Capítulo 15

– Por amor de Dios, Quentin, son las tres de la mañana.

– No te llamaría a menos que fuera realmente importante.

– No tengo muy claro qué quieres que te diga. -La mano de Sidney tembló un poco mientras sostenía el teléfono móvil. Aminoró la marcha; había pisado el acelerador cada vez más a medida que continuaba la conversación hasta que se encontró viajando a una velocidad peligrosa por la angosta carretera.

– Te lo acabo de decir. Oí que tú y Gamble hablabais en el viaje de regreso desde Nueva York. Creí que vendrías a mí, Sidney, no que irías a Gamble. -La voz era suave pero mostraba una cierta irritación.

– Lo siento, Quentin, pero él me preguntó. Tú no.

– Intentaba darte un respiro.

– Te lo agradezco, de verdad. Pero Gamble se dirigió a mí. Se mostró muy amable, pero tuve que decirle algo.

– ¿Y tú le dijiste que no sabías por qué Jason estaba en ese avión? ¿Esa fue tu respuesta? ¿Que no tenías la menor idea de que estuviera en ese avión?

Sidney intuyó otros pensamientos ocultos en sus palabras. ¿Cómo podía decirle a Rowe algo diferente a lo que le había dicho a Gamble? Incluso si le contaba la historia de Jason sobre el viaje a Los Ángeles, ¿cómo decirle que ahora sabía que Jason no había ido a entrevistarse con otra compañía? Estaba en una situación insostenible y no veía la forma de salir de ella. Decidió cambiar de tema.

– ¿Cómo se te ocurrió llamarme al coche, Quentin? -Le inquietaba saber que él había sido capaz de localizarla.

– Llamé a tu casa, después a la oficina. El único lugar que quedaba era el coche -respondió él-. Si quieres que te diga la verdad, estaba preocupado por ti. Y… -Su voz se interrumpió bruscamente, como si hubiera decidido un instante demasiado tarde no comunicar su pensamiento.

– ¿Y qué?

Rowe vaciló un momento, pero después se dio prisa en acabar la frase.

– Sidney, no hace falta ser un genio para deducir la pregunta que todos queremos ver contestada. ¿A qué iba Jason a Los Ángeles?

El tono de Rowe no dejaba lugar a dudas. Quería una respuesta a la pregunta.

– ¿Qué le importa a Tritón lo que él hacía en su tiempo libre?

– Sid, a Tritón le importa todo lo que hacen sus empleados. -Rowe soltó un sonoro suspiro-. Hay compañías enteras que se pasan el día intentando robarnos la tecnología y los empleados. Tú lo sabes.

Sidney enrojeció de furia.

– ¿Estás acusando a Jason de vender la tecnología de Tritón al mejor postor? Eso es absurdo y tú lo sabes.

Su marido no estaba aquí para defenderse y ella no estaba dispuesta a dejar pasar la insinuación.

– Yo no digo que lo piense, pero hay otros aquí que sí.

– Jason nunca haría tal cosa. Se peló el culo trabajando para esa compañía. Tú eras su amigo. ¿Cómo se te ocurre hacer semejante acusación?

– Vale, pero explícame qué estaba haciendo en un avión a Los Ángeles en lugar de estar pintando la cocina, porque estoy a punto de cerrar la compra que permitirá a Tritón guiar al mundo en el siglo XXI, y no puedo permitir que nada ni nadie me haga perder esa oportunidad porque no se repetirá.

El tono de su voz era el apropiado para provocar la furia más total en Sidney Archer.

– No puedo explicarlo. Ni siquiera intentaré explicarlo. No sé qué coño está pasando. Acabo de perder a mi marido, ¡maldita sea! No hay cadáver, no hay ropas. No queda nada de él y ¿tú estás sentado allí diciéndome que crees que él te estafaba? Que te den por saco.

El Ford se salió un poco del camino y Sidney apeló a todas sus fuerzas para controlarlo. Aminoró la marcha cuando el vehículo se metió en un bache enorme. La sacudida fue tremenda. Cada vez le resultaba más difícil ver entre la nieve arremolinada por el viento.

– Sid, por favor, tranquilízate. -De pronto la voz de Rowe tenía una nota de pánico-. Escucha, no pretendía inquietarte todavía más. Lo siento. -Hizo una pausa y después añadió deprisa-: ¿Puedo hacer algo por ti?

– Sí, puedes decirles a todos los de Tritón que se vayan a tomar por el culo. Tú, el primero.

Desconectó el teléfono y lo arrojó sobre el asiento. Lloraba tanto que tuvo que detenerse a un lado del camino. Temblaba como si estuviera sumergida en hielo. Por fin, se desabrochó el cinturón de seguridad y se tendió en el asiento con un brazo sobre el rostro durante unos minutos. Después arrancó otra vez el coche y continuó el viaje. A pesar del cansancio, pensaba a la misma velocidad que el motor del Explorer. Jason se había inquietado al saber que ella tenía una reunión en Nueva York. Probablemente tenía preparada la historia de la entrevista para un nuevo trabajo por si surgía una emergencia. Su encuentro con Nathan Gamble y compañía lo había calificado como tal. Pero ¿por qué? ¿En qué estaba metido? ¿Y todas aquellas noches de trabajar hasta la madrugada? ¿Las reticencias? ¿Qué había estado haciendo?

Miró el reloj del salpicadero y vio que casi eran las cuatro. Su mente funcionaba a toda velocidad, pero no pasaba lo mismo con el resto. Apenas podía mantener los ojos abiertos y había llegado el momento de enfrentarse al problema de dónde pasar el resto de la noche. Se aproximaba a la ruta 29. Entró en la autopista y siguió hacia el sur en lugar de regresar al norte. Media hora más tarde, Sidney atravesó las calles desiertas de Charlottesville. Pasó por delante del Holiday Inn y otros alojamientos, y finalmente abandonó la ruta 29 para seguir por Ivy Road. No tardó mucho en llegar al Boar's Head Inn, uno de los mejores hoteles de la zona.

En menos de veinte minutos, estaba acostada en una cómoda habitación con hermosas vistas que en esos momentos no le interesaban lo más mínimo. Qué día de pesadillas, todas ellas absolutamente reales, pensó antes de cerrar los ojos. Sidney Archer se quedó dormida cuando sólo faltaban dos horas para el amanecer.

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