Capítulo 45

El hogar de Page estaba en la planta baja de un caserón de principios de siglo en Georgetown que había sido transformado en un edificio de apartamentos. El adormilado propietario de la casa no puso ningún reparo al deseo de Sawyer de ver el apartamento de Page. El hombre estaba enterado de la muerte de su inquilino y manifestó su pesar. Dos inspectores de homicidios habían visitado el apartamento después de entrevistarse con el arrendatario y algunos vecinos. También había recibido una llamada de la hija de Page desde Nueva York. El detective privado había sido un inquilino modelo. Sus horarios eran un tanto irregulares, y en ocasiones se ausentaba durante algunos días, pero pagaba el alquiler puntualmente el primero de cada mes, era discreto y no causaba problemas. El propietario no conocía a ninguno de sus amigos.

Sawyer abrió la puerta del apartamento con una llave que le dio el propietario, entró con Sidney y encendió la luz. Esperaba tener aquí mejor fortuna aunque no se hacía muchas ilusiones.

Había leído el registro de entradas y salidas del edificio antes de dejar la oficina de Page. El archivador se lo habían llevado el día anterior dos tipos con uniformes de una empresa de mudanzas que traían las llaves de la oficina y una orden de trabajo aparentemente en regla. Sawyer estaba seguro de que la compañía no existía, y que ahora los valiosos documentos que había contenido el archivador, eran un montón de cenizas.

El hogar de Page mostraba la misma sencillez y orden que su oficina. El agente y Sidney recorrieron las diversas habitaciones. Una bonita chimenea con la repisa de estilo Victoriano dominaba el salón. Una de las paredes estaba cubierta por una biblioteca que llegaba hasta el techo. A juzgar por la diversidad de los títulos, Page había sido un lector voraz y ecléctico. Sin embargo, no había ningún diario, agenda o facturas que dieran pista alguna sobre las actividades de Page, aparte de seguir a Sidney y Jason Archer. Acabaron de revisar la sala y el comedor, y se ocuparon de la cocina y el baño.

Sawyer buscó en los lugares habituales como el depósito del inodoro y en la nevera, donde revisó las latas de gaseosa y los cogollos de lechuga para asegurarse de que eran auténticos y no escondrijos de pistas que pudieran aclarar por qué habían asesinado a Ed Page. Sidney entró en el dormitorio para realizar una revisión a fondo que comenzó mirando debajo de la cama y el colchón y acabó en el armario. Las pocas maletas que había no tenían las etiquetas de embarque antiguas. Las papeleras estaban vacías. Ella y Sawyer se sentaron en la cama y contemplaron la habitación. El agente miró las fotos en una mesa auxiliar. Edward Page y su familia en tiempos más felices.

Sidney cogió una de las fotos. «Una bonita familia», pensó, y entonces recordó las fotos que tenía en su casa. Le pareció que había pasado una eternidad desde que esa misma frase había sido válida para su propia familia. Le pasó la foto al agente.

La esposa era muy guapa, opinó Sawyer para sus adentros, y el hijo una imagen en miniatura del padre. La hija era preciosa. Una pelirroja de piernas muy largas; aparentaba unos catorce años. Según la fecha estampada en el dorso la habían tomado hacía cinco años. Ahora debía ser algo espectacular. Pero según el dueño de la casa, toda la familia estaba en Nueva York y Page vivía aquí. ¿Por qué?

En el momento en que se disponía a dejar la foto en su lugar, notó un pequeño bulto en el dorso. Levantó el soporte y varias fotos más pequeñas cayeron al suelo. Sawyer las recogió; todas eran de la misma persona. Un hombre joven, veinteañero. Bien parecido, quizá demasiado para el gusto de Sawyer, que lo calificó de inmediato como un niño bonito. Las prendas eran demasiado elegantes, el peinado demasiado perfecto. Le pareció ver un leve parecido en la línea de la mandíbula y los ojos castaño oscuro. Miró el dorso de las fotos. Todos excepto uno estaban en blanco: alguien había escrito el nombre de Stevie. Quizás era el hermano de Page. En ese caso, ¿por qué había ocultado las fotos?

