Capítulo 25

Era medianoche cuando el agente Lee Sawyer apoyó la cabeza en la almohada después de cenar en cuatro bocados. Sin embargo, no consiguió dormirse a pesar del cansancio que sentía. Echó una ojeada al minúsculo dormitorio y de pronto decidió levantarse. Descalzo, en calzoncillos y camiseta, fue hasta la sala de estar y se dejó caer en el sillón desvencijado. La típica carrera de un agente del FBI no se llevaba bien con una tranquilidad doméstica prolongada. Se pasaban por alto demasiados aniversarios, cumpleaños y vacaciones. A veces estaba meses fuera del hogar, sin saber cuándo regresaría. Le habían herido de gravedad mientras cumplía con su deber, una situación traumática para cualquier esposa. Su familia había sido amenazada por la escoria humana que él intentaba erradicar. Y todo por la causa de la Justicia, por hacer que el mundo fuese, si no mejor, por lo menos más seguro. Una meta noble que no parecía nada especial cuando se intentaba explicar a un niño de ocho años que papá no podría ir a otro partido de béisbol, a otro recital, a otra obra de teatro. Lo había sabido desde el principio; Peg, también. Pero estaban tan enamorados que creyeron de verdad que resistirían, y lo habían conseguido durante mucho tiempo. Resultaba irónico, pero ahora sus relaciones con Peg eran mucho mejor que en los últimos años.

En cambio, los hijos eran otro asunto. Había cargado con toda la culpa de la ruptura y quizá se lo merecía. Ahora sólo los tres hijos mayores comenzaban a hablarle con cierta regularidad. Pero había perdido a Meggie. No sabía nada de lo que pasaba en la vida de su hija. Era lo que más le dolía. No saber.

Todo el mundo tiene que elegir y él había elegido. Había disfrutado de una magnífica carrera en el FBI, pero el éxito había tenido un precio. Caminó hasta la cocina, cogió una cerveza fría y volvió al sillón. Su poción mágica para dormir. Al menos, no bebía licor. Todavía. Se acabó la cerveza en cuatro tragos, se arrellanó en el sillón y cerró los ojos.

Una hora más tarde, el timbre del teléfono le arrancó de un sueño profundo. Todavía estaba sentado en el sillón. Levantó el auricular.

– ¿Sí?

– ¿Lee?

Parpadeó varias veces hasta conseguir mantener los ojos abiertos.

– ¿Frank? -Sawyer consultó su reloj-. Ya no estás en el FBI, Frank. Creía que en la empresa privada tenías un horario más normal.

Al otro extremo de la línea, Frank Hardy estaba completamente vestido y cómodamente instalado en una oficina muy bien amueblada. En la pared que tenía detrás había numerosas fotos y diplomas que daban testimonio de una larga y distinguida carrera en el FBI. Hardy sonrió.

– Hay demasiada competencia por aquí, Lee. Disponer de sólo veinticuatro horas al día parece una injusticia.

– No me da vergüenza reconocer que ése es más o menos mi límite, ¿Pasa algo?

– El atentado contra el avión -respondió Hardy.

Sawyer se irguió en el sillón, bien despierto, con la mirada alerta.

– ¿Qué?

– Aquí tengo algo que necesitarías ver, Lee. Todavía no sé bien lo que significa. Estoy a punto de preparar café. ¿Cuánto tardarás en venir?

– Dame media hora.

– Como en los viejos tiempos.

Sawyer tardó cinco minutos en vestirse. Metió la pistola en la cartuchera y bajó a buscar el coche. Mientras conducía, llamó a la oficina para avisarles de esta nueva contingencia. Frank Hardy había sido uno de los mejores agentes en la historia del FBI. Cuando se marchó para fundar su propia empresa de seguridad, todos los agentes sintieron la pérdida, pero nadie le reprochó que aprovechara la oportunidad después de tantos años de servicio. Él y Sawyer habían sido compañeros diez años antes de que Hardy pidiera el retiro. Habían formado un buen equipo que había resuelto muchos casos importantes y arrestado a criminales muy peligrosos. Muchos de aquellos delincuentes cumplían ahora cadena perpetua en diversas prisiones federales de máxima seguridad. Un poco más de un puñado, entre ellos varios asesinos en serie, habían sido ejecutados.

Si Hardy creía que tenía algo sobre el atentado, entonces lo tenía. Sawyer pisó el acelerador y diez minutos después entraba con el coche en un inmenso aparcamiento. El edificio de catorce pisos en Tysons Córner albergaba un gran número de empresas, ninguna de las cuales se dedicaba a algo tan excitante como la de Hardy.

Sawyer exhibió las credenciales del FBI al personal de seguridad y subió en el ascensor hasta el piso catorce. Al salir del ascensor, se encontró en una zona de recepción muy moderna. La iluminación indirecta creaba unas islas de luz en la sala a oscuras. Detrás de la mesa de la recepcionista un cartel escrito con letras de molde blancas anunciaba el nombre del establecimiento: SECURTECH.

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