Capítulo 40

Sidney corrió hacia el teléfono pero se detuvo bruscamente. Miró el aparato como si fuese una cobra dispuesta a clavarle el veneno. Si el difunto Edward Page le había pinchado el teléfono, era lógico suponer que lo podrían haber hecho otros. Apartó la mano y miró al teléfono móvil que se estaba recargando en el mostrador de la cocina. ¿Sería seguro utilizarlo? Descargó un puñetazo de rabia contra la pared mientras se imaginaba a centenares de ojos electrónicos que vigilaban y grababan todos sus movimientos. Cogió el buscapersonas y lo guardó en el bolso, en la creencia de que era una forma de comunicación más o menos segura. Y si no lo era, tendría que conformarse. Metió la pistola cargada en el bolso y corrió al garaje. Tenía el disquete en el bolsillo, pero tendría que esperar de momento. Ahora tenía que hacer algo mucho más importante.

Sidney aparcó el Ford en el aparcamiento del McDonald's, entró en el local, pidió un desayuno para llevar y después fue a la cabina de teléfonos en el vestíbulo, junto a los lavabos. Marcó un número mientras miraba hacia el aparcamiento, atenta a cualquier señal del FBI. No vio nada anormal. Perfecto, se suponía que eran invisibles. Pero se estremeció al preguntarse quién más podía estar allí.

Su padre atendió la llamada y Sidney tardó varios minutos en serenarlo. Cuando le explicó su propuesta, él volvió a enfurecerse.

– ¿Por qué demonios quieres que haga eso?

– Por favor, papá. Quiero que tú y mamá os vayáis, y que os llevéis a Amy con vosotros.

– Ya sabes que nunca vamos a Maine en esta época del año.

Sidney apartó un momento el auricular e inspiró con fuerza.

– Escucha, papá, tú has leído el periódico.

– Es el montón más grande de patrañas que he leído en toda mi vida, Sid…

– Papá, escúchame, no tengo tiempo para discutir. -Nunca le había levantado la voz a su padre de esa manera.

Ambos permanecieron en silencio durante un momento. Sidney fue la primera en hablar y lo hizo con voz firme.

– El FBI se acaba de marchar de mi casa. Jason estaba involucrado en algo. No sé muy bien en qué. Pero incluso si la mitad de lo que pone ese artículo es cierto… -Se estremeció-. En el vuelo de regreso de Nueva Orleans, un hombre habló conmigo. Se llamaba Edward Page. Era un detective privado. Investigaba alguna cosa relacionada con Jason.

– ¿Por qué estaba investigando a Jason? -preguntó Patterson, incrédulo.

– No lo sé. No me lo quiso decir.

– Pues iremos a verle y no aceptaremos un no por respuesta.

– No se lo podemos preguntar. Lo asesinaron cinco minutos después de hablar conmigo, papá.

Bill Patterson, atónito, se quedó sin palabras.

– ¿Querrás ir por favor a la casa de Maine, papá? Por favor. Cuanto antes salgas mejor.

El padre demoró la respuesta. Cuando lo hizo su voz sonó débil.

– Nos marcharemos después de desayunar. Me llevaré la escopeta por si acaso. -Sidney aflojó los hombros, aliviada-. ¿Sidney?

– ¿Sí, papá?

– Quiero que vengas con nosotros.

– No puedo hacerlo, papá -contestó, y meneó la cabeza como si su padre pudiera verla.

– ¿Cómo que no? -gritó Patterson-. Estás allí sola. Eres la esposa de Jason. ¿Quién te asegura que no serás el próximo objetivo?

– El FBI me vigila.

– ¿Crees que son invulnerables? ¿Que no se equivocan? No seas tonta.

– No puedo, papá. Es probable que el FBI no sea el único que me vigila. Si voy con vosotros me seguirán. -Sidney se estremeció.

– Por Dios, cariño. -Sidney escuchó con claridad la emoción en la voz de su padre-. Mira, ¿qué te parece si tu madre y Amy se van allá arriba y yo me quedo contigo?

