Capítulo 32

– Lee, te lo advierto, a veces es un poco duro, pero es su personalidad -dijo Frank Hardy, y miró a Sawyer, mientras caminaban por un largo pasillo después de salir del ascensor en el último piso del edificio de Tritón.

– Lo trataré con cuidado, te lo prometo, Frank. No acostumbro a ponerme guantes ingleses cuando trato con las víctimas.

Mientras caminaban, Sawyer analizó los resultados de las investigaciones hechas sobre Jason Archer en el aeropuerto. Sus hombres habían encontrado a dos trabajadores del aeropuerto que habían reconocido la foto de Jason Archer. Uno era el empleado de Western Airlines que había consignado su equipaje la mañana del diecisiete. El otro era un empleado de la limpieza que se había fijado en Jason cuando estaba sentado leyendo el periódico. Lo recordaba porque Jason no se había desprendido del maletín ni siquiera mientras leía el periódico o bebía el café. Jason había ido a los lavabos, pero el empleado no lo vio salir porque se había marchado a otra parte.

Los agentes no habían podido interrogar a la joven que había recogido las tarjetas de embarque, porque había sido una de las azafatas del trágico vuelo 3223. Muchas personas recordaban haber visto a Arthur Lieberman. Era uno de los pasajeros habituales en Dulles desde hacía muchos años. En resumen, información de poca utilidad.

Sawyer miró la espalda de Hardy; su amigo ahora caminaba deprisa por la gruesa y mullida moqueta. Entrar en el cuartel general del gigante tecnológico no había sido fácil. Los guardias de seguridad de Tritón se habían mostrado tan estrictos que incluso habían pretendido llamar al FBI para verificar el número de las credenciales de Sawyer. Hardy les había reprochado con tono bastante desabrido aquel trámite innecesario y que el veterano agente especial se merecía un respeto. Sawyer no había pasado nunca por una experiencia semejante y se lo comentó burlón a Hardy.

– Eh, Frank, ¿estos tipos guardan lingotes de oro o uranio aquí dentro?

– Digamos que son un poco paranoicos.

– Estoy impresionado. Por lo general, la gente se mea cuando nos presentamos. Estoy seguro de que se chotean de los inspectores de Hacienda.

– Un antiguo director de Hacienda es el que les lleva los asuntos de impuestos.

– Joder, estos tipos piensan en todo.

Sawyer sintió una vaga inquietud mientras pensaba en su trabajo. La información era la reina en estos tiempos. El acceso a la información estaba gobernado por y a través de los ordenadores. La ventaja del sector privado sobre el gobierno era tan grande que no había manera de reducirla. Incluso el FBI, que dentro del sector público contaba con la tecnología más moderna, estaba muy por debajo de la sofisticación tecnológica de la que disponía Tritón Global. Para Sawyer, esta revelación no era nada agradable. Sólo un imbécil no se daría cuenta de que los delitos informáticos empequeñecerían a todas las otras manifestaciones de la maldad humana, al menos en términos monetarios. Pero el dinero significaba muchísimo. Se traducía en trabajos, hogares y familias felices. O no. Sawyer se detuvo.

– ¿Te molestaría decirme cuánto te paga Tritón al año?

– ¿Por qué? -replicó Hardy, que se volvió para mirarlo-. ¿Piensas montar tu propio chiringuito e intentar robarme los clientes?

– Eh, sólo me interesaba por si algún día me decido a aceptar tu oferta de trabajo.

– ¿Lo dices en serio? -Hardy miró al agente con mucha atención.

– A mi edad, uno aprende que no debes decir nunca.

El rostro de Hardy mostró una expresión grave mientras consideraba las palabras de su antiguo compañero.

– Prefiero no entrar en detalles, pero Tritón paga una factura por encima del millón, sin contar el abono al servicio.

Sawyer abrió la boca en una expresión de asombro.

– Caray, supongo que te llevas una buena tajada al final del día, Frank.

– Sí. Y tú también te la llevarías si fueras inteligente y aceptaras mi oferta.

– Vale, sólo por curiosidad: ¿cuál sería el salario si me fuera contigo?

