Eran las ocho cuando Sawyer aparcó delante de su casa después de cenar con Frank Hardy. Se apeó del coche con una sensación muy agradable en el estómago. Sin embargo, su mente no compartía la misma sensación. Este caso tenía tantos interrogantes que no sabía por dónde empezar.
En el momento en que cerraba la puerta del coche, vio un Rolls-Royce Silver Cloud que circulaba en su dirección. En su barrio la presencia de un lujo tan espectacular era algo inusitado. A través del parabrisas vio al chófer con gorra negra. Sawyer tuvo que mirar dos veces untes de descubrir lo que le parecía extraño. El chófer estaba sentado en el lado derecho; era un coche de fabricación inglesa. El vehículo aminoró la marcha y se detuvo junto a su coche. Sawyer no alcanzaba a ver el asiento trasero porque el cristal era oscuro. Se preguntó si vendría así de fábrica o era algo opcional. No tuvo tiempo para pensar nada más. El ocupante del asiento trasero bajó la ventanilla y Sawyer se encontró delante de Nathan Gamble. Mientras tanto, el chófer había bajado del Rolls y esperaba junto a la puerta del pasajero.
La mirada de Sawyer recorrió todo el largo del impresionante vehículo antes de fijarse otra vez en el presidente de Tritón.
– No está mal el trasto. ¿Qué tal el consumo?
– A mí qué más me da. ¿Le gusta el baloncesto? -Gamble cortó la punta de un puro y se tomó un momento para encenderlo.
– ¿Perdón?
– La NBA. Unos negros muy altos que corren en pantalones cortos a cambio de montañas de dinero.
– A veces los veo por la tele cuando tengo tiempo.
– Bueno, entonces, suba.
– ¿Para qué?
– Espere. Le prometo que no se aburrirá.
Sawyer miró a un lado y otro de la calle y se encogió de hombros. Guardó las llaves de su coche en el bolsillo y miró al chófer. El mismo abrió la puerta y subió. En el momento de sentarse vio a Richard Lucas en el asiento opuesto. Sawyer le saludó con un gesto y el jefe de seguridad de Tritón le correspondió de la misma manera. El Rolls se puso en marcha.
– ¿Quiere uno? -Gamble le ofreció un puro-. Cubano. Va contra la ley importarlos en este país. Creo que por eso me gustan tanto.
Sawyer cogió el habano y le cortó la punta con el cortapuros que le alcanzó Gamble. El agente se sorprendió cuando Lucas le ofreció fuego pero aceptó el servicio. Dio unas cuantas chupadas rápidas y después una larga para encenderlo bien.
– No está mal. Creo que no le acusaré por contrabando.
– Muchísimas gracias.
– Por cierto, ¿cómo sabe dónde vivo? Espero que no me haya estado siguiendo. Me pongo muy nervioso cuando lo hacen.
– Tengo cosas mejores que hacer, se lo aseguro.
– ¿Y?
– ¿Y qué? -Gamble lo miró.
– ¿Cómo sabe dónde vivo?
– ¿A usted que más le da?
– Me da y mucho. En mi trabajo no se va por ahí divulgando el lugar que uno llama hogar.
– Vale. Déjeme que piense. ¿Cómo lo hicimos? ¿Miramos en la guía de teléfonos? -Gamble meneó la cabeza con fuerza y miró divertido al agente-. No, no miramos la guía.
– Perfecto, porque no aparezco en la guía.
– Eso es. Quizá lo adivinamos. -Gamble sopló un par de anillos de humo. Ya sabe, toda nuestra tecnología informática. Somos el Gran Hermano, lo sabemos todo. -Gamble se echó a reír mientras le daba una chupada al puro y miraba a Lucas.
– Nos lo dijo Frank Hardy -le informó Lucas-. En confianza, desde luego. No tenemos la intención de divulgar la noticia. Comprendo su preocupación. -Richard Lucas hizo una pausa-. Entre nosotros, estuve diez años en la CIA.
– Ah, Rich, le has descubierto el secreto. -El olor a alcohol en el aliento de Gamble llenaba el coche. El millonario abrió una puerta en el revestimiento de madera del Rolls y dejó a la vista un bar bien provisto.
– Usted parece de los hombres que beben whisky con sifón.