– ¿Qué opina? -le preguntó Sidney.

– Algunas veces -respondió Sawyer mientras se encogía de hombros-, creo que todo este asunto supera con creces mí capacidad.

El agente metió otra vez las fotos donde las había encontrado, pero se quedó con la que llevaba escrito el nombre. Después cerraron la puerta principal con llave y se marcharon.

Sawyer acompañó a Sidney hasta su casa y después, en un alarde de precaución, revisó todas las habitaciones para asegurarse de que no había nadie más y comprobó que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas.

– De día o de noche, si oye cualquier cosa, si tiene un problema, si le entran ganas de charlar, llámeme. ¿De acuerdo? -Sidney asintió-. Tengo a dos hombres de guardia afuera. Si los necesita estarán aquí en un segundo. -Caminó hasta la puerta principal-. Voy a ocuparme de unas cosas y volveré por la mañana. -Se volvió para mirarla-. ¿Estará bien?

– Sí. -Sidney se cubrió el pecho con los brazos.

Sawyer exhaló un suspiro mientras apoyaba la espalda contra la puerta.

– Espero que algún día pueda presentarle este caso en una bandeja, Sidney, de verdad que lo espero.

– Usted… todavía cree que Jason es culpable, ¿verdad? No puedo culparlo. Sé que todo está en su contra. -Miró las facciones preocupadas del agente, que volvió a suspirar al tiempo que desviaba la mirada. Cuando miró otra vez a Sidney, había en sus ojos un brillo extraño.

– Digamos que comienzo a tener algunas dudas -replicó Sawyer.

– ¿Sobre Jason? -preguntó Sidney, confusa.

– No, sobre todo lo demás. Le prometo una cosa: para mí lo primero es encontrar a su marido sano y salvo. Entonces podremos aclararlo todo, ¿vale?

Sidney se estremeció antes de asentir.

– Vale. -En el momento en que Sawyer se disponía a salir, ella le tocó el brazo-. Gracias, Lee.

Contempló a Sawyer a través de la ventana. El caminó hasta el coche negro que ocupaban los dos agentes del FBI, miró hacia la casa, la vio y levantó una mano en señal de despedida. Sidney intentó devolverle el saludo. Ahora mismo se sentía un tanto culpable por lo que estaba a punto de hacer. Se apartó de la ventana, apagó todas las luces, cogió el abrigo y el bolso y se escabulló por la puerta de atrás antes de que uno de los agentes apareciera para vigilar la zona. Caminó por el bosquecillo que había más allá del patio trasero y salió a la carretera una manzana más allá. Cinco minutos más tarde llegó a una cabina de teléfono y llamó a un taxi.

Media hora más tarde, Sidney metió la llave en la cerradura de seguridad del edificio de oficinas y abrió la pesada puerta de cristal. Corrió hasta los ascensores, entró en uno y subió hasta su piso. Sidney avanzó por el pasillo en penumbra, en dirección al otro extremo de la planta donde se encontraba la biblioteca. Las puertas dobles de cristal opaco estaban abiertas. En la gran sala además de la magnífica colección de textos legales había un lugar reservado en el que los abogados y los pasantes disponían de ordenadores para acceder a los bancos de datos.

Sidney echó una ojeada al interior de la biblioteca antes de arriesgarse a entrar. No oyó ningún ruido ni vio movimiento alguno. Afortunadamente, esa noche nadie estaba ocupado con algún trabajo urgente. Las cortinas metálicas de las dos paredes de cristal estaban cerradas. Nadie podía ver desde el exterior lo que ocurría en la biblioteca.