– Entre los quinientos y los seiscientos mil dólares el primer año.

Esta vez la boca de Sawyer casi tocó el suelo.

– Venga, Frank, no me jodas.

– Soy muy serio cuando se trata de dinero, Lee. Mientras haya criminales, nunca tendremos un mal año. -Los hombres reanudaron la marcha. Hardy añadió-: Piénsalo de todas maneras, ¿de acuerdo?

Sawyer se rascó la barbilla y pensó en las deudas cada vez mayores, las interminables horas de trabajo y su pequeño despacho en el edificio Hoover.

– Lo haré, Frank. -Decidió cambiar de tema-. ¿Así que Gamble es el tipo que lleva todo el espectáculo?

– De ninguna manera. Desde luego, es el jefe de Tritón, pero el verdadero genio tecnológico es Quentin Rowe.

– ¿Cómo es? ¿Un bicho raro?

– Más o menos. Quentin Rowe se graduó como el primero de su promoción en la universidad de Columbia. Ganó no sé cuántos premios en el campo de la tecnología mientras trabajaba en los laboratorios Bell, y después en Intel. Fundó su propia compañía de ordenador a los veintiocho años. Hace tres años era la empresa más avanzada en el campo informático y la más codiciada de la década cuando Gamble la compró. Fue una jugada brillante. Quentin es el visionario de la empresa. Es él quien insiste en la compra de CyberCom. No te diré que él y Gamble sean grandes amigos, pero forman un gran equipo y Gamble le hace caso si las ganancias son buenas. En cualquier caso, no se puede discutir que han tenido éxito.

– Por cierto -dijo Sawyer-, tenemos a Sidney Archer vigilada las veinticuatro horas del día.

– Creo que tu entrevista con ella despertó algunas sospechas.

– Más bien, sí. Pasó algo que la inquietó mucho cuando llegamos allí.

– ¿Qué fue?

– Una llamada telefónica.

– ¿De quién?

– No lo sé. Rastreamos la llamada. La hicieron desde una cabina pública en Los Ángeles. El que la hizo puede estar en Australia a estas horas.

– ¿Crees que fue su marido?

– Nuestra fuente dice que la persona le dio otro nombre al padre de Sidney Archer cuando atendió el teléfono. Y nuestra fuente dice que Sidney Archer parecía como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza después de la llamada.

Hardy utilizó una tarjeta inteligente para abrir la puerta de un ascensor privado. Mientras subían al último piso, Hardy aprovechó la ocasión para arreglarse el nudo de la corbata y quitarse una mota del pelo. El traje de mil dólares le sentaba muy bien. Los gemelos de oro brillaban en los puños de la camisa. Sawyer contempló la figura de su ex compañero y después se miró en el espejo. La camisa, aunque limpia y planchada, tenía el cuello rozado, y la corbata era una reliquia de la década pasada. Para colmo, su eterno tupé se destacaba como un pequeño periscopio. Sawyer adoptó un falso tono de seriedad para dirigirse al elegante Hardy.

– Sabes una cosa, Frank, está muy bien que hayas abandonado el FBI.

– ¿Qué? -exclamó Hardy, asombrado.

– Eres demasiado elegante para seguir siendo agente del FBI.

Hardy se echó a reír al escuchar la réplica de su amigo.

– Por cierto, el otro día comí con Meggie. Una jovencita muy inteligente, además de bonita. Entrar en la facultad de Derecho de Stanford no es fácil. Llegará muy alto.

– A pesar de su padre, aunque no lo digas.

El ascensor llegó al último piso, se abrieron las puertas y salieron.

– Yo tampoco puedo presumir mucho con mis dos hijos, Lee, y tú lo sabes. No eres el único que se perdió demasiados cumpleaños.

– Creo que te ha ido mejor con los tuyos que a mí.

– ¿Sí? Bueno, Stanford no es barato. Piensa en mi oferta. Quizá te ayude a ganar puntos. Ya estamos.