– No quiero que ninguno de vosotros se implique en esto. Ya es suficiente conmigo. Quiero que te quedes con Amy y mamá y que las protejas. Yo cuidaré de mí misma.

– Siempre he tenido confianza en ti, nena, pero esto es diferente. Si esas personas ya han matado… -Bill Patterson se interrumpió. La perspectiva de perder a su hija menor a manos de unos asesinos le había anonadado.

– Papá, estaré bien. Tengo mi pistola. El FBI me vigila a todas horas. Te llamaré todos los días.

– De acuerdo, pero llama dos veces al día -aceptó Patterson, resignado.

– Vale, dos veces. Un beso a mamá de mi parte. Sé que el artículo la habrá asustado, pero no le cuentes esta conversación.

– Sid, tu madre no es tonta. Se preguntará por qué nos vamos de pronto a Maine en esta época del año.

– Por favor, papá, invéntate algo.

– ¿Alguna cosa más?

– Dile a Amy que la quiero. Dile que yo y su papá la queremos más que a nada en el mundo. -Las lágrimas aparecieron en los ojos de Sidney mientras pensaba en la única cosa que deseaba hacer con desesperación: estar con su hija. Pero para la seguridad de Amy, ella debía mantenerse bien lejos.

– Se lo diré, cariño -respondió Bill Patterson en voz baja.

Sidney se tomó el desayuno durante el regreso a su casa. Dejó el coche en el garaje y, un minuto más tarde, estaba sentada delante del ordenador de Jason. Había tomado la precaución de cerrar con llave la puerta de la habitación y tenía el teléfono móvil a mano por si tenía que llamar al 091. Sacó el disquete del bolsillo, cogió la pistola y los puso sobre la mesa.

Encendió el ordenador y contempló la pantalla mientras se realizaba el proceso de arranque. Estaba a punto de meter el disco en la disquetera cuando dio un respingo al ver la cifra de la memoria disponible. Algo no estaba bien. Apretó varias teclas. Una vez más apareció en pantalla la memoria disponible en el disco duro y esta vez se mantuvo. Sidney leyó los números sin prisa: había disponibles 1.356.600 megabytes, o sea un 1.3 gigas. Miró atentamente los tres últimos números. Recordó la última vez que se había sentado delante del ordenador. Los tres últimos números de la memoria disponible habían formado la fecha del cumpleaños de Jason: siete, cero, seis, un hecho que había provocado su llanto. Se había venido abajo otra vez. Ahora estaba preparada, pero había menos memoria disponible. ¿Cómo podía ser? No había tocado el ordenador desde… ¡Maldita sea!

Se le hizo un nudo en la boca del estómago. Se levantó de un salto, recogió la pistola y el disquete. Le entraron ganas de disparar contra la pantalla del ordenador. Sawyer había acertado sólo en una cosa. Alguien había entrado en la casa mientras ella estaba en Nueva Orleans. Pero no había venido a llevarse algo. En cambio, había dejado algo instalado en el ordenador. Algo de lo que ahora huía como algo que lleva el diablo.

Tardó diez minutos en llegar al McDonald's y descolgar el teléfono público. La voz de su secretaria sonó tensa.

– Hola, señora Archer.

¿Señora Archer? Su secretaria llevaba con ella casi seis años y a partir del segundo día nunca más la había llamado señora Archer. Sidney lo dejó correr por el momento.

– Sarah, ¿está Jeff?

Jeff Fisher era el genio de la informática en Tylery Stone.

– No estoy segura. ¿Quiere que le pase con su ayudante, señora Archer?

Sidney no aguantó más.

– Sarah, ¿a qué demonios viene esto de señora Archer?

Sarah no respondió inmediatamente, pero después comenzó a susurrar a toda prisa.

– Sid, todo el mundo ha leído el artículo del periódico. Lo han transmitido por fax a todas las oficinas. La gente de Tritón amenaza con retirarnos la cuenta. El señor Wharton está furioso. Y no es ningún secreto que los jefazos te echan la culpa.