– Ya he bebido bastante en la cena.
Gamble llenó una copa con whisky. Sawyer miró a Lucas, que le devolvió la mirada. Al parecer esto era algo habitual.
– En realidad -prosiguió el agente-, no esperaba volver a verle después de nuestra charla del otro día.
– La respuesta a eso es que me bajó los humos y probablemente me lo merecía. Le puse a prueba con mi representación del gran jefe gilipollas y pasé el examen con sobresaliente. Como se puede imaginar, no conozco a mucha gente con cojones para hacer eso. Y cuando me encuentro con uno, intento conocerlo mejor. Además, a la vista de los últimos acontecimientos quería hablar con usted sobre el caso.
– ¿Últimos acontecimientos?
Gamble bebió un trago de whisky.
– Ya sabe. ¿Sidney Archer? ¿Nueva Orleans? ¿RTG? Hace un segundo que acabo de hablar con Hardy.
– Trabaja usted deprisa. Nos despedimos hace cosa de veinte minutos.
Gamble sacó un teléfono móvil muy pequeño de un receptáculo en el reposabrazos del Rolls.
– No lo olvide, Sawyer, trabajo en el sector privado. Si no te mueves deprisa, no te mueves en absoluto, ¿entendido?
Sawyer dio una larga chupada al puro antes de responder.
– Ya me doy cuenta. Por cierto, no me ha dicho adónde vamos.
– No. No se preocupe. Llegaremos dentro de muy poco. Y entonces usted y yo podremos conversar a gusto.
El USAir Arena era el estadio de los Washington Bullets y los Washington Capitals, al menos hasta que acabaran de construir el nuevo estadio. El recinto estaba a rebosar para el partido entre los Bullets y los Nicks. Nathan Gamble, Lucas y Sawyer subieron en el ascensor privado hasta el segundo piso del estadio, donde estaban ubicados los palcos de las empresas. El agente tuvo la sensación de encontrarse en un transatlántico de lujo cuando cruzó el pasillo y entró por una puerta con el cartel de Tritón Global. Estas no eran unas vulgares butacas para un partido; el palco era más grande que su apartamento.
Una joven atendía el bar y en una mesa había un bufé. Había un baño, un armario, sofás, sillones y una pantalla de televisión enorme donde transmitían el partido. Desde lo alto de la escalera que bajaba al ventanal, Sawyer escuchó los gritos de la multitud. Miró el televisor. Los Bullets ganaban por siete a los Nicks, que eran los favoritos.
Sawyer se quitó el sombrero y el abrigo y siguió a Gamble hasta el bar.
– Ahora sí que beberá algo -dijo Gamble-. No se puede mirar un partido sin una copa en la mano.
– Una Bud, si tiene -le pidió Sawyer a la camarera. La joven sacó una lata de Budweiser del frigorífico, la abrió y comenzó a servir la cerveza en un vaso. El agente la interrumpió-. En la lata me va bien, gracias.
Sawyer echó una ojeada al palco. No había nadie más. Se acercó al bufé. Todavía estaba lleno de la cena, pero no podía resistirse a la tentación de unas patatas fritas con salsa.
– ¿El lugar siempre está así de vacío? -le preguntó a Gamble mientras cogía un puñado de patatas fritas. Lucas se acomodó junto a una pared.
– Por lo general está abarrotado -contestó Gamble-. Es un magnífico aliciente para los empleados. Los mantiene felices y trabajadores. -La camarera le sirvió la bebida a Gamble, y él sacó un fajo de billetes de cien dólares, cogió un vaso del mostrador y metió los billetes en el vaso-. Ten, la camarera necesita un bote. Vete a comprar alguna cosilla. -La joven casi gritó de alegría mientras Gamble se unía a Sawyer.
– Están jugando muy bien -comentó el agente, que señaló el televisor con la lata de cerveza-. Me sorprende que esto no esté a rebosar.
– Más me sorprendería a mí porque ordené que no repartieran pases para el partido de esta noche.
– ¿Por qué hizo eso? -Sawyer bebió un trago de cerveza.
Gamble cogió al agente del brazo.
– Porque quería hablar con usted en privado.
