Capítulo 58

Mientras corría sobre la arena, el viento, la nieve y el rocío del océano asaltaron a Lee Sawyer desde todos los frentes. Con la cara ensangrentada e hinchada, con el brazo herido y las costillas doliéndole como si estuviera en el infierno, su respiración era brusca y entrecortada. Tardó un momento en quitarse el pesado chaleco antibalas y luego se lanzó hacia delante, apretándose con firmeza una mano contra las costillas agrietadas para mantenerlas en su lugar. Los pies se retorcían sobre la superficie blanda de la arena, haciendo más lento su avance. Se tambaleó y cayó dos veces. Pero imaginó que la persona a la que seguía tendría el mismo problema. Sawyer disponía de una linterna, pero no quería utilizarla, al menos por el momento. En dos ocasiones tuvo que correr sobre el agua helada, al acercarse demasiado al borde del rugiente Atlántico. Miraba fijamente hacia delante, siguiendo las profundas huellas dejadas sobre la arena.

Entonces, Sawyer se encontró con un macizo farallón rocoso. Era una formación rocosa bastante común en la costa de Maine. Por un momento, pensó en cómo podría soslayar el obstáculo, hasta que descubrió un tosco sendero que cruzaba aquella montaña en miniatura. Empezó a subir, y desenfundó la pistola mientras avanzaba. Sawyer se vio golpeado por un muro de rocío del océano provocado por las aguas que golpeaban implacablemente la antigua piedra. Las ropas se le pegaban al cuerpo como si fueran de plástico. A pesar de todo, siguió adelante; su respiración era muy forzada, a grandes bocanadas, al tiempo que hacía esfuerzos por subir por el sendero, que se hacía más y más vertical. Miró por un momento hacia el océano. Oscuro e infinito. Sawyer rodeó una ligera curva en el sendero y se detuvo. Encendió la linterna, justo por delante de donde se encontraba, en el mismo borde del acantilado, antes de que la roca desapareciese para caer en vertical sobre el Atlántico, allá abajo.

La luz iluminó de lleno al hombre, que parpadeó y levantó una mano para protegerse los ojos ante la inesperada explosión de luz. Sawyer respiró hondo, entrecortadamente. El otro hombre hacía lo mismo después de la prolongada persecución. Sawyer se puso una mano en la rodilla para afianzarse cuando ya estaba medio inclinado sobre el precipicio, con el estómago revuelto.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Sawyer con un tono de voz agudo pero claro.

Frank Hardy lo miró, mientras sus agotados pulmones también trataban de absorber entrecortadamente el aire. Lo mismo que Sawyer, Levaba las ropas empapadas y sucias, y el cabello estaba totalmente revuelto por el viento.

– ¿Lee? ¿Eres tú? -preguntó Hardy.

– Te puedo asegurar que no soy Santa Claus, Hardy -replicó Sawyer-. Hazme otra pregunta.

Hardy pudo respirar por fin profundamente.

– Vine con Gamble para celebrar una reunión. Cuando estábamos hablando, me dijo de pronto que fuera a una de las habitaciones de arriba, que tenía que ocuparse de un asunto personal. Lo siguiente que sé es que se desató un verdadero infierno. Salí de allí tan rápidamente como pude. ¿Te importaría decirme qué está ocurriendo?

Sawyer sacudió la cabeza, con un gesto de admiración.

– Siempre pudiste pensar con rapidez si te encontrabas de pie. Eso fue lo que te convirtió en un magnífico agente del FBI. Y a propósito, ¿mataste a Gamble y a Rowe, o fue Gamble el que se te adelantó con Rowe?

Hardy lo miró inexorablemente, con los ojos entrecerrados.

– Frank, toma tu pistola, con el cañón por delante, y arrójala sobre el acantilado.

– ¿Qué pistola, Lee? No voy armado.

– La que utilizaste para disparar contra uno de mis hombres e iniciar esta batalla a tiros ahí atrás, en la casa. -Sawyer hizo una pausa y apretó con más fuerza la culata de su propia pistola-. No te lo diré dos veces, Frank.

Hardy tomó lentamente la pistola y la arrojó sobre el acantilado.