– Estoy tan a oscuras como todos los demás.

– Bueno, ya sabes, ese artículo te hace aparecer…

– ¿Quieres ponerme con Henry? Aclararé todo este asunto.

La respuesta de Sarah fue como un puñetazo para su jefa.

– El comité de dirección ha mantenido una reunión esta mañana. Celebraron una teleconferencia con todas las demás oficinas. El rumor dice que han preparado una carta para enviarte.

– ¿Una carta? ¿Qué clase de carta? -El asombro de Sidney iba en aumento. Oía al fondo el rumor de la gente que pasaba junto a la mesa de la secretaria. Desaparecieron los ruidos y sonó otra vez la voz de Sarah todavía más baja.

– No… no sé cómo decírtelo, pero he oído que es una carta de despido.

– ¿Despido? -Sidney puso una mano en la pared para sostenerse-. ¿Ni siquiera me han acusado de nada y ellos ya me han juzgado, condenado y ahora me sentencian? ¿Todo por un artículo publicado por un único periódico?

– Creo que aquí todo el mundo está preocupado por la supervivencia de la firma. La mayoría de la gente señala con el dedo. Y además -añadió Sarah deprisa-, está lo de tu marido. Descubrir que Jason está vivo. La gente se siente traicionada, de verdad.

Sidney soltó el aire de los pulmones y aflojó los hombros. Sintió cómo el cansancio la aplastaba.

– Por Dios, Sarah, ¿cómo crees que me siento yo? -La secretaria no respondió. Sidney tocó el disquete metido en el bolsillo. El bulto de la pistola debajo de la chaqueta le molestaba. Tendría que acostumbrarse-. Sarah, ojalá pudiera explicártelo, pero no puedo. Lo único que te puedo decir es que no he hecho nada malo y no sé qué diablos le ha pasado a mi vida. No dispongo de mucho tiempo. ¿Podrías averiguar si está Jeff? Por favor, Sarah.

– Espera un momento, Sid.

Resultó que Jeff se había tomado unos días libres. Sarah le dio el número de su casa. Sidney rogó para que no se hubiera marchado de la ciudad. Dio con él alrededor de la una. Su plan original había sido verle en la oficina. Sin embargo, ahora eso era imposible. Se puso de acuerdo con él para ir a verle a su casa de Alexandria. Al parecer, como llevaba dos días fuera de la oficina, no se había enterado de los rumores. Se mostró encantado de poder ayudarla cuando Sidney le explicó que tenía un problema con el ordenador. Tenía que ocuparse de algunos asuntos, pero estaría a su disposición a partir de las ocho. Tendría que esperar hasta entonces.


Dos horas más tarde, el timbre de la puerta sobresaltó a Sidney, que se paseaba impaciente por la sala. Espió a través de la mirilla y abrió la puerta un tanto sorprendida. Sawyer no esperó a que le invitaran a entrar. Atravesó el recibidor y se sentó en una de las sillas delante de la chimenea.

– ¿Dónde está su compañero?

– He estado en Tritón -dijo Sawyer sin hacer caso a la pregunta-. No me dijo que les había hecho una visita esta mañana.

Ella se plantó delante del agente, con los brazos cruzados. Se había duchado y ahora vestía una falda negra plisada y un suéter blanco con escote en uve. Llevaba el pelo húmedo peinado hacia atrás. Iba descalza, las piernas enfundadas en las medias. Los zapatos estaban junto al sofá.

– No me lo preguntó.

– ¿Qué opina del vídeo de su marido?

– No le he hecho mucho caso.

– Sí, ¿y qué más?

Sidney se sentó en el sofá, con las piernas recogidas debajo de la falda antes de responder.

– ¿Qué es lo que quiere? -replicó con voz tensa.

– La verdad no estaría mal para empezar. A partir de ella podríamos buscar algunas soluciones.

