Capítulo 3

La luz de la luna que entraba por la ventana daba forma a diversos objetos en el interior de la habitación a oscuras. Sobre la sólida cómoda de pino había tres hileras de fotos enmarcadas. En una de las fotos, ubicada en la hilera trasera, Sidney Archer, vestida con un traje chaqueta azul marino, se apoyaba en un resplandeciente Jaguar plateado. A su lado, Jason Archer, con tirantes y camisa de fiesta, sonreía al tiempo que miraba arrobado los ojos de Sidney. Otra foto mostraba a la misma pareja, con un vestuario informal, delante de la torre Eiffel, con las manos apuntando hacia arriba y las bocas abiertas en una risa espontánea.

En la hilera del medio, aparecía Sidney, algunos años mayor, con la cara hinchada, el pelo mojado y aplastado contra el cráneo, en una cama de hospital. Sostenía entre los brazos un bulto diminuto, con los ojos cerrados. En la foto contigua aparecía Jason, con los ojos somnolientos y barbudo, en camiseta y calzoncillos, tendido en el suelo. El bulto, ahora con los ojos azules bien abiertos, descansaba feliz sobre el pecho del padre.

La foto central de la primera hilera había sido tomada en Halloween. El pequeño bulto tenía ahora dos años y aparecía vestida como una princesa, con corona y zapatillas de raso. La madre y el padre permanecían orgullosos en segundo plano, la mirada fija en la cámara, y las manos sujetando la espalda y los hombros de la niña.

Jason y Sidney estaban acostados. Jason daba vueltas y más vueltas. Había transcurrido una semana desde la última visita nocturna a su oficina. Había llegado el momento del desenlace y le resultaba imposible dormir. Junto a la puerta del dormitorio, una bolsa de deportes muy fea con rayas azules entrecruzadas y las iniciales JWA descansaba al lado de un maletín metálico negro. El reloj de la mesilla marcaba las dos de la mañana. Sidney sacó de debajo de las mantas uno de sus brazos largos y delgados, lo pasó por encima de la cabeza de Jason y comenzó a jugar con su pelo.

Sidney se levantó apoyada en un codo y continuó jugando con el pelo de su marido mientras se acercaba a él hasta que sus cuerpos quedaron unidos. El fino camisón se le pegaba al cuerpo. «¿Estás dormido?», le preguntó. Al fondo, los crujidos secos de la vieja casa eran los únicos sonidos que rompían el silencio. Jason se giró para mirar a su esposa.

– No.

– Lo sabía, no dejas de moverte. Algunas veces lo haces dormido. Tú y Amy.

– Espero no haber hablado en sueños. No quiero revelar mis secretos -dijo con una débil sonrisa.

Ella comenzó a acariciarle el rostro.

– Supongo que todo el mundo necesita tener algún secreto, aunque convenimos que no tendríamos ninguno.

Sidney soltó una risita que sonó hueca. Jason abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se apresuró a cerrarla. Estiró los brazos y miró el reloj. Lanzó un gemido al ver la hora.

– Caray, más vale que me levante. El taxi estará aquí a las cinco y media.

Sidney miró las maletas junto a la puerta y frunció el entrecejo.

– Este viaje resulta un tanto inesperado, Jason.

El no la miró. En cambio, se frotó los ojos y bostezó.

– Ya lo sé. No me he enterado hasta última hora de ayer. Cuando el jefe dice: «En marcha», allá voy.

– Sabía que llegaría el día en el que ambos estaríamos fuera de la ciudad al mismo tiempo -dijo Sidney con un suspiro de resignación.

– Pero lo has arreglado con la guardería, ¿no? -replicó Jason con un tono ansioso.

– He quedado con una persona para que se quede después de la hora de cierre, pero no pasa nada. No tardarás más de tres días, ¿verdad?

– Tres como máximo, Sid, te lo prometo. -Se frotó con fuerza el cuero cabelludo-. ¿No puedes eludir el viaje a Nueva York?

– A los abogados no les perdonan los viajes de trabajo. -Meneó la cabeza-. No figura en el manual de los abogados productivos de Tyler y Stone.

– Ya está bien. Haces tú más en tres días que muchos de ellos en cinco.

– Verás, cariño, no hace falta que te lo diga, pero en nuestro negocio, es lo que haces tú por mí hoy, y, todavía más importante, lo que harás por mí mañana y pasado.

