– ¡Mamá, mamá, no te lo vas a creer! -Niki entra en casa gritando como una loca-. ¡Mamá! ¡Le estaba leyendo un texto de Kant a Diletta y se ha despertado! Se ha recuperado, ¿te das cuenta?
Simona se levanta de la mesa donde está ayudando a Matteo con los deberes. Se acerca a ella. La mira. La abraza. La estrecha. Levanta los ojos al cielo y luego los cierra, suspirando para sí esa frase.
– Bendito sea Dios.
Después la deja libre de nuevo.
– Niki, estoy muy contenta. Ven, vamos un momento a tu habitación. Matteo, tú sigue con los ejercicios. Si no, no te llevo al campo a jugar al balón.
– Pero mamá…
– Silencio y a lo tuyo, que no sabes nada. Serás un futbolista maravilloso, pero si no estudias no juegas, ¿está claro? Exactamente al contrario de lo que hacen ellos.
Matteo resopla.
– Qué coñazo. -Y hojea rápidamente el libro, intentando comprender algo.
Simona abre la puerta de la habitación de Niki y, en cuanto entra, la cierra de nuevo.
– Bien, Niki, estoy muy feliz por tu amiga. No sabes cuánto.
– Lo sé, mamá, también yo.
– Me lo imagino. Oye, no he querido molestarte hasta hoy porque, comparado con lo que estabas pasando, ciertas cosas se volvían irrelevantes… Insignificantes.
Niki entrecierra los ojos.
– Claro, mamá, es así. Pero tranquila, que yo he seguido estudiando todo este tiempo.
Simona se arregla el cabello.
– De hecho, no es de eso de lo que te quería hablar. Los estudios no me preocupan.
– Ah. ¿Y de qué era, mamá?
– Niki, dime la verdad. ¿Tienes novio?
Niki se queda desconcertada un instante.
– Bueno… sí, ya te dije que salía con una persona.
– Ya, estás saliendo… Nunca se sabe bien qué quiere decir este «salir», pero me parece que indica un panorama bastante general.
– De todos modos, ahora no tengo ganas de hablar de eso, mamá.
Simona se queda en silencio un instante. Niki la mira e intenta plantearle la pregunta del modo más educado posible.
– ¿Hemos acabado? ¿Me puedo ir ya?
– No. Te acuerdas de que tú y yo quedamos en que nos lo podíamos decir todo, ¿verdad?
Niki se queda en silencio un instante.
– Sí, ya sé que quedamos en eso. Y yo siempre te lo he contado todo.
Niki intenta no pensar en esas quince o dieciséis cosas que, por alguna extraña razón, se ha olvidado contarle.
– Hay algo que me gustaría saber. Dijiste que el chico con el que te veías era algo mayor que tú.
Niki la mira y esboza una pequeña sonrisa. No hay nada que hacer, a las madres no se les escapa nada. Sobre todo si fingen no saberlo.
– Sí, un poco…
– ¿Qué poco?
– ¿De verdad lo quieres saber?
– Pues claro. Por eso te lo estoy preguntando.
Niki se lo piensa un momento. Decide lanzarse.
– Bueno, dentro de poco cumplirá treinta y siete años.
Pumba.
Simona no espera un segundo. Le suelta un bofetón en toda la cara.
– ¡Ayyy! -Niki se ha quedado sin respiración y sin palabras. Por un momento le entran ganas de reír. Pero le escuece la mejilla-. Ayyy… -Se lo piensa mejor. Se masajea la cara y se mira la mano desconcertada, como si fuese a encontrar algún rastro en ella-. ¡Me has hecho daño!
– ¡Pues claro! ¿Creías que iba a acariciarte acaso?
– Pero mamá, dijiste que nos lo podíamos contar todo…
– ¡Sí, pero no todo todo! Dime, te lo pido por favor. Dime, qué le digo yo ahora a tu padre.
– ¡Pues no se lo cuentes!
– Claro, porque según tú no se dio cuenta de nada cuando se armó el lío del agente de seguros. Pero ¿qué pretendía? ¿Qué vino a hacer aquí?
– Nada, sólo quería conoceros.
Simona mira a Niki con los ojos como platos.
– ¿Para decirme qué, Niki, eh? ¿Para hacer qué? ¿Hay alguna otra cosa que deba saber?
– Claro que no, mamá. No vas a ser abuela, por ahora. -Niki se queda pensando un momento-. ¡Al menos eso creo!
Simona se echa las manos a la cabeza.
– ¡Niki!
– Estaba bromeando, mamá. Venga, no pasa nada. No hay ningún peligro.
– ¿Qué quiere decir eso? -Simona la mira, ahora un poco más tranquila. Sólo un poco.
– Mira, mamá, ahora no tengo ganas de hablar. Vino tan sólo para presentarse, para que os quedaseis más tranquilos.
– ¡Pues sí! Después de este notición vamos a estar de un tranquilo que no veas… Treinta y siete años. No te digo; treinta y siete…
– Dentro de poco.
– Claro… Muy bien, sobre todo, no te vayas a olvidar de felicitar al falso agente de seguros. -Y Simona sale de la habitación dando un portazo.
Niki se va al espejo. Se mira la cara. Se la masajea un poco. Sonríe. Bueno, sea como sea, lo importante es que se lo he dicho. Ahora lo sabe. Entonces se saca el Nokia del bolsillo y escribe un mensaje a toda velocidad.
«Amor, estoy muy feliz. ¡Mi amiga está bien, se ha despertado! Después he hablado con mi madre. ¡Se lo he dicho! ¡Un beso espacial!»
El móvil de Alessandro emite un bip. Está en su despacho, buscando desesperadamente la idea para los japoneses. Lee el mensaje. Y responde de inmediato.
«¡Bien! Yo también me siento feliz. Pero ¿qué le has dicho a tu madre? ¿Que tu amiga está bien?»
Lo envía.
Niki sonríe y responde a una velocidad increíble.
«No… ¡Que nosotros estamos bien!»
Alessandro lo lee. Se inquieta.
«Pero ¿le has hablado de nuestra, digamos, pequeña… "diferencia"?»
«Sí.»
«¿Y qué te ha dicho?»
«Nada. Ha dejado que un bofetón hablase por ella. Ah no. Espera… ¡También ha dicho que te felicitará por tu cumpleaños!»