Las puertas de cristal con el emblema del águila se abrieron automáticamente y entraron en la recepción. La secretaria de dirección, una mujer elegante con unos modales corteses y eficientes, anunció su llegado por el intercomunicador. Apretó un botón en el panel instalado en una consola de madera y metal que parecía más una escultura de arte moderno que una mesa escritorio, y les indicó una pared de ébano lacado. Una parte de ésta se abrió cuando se acercaron. Sawyer meneó la cabeza asombrado, como ya había hecho muchas veces desde que había entrado en el edificio.

Al cabo de unos momentos se encontraban en una habitación que se podía describir mejor como un centro de mando, con una pared cubierta de monitores de televisión, teléfonos y otros equipos electrónicos instalados en mesas brillantes y en las otras paredes. El hombre sentado detrás de la mesa colgó el teléfono y se volvió hacia ellos.

– El agente especial, Lee Sawyer, del FBI. Nathan Gamble, presidente de Tritón Global -dijo Hardy, que se encargó de la presentación.

Sawyer notó la fortaleza de Nathan Gamble cuando se dieron la mano. Los dos murmuraron los saludos habituales.

– ¿Ya tiene a Archer?

La pregunta pilló a Sawyer cuando estaba sentándose. El tono era claramente el de un superior a su subordinado, y fue más que suficiente para que se le erizaran todos los pelos de la nuca. Sawyer acabó de sentarse y se tomó un momento para observar a su interlocutor antes de responderle. Por el rabillo del ojo, vio la expresión aprensiva de Hardy, que permanecía muy rígido junto a la puerta. Sawyer se tomó unos instantes más para desabrocharse la chaqueta y sacar la libreta antes de mirar otra vez a Gamble.

– Quiero hacerle unas cuantas preguntas, señor Gamble. Espero no robarle demasiado tiempo.

– No ha contestado a mi pregunta. -La voz de Gamble sonó imperiosa.

– No, y no tengo la intención de hacerlo.

Los dos hombres cruzaron sus miradas hasta que Gamble miró a Hardy.

– Señor Gamble -dijo Hardy-. Es una investigación en curso. El FBI no acostumbra a hacer comentarios…

Gamble le interrumpió, impaciente, con un brusco movimiento de la mano.

– Entonces acabemos con esto cuanto antes. Tengo que tomar un avión dentro de una hora.

Sawyer no tenía muy claro qué deseaba más: darle un sopapo a Gamble, o a Hardy por aguantar estas tonterías.

– Señor Gamble, quizá Quentin y Richard Lucas tendrían que participar en esta entrevista.

– Entonces, quizá tendría que haberlo pensado antes de convocar esta reunión, Hardy. -Gamble apretó un botón de la consola-. Que Rowe y Lucas vengan aquí ahora mismo.

Hardy tocó el hombro de Sawyer para llamar su atención.

– Quentin es el jefe de la división donde trabajaba Archer. Lucas es el jefe de seguridad interna.

– Entonces, tienes razón, Frank. Quiero hablar con los dos.

Unos minutos más tarde, se deslizó el tabique y dos hombres entraron en los dominios privados de Nathan Gamble. Sawyer les echó una ojeada y enseguida descubrió quién era cada uno. La expresión severa, la mirada de reproche que dirigió a Hardy y el pequeño bulto junto a la axila izquierda señalaban a Richard Lucas como el jefe de seguridad de Tritón. El agente calculó que Quentin Rowe tendría unos treinta y tantos años. Rowe sonreía y sus grandes ojos castaños tenían una expresión soñadora. Sawyer decidió que Nathan Gamble no podía haber escogido a un socio más curioso. El grupo se sentó alrededor de una mesa de directorio que ocupaba uno de los rincones de la enorme oficina.

Gamble miró su reloj y después otra vez a Sawyer.

– Le quedan cincuenta minutos y el tiempo sigue corriendo, Sawyer. Espero que me diga algo importante. Sin embargo, siento que me espera una decepción. ¿O me equivoco?

Sawyer se mordió el labio y tensó los músculos, pero se negó a morder el anzuelo. Miró a Lucas.

– ¿Cuándo sospechó por primera vez de Archer?

Lucas se movió incómodo en la silla. Era obvio que el jefe de seguridad se sentía humillado por los últimos acontecimientos.