Jason se sentó en la cama.

– Lo mismo pasa en Tritón; sin embargo, al ser una empresa de tecnología avanzada, sus expectativas se extienden al próximo milenio. Algún día llegará nuestro barco, Sid. Quizá hoy.

– Vale. Así que mientras tú esperas en el muelle a que atraque nuestro yate, yo continuaré depositando nuestros sueldos y pagando las deudas. ¿Trato hecho?

– De acuerdo. Pero algunas veces tendrías que ser optimista. Mirar al futuro.

– Ahora que hablas del futuro, ¿has pensado en ponerte a la faena y tener otro hijo?

– Siempre a punto. Si el próximo es como Amy, está chupado.

Sidney apretó los muslos contra el cuerpo de su marido, contenta de que él no pusiera objeciones a ampliar la familia. Si él estaba saliendo con otra…

– Habla por ti misma, señor Mitad Masculina de esta pequeña ecuación.

Ella lo apartó.

– Lo lamento, Sid. Ha sido el típico comentario de macho imbécil. No volverá a ocurrir, lo prometo.

Sidney apoyó la cabeza en la almohada y miró el techo mientras comenzaba a masajearle suavemente los hombros. Tres años antes, la idea de abandonar la práctica de la abogacía hubiese estado fuera de lugar. Ahora, incluso el trabajo a tiempo parcial le parecía una intrusión en su vida con Amy y Jason. Ansiaba libertad total para estar con su hija. Una libertad que no podían permitirse únicamente con el sueldo de Jason, por muchos recortes que hicieran, librando una lucha constante contra la compulsión de consumir. Pero si Jason continuaba ascendiendo en Tritón, ¿qué ocurriría?

Sidney nunca había querido depender económicamente de nadie. Miró a Jason. Si iba a ligar su supervivencia económica a una persona, ¿quién mejor que el hombre al que amaba casi desde el momento en que lo vio? Mientras le miraba, se le humedecieron los ojos. Se sentó para reclinarse sobre él.

– Bueno, al menos mientras estés en Los Ángeles podrás ver a algunos de tus viejos amigos, pero, por favor, evita a tus antiguas conquistas. -Le revolvió el pelo-. Además, nunca podrías abandonarme. Mi padre te despellejaría.

Sid paseó la mirada por el torso desnudo de su marido: los abdominales como placas, los músculos de los hombros ondulando casi a flor de piel. Recordó una vez más la suerte que había tenido cuando su vida se cruzó con la de Jason Archer. También sabía que su marido pensaba lo mismo respecto a ella. Jason permaneció en silencio, con la mirada perdida.

– En los últimos meses te has estado quemando las pestañas, Jason -añadió ella-. A todas horas en la oficina, dejándome notas en mitad de la noche. Te echo de menos. -Sidney lo empujó suavemente con la cadera-. Recuerdas lo divertido que es achucharse durante la noche, ¿no?

Él le respondió con un beso en la mejilla.

– Además, Tritón tiene muchísimos empleados -señaló Sid-. No tienes que hacerlo todo tú solo.

Jason la miró con una expresión de cansancio y dolor en los ojos.

– ¿Eso es lo que crees?

– En cuanto se cierre la compra de CyberCom estarás más ocupado que nunca. -Sidney suspiró-. Quizá tenga que sabotear el acuerdo. Después de todo, son la principal asesora legal de Tritón. -Sonrió.

El se rió sin mucho entusiasmo. Era obvio que pensaba en otra cosa.

– En cualquier caso, la reunión en Nueva York será interesante -comentó Sidney.

– ¿Cómo dices? -preguntó él de pronto, muy alerta.

– Porque nos reunimos para tratar el asunto de CyberCom. Nathan Gamble y tu colega Quentin Rowe estarán allí.

La sangre se retiró poco a poco del rostro de su marido.

– Cre… creía que la reunión era por la propuesta de BelTek -tartamudeó Jason.

– No, me sacaron de ese tema hace un mes para que me ocupara de la compra de CyberCom por parte de Tritón. Creía que te lo había dicho.

– ¿Por qué te reúnes con ellos en Nueva York?

– Nathan Gamble está allí esta semana. Tiene un apartamento que da al parque. Los multimillonarios siempre se salen con la suya. Así que me toca ir a Nueva York.

