Al día siguiente. Viale Regina Margherita. Alessandro los mira y sacude la cabeza.
– Hubiese esperado cualquier cosa menos este tipo de favor.
Enrico y Pietro caminan divertidos junto a Alessandro, cogiéndolo del brazo.
– Tienes que disculparnos, ¿eh? Tú te diviertes como un loco, rejuveneces, mira… -Pietro le pone una mano en el estómago-, debes de haber perdido dos kilos, ves películas porno como hacíamos cuando teníamos veinte años. Y nosotros, ¿qué? ¿Nada? ¿Quieres dejarnos al margen?
Alessandro se suelta del brazo de Pietro.
– Muy bien. En primer lugar, no he visto ninguna película porno con Niki. Segundo: me habéis preparado una encerrona pidiéndome un favor que… -Alessandro pone voz Marlon Brando- no puedo rechazar. Tercero, y muy probablemente lo más importante -Alessandro los mira a ambos-, a lo mejor no os acordáis, pero entre vosotros y yo existe una pequeña diferencia: ¡vosotros estáis casados! -Después continúa, dirigiéndose sobre todo a Enrico-. El matrimonio es como una flor. Uno tiene que ocuparse de él cada día, cuidarlo, cultivarlo, dedicarle amor, alimentarlo…
– Mira por dónde, en eso estoy de acuerdo contigo. -Enrico asiente con la cabeza-. Y por eso mismo me gustaría saber cuándo tendremos una respuesta.
– ¡Tú ni siquiera esperas a saber la verdad y ya te comportas así.
– ¿Qué tiene que ver?, esto es un juego.
Pietro, que no sabe nada, intenta averiguar algo más.
– Perdonad, ¿me lo podéis explicar? Me he perdido.
Enrico mira a Alessandro.
– En realidad, no hay nada que explicar.
Alessandro intenta echarle tierra al asunto.
– Sí, no es nada. No te preocupes, Pietro, es algo entre nosotros.
Pietro se encoge de hombros.
– Vale, como queráis.
Alessandro se detiene frente al restaurante.
– Ya conocéis las reglas, ¿eh?
– ¿De qué reglas hablas? Esto es como una cita a ciegas. Lo que sea, será.
– Pero Pietro, ¿estás de guasa? ¿Y en qué lugar me dejas a mí?
– À la guerre comme à la guerre. -Y Pietro se mete a toda velocidad en el restaurante. Un local blanco, diáfano, completamente nuevo. El Panda.
– Pero ¿será gilipollas? Maldita sea, tenía que haber retirado mi palabra. Entremos, Enrico. Como tú no me eches una mano, me voy a cabrear en serio, que lo sepas.
Enrico sonríe.
– Sabes perfectamente que yo sólo he venido por divertirme. Me gustaría estar en otro lado.
– Vale, veamos qué se le ocurre a ese anormal.
Pietro está ya en la barra. Tiene abierta una botella de champán y la está sirviendo en varias copas.
– ¿Tú has visto eso…? -Alessandro intenta darle alcance, pero demasiado tarde. Pietro ha desaparecido ya al fondo del salón.
– Aquí estoy. No podía presentarme con las manos vacías.
Enrico y Alessandro llegan en seguida. Pietro se mueve con elegancia alrededor de la mesa.
– Toma. -Y pasa una copa-. Toma tú también. ¡Y ahora, un brindis! ¡Por Niki y sus amigas!
Niki levanta su copa.
– Bien. Ella es Diletta.
– ¡Hola!
– Ella es Erica.
– Encantado.
– ¡Y por último, ésta es Olly!
Pietro pasa la última copa. Luego se detiene en Olly, que le saluda con una amplia sonrisa.
– Hola…
– Hola.
Pietro se vuelve divertido, eufórico sólo de imaginar lo que sucederá.
– Éstos son mis amigos. Él es Enrico…
Enrico levanta una mano, un poco azorado.
– ¿Qué tal?
– Él es Alex. -Pietro sonríe y luego mira a Niki-. Una de vosotras lo conoce bien. Incluso demasiado bien. Hasta me lo ha hecho adelgazar. No sé las demás.