Sawyer se extrajo un cigarrillo de un bolsillo y lo sujetó entre los dientes. Sacó después un encendedor y lo mantuvo en alto.

– ¿Has visto alguna vez uno de éstos, Frank? Son capaces de permanecer encendidos incluso en un tornado. Es como el que utilizaron para derribar el avión.

– No sé nada sobre el atentado con bomba contra ese avión -dijo Hardy, enojado.

Sawyer hizo una pausa para encender el cigarrillo y luego absorbió una profunda bocanada de humo.

– No sabías nada sobre eso, cierto, pero estuviste metido en todo lo demás. De hecho, apuesto a que le cargaste a Nathan Gamble una bonita y pequeña prima. ¿Conseguiste algo de los doscientos cincuenta millones cuyo robo le achacaste a Archer? Falsificaste su firma y todo. Bonito trabajo.

– ¡Estás loco! ¿Por qué iba querer Gamble robarse a sí mismo?

– No lo hizo. Probablemente, ese dinero se distribuyó en cien cuentas diferentes que tiene repartidas por todo el mundo. Era una coartada perfecta. ¿Quién iba a sospechar que el tipo se llevó todo ese dinero? Estoy seguro de que Quentin Rowe entregó la documentación del banco y también penetró en la base de datos de la AFIS en Virginia, para dejar por todas partes las huellas de Riker. Jason Archer había descubierto todo el plan de chantaje con Lieberman. Tenía que contárselo a alguien. ¿A quién? ¿A Richard Lucas? No lo creo. Era un hombre de Gamble, sencillo y simplón. El tipo que estaba metido en el meollo.

– ¿A quién se lo dijo entonces? -preguntó Hardy, cuyos ojos eran ahora como dos puntos penetrantes.

Sawyer dio una larga chupada a su cigarrillo antes de contestar.

– Te lo dijo a ti, Frank.

– Muy bien. Demuéstralo -dijo Hardy con una expresión de asco.

– Acudió a verte. Al «tipo del exterior». Al antiguo agente del FBI, con una lista de elogios en su hoja de servicios tan larga como el brazo. -Sawyer casi escupió estas últimas palabras-. Acudió a verte para que le ayudaras a poner al descubierto todo el asunto. Sólo que tú no podías permitir que eso sucediera. La Tritón Global era tu pasaporte al paraíso. Te proporcionaba aviones privados, las mujeres más bonitas y las ropas más exquisitas, así que eso no era una opción para ti, ¿verdad?

Sawyer hizo una pausa, y continuó:

– Luego, me hiciste pasar por toda esa pantomima, haciéndome creer que Jason era el chico malo. Tuviste que haberte reído mucho de mí al ver cómo me engañabas y jugabas conmigo. O creías haberlo hecho. Pero al darte cuenta de que yo no me lo tragaba todo, te pusiste un poco nervioso. ¿Fue idea tuya el inducir a Gamble a ofrecerme un trabajo? Entre tú y él, nunca me sentí tan popular. -Hardy seguía guardando silencio-. Pero no fue esa tu única representación, Frank.

Sawyer se metió la mano en el bolsillo y sacó unas gafas de sol, que se puso. Ofrecía un aspecto bastante ridículo en la oscuridad.

– ¿Los recuerdas, Frank? ¿Recuerdas a los dos tipos del vídeo en el almacén de Seattle? Llevaban gafas de sol, en el interior de un edificio, en un lugar con muy poca iluminación. ¿Por qué haría alguien una cosa así?

– No lo sé -contestó Hardy, cuya voz fue apenas un susurro.

– Pues claro que lo sabes. Jason creía estar entregando su prueba… al FBI. En las películas, al menos, todos los agentes del FBI llevan gafas de sol, y a los tipos a los que contrataste para que representaran el papel de agentes del FBI les tuvo que haber gustado mucho ir al cine. No podías limitarte a matar a Jason. Tenías que ganarte su confianza, asegurarte de que no le había dicho nada a nadie. La máxima prioridad era recuperar todas las pruebas de que disponía. La videocinta del intercambio tenía que presentarse en perfectas condiciones, porque ya sabías que nos la entregarías a nosotros como prueba de la culpabilidad de Jason. Sólo disponías de una ocasión para filmarla bien. Pero Archer seguía mostrándose receloso. Por eso conservó una copia de la información en otro disquete, que más tarde le envió a su esposa. ¿Le dijiste que recibiría una gran recompensa del gobierno? ¿Fue eso? Probablemente le dijiste que se trataba del éxito más grande conseguido nunca por el FBI.