El millonario llevó a Sawyer hasta el ventanal. Desde allí la vista era casi vertical sobre la cancha. Sawyer miró con un poco de envidia a los equipos de hombres jóvenes, altos, musculosos y muy ricos que corrían arriba y abajo. El sector de butacas estaba cerrado por los tres lados con cristales. A cada lado estaban los ocupantes de los otros palcos, pero los cristales eran tan gruesos que se podía hablar en privado en medio de una multitud de quince mil personas.
Los dos hombres se sentaron. Sawyer señaló con un gesto la escalera.
– ¿A Rich no le gusta el baloncesto?
– Lucas está de servicio.
– ¿Alguna vez no lo está?
– Cuando duerme. Algunas veces le dejo que lo haga.
Sawyer echó una ojeada, curioso. Nunca había estado en uno de estos palcos, y después de la cena elegante con Hardy se sentía un poco fuera de su elemento. Al menos tendría algunas historias que contarle a Ray. Miró a Gamble y dejó de sonreír. Nada en la vida era gratis. Todo tenía un precio. Decidió que había llegado el momento de pedir la factura.
– ¿De qué quería hablarme?
Gamble contempló el partido durante unos segundos pero en realidad sin verlo, abstraído en sus problemas.
– La cuestión es que necesitamos CyberCom. La necesitamos más que nada en el mundo.
– Oiga, Gamble, no soy su asesor económico. Soy un poli. Me importa muy poco si consigue o no comprar CyberCom.
Gamble chupó un cubito de hielo. Al parecer no había escuchado las palabras de Sawyer.
– Uno se mata para construir una cosa, y nunca es bastante, ¿sabe? Siempre hay alguien que te lo quiere arrebatar. Siempre hay alguien que intenta joderte vivo.
– Si busca un hombro para llorar, busque en otra parte. Tiene más dinero del que podrá gastar en toda su vida. ¿Qué más le da?
– Porque uno se acostumbra, por eso -estalló Gamble, que se calmó de inmediato-. Uno se acostumbra a estar en la cumbre. Saber que todo el mundo intenta medirse con uno. Pero también el dinero tiene mucho que ver. -Miró al agente-. ¿Quiere saber cuánto gano al año?
A pesar de sí mismo, Sawyer sintió curiosidad.
– No sé por qué me da la impresión de que me lo dirá de todos modos.
– Mil millones de dólares. -Gamble escupió el cubito en la copa.
Sawyer bebió un trago de cerveza mientras pensaba en esta sorprendente información.
– Este año me tocará pagar cuatrocientos millones de dólares en impuestos. Con lo que pago ¿no cree que me merezco un poco de cariño de ustedes, los federales?
– Si lo que busca es cariño, pruebe con las putas de la calle Catorce -dijo Sawyer con una mirada de furia-. Son mucho más baratas.
– Coño, ustedes no captan el esquema general, ¿verdad?
– ¿Por qué no me lo explica?
– Ustedes tratan a todos de la misma manera -dijo Gamble con un tono de incredulidad.
– Perdón, ¿quiere decir que eso está mal?
– No sólo está mal, es una estupidez.
– Supongo que nunca se tomó la molestia de leer la Declaración de la Independencia; ya sabe, esa parte un poco tonta sobre que los hombres son todos iguales.
– Yo hablo de la realidad. Hablo de negocios.
– No hago distinciones.
– Va listo si cree que voy a tratar al presidente de Citicorp como trato al conserje del edificio. Un tipo me puede prestar miles de millones de dólares y el otro no va más allá de fregarme el baño.
– Mi trabajo consiste en perseguir a criminales, ricos, pobres y de los del medio. Para mí no hay ninguna diferencia.
– Sí, bueno, no soy un criminal. Soy un contribuyente, tal vez el mayor contribuyente de todo el país, y lo único que pido es un pequeño favor que en el sector privado me lo harían sin tener que pedirlo.
– Bien por el sector privado.
– Eso no tiene gracia.
– Tampoco pretendía que la tuviera. -Sawyer le miró a los ojos hasta que Gamble desvió la mirada. El agente se miró las manos y bebió otro trago. Cada vez que estaba con este tipo se le disparaba la presión.
En la cancha, un triple del equipo local hizo que la multitud se pusiera en pie, delirante.
– Por cierto -dijo Sawyer, ¿alguna vez ha pensado que no está bien que sea más rico que Dios?