Niki no se la deja pasar.
– Las demás nunca lo conocerán tan bien.
– ¡Es cierto! Tienes toda la razón… -Pietro levanta su copa-. Brindemos entonces. Porque la amistad nunca sea traicionada.
Todos levantan sus copas.
– Y, en cualquier caso, por todas esas traiciones que hacen que los amigos sean aún más amigos.
Las chicas se miran sin entender del todo. Olly se encoge de hombros.
– Bah, a mí me mola. -Y choca divertida su copa con la de Pietro. Los demás también brindan.
– ¡Chin chin!
Un camarero se acerca a Pietro.
– Señor, la mesa está preparada tal como usted me pidió.
– Perfecto.
Pietro se saca del bolsillo de la chaqueta un billete de veinte euros y se lo pasa por detrás, con la mano cerrada, para que los demás no vean.
– Señores, por favor, la comida nos aguarda.
Y todos lo siguen hacia un reservado que hay al fondo del restaurante.
Niki se acerca a Alessandro y lo coge del brazo.
– ¡Eh, esta idea me gusta cantidad, es muy divertida! Has sido muy amable.
Él le sonríe y apoya su mano en la de ella.
– ¿En serio te gusta? Cuando te lo pedí pensaba que te enfadarías.
– Pues no, todo lo contrario. Si me presentas a tus amigos, quiere decir que estás tranquilo, que estás bien conmigo.
– Pues claro.
– Y además me alegra que conozcan también a mis amigas. Así, al menos, cuando hagamos una cena en casa podrán venir ellas también y todos nos sentiremos a nuestras anchas.
– Por supuesto que sí. ¡Las que se pondrán de lo más contentas son las esposas de mis amigos!
– No veo qué problema hay. Las invitamos a ellas también, ¿no?
– ¿Con tus amigas? ¿Sabes lo que pasaría? Los dos policías de costumbre vendrían a buscarnos por la carnicería que se iba a armar en el edificio. Eso por no hablar del vecino, que al oír los disparos empezaría a disparar también él directamente desde su terraza.
– ¿Tú crees?
– Esperemos que esto se acabe rápido.
– Ok, y recuerda que me debes un favor.
– No me he olvidado.
– Ese favor está en un cofre cerrado, ¿te acuerdas?
– Que nosotros abriremos -dice Alessandro moviendo la cabeza-. Tengo que empezar a dejar de hacer favores con tanta facilidad.
– Venid, sólo faltáis vosotros.
Pietro golpea con la mano el respaldo de una silla. Ha reservado dos asientos juntos para Alessandro y Niki.
– A ver, peña. Aquí se come de maravilla, cocina mediterránea, taquitos de queso acompañados con miel de los más diversos aromas o frutas, que combinan a la perfección con los embutidos. O bien una ensalada de naranja, peras y nueces con pedacitos de carne a la Chateaubriand. En resumen, todo lo que puede inspirar y animar el aspecto erótico. De modo que, hoy le tocaría invitar a quien últimamente lo haya hecho en el lugar más extraño. -Pietro mira a Alessandro-. Y yo diría que te toca a ti. ¿Estás de acuerdo, chico de los jazmines?
Alessandro se queda boquiabierto. Niki se vuelve de golpe hacia Erica.
– ¡No me lo puedo creer, Erica!
– Olly nos vio hablar y me preguntó qué es lo que me habías contado… Y yo, pues…
Olly abre de inmediato los brazos.
– ¿Qué tiene de malo? ¡Pietro sólo me ha preguntado si conocía algún detalle vuestro privado! ¡Me ha parecido divertido! Y además es un amigo, ¿no?
Alessandro mueve la cabeza. Luego coge la copa de champán.
– Sí, claro, ¡el amigo del jaguar! -Y se la toma de un trago.
Diletta mira a su alrededor, un poco desconcertada.
– ¿De qué va eso del «chico de los jazmines»?
Alessandro coge una carta y la abre.