– ¿Como encerrar a mi marido en la cárcel para el resto de su vida? -preguntó Sidney con un tono acusatorio-. Esa es la solución que quiere, ¿no?

Sawyer jugueteó distraído con la placa que llevaba sujeta al cinto. Su expresión severa desapareció. Cuando volvió a mirarla, sus ojos reflejaban cansancio, y su corpachón se inclinaba hacia un lado.

– Escuche, Sidney, como le dije, yo estuve aquella noche en el lugar del accidente. Yo también tuve en mi mano el zapatito. -Al agente comenzó a fallarle la voz. Las lágrimas brillaron en los ojos de Sidney, pero no desvió la mirada aunque su cuerpo comenzó a temblar. Sawyer volvió a hablar en voz baja pero clara-. He visto las fotos de una familia muy feliz por toda la casa. Un marido guapo, una niñita preciosa y… -hizo una pausa-…, una madre y esposa muy bella.

Las mejillas de Sidney enrojecieron al escuchar las palabras, y Sawyer, avergonzado, se apresuró a seguir.

– Para mí no tiene sentido que su marido, incluso si le robó a su empresa, pueda estar implicado en el atentado contra el avión. -Una lágrima resbaló por la mejilla de Sidney y aterrizó sobre el sofá-. No quiero mentirle. No le diré que creo que su marido es del todo inocente. Por el bien de usted ruego a Dios que lo sea y que todo este embrollo tenga una explicación. Pero mi trabajo es encontrar al que derribó el avión y mató a toda aquella gente. -Cogió aliento-. Incluido el propietario del zapatito. -Hizo otra pausa-. Y juro que cumpliré con mi trabajo.

– Continúe -le alentó Sidney, que con una mano retorcía nerviosa el borde de la falda.

– Su marido es la mejor pista que tengo hasta ahora. La única manera de seguir esa pista es a través de usted.

– ¿Quiere que le ayude a capturar a mi marido?

– Quiero que me diga cualquier cosa útil que me ayude a llegar al fondo de todo esto. ¿No desea usted lo mismo?

Ella tardó casi un minuto entero en responder y, cuando lo hizo, la voz sonó entrecortada por los sollozos.

– Sí. -Volvió a guardar silencio hasta que por fin miró al agente-. Pero mi hijita me necesita. No sé dónde está Jason, y si yo también desapareciera… -Su voz se apagó.

Sawyer pareció confuso durante un momento, y entonces comprendió lo que ella había dicho. Estiró el brazo y cogió una de las manos de la joven.

– Sidney, no creo que usted tenga nada que ver con todo esto. Puede estar segura de que no la arrestaré para apartarla del lado de su hija. Quizá no me haya contado toda la historia, pero caray, es humana como cualquiera. Ni siquiera concibo la presión que está soportando. Por favor, créame y confíe en mí. -Le soltó la mano y se echó hacia atrás en la silla.

Sidney se enjugó las lágrimas, y recobrada la compostura, esbozó una sonrisa. Inspiró con fuerza antes de sincerarse.

– Era mi marido el que llamó el día que vino usted. -Miró a Sawyer como si todavía esperara que él sacara las esposas, pero el agente sólo se echó un poco hacia delante, con el entrecejo fruncido.

– ¿Qué dijo? Intente recordarlo con la mayor precisión que le sea posible.

– Dijo que las cosas estaban mal, pero que me lo explicaría cuando volviéramos a vernos. Estaba tan entusiasmada con el hecho de que estuviera con vida, que no le hice muchas preguntas. También me llamó desde el aeropuerto antes de coger el avión el día del accidente. -Sawyer la miró atento-. Pero no tuve tiempo de hablar con él.

Sidney resistió el ataque de culpa cuando recordó el episodio. Después le habló a Sawyer de las noches que pasaba Jason en la oficina y de la conversación mantenida con Jason durante la madrugada antes de su partida.

– ¿Él le sugirió el viaje a Nueva Orleans?