– ¿Como esos tipos de allá abajo? -Gamble se rió mientras señalaba a los jugadores-. En realidad, dada la situación actual, creo que este año he ganado más que Dios. -Se frotó los ojos-. Como le dije, ya no se trata del dinero. Tengo más del que puedo gastar. Pero me gusta el respeto que da el estar en la cima. Todo el mundo espera a ver lo que haces.
– No confunda respeto con miedo.
– Para mí las dos cosas van juntas. Oiga, he llegado hasta aquí porque soy un hijo puta muy duro. Si usted me jode, yo le jodo pero más. Me crié más pobre que las ratas, tomé un autocar a Nueva York cuando tenía quince años, comencé a trabajar en Wall Street de mensajero, por unos dólares al día, alcancé la cumbre y nunca miré atrás. Gané fortunas, las perdí y volví a ganarlas. Coño, tengo media docena de títulos honorarios de la universidad y nunca acabé el graduado escolar. No tienes más que hacer donaciones. -Sonrió.
– Felicidades. -Sawyer comenzó a levantarse-. Es hora de irse.
Gamble le cogió del hombro pero lo soltó en el acto.
– Escuche, leí el periódico. Hablé con Hardy. Y ya siento el resuello de RTG en el cuello.
– Como le dije antes, ese no es mi problema.
– No me molesta el juego limpio, pero no pienso perder porque un empleado infiel me vendió al enemigo.
– Eso está por verse. No hemos encontrado ninguna prueba. Le guste o no eso es lo único que importa en el juicio.
– Usted vio la cinta. ¿Qué más pruebas necesita? Coño, lo único que pido es que haga su trabajo. ¿Qué tiene eso de malo?
– Vi a Jason Archer entregar unos documentos a unas personas. Pero no tengo ni idea de qué eran esos documentos o quiénes eran esas personas.
– Verá -dijo Gamble-, el problema es que si RTG conoce mi oferta y le ofrece más a CyberCom, estoy hundido. Necesito que usted demuestre que me engañaron. Una vez que consigan CyberCom, da lo mismo cómo lo hicieran, es suya. ¿Se da cuenta dónde quiero ir a parar?
– Trabajo todo lo que puedo, Gamble. Pero de ninguna manera pienso acomodar mis investigaciones a sus negocios particulares. Para mí, el asesinato de ciento ochenta y una personas inocentes significa mucho más de lo que usted paga en impuestos. Gamble, ¿se da cuenta dónde quiero ir a parar? -Gamble se encogió de hombros-. Si resulta que RTG está detrás, entonces puede estar seguro de que dedicaré todos mis esfuerzos para detenerlos.
– Pero ¿no le podría apretar un poco las tuercas ahora mismo? Si el FBI los investiga quedarían apartados de la carrera por CyberCom.
– Lo estamos investigando, Gamble. Estas cosas llevan tiempo. Es la burocracia, no lo olvide.
– Tiempo es algo que no me sobra -gruñó el millonario.
– Lo lamento, pero la respuesta es no. ¿Quiere alguna cosa más?
Los dos hombres contemplaron el partido en silencio durante unos minutos. Sawyer cogió unos prismáticos que estaban sobre la mesa. Mientras miraba el juego preguntó:
– ¿Qué pasa con Tylery Stone?
– Si no estuviésemos tan adelantados en las negociaciones con CyberCom, los despediría ahora mismo. Pero la cuestión es que necesito su experiencia jurídica y su memoria institucional. Al menos por ahora. -El millonario hizo una mueca.
– Pero no necesita a Sidney Archer.
– Jamás hubiera imaginado que esa tía hiciera algo así. -Gamble meneó la cabeza-. Una abogada de primera. Y, además, una mujer preciosa. Qué desperdicio.
– ¿Cómo es eso?
Gamble le miró asombrado.
– Perdone, pero ¿usted y yo leemos el mismo periódico? Está metida en esto hasta el cuello.
– ¿Usted cree?
– ¿Usted no?
Sawyer se encogió de hombros y acabó la cerveza.