– La primera prueba definitiva fue el vídeo de Archer haciendo la entrega en Seattle.

– ¿El que consiguió la gente de Frank?

Miró a Lucas para pedirle la confirmación y el gesto del hombre no pudo ser más expresivo.

– Eso, eso. Aunque ya sospechaba de Archer antes de que grabaran el vídeo.

– ¿Ah, sí? -intervino Gamble-. No recuerdo que dijeras nada al respecto. No te pago todo eso dinero para que mantengas la boca cerrada.

Sawyer miró a Lucas. El tipo había dicho demasiado sin tener nada para respaldarlo. Pero el agente estaba obligado a seguir el juego.

– ¿Qué sospechas?

Lucas continuaba mirando a su jefe. La feroz reprimenda todavía resonaba en sus oídos. El jefe de seguridad se volvió para mirar a Sawyer con una mirada opaca.

– Quizá sea más una corazonada que otra cosa. Nada concreto en realidad. Sólo una intuición. A veces, eso es lo más importante, ya sabe.

– Lo sé.

– Trabajaba mucho. A las horas más insólitas. Su registro de horas de uso del ordenador es una lectura muy interesante, se lo aseguro.

– Yo sólo contrato gente dedicada a su trabajo -apuntó Gamble. El ochenta por cien de la gente trabaja entre setenta y cinco a noventa horas a la semana, todas las semanas del año.

– Veo que no saben lo que es estar de brazos cruzados -dijo Sawyer.

– Exijo a mi gente que trabaje duro, pero están bien compensados. Todos los gerentes a partir del nivel superior hasta el nivel ejecutivo de mi compañía son millonarios. Y la mayoría todavía no han cumplido los cuarenta. -Señaló con un gesto a Quentin Rowe-. No le diré cuánto recibió cuando le compré, pero si quisiera adquirir una isla en cualquier parte, construirse una mansión, traer un harén y disfrutar de un reactor privado, puede hacerlo cuándo quiera sin tener que pedir ni un céntimo y todavía le quedará suficiente dinero para mandar a sus biznietos a la universidad en limusina. Desde luego, no espero que un burócrata federal comprenda los matices de la libre empresa. Le quedan cuarenta y siete minutos.

Sawyer se prometió a sí mismo que nunca más dejaría a Gamble que se saliera con la suya.

– ¿Tienes confirmados los detalles de la estafa en el banco? -le preguntó a Hardy.

– Sí. Te pondré en contacto con los agentes que llevan el caso.

Gamble no aguantó más. Descargó un puñetazo sobre la mesa y miró a Sawyer como si fuera él personalmente quien le hubiese estafado el dinero.

– ¡Doscientos cincuenta millones de dólares! -Gamble se estremeció, rabioso.

Se produjo un silencio incómodo que Sawyer fue el primero en romper.

– Tengo entendido que Archer hizo instalar algunas medidas de seguridad adicionales en la puerta de su despacho.

– Así es -contestó Lucas, con el rostro pálido.

– Más tarde quiero echar una ojeada a su oficina. ¿Qué hizo instalar?

Todos los presentes miraron a Lucas. A Sawyer le pareció ver el sudor en las palmas de las manos del jefe de seguridad.

– Hace unos meses pidió que le instalaran un teclado numérico y un sistema de entrada de tarjeta inteligente con una alarma conectada a la puerta.

– ¿Esto era algo poco habitual o necesario? -preguntó Sawyer. No encontraba una razón para más medidas de seguridad, a la vista de la multitud de controles que había que pasar para entrar en el edificio.

– No creo que fueran necesarios. Tenemos el edificio más seguro de toda la industria. -Lucas se encogió un poco al oír el fuerte gruñido de Gamble-. Pero no diría que es poco habitual; hay otras personas que tienen instalados los mismos equipos en las puertas de sus despachos.

