Alessandro aparca a poca distancia del portal de Niki.
– Nos hemos librado por pelos, ¿eh? Imagina que hubiesen llegado diez minutos antes.
Niki se encoge de hombros.
– Bah, ya ves tú. Ésos no se escandalizan por nada. Son los clásicos tipos que leen revistas extrañas, que chatean con apodos del tipo Temerario o Yoghi y tienen un montón de películas porno escondidas en el armario…
– ¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
– No me lo preguntes. Una mujer nota estas cosas… Y, además, ¿sabes?, también por cómo llevan la pistola. En realidad, se trata de una proyección de su aparato. -Niki adopta una expresión maliciosa.
Alessandro se inclina y abre la puerta.
– ¡Ya está bien! ¡Venga, buenas noches!
– ¿Qué pasa? ¿Vuelves a estar excitado de nuevo?
– En absoluto, es que tengo un partido de futbito. ¿Tú qué haces?
– Nada. Esta noche me quedo en casa. Tengo que estudiar un poco. A lo mejor después se pasa mi ex, que quiere hablar conmigo.
– Ah. -Alessandro se yergue ligeramente envarado.
Niki se da cuenta.
– Eh, ¿qué te pasa? Si yo estoy con una persona es porque quiero estar con ella. ¡De modo que estáte tranquilo, no me toques las narices y considérate afortunado! -Y le da rápidamente un beso. Se baja del coche-. ¡Gracias por las clases de conducir!
Mira a derecha e izquierda a toda prisa, corre hacia el portal y desaparece dentro. Sin volverse, como de costumbre. Alessandro se va con el destartalado coche de su madre.
– Eh, ¿hay alguien en casa? -Niki cierra la puerta a sus espaldas-. ¡Mamá, papá!
Matteo aparece al fondo del pasillo.
– No están, han salido. Te mandan saludos…
– ¿Qué hacías en mi habitación? Te he visto.
– Tenía que mirar una cosa en el ordenador.
Niki se quita la chaqueta y la deja caer en el sofá.
– Te he dicho mil veces que no puedes entrar en mi habitación. Y menos aún cuando yo no estoy. ¡Y que está totalmente prohibido usar mi ordenador!
Matteo la mira.
– Ni que se te hubiera muerto la maestra.
– Imbécil.
– Ya veo. Peor todavía. El pensionista te ha plantado.
– Ja, ja, me parto, ¿tú quién eres, el Ceccherini de los pobres?
– Oye, Niki, a lo mejor te has olvidado de esto. -Y saca el Nokia-. Ya he descargado y salvado la grabación comprometedora, la tengo a buen recaudo.
– ¿Y dónde la has metido?
– Mira ésta. A ti te lo voy a decir. ¿Es que no has aprendido nada de todas esas series policíacas que vemos juntos? ¡Si entregas el objeto del rescate estás acabado!
Llaman a la puerta.
– ¿Y ahora quién es? Yo estoy esperando a Fabio, pero me dijo que pasaría a las diez.
– Debe de ser Vanni.
Matteo va a abrir.
– …Sí, es él. Eh, hola… Pasa.
Un niño tan alto como él, con los pantalones igualitos y el pelo un poco más rubio, entra arrastrando sus enormes zapatos.
– ¿Qué va a hacer tu hermana?
– Todavía no se lo he dicho.
– Ok, como quieras. ¿Hay Coca-Cola?
– Sí, ve a buscarla a la cocina mientras se lo cuento…
Niki observa a Vanni, que sale disparado, sin problema alguno.
– A ver si lo entiendo, Matteo, ¿ése circula sin más, libremente por nuestra casa?
– Ni que fuera un perro al que hay que tener atado.
– Sabes perfectamente que a mamá no le haría ninguna gracia.
– Pero tú no vas a ir a contárselo. En fin, mira esto.
Matteo se saca del bolsillo una hoja doblada en cuatro. La abre.
– Te lo he impreso todo aquí.
– Así que eso es lo que estabas haciendo en mi habitación. Mira toda la tinta que me has gastado.
– No me ralles más. Y lee.
Niki mira la hoja con atención.
– ¿Qué? ¿Qué es todo esto?
– No me digas que no las conoces.
– Claro que las conozco. Pero procuro evitarlas. ¿Y qué tendré que hacer según tú?
– Buscarme al menos una y traérmela.
– Ni hablar.
– No me digas que te da vergüenza, después de todo lo que te vi hacer…
– Digamos que no me viste hacer nada porque no hice nada. Lo que pasa es que me parece inmoral proporcionar ese tipo de cosas a un niño de tu edad.
– En primer lugar: no se trata sólo de mí, también está Vanni. Segundo: no somos niños. Tercero: las puedes encontrar aquí. Cuarto: si te niegas, ya sabes lo que haré… Primero se lo envío a mamá, que a lo mejor hasta te lo perdonaría, y acto seguido a papá, que seguro que viene para acá más rápido que Superman y, en un momento, no es que te cubra de insultos, ¡es que la emprende a patadas contigo!
Niki arranca la hoja de la mano a Matteo y sale de casa hecha una furia gritando.
– No le abráis la puerta a nadie, y si me llama mamá le dices que he olvidado una cosa en el ciclomotor y me avisas, ¿entendido?
Niki baja a toda prisa la escalera, dobla la hoja y se la mete en el bolsillo de los téjanos. Hay que fastidiarse. Todo me pasa a mí. Hasta tengo un hermano maníaco. En ese momento le suena el móvil. Lo coge y mira la pantalla. Lo que me faltaba. Abre el Nokia.
– Dime.
– Hola, en seguida estoy ahí.
– No estoy en casa.
– ¿Y dónde estás?
– Y a ti qué te importa; no tengo por qué darte explicaciones.
– No discutamos, Niki.
– Yo no tengo ganas de discutir, Fabio, pero es que te comportas como si todavía estuviésemos juntos… cosa que se acabó hace ya cuatro meses.
– Tres.
– Dejando a un lado mi recaída, que no es lo mismo que volver a estar juntos. Tan sólo follamos una vez más antes de darlo definitivamente por acabado.
– Eres dura.
– Claro, en cambio tu cancioncita de hoy era tierna, ¿no?
– Ok, tienes razón. También te llamaba por eso. Pero ¿podemos vernos las caras en lugar de seguir hablando por teléfono?
– Vale. Dentro de media hora en viale Parioli, 122. En el Prima Visione.
– Ok, gracias…, princesa.
Niki cierra el teléfono. Princesa… Quita la cadena y se pone el casco. Sí, la del guisante. Antes me encantaba que él me llamase así. Ahora no lo soporto… Basta. Está decidido. Se lo voy a decir.
Y se va a toda velocidad con su ciclomotor.