Hardy permaneció en silencio. Sawyer miró a su antiguo compañero.

– Pero, sin que tú lo supieras, Frank, Gamble tenía su propio y gran problema. Él problema era que Arthur Lieberman estaba a punto de echarlo todo a rodar. Así que no se le ocurrió otra cosa que contratar a Riker para que saboteara el avión de Lieberman. Estoy seguro de que no conocías esa parte del plan. Dispusiste las cosas para que Archer recibiera un billete en el vuelo a Los Ángeles, y luego le hiciste cambiar para que subiera al avión con destino a Seattle, de modo que pudieras filmar tu pequeña videocinta del intercambio. Rich Lucas, un ex agente de la CIA, tenía probablemente muchos lazos con antiguos miembros operativos de los países europeos orientales, con hombres sin familia y sin pasado. Nadie echaría de menos al hombre que se estrelló en lugar de Archer. No tenías ni idea de que Lieberman estaba en ese vuelo a Los Ángeles, ni de que Gamble iba a matarlo. Pero Gamble sabía que ésa era la única forma de que la culpa por la muerte de Lieberman recayera sobre los hombros de Archer. Y, de ese modo, Gamble creía estar matando dos pájaros de un tiro: Archer y Lieberman. Me trajiste el vídeo y yo concentré todos mis esfuerzos en atrapar a Jason, y me olvidé por completo del pobre y viejo Arthur Lieberman. De no haber sido por el hecho de que Ed Page entró en la función, no creo que hubiera retomado nunca el hilo de Lieberman.

»Y no nos olvidemos de la vieja RTG, a la que se le achacó la culpa de todo, mientras que la Tritón terminaba convenientemente con la CyberCom. Te dije que Brophy estaba en Nueva Orleans. Descubriste que estaba realmente conectado con la RTG y que ellos podían conseguir lo que pretendías que hiciera Jason: trabajar para la RTG. De modo que hiciste seguir a Brophy y a Goldman y, en cuanto se te presentó la oportunidad, te libraste de ellos e hiciste que la culpa recayera sobre Sidney Archer. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, ya habías hecho lo mismo con su marido. -Sawyer hizo una pausa-. Eso supone un tremendo cambio, Frank. Un agente del FBI que participa en una conspiración criminal masiva. Quizá debiera llevarte a hacer una visita al lugar donde se estrelló el avión. ¿Te gustaría?

– Yo no tuve nada que ver con el atentado contra el avión, te lo juro -gritó Hardy.

– Lo sé. Pero estuviste implicado en un aspecto. -Sawyer se quitó las gafas de sol-. Mataste al que cometió el atentado.

– ¿Cómo podrías demostrarlo? -preguntó Hardy, mirándolo con ojos encendidos.

– Tú mismo me lo dijiste, Frank. -La expresión de Hardy se quedó petrificada-. Allá, en el garaje que Goldman y Brophy investigaron. El lugar estaba helado. A mí me preocupaba la descomposición de los cuerpos, que las temperaturas tan bajas pudieran hacer imposible el afirmar con toda seguridad el momento exacto de la muerte. ¿Recuerdas lo que me dijiste, Frank? Me dijiste que había ocurrido el mismo problema con el que cometió el atentado. El aire acondicionado hizo que el apartamento se congelara del mismo modo que el aire exterior había hecho con el garaje.

– ¿Y qué?

– No te dije en ningún momento que el aire acondicionado estaba encendido en el apartamento de Riker. De hecho, volví a poner la calefacción en cuanto descubrimos el cuerpo. En ninguno de los informes se mencionó que estuviera puesto el aire acondicionado, aunque, de todos modos, tú tampoco habrías tenido acceso a ellos. -El rostro de Hardy se había puesto ceniciento-. Tú lo sabías, Frank, sencillamente porque fuiste tú mismo quien puso en marcha el aire acondicionado. Cuando descubriste lo del atentado, te diste cuenta de que Gamble te había utilizado. Demonios, quizá tuvieron la intención de asesinar a Riker desde el principio. Pero tú estuviste más que dispuesto a hacer los honores. No se me ocurrió pensarlo hasta que me encontré con el trasero helado en una furgoneta de la policía, mientras nos dirigíamos hacia aquí.