– Me dijo que esperara en el hotel y que si no se ponía en contacto conmigo en el hotel, debía ir a Jackson Square. Allí me haría llegar un mensaje.

– El limpiabotas, ¿no?

Sidney asintió, y Sawyer exhaló un suspiro.

– Entonces, ¿fue a Jason al que llamó desde la cabina pública?

– En realidad, el mensaje decía que llamara a mi oficina, pero Jason atendió la llamada. Me pidió que no dijera nada, que la policía me vigilaba. Me dijo que regresara a casa y que él me llamaría cuando no hubiera peligro.

– Pero todavía no la ha llamado, ¿verdad?

– No tengo ninguna noticia. -Sidney meneó la cabeza.

– ¿Sabe una cosa, Sidney? Su lealtad es admirable. Ha cumplido con las sagradas promesas del matrimonio hasta límites imposibles, porque no creo que incluso Dios en persona pudiera imaginar esa clase de «adversidades».

– ¿Pero? -Sidney le miró, intrigada.

– Pero llega un momento en que hay que mirar más allá de la devoción, de los sentimientos hacia una persona, y considerar los hechos concretos. No soy muy elocuente, pero si su marido hizo algo malo, y no digo que lo haya hecho, usted no tiene por qué caer con él. Como usted misma ha dicho, tiene una niña pequeña que la necesita. Yo también tengo cuatro hijos; no seré el mejor padre del mundo, pero sé lo que siente.

– ¿Qué me propone? -preguntó Sidney en voz baja.

– Cooperación, nada más que eso. Usted me informa y yo la informo. Aquí tiene una muestra, digamos que es un adelanto de buena fe. Lo que se publicó en el periódico es casi todo lo que sabemos. Usted vio el vídeo. Su marido se reunió con alguien y se realizó el intercambio. Tritón está convencido de que era información confidencial sobre las negociaciones con CyberCom. También tienen pruebas que vinculan a Jason con la estafa bancaria.

– Sé que las pruebas parecen abrumadoras, pero no acabo de creérmelas. De verdad, no puedo.

– Algunas veces las señales más claras apuntan en la dirección opuesta. Es mi trabajo conseguir que señalen correctamente. Admito que no considero a su marido del todo inocente, pero también creo que no es el único.

– Cree que estaba trabajando con RTG, ¿verdad?

– Es posible -reconoció Sawyer-. Estamos siguiendo esa pista junto con todas las demás. Tiene la apariencia de ser la más clara, pero nunca se sabe. -Hizo una pausa-. ¿Alguna cosa más?

Sidney vaciló por un momento mientras recordaba la conversación con Ed Page inmediatamente antes de que lo asesinaran. Entonces casi dio un respingo cuando miró la chaqueta colocada sobre la silla. Pensó en el disquete y en la cita con Jeff Fisher. Tragó saliva con el rostro arrebolado. -No que yo recuerde. No.

Sawyer la miró atentamente durante un buen rato antes de levantarse.

– Y ya que estamos intercambiando información, creo que quizá le interese saber que su camarada Paul Brophy la siguió a Nueva Orleans.

Sidney se quedó de una pieza.

– Registró su habitación mientras usted fue a desayunar. Siéntase libre de utilizar esta información como crea conveniente. Dio un par de pasos hacia la puerta antes de levantarse-. Y para que no haya ningún error, está usted vigilada las veinticuatro horas del día.

– No pienso hacer ningún otro viaje, si se refiere a eso.

La respuesta de Sawyer la pilló por sorpresa.

– No guarde la pistola, Sidney. Téngala bien a mano, y no se olvide de cargarla. De hecho… -Sawyer se desabrochó la chaqueta, desenganchó la cartuchera del cinto, retiró la pistola y le dio la cartuchera-. Sé por experiencia que las armas en los bolsos no sirven para gran cosa. Tenga cuidado.

Salió y Sidney se quedó en el portal con los pensamientos centrados en el brutal destino del último hombre que le había dado el mismo consejo.

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