– Vale, escoged lo que queráis y comed hasta reventar. ¡Pago yo con tal de que se hable de otra cosa! -Luego le sonríe a Niki-. Queridas, dulces, frescas… ¡Olas, silenciosas!
Y así siguen, pidiendo platos, riéndose, Alessandro y sus amigos retrocediendo al pasado, Niki y sus amigas creciendo de golpe. Y luego, todos juntos en el presente. Mundos y edades confrontados.
– ¿Y vosotros vais a discotecas?
– ¡Continuamente!
– ¡Mentirosos!
– Fuimos al Goa cuando la fiesta de Giorgia.
– Es verdad, por sus cuarenta.
– Qué triste…
– Sí, sus primeros y últimos cuarenta años.
Diletta interviene.
– De todos modos, hay quien ya puede ser viejo a los dieciocho.
– Puede, pero yo pienso seguir siendo una niña a los sesenta -dice Olly.
– Además, ¿qué importancia tiene la edad? La edad no cuenta.
– Eso es muy cierto. En esta mesa tenemos un buen ejemplo. ¡Una pareja perfecta: la de los jazmines, ¿o no?!
– ¡He dicho que pagaría yo a condición de que no se hablase más de ello!
Y siguen. Champán. Platos suculentos, fríos, a base de pescado crudo, ensalada templada de frutos de mar.
– ¿Y el mundo del trabajo es como el de la escuela?
– Hay una sola diferencia: te examinan igual, pero te pagan.
– Guay. Al menos compensa.
– A menos que te suspendan. Entonces no puedes repetir en setiembre y te dejan de pagar.
– Dramático…
– Pues sí.
– A mí me gustaría ser ya mayor sólo por tener un hijo.
Pietro sonríe.
– Querida Diletta, también yo pensaba lo mismo, luego tuve dos. Ahora me quedo callado, y ellos hablan por todos…
Enrico suspira.
– En cambio, yo todavía no tengo ninguno, y es algo que me gustaría muchísimo.
Diletta lo mira y sonríe.
– ¿Lo ves? Hay cosas que son hermosas, independientemente de la edad.
Niki mastica un trozo de pan.
– Sí, como el amor.
Pietro se acaba su copa.
– ¡O como el sexo! ¡O mejor dicho, el deseo de hacerlo! En realidad, mejora cuando maduras. Como una botella de vino… Cuanto más añejo, mejor.
– Sí, pero entonces te cuesta una pasta.
– ¿El vino o el sexo?
– En ciertos casos, ambos.
Diletta muerde un trozo de pan y moja otro en la salsa de unos mejillones a la pimienta.
– En cualquier caso, al hombre te lo tienes que buscar maduro, al menos ésa es mi opinión.
Pietro levanta la mano.
– ¡Estupendo! ¡Yo soy supermaduro!
– Y supercasado…
– Mejor así, ¿no crees? Puedes probarme sin riesgo alguno. No te aflijo, no te estreso, no te llamo continuamente para saber dónde estás, no te fastidio obsesionándome… Además, si las cosas no marchan entre nosotros, no hay que recurrir al divorcio. Vaya, que todo son ventajas. Soy el hombre ideal.
– Bah, no eres tan maduro, a juzgar por cómo hablas… No me convienes, independientemente de que estés o no casado. Uno no es maduro sólo porque haya alcanzado una cierta edad, sino por cómo se comporta. Yo, sin ir más lejos, tengo a uno que me corteja. Sólo tiene veinte años, pero es más maduro que todos vosotros.
– Pobrecillo, eso quiere decir que no sabe disfrutar de la vida.
Niki la mira.
– ¿Quién es, Filippo?
– Sí.
– ¿Y por qué no te lías con él?
– Por el momento no tengo ganas de pensar en eso, ¿qué prisa hay?
Olly se come un mejillón. Luego se chupa los dedos.
– En mi opinión, ese tipo… Filippo… no está mal, pero me parece que es un poco monótono. Por cómo se viste, por lo que dice. Es como metódico.
Pietro mira a Enrico.
– Como Flavio.
– ¿Quién es?
– Un amigo nuestro metódico.