Sawyer se adelantó un paso.

– Doce disparos, Frank. Admito que eso me extrañó realmente. Tuviste que sentirte tan furioso con aquel tipo que perdiste un poco el control y vaciaste sobre él todo el cargador. Supongo que todavía quedaba en ti un poco del policía que fuiste. Pero ahora, todo ha terminado.

Hardy tragó saliva con dificultad e hizo esfuerzos por controlar sus nervios.

– Mira, Lee, todo el mundo que sabía algo sobre mi implicación está muerto.

– ¿Qué me dices de Jason Archer?

Hardy se echó a reír.

– Jason Archer fue un estúpido. Quería el dinero, como todos nosotros. Pero él no tenía estómago, como lo tenemos tú y yo. Seguía sufriendo pesadillas. -Hardy avanzó hacia un lado-. Puedes mirar hacia otra parte, Lee. Eso es todo lo que te pido. Y al mes que viene puedes empezar a trabajar para mi empresa. Un millón de dólares al año. Opciones sobre las acciones y trabajo. Tendrás las cosas solucionadas durante el resto de tu vida.

Sawyer arrojó el cigarrillo.

– Frank, permíteme que te deje una cosa bien clara. No me gusta pedir la comida en idiomas extranjeros, y no reconocería una condenada acción bursátil aunque me la encontrara de frente y se me pegara justamente en las pelotas. -Sawyer levantó el arma-. El lugar adonde vas, las únicas opciones que realmente te quedan son a lo más alto o a lo más bajo.

Hardy se echó a reír.

– Nada de eso, viejo amigo. -Extrajo entonces el disquete de su bolsillo-. Si quieres esto, deja el arma.

– Tienes que estar bromeando…

– Deja el arma -gritó Hardy-, o arrojo al Atlántico todo el caso. Si me dejas marchar, te lo enviaré por correo desde lugares desconocidos.

En el rostro de Hardy apareció una sonrisa cuando Sawyer bajó el arma. Entonces, cuando Sawyer vio aquella sonrisa, volvió a sostener bruscamente la pistola en su posición original.

– Antes quiero saber la respuesta a una pregunta. Y la quiero saber ahora.

– ¿De qué se trata?

Sawyer se adelantó, con el dedo tenso sobre el gatillo.

– ¿Qué le ocurrió a Jason Archer?

– Mira, Lee, ¿qué importa eso…?

– ¿Dónde está Jason Archer? -rugió Sawyer por encima del estruendo de las olas-. Porque eso es exactamente lo que quiere saber la mujer que espera en esa casa y, maldita sea, me lo vas a decir, Frank. Y, a propósito, puedes arrojar ese disquete todo lo lejos que quieras, porque Rich Lucas está vivo -mintió Sawyer, que había visto muerto a Lucas en medio del campo de batalla en que se había convertido aquella habitación en la mansión. El silencioso centinela había guardado silencio para siempre-. ¿Quieres apostar lo ansioso que está por declarar todo lo que sabe sobre ti?

La expresión del rostro de Hardy se hizo tan fría como la piedra al darse cuenta de que su única vía de escape acababa de evaporarse.

– Llévame a la casa, Lee. Quiero hablar con mi abogado.

Hardy se dispuso a avanzar, pero se detuvo en seco al observar la postura de Sawyer, que parecía dispuesto a disparar en cualquier momento.

– Ahora, Frank. Dímelo ahora mismo.

– ¡Vete al infierno! Léeme mis derechos si quieres, pero apártate de mi condenada cara.

Por toda respuesta, Sawyer desplazó la pistola ligeramente hacia la izquierda y disparó una sola bala. Hardy lanzó un grito cuando la bala arrancó la piel y la parte superior de su oreja derecha. La sangre resbaló por la mejilla. Cayó al suelo.