– La tía se larga después del funeral del marido -dijo Gamble-. Hardy me ha dicho que intentó darles a ustedes esquinazo. La siguieron hasta Nueva Orleans. Actuó de manera sospechosa y regresó inmediatamente después de recibir una llamada telefónica. Hardy dijo que ustedes creen que alguien entró en la casa mientras ella les alejaba del rastro. Por cierto, estuvo usted muy brillante al dejar que eso sucediera.
– Tendré que tener más cuidado con lo que le diga a Frank en el futuro.
– Le pago un montón de dinero. Más le vale mantenerme informado.
– Estoy seguro de que se gana cada centavo.
– ¡Sí, centavos! Qué gracioso.
Sawyer miró a Gamble de soslayo.
– Pese a todo lo que hace por usted, no parece respetar mucho a Frank.
– Lo crea o no, soy muy exigente.
– Frank fue uno de los mejores agentes de toda la historia del FBI.
– Tengo poca memoria para el trabajo bien hecho. Tienen que demostrarme continuamente que son buenos. -La sonrisa de Gamble se convirtió en una expresión furiosa-. Por otro lado, jamás olvido las pifias.
Una vez más se centraron en el juego hasta que habló Sawyer.
– ¿Alguna vez le ha estropeado algo Quentin Rowe?
Gamble pareció sorprendido por la pregunta.
– ¿A qué viene eso?
– Porque el tipo es su gallina de los huevos de oro y por lo que comentan usted lo trata como basura.
– ¿Quién dice que es mi gallina de los huevos de oro?
– ¿Insinúa que no lo es? -Sawyer cruzó los brazos.
Gamble demoró la respuesta. Observó por unos instantes el contenido de la copa.
– He tenido muchas gallinas de ésas en mi carrera. No se llega donde estoy con un solo caballo.
– Pero Rowe es valioso para usted.
– Si no lo fuera, no me serviría su compañía.
– Así que lo tolera.
– Mientras entre dinero.
– Qué suerte la suya.
En el rostro de Gamble apareció una expresión feroz.
– Cogí a un gilipollas soñador que era incapaz de ganar un centavo por su cuenta y lo convertí en el treintañero más rico del país. Ahora, dígame, ¿quién es el afortunado?
– No pretendo quitarle méritos, Gamble. Usted persiguió un sueño y lo hizo realidad. Supongo que ésa es la idea de este país.
– Lo tomaré como un cumplido viniendo de su parte. -Gamble volvió a mirar el partido de baloncesto.
Sawyer se puso de pie y aplastó la lata de cerveza entre los dedos.
– ¿Qué hace? -le preguntó Gamble.
– Me voy a casa. Ha sido un largo día. -Sostuvo en alto la lata aplastada-. Gracias por la cerveza.
– Le diré al chófer que lo lleve. Yo me quedaré aquí un rato.
Sawyer echó una ojeada al lujoso palco.
– Creo que por hoy ya he tenido una ración más que suficiente de vida aristocrática. Cogeré el autobús. Pero gracias por la invitación.
– Sí, yo también he disfrutado con la compañía -replicó Gamble con un tono cargado de sarcasmo.
El agente ya subía las escaleras cuando el «¡Eh, Sawyer!» del millonario le hizo volverse. Gamble le miró por unos instantes y después exhaló un fuerte suspiro.
– Se le ve el plumero, ¿vale?
– Vale -contestó el agente.
– No siempre he sido millonario. Recuerdo muy bien cuando no tenía ni un centavo y era un don nadie. Quizá por eso soy tan cabrón cuando se trata de negocios. Me da pánico sólo de pensar en volver a la misma situación.
– Disfrute de lo que queda de partido -le contestó, y se marchó mientras Gamble contemplaba la copa, ensimismado.
El agente casi se llevó por delante a Lucas cuando llegó al rellano. Al parecer, el jefe de seguridad se había situado allí para proteger mejor a su jefe y Sawyer se preguntó si habría escuchado algo de la conversación. Lo saludó con una inclinación de cabeza y entró en el bar. Con un movimiento fluido arrojó la lata de cerveza vacía y la encestó en el cubo de la basura. La encargada del bar lo miró con admiración.
– Eh, quizá los Bullets quieran contratarlo.
– Sí, podría ser el chico blanco del equipo -comentó Sawyer. En el momento de salir volvió la cabeza para decirle a Lucas-: Sonríe, Rich.