– A propósito, ya se recuperó de lo de ayer.
– Ah, qué bien.
– Pero no se recupera de la vida. Su mujer lo tiene sometido, pasivo y preso.
– Pobrecillo. -Olly se ríe-. ¿Por qué no lo habéis traído? ¡A lo mejor lo salvaba yo!
– No, Olly, no puede salir.
– ¿Del trabajo?
– No, de la cárcel.
– ¿Está en la trena?
– Sí, en la Regina-Cristina-Coeli.
– Pobrecillo, en serio.
– Sí, pobrecillo. Gana bastante, pero invierte mal.
– Hay que saber invertir en la propia felicidad.
Niki apoya la cabeza en el hombro de Alessandro.
– Lo dice hasta Ligabue… «¿Y qué interés crees que te dará la vida que no gastes?». De hecho, mi Alessandro no lo dudó un momento. ¡En cuanto me vio se me echó encima!
Olly resopla y se sirve otra copa.
– Dios mío, qué almibarada resulta la familia Jazmines. Pobres de nosotras. Nuestra jefa perdida en un mar de melaza. ¡Viva el champán y la libertad hecha de burbujas, como diría Vasco Rossi! ¡Coca, casa e iglesia!
Pietro la mira.
– Esa canción es una maravilla. A tu edad, yo también la escuchaba. -Y apoya su mano en la de ella. Olly no la retira.
Enrico se da cuenta. Olly le sonríe a Pietro.
– ¿Cómo? ¡¿Ahora ya has crecido?!
– No. -Coge la copa y la choca con la de Olly-. Brindemos por el tipo de treinta y nueve años más inmaduro que pueda existir. -Le sonríe y le guiña un ojo.
– A propósito -Erica los mira a todos-, hace unos días, leí un articulo en Internet. Decía que vuestra generación es la de los middlescent. O sea, que vais en moto, mandáis un montón de mensajes con el móvil, os vestís a la moda, habláis en plan colega. ¿Por qué creéis que os comportáis de esa manera?
Enrico reflexiona un momento.
– Por la inquietud que sentimos en el fondo.
Diletta sonríe.
– ¡Como la de Pessoa!
Enrico le sonríe.
– Sí, pero la nuestra es más simple. Soñábamos con el amor, lo perseguimos, lo encontramos, y luego acabamos perdiéndolo. Día tras día, pensando que lo bueno estaba aún por llegar, esperando… y sin darnos cuenta acabamos perdidos en el presente.
Diletta lo mira suspicaz.
– ¿En serio se vuelve uno así?
– Yo no soy así.
Enrico mira a Alessandro.
– ¿De modo que no eres así? Sólo porque no tienes moto, porque no haces todo lo que ha dicho Erica. En cambio hay millones como tú…
– ¿Qué quieres decir?
– Gente que no le hace frente a la vida. Que no crece. Dejan pasar el tiempo, trabajan sólo para distraerse. Y sin saber ni cómo, un día descubren que ya han cumplido los cuarenta.
Niki se abraza a Alessandro.
– Yo he taponado su clepsidra.
Erica toma su primer sorbo de champán.
– Yo soy abstemia, pero hoy he decidido emborracharme.
– ¿Y eso por qué?
– Por Giorgio, mi novio. Tiene sólo veinte años, pero ya es así.
– ¿Y por qué no lo dejas?
– No puedo. Es muy bueno.
– Te advierto que llegará un momento en que mirarás tu vida, la habrás visto pasar y te preguntarás dónde estuviste todo ese tiempo.
– ¡A menos que Giorgio, al ver que te estás despertando, te deje embarazada! -exclama Pietro, momentáneamente atento, después de haberse eclipsado un poco con Olly al fondo de la mesa.
Enrico se ríe.
– Ya, justo lo que hizo Cristina con Flavio. Que sólo lo vemos en los partidos de futbito, y ni siquiera se queda después a cenar.
– Bueno -Pietro se levanta-, me parece un análisis cruel y despiadado de unos años que en realidad tuvieron su gracia. Como la cultura, las experiencias, los viajes que hicimos. De modo que… ¡me voy!… Adiós.
