repiqueteó las manos sobre el mostrador-. Cause trouble is my middle ñame and trouble is my sin. -Sonrió-. Es una canción.
– No es muy conocida.
– Mi padre solía cantarla.
– Ya veo.
– Está muerto.
– Vaya.
– Se mató.
– Lo siento.
– Con una escopeta.
– Lo siento mucho.
– ¿Quiere verla?
Alex pestañeó incrédula.
– Tal vez en otro momento.
– La tengo aquí mismo -insistió él, haciendo un gesto hacia la parte baja del mostrador-. No está cargada, claro. -Empezó a repicar las manos y a cantar de nuevo-: Trouble is the onlyplace I've been…
– Solo quiero registrarme -lo atajó Alex.
El le devolvió la tarjeta y Alex rellenó el impreso. El joven seguía tamborileando los dedos, sin parar. Alex se planteó si buscar otro sitio, pero estaba cansada y Jamie esperaba. Tenía que darle algo de comer, comprarle ropa, un cepillo de dientes y todo lo demás.
– Aquí tiene -dijo el joven, tendiéndole las llaves de la habitación.
Ya de vuelta en el coche, en busca de una plaza vacía cerca de la habitación donde aparcar, recordó que no debía haber usado la tarjeta de crédito.
Ya era demasiado tarde.
– Mamá, tengo hambre.
– Lo sé, cariño. Ahora vamos a comer algo.
– Quiero una hamburguesa.
– Vale, pues una hamburguesa.
Atravesó el aparcamiento con el coche y regresó a la carretera. Lo mejor sería que comieran algo antes de ir a la habitación.