– Estoy seguro de que no se le ha pasado por alto, señor Sawyer -intervino Quentin Rowe-, pero todo el personal de Tritón está muy concienciado con el tema de la seguridad. Se le ha machacado hasta el cansancio que la paranoia es la mejor actitud mental cuando se trata de proteger nuestra tecnología. Frank se encarga de visitar todas las secciones y da conferencias a los empleados sobre el tema. Si alguien tiene un problema o está preocupado, puede hablar con Richard, con alguien de su equipo o con Frank. Mis empleados conocen la ilustre carrera de Frank en el FBI. Estoy convencido de que cualquiera con una preocupación al respecto no tendría ninguna duda en acudir a cualquiera de ellos. Hay empleados que lo han hecho en el pasado, y así se han evitado de raíz bastantes problemas.

Sawyer miró a Hardy, que asintió a las palabras de Rowe.

– Pero han tenido problemas para entrar en su despacho después de su desaparición. Ustedes deben tener un sistema para el caso de los empleados que estén de baja, se mueran o renuncien.

– Hay un sistema -manifestó Lucas.

– Al parecer, Jason encontró la manera de saltárselo -señaló Rowe con un leve tono de admiración.

– ¿Cómo?

Rowe miró al jefe de seguridad y después exhaló un suspiro.

– En cumplimiento con las normas de la compañía, el código de cualquier sistema de seguridad individual colocado en las instalaciones debe ser comunicado al jefe de seguridad -le explicó Rowe-. A Rich. Además, todo el personal de seguridad y los gerentes de sección tienen una tarjeta maestra que permite el acceso a todas las oficinas.

– ¿Archer comunicó el código?

– Le dio el código a Rich, pero después programó el teclado de la puerta con un código diferente.

– ¿Y nadie se enteró del cambio? -Sawyer miró incrédulo a Lucas.

– No había ningún motivo para creer que había cambiado el código -dijo Rowe-. Durante las horas de oficina, la puerta de Jason casi siempre estaba abierta. Sólo Jason tenía una razón para estar allí fuera del horario normal

– Muy bien. ¿Cómo consiguió Archer la información que, presuntamente, pasó a RTG? ¿Tenía autorización para acceder a ella?

– Al menos a una parte. -Quentin Rowe se movió inquieto en la silla y se pasó una mano por la coleta-. Jason formaba parte del equipo de compra para este proyecto. Sin embargo, había algunas partes, los niveles más altos de la negociación, a los que no tenía acceso alguno. Sólo eran conocidos por Nathan, yo mismo y otros tres ejecutivos superiores de la compañía. Aparte de los abogados contratados, desde luego.

– ¿Cómo se guardaba la información? ¿Archivadores? ¿Caja fuerte?

Rowe y Lucas intercambiaron una sonrisa.

– Hasta cierto punto tenemos una oficina sin papeles -contestó Rowe-. Todos los documentos claves se guardan en archivos informáticos.

– Supongo que habrá medidas de seguridad para impedir el acceso a esos archivos, ¿no? ¿Una clave?

– Es mucho más que una clave -afirmó Lucas con un tono condescendiente.

– Sin embargo, Archer consiguió entrar, ¿no? -le replicó Sawyer.

Lucas frunció los labios como quien acaba de morder un limón.

– Sí, lo consiguió. -Rowe se limpió las gafas-. ¿Quiere ver cómo?

Los hombres entraron en el pequeño cuarto atiborrado. Richard Lucas apartó unas cuantas cajas que había junto a una pared mientras Rowe, Hardy y Sawyer le miraban. Nathan Gamble se había quedado en su oficina. En cuanto Lucas acabó de apartar las cajas quedó al descubierto un enchufe. Quentin Rowe se acercó al ordenador y levantó los cables.

– Jason conectó con la red local a través de este punto de trabajo.

– ¿Por qué no usó el ordenador de su despacho?

Rowe comenzó a menear la cabeza antes de que Sawyer acabara la frase.

– Cuando enciende su ordenador -dijo Lucas-, tiene que pasar por una serie de medidas de seguridad. Estas medidas no sólo verifican al usuario, sino que confirman su identidad. Todos los puntos de trabajo tienen un escáner de iris, que graba en vídeo una imagen del iris del usuario. Además, el escáner realiza comprobaciones periódicas del operador para confirmar continuamente la identidad. Si Archer se hubiese levantado de la mesa o alguien se hubiese sentado en su lugar, entonces el sistema se hubiese apagado automáticamente en ese punto de trabajo.