Olly también se levanta y se acerca a Pietro.
– Adiós, chicas, hablamos después.
Alessandro se queda petrificado al verlos salir del local.
– Eh, ¿adónde vais? -Luego sonríe, ligeramente preocupado-. Pietro…
– Tranquilo, sólo vamos a dar una vuelta en su ciclomotor. Hace veinte años que no me monto en uno, que no siento ese escalofrío que te produce el viento de cara. Cada día salgo por la mañana en mi monovolumen porque primero tengo que llevar a los niños al colegio. Por la noche tampoco por que si no, en moto, a mi mujer se le estropearía el peinado… ¡Y hoy habéis hecho que me vengan ganas! ¿Vale? ¿O es que no me puedo regalar un simple e inocente paseo en moto por mi ciudad? ¿Te parece excesivo? Además, Olly ya es mayor de edad, ella sabrá lo que hace, ¿no?
Y mientras lo dice, la coge de la mano y salen del reservado. Una vez fuera de la vista de los demás, Pietro se detiene en la barra.
– ¿Me da la cuenta, por favor? -Y sonríe-. Me han hecho este regalo… -y mira a Olly con intensidad-, es lo mínimo que puedo hacer.
Olly se apoya lánguidamente en la barra.
– ¿Ya sabes cómo conduzco?
– No, pero me lo imagino. Como me imagino el resto.
– No lo creo… -Olly sonríe con picardía-. Es imposible que tengas tanta imaginación.
Y, por un instante Pietro se vuelve a sentir joven, confuso, ligeramente inseguro. No sabe bien qué hacer. Qué decir. No encuentra su habitual respuesta rápida, irónica, cínica. Pero está excitado. Y mucho. Excitado como nunca. Paga de prisa, con su tarjeta de crédito.
Coge el resguardo, se guarda el billetero en el bolsillo y se lleva a Olly hacia la salida. Abre galante la puerta del restaurante. La deja pasar, fuera, en la calle, hasta el tráfico parece silencioso.
– Voy a buscar el ciclomotor y vuelvo. -Olly se aleja contoneándose divertida, más mujer de lo habitual ahora. Pietro se queda mirándola. Da un largo suspiro. Se saca del bolsillo de la chaqueta un paquete de cigarrillos. Coge uno. Se lo mete en la boca torcido, caído. Aspira y el cigarrillo se coloca en su lugar de golpe. Lo enciende. Da una calada larga, plena, degustando hasta el fondo, saboreando ese momento de imprevista libertad. Sin tiempo, sin meta, sin prisa. Ahhh. Hasta el cigarrillo sabe mejor que de costumbre. Olly llega con su ciclomotor y se detiene frente a él. Tiene otro casco apoyado entre las piernas. Se inclina para cogerlo, pero lo hace lentamente. Y una sonrisa. Una broma. Una mirada. Y esa mano, y ese casco entre las piernas. Y otra sonrisa convertida en promesa. Pero de repente se oye una voz.
– ¡Pietro! ¿Eres tú? Me ha parecido ver tu coche.
Susanna y sus dos hijos están ante él. Lorenzo sonríe, está hecho todo un hombrecito para su edad.
– ¡Hola, papá!
Carolina también lo saluda, más decidida. Pero es natural, tiene ya trece años. Pietro se acerca en seguida a Susanna y la besa en los labios.
– ¡Hola! ¡Qué sorpresa! -Alborota un poco el pelo de Lorenzo. Luego besa rápidamente a Carolina que, rebelde, no le ofrece demasiado tiempo la mejilla. Olly observa la escena en silencio. Pietro se incorpora de nuevo. Ha recuperado su seguridad.
– ¡Qué sorpresa tan agradable… en serio! -Entonces se vuelve hacia Olly-. Ah, sí, disculpe… -Señala la calle-. Como le decía, siga adelante, en el próximo semáforo gire a la derecha y todo recto llegará a via Véneto.
Olly arranca su ciclomotor y se va, sin dar las gracias. Pietro la mira mientras se aleja. Mueve la cabeza.
