Setenta y cuatro

Los vestuarios están llenos de chaquetas y pantalones colgados de los ganchos. Bolsas grandes de colores varios, algunos con viejos nombres de clubes deportivos improbables, restos quizá de un pasado más activo, están apoyadas en el suelo o sobre alguno de los bancos de madera. Olor a cerrado y a zapatos. Algún que otro jugador sigue bajo la ducha.

– En mi opinión, es la defensa la que no funciona. Tendría que jugar más adelantada.

– Pero ¿qué dices? Y qué pasa con los centrocampistas, ¿eh? ¿Tú llamarías a eso circulación de pelota?

– Antonio también ha fallado un montón de goles cantados. ¡Tiene la mira torcida!

Alessandro se está acabando de secar el pelo con la toalla y se sienta en un banco.

– Chicos, ésta es la enésima derrota… Llega un momento en la vida en que uno tiene que saber aceptar la realidad. Y creo que el momento es éste. Dejémoslo.

Pietro se le sienta al lado.

– Qué va, Alex. Somos buenísimos. ¡Lo que pasa es que jugamos de manera muy individualista, todos nos creemos unos cracks! Nos hace falta espíritu de equipo. Joder, como jugadores ellos eran peores, pero ¿te has dado cuenta qué juego de equipo? Nos han pillado siempre con uno menos en defensa…

– No te digo. Tú no bajabas nunca a defender.

– Vale, no hay remedio, la culpa es siempre mía.

Enrico ya está vestido. Mientras tanto, Flavio camina nervioso por el vestuario. Alessandro se da cuenta.

– ¿Qué te pasa Flavio?

– Os quejáis de la defensa, pero yo he corrido lo mío. El corazón me va a dos mil por hora. Mira… -Flavio se pone la mano en la garganta. Alarga los dedos y se toca las venas del cuello-. Mira, mira cómo me va…

Se acerca a Alessandro y le coge la mano.

– Me falta el aire. Sigo sudando. Es la segunda vez que me tengo que secar la frente.

Enrico se le acerca y comprueba también su latido. Aparta la mano.

– No te preocupes, es normal. Así es como late después de un partido. Es la adrenalina. Eso es todo.

– Pero sigo sudando.

– Porque te has dado una ducha demasiado caliente.

– No, no me encuentro bien. Me falta el aire. -Flavio se acerca al lavamanos, abre el grifo del agua fría y la deja correr. Mete la cara debajo. Luego se seca-. A ver si así me siento un poco mejor.

Los demás han acabado casi de vestirse.

– ¿Nos vamos a comer una pizza a la Soffitta?

– Sí, me apetece.

– Entonces nos vemos todos allí.

Flavio se quita el albornoz y sigue secándose con él.

– Yo no, me voy a casa. No desconectéis los móviles por si acaso os necesito. No quiero despertar a Cristina, mejor os llamo a vosotros.

Alessandro cierra su bolsa.

– ¿Quieres que te esperemos?

– No, no, idos. Pero no desconectéis los móviles, al menos tú, ¿eh?

– Vale. De todos modos, para cualquier cosa, si no te contesto al móvil, estamos en la pizzería Soffitta.

Flavio se pone la camisa. Luego recoge la toalla, se seca la frente con ella. Nada que hacer. Sigue sudando. El corazón continúa latiéndole acelerado. A lo mejor se me pasa durmiendo. Además, mañana tengo que madrugar.

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