– Lo importante en todo esto es que si Archer hubiese accedido a cualquier archivo desde su propio puesto de trabajo, lo hubiéramos sabido -señaló Rowe.

– ¿Cómo es eso?

– Nuestra red tiene un registro de accesos. La mayoría de sistemas tienen una característica de ese tipo. Si el usuario accede a un archivo, ese acceso queda registrado en el sistema. Al utilizar este punto de trabajo -Quentin señaló el viejo ordenador-, que se supone que no está en la red y no tiene asignado un número en el administrador de la red, evitó ese riesgo. A todos los efectos, éste es un ordenador fantasma en nuestra red. Quizás utilizó el ordenador de su oficina para ubicar determinados archivos sin acceder a ellos. Pudo hacerlo a placer. Le evitaría pasar más tiempo en este lugar, donde podía ser descubierto.

– Espere un momento. Si Archer no utilizó su propio puesto de trabajo para acceder a los archivos porque lo identificaría y, en cambio, utilizó este otro porque no podía, ¿cómo sabe que Archer accedió a los archivos?

– De la forma más sencilla -intervino Hardy, que señaló el teclado-. Recogimos muchísimas huellas dactilares. Todas de Archer.

Sawyer hizo la pregunta más obvia de todas.

– De acuerdo, pero ¿cómo saben ustedes que este punto de trabajo fue utilizado para acceder a los archivos?

El jefe de seguridad se sentó en una de las cajas.

– Durante un tiempo estuvimos recibiendo entradas no autorizadas en el sistema. Aunque Archer no necesitaba pasar por el proceso de identificación para conectarse a través de esta unidad, dejaría un rastro del acceso a los archivos a menos que borrase el rastro antes de salir del sistema. Es posible hacerlo, aunque arriesgado. En realidad, creo que eso fue lo que hizo. Al menos al principio. Después se volvió descuidado. Pero finalmente dimos con el rastro y, aunque nos llevó tiempo, fuimos estrechando el cerco hasta que llegamos aquí.

– Sabes, es irónico -señaló Hardy con los brazos cruzados sobre el pecho-. Inviertes tiempo, esfuerzos y dinero para asegurar la red contra cualquier filtración. Tienes puertas de acero, guardias de seguridad, equipos de vigilancia electrónica, tarjetas inteligentes, lo que tú quieras, Tritón lo tiene. Y sin embargo… -miró al techo-. Y sin embargo, tienes paneles desmontables que dejan al descubierto los cables que conectan toda la red, listos para que cualquiera se conecte. -Meneó la cabeza desconsolado y miró a Lucas-. Te advertí que podía pasar.

– Era de la casa -protestó Lucas, acalorado-. Conocía el sistema y se aprovechó del conocimiento para colarse. -Lucas pensó por un momento con expresión agria-. Y en el proceso derribó a un avión lleno de pasajeros. No olvidemos ese pequeño detalle.

Diez minutos más tarde habían vuelto a la oficina de Gamble. El magnate no les miró cuando entraban. Sawyer se sentó en la misma silla de antes.

– ¿Alguna novedad por lo que respecta a RTG?

El rostro de Gamble se puso rojo como un tomate al escuchar el nombre de su competidor.

– Nadie me roba y se queda tan tranquilo.

– La vinculación de Jason Archer con RTG no ha sido probada. Hasta ahora sólo son conjeturas -replicó Sawyer con voz tranquila.

Gamble alzó la mirada hacia el techo en un gesto teatral.

– ¡Fantástico! Ya se puede ir a saltar la comba para conservar su trabajo, que yo me haré cargo del trabajo duro.

Sawyer cerró la libreta y se levantó cuan alto era. Hardy le imitó, e intentó cogerle por la chaqueta, pero su ex compañero lo detuvo con una mirada gélida que Hardy le había visto en más de una ocasión. El agente se volvió otra vez para mirar a Gamble.