Se sentó delante de uno de los terminales, y se arriesgó a encender la lámpara de mesa. Sacó el disquete del bolso, puso el ordenador en marcha, tecleó las órdenes para conectar con America Online y se sobresaltó cuando sonó un pitido del módem. A continuación, tecleó el número de usuario y la contraseña de su marido mientras agradecía en silencio que Jason se los hubiera hecho aprender de memoria. Contempló ansiosa la pantalla, con las facciones tensas, la respiración poco profunda y una inquietud en el estómago como si fuera una acusada a la espera del veredicto del jurado. La voz electrónica anunció lo que tanto anhelaba: «Tiene correspondencia».

En el pasillo dos personas avanzaban en silencio hacia la biblioteca.

Sawyer miró a Jackson. Los dos agentes se encontraban en la sala de conferencias del FBI.

– ¿Qué has encontrado sobre el señor Page, Ray?

– Mantuve una larga charla con el departamento de policía de Nueva York -contestó Jackson mientras se sentaba-. Page trabajó allí hasta que se retiró. También hablé con la ex esposa de Page. La saqué de la cama, pero tú dijiste que era importante. Todavía vive en Nueva York pero casi no se relacionaban desde el divorcio. En cambio, él seguía muy unido a los hijos. Conversé con la hija. Tiene dieciocho años y está en el primer año de carrera. Ahora tendrá que enterrar a su padre.

– ¿Qué te dijo?

– Muchísimas cosas. Al parecer, su padre estuvo muy nervioso durante las últimas dos semanas. No quería que ellos le visitaran. Había comenzado a llevar un arma, cosa que no había hecho en años. De hecho, Lee, llevó un revólver en el viaje a Nueva Orleans. Lo encontraron en la maleta junto al cadáver. El pobre desgraciado no tuvo ocasión de utilizarlo.

– ¿Por qué dejó Nueva York y se vino aquí, si su familia seguía allí?

– Ese es un punto interesante -señaló Jackson-. La esposa no quiso opinar. Sólo dijo que el matrimonio se había hundido y nada más. En cambio, la hija cree otra cosa.

– ¿Te dio alguna razón?

– El hermano menor de Ed Page también vivía en Nueva York. Se suicidó hará cosa de unos cinco años. Era diabético. Se inyectó una sobredosis de insulina después de emborracharse. Los dos hermanos estaban muy unidos. Según la muchacha, su padre nunca volvió a ser el mismo después de aquello.

– Entonces, ¿lo único que quería era cambiar de ciudad?

– Por lo que deduje de la charla con la hija, Ed Page estaba convencido de que la muerte de su hermano no fue un suicidio o accidental.

– ¿Creía que le habían asesinado?

Jackson asintió.

– ¿Por qué?

– He pedido una copia del expediente a la policía de Nueva York. Quizás encontremos algunas respuestas, aunque cuando hablé con el inspector que se encargó del caso, me dijo que todas las pruebas señalaban hacia el suicidio o un accidente. El tipo estaba borracho.

– Si se suicidó, ¿alguien sabe por qué?

– Steven Page era diabético, así que no gozaba de mucha salud. Según la hija de Page, su tío nunca conseguía normalizar la insulina. Aunque sólo tenía veintiocho años cuando murió, sus órganos internos habían sufrido un desgaste de una persona mucho mayor. -Jackson hizo una pausa para mirar sus notas-. Para colmo, Steven Page acababa de descubrir que era seropositivo.

– Mierda. Eso explica la borrachera -exclamó Sawyer.

– Es probable.

– Y quizás el suicidio.

– Eso es lo que cree la policía de Nueva York.

– ¿Se sabe cómo se contagió?

– Nadie lo sabe; al menos, oficialmente. Aparece en el informe del forense pero no pueden determinar el origen. Se lo pregunté a la ex esposa de Ed, que no sabía nada. En cambio, la hija me dijo que su tío era gay. No con todas las letras, pero estaba bastante segura y cree que así pilló el Sida.

Sawyer se rascó la cabeza y resopló, intrigado.

– ¿Hay algún vínculo entre el presunto asesinato de un homosexual cometido en Nueva York hace cinco años, la traición de Jason Archer a su empresa y un avión que se estrelló en un campo de Virginia?