Jason se sentó, con el rostro tan descompuesto que ella pensó que estaba a punto de vomitar.

– Jason, ¿qué pasa? -Sid le sujetó los hombros.

El se recuperó y la miró con una expresión que preocupó a Sid: una expresión culpable.

– Sid, mi viaje a Los Ángeles no es por un tema de Tritón.

La mujer apartó las manos de los hombros de su marido y le miró atónita. Todas las sospechas que había reprimido durante los últimos meses afloraron de repente. Notó la garganta seca.

– ¿Qué quieres decir, Jason?

– Me refiero -él inspiró con fuerza y sujetó una de las manos de la mujer-, me refiero a que este viaje no lo hago por Tritón.

– Entonces, ¿por quién lo haces? -preguntó ella con el rostro arrebolado.

– ¡Por mí, por nosotros! Es por nosotros, Sidney.

La joven frunció el entrecejo mientras se apoyaba en el cabezal y se cruzaba de brazos.

– Jason, vas a decirme lo que está pasando y me lo dirás ahora mismo.

El desvió la mirada y comenzó a jugar con las mantas. Sidney le sujetó la barbilla y lo interrogó con la mirada.

– ¿Jason? -Hizo una pausa al notar su lucha interior-. Cariño, imagina que es Nochebuena.

– Voy a Los Ángeles porque tengo una entrevista con otra empresa.

– ¿Qué? -Sidney apartó la mano.

– AllegraPort Technology -se apresuró a decir Jason-. Es uno de los mayores fabricantes de software del mundo. Me han ofrecido…, bueno, me han ofrecido una vicepresidencia como paso previo a la máxima posición. Triplicarán mi sueldo actual, una paga extra considerable, opción de compra de acciones, un fantástico plan de jubilación y todo eso, Sid. Un golazo.

El rostro de Sid se iluminó en el acto; aliviada, aflojó los hombros.

– ¿Éste era tu gran secreto? Jason, es maravilloso. ¿Por qué no me lo dijiste?

– No quería ponerte en una situación incómoda. Después de todo, tú eres la asesora legal de Tritón. ¿Todas esas horas nocturnas en la oficina? Intentaba acabar mi trabajo. No quería dejarlos colgados. Tritón es una compañía poderosa; no quería provocar ningún resentimiento.

– Cariño, no hay ninguna ley que te prohíba trabajar en otra compañía. Estarán contentos por ti.

– ¡Estupendo! -El tono amargo la intrigó por un momento, pero él añadió deprisa antes de que ella pudiera interrogarle-: También pagarán todos nuestros gastos de traslado. De hecho, obtendremos una buena ganancia con la venta de esta casa, lo suficiente para pagar todas las deudas.

– ¿Traslado? -preguntó ella, inquieta.

– Las oficinas centrales de Allegra están en Los Ángeles. Allí es donde nos trasladaremos. Si no te parece bien respetaré tu decisión.

– Jason, sabes que mi bufete tiene una oficina en Los Ángeles. Será perfecto. -Ella se apoyó una vez más contra el cabezal y miró al techo. Después miró a su marido con un brillo de picardía en los ojos-. A ver, con el triple de tu sueldo actual, la ganancia por la venta de esta casa y las acciones, podría convertirme en madre a jornada completa un poco antes de lo que pensaba.

Jason sonrió mientras ella le daba un abrazo de felicitación.

– Por eso me sorprendió tanto que me dijeras que tenías una reunión con Tritón.

Ella le miró confusa.

– Ellos creen que me tomé unos días libres para trabajar en casa.

– Oh, bueno, cariño, no te preocupes. No te descubriré. Ya sabes eso de la relación de privilegio entre abogado y cliente; pero existe un privilegio mucho mayor entre una esposa ardiente y su fuerte y apuesto marido. -Se cruzaron sus miradas y ella rozó con sus labios la mejilla de Jason.

Jason se sentó en el borde de la cama.

– Gracias, preciosa, me alegro de habértelo contado. -Se encogió de hombros-. Más vale que me vaya a duchar. Quizá consiga acabar unas cuantas cosas antes de marcharme.

Antes de que pudiera levantarse, ella le rodeó la cintura con los brazos.

– Me encantaría ayudarte a acabar una cosa, Jason.

