Ciento trece

Los días pasan lentos, uno tras otro, sin que sean diferentes. Esos días extraños de los que uno no se acuerda ni de la fecha. Cuando por un instante te das cuenta de que no estás viviendo. Te está ocurriendo lo peor que te podía pasar. Estás sobreviviendo. Y a lo mejor todavía no es demasiado tarde.

Luego, una noche. La noche aquella. De repente. Vivir de nuevo.

– Ufff, qué calor… ¿tú no sientes el calor que hace, Alex?

Elena se vuelve hacia él. Alessandro conduce tranquilo, pero a diferencia de ella, tiene la ventanilla abierta.

– Sí, sí hace calor, pero así me entra un poco de aire…

– Ya, claro, pero podrías cerrarla, a mí me molesta. Esta tarde he ido a la peluquería y me estoy despeinando. ¿No tienes aire acondicionado? Pues ¡úsalo!

Alessandro prefiere no discutir. Cierra la ventanilla y enciende el aire. Regula el termostato a 23.

– Pero ¿cuánto falta para la casa de los Bettaroli?

– Ya casi hemos llegado.

Elena mira por la ventanilla y ve un florista.

– Mira, párate allí, así cogemos unas flores, algo, no podemos presentarnos con las manos vacías.

Alessandro se detiene. Elena se baja del Mercedes y habla con un joven marroquí. Le señala las flores y le pregunta los precios. Luego, indecisa todavía, opta por otro ramo. Alessandro apaga el aire. Abre la ventanilla y enciende la radio. Y, como por arte de magia, se está acabando una canción. Y comienza otra. Ésa. She's The One… Alessandro se queda allí, apoyado en el respaldo. Y una sonrisa nostálgica se apodera repentinamente de él.

«When you said what you wanna say…

»And you know the way you wanna say it…

»You'll be so high you'll be flying…»

Robbie Williams sigue cantando. Pero qué quiero yo… y se acuerda del primer encuentro. Ella caída en el suelo. Él que se baja preocupado… Luego ella abre los ojos. Lo mira. Sonríe. Y la música que continúa…

«I was her she was me…

»We were one… we were free.»

Ese momento. La magia de una noche de verano. Calor. Frío. Lentamente, el cristal se empaña. Y en la parte de abajo, aparece de repente un corazón… Aquel corazón. Y, por un instante, es como si Niki lo estuviese dibujando de nuevo. Con sus manos, con su sonrisa. Como aquella vez. Como hizo aquel día cuando acababan de hacer el amor. Después de poner los pies en el salpicadero. Después de resoplar. Entonces.

– ¡Venga! No me hagas dibujos en el cristal, que después se quedan ahí para siempre…

– ¡Jo, mira que llegas a ser pesado! Lo pienso hacer igual… ¡Feo!

Y se echó a reír. Después lo tapó con la mano para que él no lo viese. Y lo que había dibujado en el cristal era ese corazón. Y había escrito algo en su interior. Ahí está. También puede leerse. «Alex y Niki… 4ever.» Porque hay cosas que no se borran nunca. Y regresan otra vez. Como la marea.

Niki y su sonrisa. Niki y su alegría. Su felicidad. Sus ganas de vivir. Niki mujer, niña. Niki. Sólo Niki. La chica de los jazmines. Niki motor amor.

Justo en ese momento, Elena vuelve a meterse en el coche.

– Mira, he cogido éstas… me han parecido bonitas. Eran las más caras, pero al menos quedamos bien.

Alessandro la mira, pero parece no verla. Ya no.

– Yo no voy a la fiesta.

– ¿Qué? ¿Cómo que no vas? ¿Qué te pasa, te sientes mal? ¿Ha pasado algo? ¿Se te ha olvidado algo en casa?

– No. Ya no te amo.

Silencio. Y la voz.

– ¿Qué significa eso? O sea, que ahora me sales con que ya no me amas… pero ¿te das cuenta de lo que me estás diciendo?

– Sí, me doy perfecta cuenta. Lo malo es haber esperado hasta ahora. Te lo tenía que haber dicho en seguida.

Y Elena empieza a hablar, y sigue hablando y hablando. Pero Alessandro no la escucha. Enciende el motor. Abre la ventanilla. Y sonríe. Decide que quiere ser feliz hasta el fondo. ¿Por qué no tendría que ser así… quién se lo impide? Se vuelve hacia Elena y le sonríe. ¿Qué problema hay? Es así de fácil. Así de claro.

– Amo a otra.

En ese momento, Elena empieza a dar gritos, Alessandro sube el volumen de la música para no oírla. Elena se da cuenta y la apaga de golpe. Continúa con sus gritos, sus palabras, sus insultos. Mientras tanto, Alessandro conduce tranquilo, mira hacia delante y por fin logra ver el camino. Y no presta atención ni escucha sus palabras. Ni siquiera oye sus gritos. Por fin escucha tan sólo la música de su corazón. Entonces se detiene de improviso. Elena lo mira. No entiende.

– Hemos llegado a casa de los Bettaroli.

Elena se baja del coche furiosa. Da un portazo. Con rabia. Con una violencia inaudita. Con maldad, como si quisiera arrancarla del Mercedes. Y Alessandro se va. Tiene tantas cosas que hacer ahora… Llega a su casa, se sirve un vaso de vino, pone un poco de música. Luego enciende el ordenador. Quiero encontrar un hotel aquí cerca, para estar tranquilo los próximos días. Después, cuando Elena haya acabado de recoger sus cosas, ya volveré aquí. Entonces siente curiosidad por saber si alguien le habrá escrito. Ella a lo mejor. Abre su correo electrónico. Tres mails. Dos son ofertas de Cialis y Viagra y uno normal. Pero no conoce la dirección, amigoverdadero@hotmail.com. Alessandro lo abre con curiosidad. No es una oferta. Es una carta de verdad. De un desconocido.

«Querido Alessandro, sé que a veces uno no debería meterse en la vida de los demás, debería limitarse a ser un simple espectador, sobre todo si no hay confianza, pero me gustaría ser tu amigo en serio, tu "amigo verdadero" y estoy convencido de que eres una buena persona y que tu bondad podría condicionarte a la hora de tomar las decisiones apropiadas. En ocasiones pensamos en nuestra vida como si fuese la respuesta que tranquiliza a los demás. Tomamos decisiones para complacerles, para calmar nuestros sentimientos de culpa, para buscar la aprobación de alguien. Sin darnos cuenta de que la única manera de hacer felices a los demás es elegir lo mejor para nosotros.»

Alessandro sigue leyendo el mail, curioso y preocupado por esta incursión repentina en su vida.

«De modo que, antes de que renuncies a algo por no herir a alguien, me gustaría que leyeses la carta que te adjunto.»

Alessandro continúa leyendo. Otra carta más. Y no es de un amigo verdadero. Es de una persona a la que conoce de verdad. Y bien. O que al menos creía conocer bien. Pero de la que nunca hubiese sospechado aquello. Y poco a poco no puede creer lo que están viendo sus ojos. Pero palabra tras palabra empieza a entenderlo todo, a explicarse por fin el porqué de tantas pequeñas cosas que antes le parecían absurdas.

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