– Quizá, por alguna razón que desconocemos, Page sabía que Archer no estaba en aquel avión -respondió Jackson.

Por un instante, Sawyer se sintió culpable. Por su conversación con Sidney -una conversación que no había compartido con su compañero- estaba enterado de ese hecho.

– Por lo tanto -dijo-, cuando Jason Archer desapareció, pensó en seguirle la pista a través de la esposa.

– Eso parece bastante lógico. Puede ser que los de Tritón contrataran a Page para que investigara las filtraciones, y el tipo descubrió a Archer.

– No lo creo -señaló Sawyer-. Entre el servicio de seguridad de la compañía de Hardy y el personal propio tienen gente de sobra para ese trabajo.

Una mujer entró en la sala con una carpeta y se la dio a Jackson.

– Ray, esto lo acaba de enviar por fax la policía de Nueva York.

– Gracias, Jennie.

La mujer se marchó, y Jackson comenzó a leer el expediente mientras Sawyer hacía un par de llamadas.

– ¿Es el expediente de Steven Page? -preguntó Sawyer.

– Sí, y es muy interesante.

Sawyer se sirvió una taza de café y se sentó junto a su compañero.

– Steven Page estaba empleado en Fidelity Mutual en Manhattan -le informó Jackson-. Una de las compañías de inversiones más grandes del país. Vivía en un bonito apartamento; tenía la casa llena de antigüedades, pinturas, un armario lleno de trajes de Brooks Brothers; un Jaguar en el garaje. Además, tenía una magnífica cartera de inversiones: acciones, bonos, fondos, cédulas. Más de un millón de dólares.

– No está mal para un jovencito de veintiocho años. Son los tipos metidos en inversiones los que se llevan el gato al agua. Mocosos que ganan millones haciendo Dios sabe qué. Supongo que jodiendo a la gente como tú y yo.

– Sí, pero Steven Page no era un banquero. Trabajaba de analista financiero, estudiaba el mercado. Cobraba un sueldo, y según este informe, tampoco cobraba mucho.

– Entonces ¿cómo es que tenía esa cartera de inversiones? -Sawyer frunció el entrecejo-. ¿Utilizó fondos de Fidelity?

– La policía lo investigó. No faltaban fondos de Fidelity.

– Entonces, ¿a qué conclusión llegaron?

– Creo que a ninguna. A Page lo encontraron solo en el apartamento, con la puerta y las ventanas cerradas desde el interior. Y en cuanto el informe del forense mencionó el posible suicidio con una sobredosis de insulina, se despreocuparon del asunto. Por si no lo sabes, Lee, en Nueva York se les amontonan los casos de homicidios.

– Gracias por la información, Ray. ¿Quién fue el heredero?

Jackson echó una ojeada al informe.

– Steven Page no dejó testamento. Sus padres habían muerto, era soltero y no tenía hijos. Su hermano, Edward, como único pariente, lo heredó todo.

– Eso es interesante.

– No creo que Ed Page se cargara a su hermano menor para pagar la educación de sus hijos. Por lo que averigüé, él fue el primer sorprendido cuando se enteró de que su hermano era millonario.

– ¿Hay algo en el informe de la autopsia que te parezca raro?

Jackson cogió dos páginas de la carpeta y se las pasó a Sawyer.

– Steven Page murió como consecuencia de una sobredosis de insulina. Se inyecto a sí mismo en el muslo. Es el lugar habitual para los diabéticos. Había marcas anteriores que lo confirman. En la jeringuilla sólo había sus huellas digitales. El informe de toxicología señala que el nivel de alcohol en sangre era de uno coma ocho. Esto no le ayudó mucho cuando se inyectó la sobredosis. El algor mortis indicó que llevaba muerto unas doce horas cuando lo encontraron; la temperatura del cuerpo era de unos veintiséis grados. El rigor mortis era total, cosa que corrobora la hora de la muerte señalada por la temperatura corporal e indica que ocurrió entre las tres y las cuatro de la mañana. El tipo murió donde lo encontraron.