– ¿Te has vuelto loco? -Sawyer apuntó ahora directamente a la cabeza de Hardy-. Te quitarán la placa y la pensión, y el culo se te pudrirá en la cárcel durante más años de los que te quedan de vida, hijo de puta -gritó Hardy-. Lo perderás todo.

– No, lo ganaré. No eres tú la única persona capaz de manipular el escenario del crimen, viejo amigo. -Hardy lo miró con creciente asombro, mientras Sawyer se abría la pistolera que llevaba al cinto y sacaba otra pistola de diez milímetros, que sostuvo en alto-. Ésta será el arma que me arrebataste en el forcejeo. La encontrarán sujeta en tu mano. Desde ella se habrán disparado varias balas, lo que demostrará tus intenciones homicidas. -Indicó con un gesto hacia el vasto océano-. Será un tanto difícil encontrarlas ahí fuera. -Levantó la otra pistola-. Fuiste un investigador de primera, Frank. ¿Te importaría deducir por ti mismo qué papel jugará esta pistola?

– ¡Maldita sea, Lee! ¡No lo hagas!

– Ésta será la pistola que utilizaré para matarte -siguió diciendo Sawyer con calma.

– ¡Santo Dios, Lee!

– ¿Dónde está Archer?

– Por favor, Lee, ¡no lo hagas! -suplicó Hardy.

Sawyer acercó el cañón del arma hasta situarlo a pocos centímetros de la cabeza de Hardy. Cuando éste se cubrió la cabeza con las manos, Sawyer efectuó un rápido movimiento y le arrebató el disquete de entre los temblorosos dedos.

– Ahora que lo pienso, esto podría venirme muy bien -dijo, al tiempo que se lo guardaba en el bolsillo-. Adiós, Frank -añadió al tiempo que su dedo empezaba a presionar el gatillo.

– Espera, espera, por favor. Te lo diré. Te lo diré. -Hardy guardó un momento de silencio y luego miró el rostro inexorable de Sawyer-. Jason está muerto -dijo finalmente.

Aquellas tres palabras golpearon a Lee Sawyer como las chispas de un rayo. Sus anchos hombros se derrumbaron y sintió que le abandonaban los últimos vestigios de su energía. Era casi como si hubiera muerto él mismo. Estaba casi seguro de que se encontraría al final con este resultado, pero aún confiaba en que se produjera un milagro, por el bien de Sidney Archer y de la pequeña. Algo le hizo volverse a mirar detrás de él.

Sidney se encontraba en lo alto del sendero, a poco más de un metro de distancia de él, empapada y temblorosa. Sus miradas se encontraron bajo la tenue luz de la luna, repentinamente surgida a través de un hueco entre las nubes. No necesitaron hablar. Ella misma había escuchado la terrible verdad: su esposo jamás regresaría a su lado.

Un grito brotó por el lado del acantilado. Con el arma preparada, Sawyer se giró en redondo, a tiempo de ver cómo Hardy caía por el acantilado. Se asomó por el borde y tuvo tiempo de ver a su viejo amigo que rebotaba entre las puntiagudas rocas, allá abajo, y terminaba por desaparecer entre las violentas aguas.

Sawyer observó fijamente el abismo durante un rato y luego, con un furioso impulso, arrojó la pistola todo lo lejos que pudo, hacia el océano. Aquel movimiento le provocó un desgarro en las doloridas costillas, pero ni siquiera notó el dolor. Cerró los ojos con fuerza y luego los abrió para contemplar fijamente el perfil salvaje del Atlántico.

– ¡Maldita sea!

El corpachón de Sawyer se inclinó pesadamente hacia un lado, al tiempo que hacía esfuerzos por mantener inmóviles sus costillas fracturadas y en funcionamiento sus cansados pulmones. El antebrazo desgarrado y el rostro golpeado empezaron a sangrar de nuevo.

Se puso rígido al sentir la mano sobre su hombro. Teniendo en cuenta las circunstancias, a Sawyer no le habría extrañado nada ver a Sidney Archer huyendo de allí a toda velocidad; casi esperaba que lo hiciera así. Pero, en lugar de eso, ella le rodeaba la cintura con un brazo y se colocaba un brazo de él sobre su hombro, ayudando así al herido agente del FBI a descender por el sendero.

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