Él volvió la cabeza para mirarla. Sidney estaba desnuda, el camisón yacía a los pies de la cama. Sus grandes pechos se apretaban contra sus nalgas Jason sonrió; deslizó una mano por la espalda de la mujer y le apretó el culo con cariño.

– Sid, siempre he dicho que tienes el culo más bonito del mundo.

– Si no te molesta que esté un poco más gordo, pero te prometo que estoy en ello.

Las manos fuertes de Jason se deslizaron bajo sus axilas, y la levantó hasta que estuvieron cara a cara. Sus ojos miraron los suyos y su boca formó una línea solemne antes de decir:

– Ahora estás más hermosa que el día en que te conocí, Sidney Archer, y cada día te quiero más y más.

Pronunció las palabras con dulzura y lentamente, de aquella manera que siempre la hacía temblar. No eran las palabras en sí las que le provocaban ese efecto. Cualquiera las podía decir. Era la forma en que él las decía. La convicción absoluta en la voz, en los ojos, en la presión de sus manos sobre su piel.

Jason volvió a mirar el reloj y mostró una sonrisa traviesa.

– No me quedan más de tres horas si quiero tomar el avión.

Ella le rodeó el cuello con un brazo y tiró de Jason hasta ponerlo sobre su cuerpo.

– Tres horas pueden ser toda una vida -respondió.

Dos horas más tarde, con el pelo todavía mojado de la ducha, Jason Archer cruzó el vestíbulo de su casa y abrió la puerta de un cuarto pequeño. Decorado como una oficina con un ordenador, archivadores, una mesa de madera y dos estanterías pequeñas, el espacio estaba atiborrado pero en orden. Una ventana pequeña daba a un patío oscuro.

Jason cerró la puerta, sacó una llave del cajón de la mesa y abrió el primer cajón de un archivador. Se detuvo con el oído atento a cualquier sonido. Esto se había convertido en un hábito incluso dentro de su propio hogar. La repentina revelación le causó un profundo malestar. Su esposa se había vuelto a dormir. Amy descansaba tranquilamente dos puertas más allá. Metió la mano en el archivador y sacó una anticuada cartera de cuero muy usada con dos correas y hebillas de latón. Jason abrió la cartera y sacó un disquete virgen. Las instrucciones que había recibido eran precisas. Poner todo lo que tenía en un disquete, hacer una copia impresa de los documentos y después destruir todo lo demás.

Metió el disquete en la disquetera y copió todos los documentos que había preparado en él. Hecho esto, se demoró con el dedo sobre la tecla de borrar mientras se preparaba para seguir las instrucciones sobre la destrucción de todos los archivos pertinentes en el disco duro.

Sin embargo, continuó con el dedo en alto hasta que por fin decidió seguir los dictados del instinto.

Sólo tardó unos minutos en hacer una segunda copia del disquete: después borró los archivos del disco duro. Controló el contenido de la copia en la pantalla antes de teclear una serie de órdenes. Mientras esperaba, el texto en la pantalla se transformó en un galimatías. Salvó los cambios, salió del archivo, sacó el disquete duplicado de la disquetera y lo metió en un pequeño sobre acolchado, que guardó en el fondo de uno de los bolsillos interiores de la cartera. A continuación, hizo una copia impresa del contenido del disquete original, y guardó las páginas y el disquete en la cartera.

Después, buscó la billetera y retiró la tarjeta de plástico que permitía el acceso a su oficina en la empresa. Ya no volvería a necesitarla. Metió la tarjeta en el cajón de la mesa y lo cerró.

Contempló la cartera mientras pensaba en otra cosa. No le gustaba haber mentido a su esposa. Nunca lo había hecho y el sentimiento le resultaba repugnante. Pero ahora ya casi había acabado. Se estremeció al recordar todos los riesgos que había corrido, y volvió a estremecerse al pensar que su esposa no sabía absolutamente nada. Repasó en silencio todo el plan. La ruta a seguir, las medidas evasivas que emplearía, los nombres en código de las personas que le recibirían. A pesar de todo, su mente divagaba. Miró a través de la ventana como si quisiera ver más allá del horizonte, y detrás de las gafas sus ojos parecían aumentar cada vez más de tamaño mientras él analizaba las posibilidades. A partir del día siguiente podría decir por primera vez que el riesgo había valido la pena. Lo único que debía hacer era sobrevivir hoy.

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