– ¿Quién lo encontró?

– La mujer de la limpieza. Seguramente, no fue un espectáculo agradable.

– La muerte nunca lo es. ¿Dejó alguna nota?

Jackson meneó la cabeza.

– ¿Page hizo alguna llamada antes de palmarla?

– La última llamada que hizo Steven Page desde su apartamento fue a las siete y media de la tarde anterior.

– ¿A quién llamó?

– A su hermano.

– ¿La policía habló con Ed Page?

– Desde luego. En cuanto se enteraron de que Steven Page era rico.

– ¿Ed Page tenía una coartada?

– Una muy buena. Como sabes, en aquel tiempo era policía. Estaba trabajando en una operación antidroga con otros agentes en el Lower East Side a la hora de la muerte de su hermano.

– ¿Le preguntaron sobre la conversación telefónica?

– Declaró que su hermano parecía desesperado. Steven le dijo que era seropositivo. Page señaló que por el tono le pareció que estaba borracho.

– ¿No fue a verlo?

– Dijo que lo intentó, pero que su hermano no quiso saber nada. Al final acabó por colgarle el teléfono. Ed Page lo llamó un par de veces sin resultado. Entraba de servicio a las nueve. Decidió dejar tranquilo a su hermano e ir a verlo a la mañana siguiente. Acabó el turno a las diez de la mañana. Se fue a casa a dormir unas horas, y a eso de las tres de la tarde fue a la oficina de su hermano en el centro. Allí le dijeron que no había ido a trabajar y, entonces, se dirigió al apartamento de Steven. Llegó casi con los de homicidios.

– Pobre tipo. Supongo que el sentimiento de culpa debió ser terrible.

– Si hubiese sido mi hermano menor… -comentó Jackson-. La cuestión es que consideró un suicidio. Todos los hechos lo confirmaban.

– Y, sin embargo, Ed Page no se lo creyó. ¿Por qué?

– Quizás era lo que necesitaba. -Jackson encogió los hombros-. Quizá se sentía culpable y negar el suicidio le hacía sentirse mejor. ¿Quién sabe? La policía no encontró nada fuera de lugar, y por lo que veo en este informe yo tampoco.

Sawyer, perdido en sus pensamientos, no respondió. Jackson recuperó las dos hojas del informe de la autopsia de Steven Page y las guardó en la carpeta. Miró a su compañero.

– ¿Encontraste algo en la oficina de Page?

– No. Pero sí encontré algo interesante en su casa -respondió Sawyer distraído. Metió la mano en el bolsillo de la americana y sacó la foto marcada con el nombre de «Stevie». Se la dio a Jackson-. Es interesante porque estaba oculta en el dorso de otra foto más grande. Creo que es Steven Page.

Jackson se quedó boquiabierto en el instante en que miró la foto.

– ¡Oh, Dios mío! -Se levantó bruscamente-. ¡Oh, Dios mío! -repitió mientras trataba de controlar el temblor de las manos-. Esto no es posible.

– ¿Ray, Ray? ¿Qué coño pasa?

Jackson corrió hasta otra de las mesas de la sala. Comenzó a buscar entre las carpetas. Las abría, les echaba una ojeada y las tiraba. Su conducta era cada vez más frenética. Por fin, encontró lo que buscaba y permaneció en silencio con la mirada fija en una página. Sawyer se acercó en el acto.

– Maldita sea, Ray, ¿de qué se trata?

Jackson alcanzó la página donde estaba pegada una foto y Sawyer la miró incrédulo. Tenía ante sus ojos el precioso rostro de Steven Page. Sawyer recogió la foto que había traído del apartamento de Ed Page y comparó ambas fotos. No había ninguna duda; era el mismo hombre. Miró a su compañero.

– ¿Dónde encontraste esta foto, Ray? -preguntó casi en un susurro.

Jackson se humedeció los labios mientras meneaba la cabeza.

– No me lo puedo creer.

– ¿Dónde, Ray, dónde?

– En el apartamento de Arthur Lieberman.

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