– Diez minutos, Sawyer. A la vista de que no tiene nada más de que informar, me voy a coger mi avión un poco más temprano.

En el momento en que Gamble pasó junto a él, Sawyer le sujetó del brazo y guió al presidente de Tritón hacia la recepción. Sawyer miró a la secretaria.

– Perdónenos un momento, señora.

La mujer vaciló con la mirada puesta en Gamble.

– ¡He dicho perdónenos!

El vozarrón de sargento de Sawyer hizo saltar a la mujer de la silla y salió a toda prisa de la recepción. El agente se volvió hacia el financiero.

– Vamos a aclarar un par de cosas, Gamble. Primero, yo no le doy informes a usted ni a nadie de este lugar. Segundo, a la vista de que al parecer uno de sus empleados conspiró para hacer volar un avión, le haré todas las preguntas que quiera y me importan una mierda sus horarios de viaje. Y si me dice una vez más cuántos minutos me quedan, le arrancaré el maldito reloj de la muñeca y se lo haré tragar. No soy uno de sus criados y nunca, pero nunca más vuelva a hablarme de esa manera. Soy un agente del FBI, y muy bueno. Me han disparado, acuchillado, pateado y mordido algunos hijos de puta que le harían quedar a usted como el mayor mariquita del mundo. Así que si cree que haciéndose el chulo conmigo conseguirá que me mee en los pantalones, nos está haciendo perder el tiempo a todos, incluido usted. Así que ahora vuelva ahí dentro, siéntese y no me toque más los cojones.

Sawyer dedicó dos horas a la entrevista con Gamble y compañía, pasó media hora en la oficina de Jason Archer, prohibió la entrada a la misma y llamó a un equipo de investigadores para que la revisaran a fondo. Sawyer echó un vistazo al ordenador de Jason, pero sin saber que faltaba algo. Lo único que quedaba del micrófono era una pequeña clavija plateada.

El agente caminó hacia el ascensor en compañía de Hardy.

– Lo ves, Frank, te dije que no te preocuparas. Gamble y yo nos llevamos de maravilla.

Hardy soltó una carcajada al escuchar las palabras de su ex compañero.

– Creo que nunca le había visto tan pálido. ¿Qué demonios le dijiste?

– Sólo le dije que me parecía un tipo fantástico. Supongo que se sintió un poco avergonzado de mi franca admiración. -Llegaron al ascensor-. Sabes, no he conseguido mucha información. Toda esta charla sobre Archer como autor del crimen del siglo puede ser muy interesante, pero ahora mismo preferiría tenerlo en una celda.

– Les acabas de dar a estos tipos un repaso de padre y señor mío, y desde luego no estaban acostumbrados a la experiencia. Saben lo que pasó y cómo se hizo, pero todo después de que sucedió.

Sawyer se apoyó en la pared y se pasó la mano por la frente.

– ¿Te das cuenta de que no hay ninguna prueba que relacione a Archer con el atentado del avión?

– Quizás Archer utilizó a Lieberman para cubrir su rastro, pero tampoco hay ninguna prueba de que lo hiciera. Si es así, Archer es un tipo con mucha suerte por no haber subido a aquel avión.

– En ese caso, algún otro se encargó de derribar aquel avión.

Sawyer estaba a punto de apretar el botón del ascensor cuando Hardy le tocó el brazo.

– Oye, Lee, en mi humilde opinión, no creo que tu mayor problema sea probar que Archer está involucrado en el sabotaje.

– Entonces, ¿cuál es mi gran problema, Frank?

– Encontrarlo.

Hardy se marchó. Mientras Sawyer esperaba el ascensor, oyó una voz que lo llamaba.

– Señor Sawyer, ¿tiene un minuto?

Sawyer dio media vuelta y vio a Quentin Rowe, que venía hacia él.

– ¿Qué puedo hacer por usted, señor Rowe?

– Por favor, llámeme Quentin. -Rowe hizo una pausa y miró a un lado y a otro del pasillo-. ¿Le gustaría acompañarme a un breve recorrido por las instalaciones de producción?

– Claro, faltaría más -contestó el agente.

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