– ¡Es increíble! Parece que te hagan un favor. Les indicas el camino y ni siquiera te dan las gracias. Bah, los jóvenes de hoy…
Susanna sonríe.
– También tú eras así entonces… Qué digo, ¡eras mucho peor! De joven ser educado está casi mal visto. ¿Te acuerdas de lo que hacías? Preguntabas una dirección y a la que lo tenías más o menos claro, arrancabas de golpe sin esperar a que el otro acabase de explicártelo.
– ¡Anda que no ha llovido desde entonces! ¿Qué hacéis por aquí?
– Hemos ido a ver a la abuela. Ha venido también mi hermana, pero tenía que irse temprano, de manera que pensábamos ir a casa dando un paseo. ¿Y tú? -Susanna señala hacia el restaurante.
– Estaba comiendo con Enrico y con Alex.
– ¿En serio? Hace tiempo que no veo a Alex. Voy a entrar, así por lo menos lo saludo.
– Pues claro. -Sólo que, en ese momento, Pietro piensa en toda la mesa. Sobre todo en las tres comensales jovencísimas; demasiado parecidas a la que acaba de irse en su ciclomotor-. No, mira, Susanna, es mejor que no lo hagas. Hemos salido a comer porque tenía ganas de hablar. Está mal, ¿sabes?, echa de menos a Elena. Y si ahora te ve a ti a nosotros, una pareja, vaya, y encima con Lorenzo, Carolina, nuestros hijos… una familia, todo lo que él hubiese deseado tener.
– Tienes razón. No lo había pensado. -Susanna le sonríe-. Qué bueno eres.
– ¿Por qué?
– Porque eres sensible.
– Bah. ¡Venga que os llevo a casa! Rápido, que luego tengo que volver a la oficina.
Se montan todos en el coche. Pietro arranca.
Olly está parada en la esquina. Ha seguido toda la escena desde lejos. Vuelve atrás, aparca el ciclomotor y entra de nuevo en el restaurante.
– ¡Eh, mirad quién es!
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Ya os habéis peleado?
Alessandro se vuelve preocupado hacia Enrico.
– Debe de haber intentado algo en cuanto salió.
– No seas tan mal pensado.
Niki se acerca a Olly.
– ¿Y bien? ¿Se puede saber qué ha pasado?
– Se ha acordado de que estaba casado.
– ¿Cómo? ¿Qué te ha dicho?
– Nada… Me ha indicado la dirección para ir a via Véneto. Primero a la derecha y luego todo recto.
– ¡Qué bruto!
– ¡Es mentira! Ha preferido acompañar a casa a su mujer y a los niños.
– ¡¿Qué?! -Alessandro casi se cae de la silla-. ¿Susanna estaba afuera?
Olly asiente con la cabeza. Enrico también palidece.
– Dios mío, imagina que hubiese entrado y nos hubiese visto así. Comiendo con tres chicas de diecisiete años.
Diletta levanta la mano.
– Yo ya tengo dieciocho.
– ¡Y yo también!
– Y yo. La única que tiene diecisiete es Niki.
– No creo que para Susanna hubiese mucha diferencia, ni tampoco para mi mujer. Si llegara a enterarse.
Justo en ese momento, suena el móvil de Alessandro. Lo saca de la chaqueta. Mira la pantalla, pero no reconoce el número.
– ¿Sí? ¿Quién es…? Ah, sí, descuide. -Alessandro escucha lo que le dicen por teléfono-. Sí, perfecto, gracias. -Y cuelga. Vuelve a guardarse el teléfono en el bolsillo y mira a Enrico-. Ya están listas las fotos que me pediste. Puedo pasar a buscarlas mañana.
Enrico se sirve un poco de champán. Se lo bebe de un solo trago. Deja la copa en la mesa y mira a Alessandro. Qué suerte que Susanna no haya entrado en el restaurante. Susanna no ha descubierto nada. No sabe nada todavía. En cambio, Enrico, al día siguiente lo sabrá todo. Pero ¿qué es todo?